jueves, junio 21, 2018

Historia del fútbol en Rusia: de la era soviética al gran negocio de la nueva burguesía



Breve recorrido por la historia del fútbol en la nación sede de la actual Copa del Mundo, desde los comienzos en los años de la Revolución de 1917 pasando por los prejuicios y corruptelas de la era stalinista hasta el fútbol digitado por magnates millonarios de la actualidad.

Un país que durante más de 70 años tuvo una liga amateur albergará desde este jueves el evento deportivo de mayor repercusión a nivel mundial. En Rusia, el fútbol profesional ya no se presenta como “una expresión de las sociedades burguesas”, como consideraba el régimen que gobernó el país hasta 1991. Según cifras oficiales, el gobierno de Vladimir Putín invirtió 14.000 millones de dólares en la organización de la Copa del Mundo. El fútbol ruso está hoy en manos de magnates del petróleo, el acero y el gas, que gastan millones de dólares en figuras extranjeras. Un presente muy diferente a su rica historia, donde no se pagaban salarios a los futbolistas, no se cobraba entrada para ir al estadio ni se vendían los derechos de televisión.
El fútbol llegó a tierras rusas a fines del siglo XIX de la mano de los comerciantes ingleses. Inicialmente, el juego estuvo reservado para las clases altas, aunque pronto los jóvenes se interesaron por la práctica del deporte. El desarrollo de la industria favoreció el crecimiento de la población en las ciudades y la organización de ligas. Sin embargo, recién en 1936 se crearía el campeonato oficial que unía a los equipos de los diferentes torneos regionales.
Luego de la Revolución de 1917, el Estado impulsó el desarrollo del deporte y favoreció la formación de clubes, que en su mayoría estaban vinculados a los sindicatos. Así, nació el Lokomotiv, que agrupaba a los trabajadores del ferrocarril; el Torpedo, que representaba a los trabajadores del sector del automóvil; el CSKA, que se relacionaba con los miembros del ejército; y el Dinamo, que se vinculó al Ministerio de Interior y los servicios secretos. Las fábricas e instituciones estatales alimentaban a los equipos.
El Spartak era el único club que no pertenecía a ninguna organización. Se lo llamaba “El Club del pueblo”, ya que representaba a las clases más bajas. Este equipo vencía frecuentemente a los conjuntos patrocinados por el Kremlin, como el CSKA y el Dinamo. Los hermanos Starostin, fundadores y futbolistas del Spartak, sufrirían persecuciones y serían luego condenados a prisión.
Para los ideales “comunistas” del régimen burocratizado durante la era stalinista, el fútbol era un deporte asociado a los idearios burgueses. No se contrataban jugadores extranjeros. Los futbolistas no podían recibir dinero por jugar, al menos legalmente. La palabra “fútbol” fue reemplazada por “balompié”.
Distintos testimonios muestran que, durante esos años de la Unión Soviética, el campeonato nacional era un ámbito plagado de corrupción, apuestas y sobornos. En la década de 1970, un árbitro se hizo famoso por no aceptar sobornos. Era directivo de una empresa de transporte y no necesitaba el dinero. En el libro Fútbol contra el enemigo, el periodista Simon Kuper viaja a comienzos de la década de 1990 por distintos países de Europa del Este. Kuper reseña una encuesta donde se preguntaba a 18 entrenadores rusos de la época si en la liga era común el arreglo de partidos. Todos respondieron que sí. Cuando se les preguntó si su club estaba involucrado en este tipo de maniobras, todos respondieron que no.
En las tribunas, los ideales estatales de la burocracia gobernante también se hacían visibles. El Estado privilegiaba la “identidad trabajadora” de los individuos, por lo que las fuerzas de seguridad impedían en los estadios de fútbol cualquier manifestación alternativa, como la referencia a la identidad regional o religiosa.
Pero el futbol constituye un terreno privilegiado para la afirmación de las identidades colectivas y de los antagonismos locales, regionales o nacionales. En la época soviética, muchas regiones, hoy países independientes como Georgia, Lituania, Estonia y Armenia, tenían un solo equipo en la primera división. Cuando esos conjuntos vencían a equipos de Moscú, afloraban los cantos nacionalistas en los estadios.
En Lituania, Kuper recoge testimonios de distintos hinchas que recuerdan que al final de algunos partidos salían del estadio cantando con antorchas e iban al centro de la ciudad, donde los esperaban los guardias de seguridad. El fútbol se presentaba como la única oportunidad de identificarse con una comunidad y de expresarse con cierta libertad. El deporte no parecía ser el opio del pueblo, más bien era un espacio donde afloraban diferentes sentimientos. Como bien afirma el antropólogo francés Christian Bromberger, “cada enfrentamiento suministra a los espectadores un soporte para la simbolización de algunos de los aspectos de su identidad”.
El férreo control que intentaron imponer los distintos gobiernos de Europa del Este no siempre era vivido de esa forma por los fanáticos. “Cuando te reunías, el régimen comunista te metía inmediatamente 24 horas en la cárcel. Y el equipo que montamos en los astilleros de Gdansk era una vía para ser libres e intercambiar impresiones políticas. Al régimen le era muy difícil controlarnos en los acontecimientos deportivos. Supuestamente, el deporte está fuera de la política, pero, en realidad, están muy relacionados”, recordó hace unos años Lech Walesa -presidente de Polonia entre 1990 y 1995-en una entrevista en el diario español El País.
El fin de la Unión Soviética en 1991 marcó una nueva era también para el mundo futbolístico. Los empresarios que se quedaron con muchas de las compañías estatales volcaron sus ganancias al mundo del fútbol. El Spartak fue adquirido por Leonid Feldun, propietario de Lukoil, la mayor petrolera privada del país. Muchos sindican a Roman Abramovich como verdadero dueño del CSKA. Grazpom, la mayor empresa de gas, es dueña del Zenit de San Petersburgo.
Sin embargo, no todos son millones. En 2011, una encuesta de la Unión Mundial de Jugadores (FIFPro) reveló que, sobre 3.357 jugadores profesionales de fútbol de 14 países de Europa del Este, era común la falta de cumplimiento de los contratos, la falta de pago de salarios, la violencia, la intimidación y el racismo hacia los futbolistas. En el informe el 41,4 por ciento de los jugadores afirmaron que sus clubes no pagaban los salarios a tiempo y alrededor del 5 por ciento estuvieron sin cobrar su sueldo durante más de seis meses. El 11,9 por ciento de los jugadores afirmaron que se les pidió que consideren arreglar el resultado de un partido, mientras que el 23,6 por ciento estaba al tanto del amaño o arreglo de partidos en su liga.
Poco parece importarle eso a la FIFA, que espera en Rusia ganancias por más de 6.400 millones dólares, un monto récord para las Copas del Mundo. La entidad multinacional que conduce el suizo Gianni Infantino hoy parece darles la razón a los viejos prejuicios de la URSS de los años de Stalin respecto al fútbol.

Javier Szlifman
@JavierSzlifman

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