El 50° aniversario del Mayo Francés convoca a revisitar aquel masivo levantamiento de obreros y estudiantes que paralizó a un país entero y cautivó a observadores de todo el mundo. Convoca a reflexionar sobre la vitalidad y complejidad de los grandes movimientos de masas de la Historia, sobre la inexorable decadencia de un régimen de posguerra que no se deshacía del medio siglo de guerras, crisis y revoluciones que le precedía, sobre las contradicciones estructurales del capitalismo mundial que, fagocitando pueblos enteros, intentaba en vano contener su propia tendencia a la catástrofe. Todas éstas y otras temáticas son convocadas a la reflexión y es quizá por eso justamente que observamos tan pocas reflexiones en torno de estos temas. Se cumplen 50 años no sólo del Mayo francés sino también de sus lecturas tendenciosas y maniqueas. Se cumplen 50 años de notas de opinión, editoriales, suplementos especiales y libros que buscan oscurecer la claridad con que los distintos actores sociales comprendieron su rol histórico en aquel mayo de 1968, así como las circunstancias a partir de las cuales lo hicieron. Este artículo parte de un trabajo de archivo, cuyo propósito es poner de manifiesto que desde su primer minuto los acontecimientos del Mayo francés fueron condenados por la perspectiva burguesa a través de la prensa a permanecer en las coordenadas del espontaneísmo, la voluntad estética y la puerilidad. Veremos, por el contrario, que desde el materialismo dialéctico, la caracterización ya temprana de Política Obrera respecto de los acontecimientos no sólo les hace justicia, sino que explica en gran parte la necesidad de despolitizarlos que tienen quienes no están dispuestos, ni ayer ni hoy, a confrontar con su verdadero potencial revolucionario.
Ociosidad de la crisis
Un denominador común a las lecturas que de los acontecimientos de mayo de 1968 hizo la prensa argentina e internacional parece ser el carácter espontáneo e inusitado de los mismos. A la aparente solidez del régimen construido por Charles De Gaulle se suma la ociosidad del contexto económico mundial, que parece no haber estado gestando la crisis que acabaría por hacer eclosión apenas unos años más tarde. Respecto de lo primero, el propio De Gaulle se había encargado de construir y proyectar una imagen de solidez y estabilidad a través de un bonapartismo autoritario que trascendía, incluso para el ’68, las barreras nacionales y se proponía como árbitro internacional en la guerra del sudeste asiático.
Un ejemplo bien claro de la adopción acrítica de esta representación del mandatario francés la encontramos en el contexto de la prensa argentina en una nota editorial del diario Clarín:
“La tan usual caracterización que opone a la política de De Gaulle, tildada de nacionalista, otra que se titularía europea, constituye una notoria simplificación de la verdad. En realidad, quien tiene en Europa una genuina política ‘europea’ es De Gaulle. (…) De Gaulle quiere construir un sistema europeo que comprenda a todos los países situados al oeste de los Urales. (…) Si los pasos en esta dirección no han sido más audaces, ello se debe, en buena medida, a que los países de Europa oriental no fueron nunca democracias en el sentido occidental de la palabra. (…) Pero todos estos pasos son posibles porque la política mundial ha cambiado, porque la guerra fría ha entrado en su ocaso y porque la división europea que se consolidó en 1948 (…) ya no responde a los intereses nacionales de todos los involucrados. Eso es lo que De Gaulle previó con más claridad que ningún otro y es esa previsión la que le permite aprovechar los frutos de su acierto”.
En cuanto a la ociosidad del contexto económico mundial y su impacto en Francia, la perspectiva predominante en la prensa puede resumirse justamente de esta manera. No hay mención al principio de descomposición de la economía capitalista que, para 1968, ya había liquidado los acuerdos de Bretton Woods y empujaba a una crisis monetaria global. Tampoco se mencionan los mecanismos, tan caros a la clase obrera francesa, mediante los cuales De Gaulle había logrado contener una caída del franco en el contexto devaluatorio mundial. Sin lugar a dudas, este silencio ha alimentado uno de los mitos más difundidos sobre el Mayo francés, que es el de su contexto de prosperidad capitalista. Nuevamente, en el contexto argentino una nota editorial del diario Clarín parece advocar por esta lectura, a pesar de reconocer con marcada mezquindad los efectos de la política económica de De Gaulle: “Las reivindicaciones salariales y las que pretenden cambios en la propia estructura de la empresa francesa obedecen, en algún aspecto, a la pretensión de paliar cierta consecuencia de la severa política de acumulación de capital que ha hecho posible el actual renacimiento de Francia. Es verosímil que en esta materia tenga el gobierno que otorgar algunas concesiones, aunque en términos internacionales resulte bastante desmedida la queja de sectores que en los últimos lustros no han recibido otra cosa que promoción constante”.
Desde las páginas de Política Obrera, en cambio, se exponía con claridad aquello que de otra manera resulta inexplicable:
“El capitalismo francés hace rato que le viene vendiendo al mundo el tranvía de su estabilidad. Por esto mismo, se vanagloriaba de ser cada vez más una democracia. Frente a la devaluación de la libra esterlina y la crisis del oro mostraba la “solidez” del franco; frente a las huelgas en Inglaterra y a la lucha de las masas negras en Estados Unidos mostraba un cuadro de “armonía” entre las clases.
Pero el imperialismo francés aparecía, de este modo, no por su vitalidad sino por el callejón sin salida en que la burocracia sindical y el Partido Comunista habían metido a la clase obrera. Hoy, las reivindicaciones estudiantiles de democratización de la enseñanza y las reivindicaciones obreras por un aumento general de salarios, democratización política, restitución de derechos sindicales, restitución de la seguridad social, etc., nos muestran que el capitalismo francés se había sostenido frente a la presión yanqui, y había encontrado su “solidez” mediante la represión política y sindical y mediante el estancamiento y reducción del nivel de vida de las masas. (…)
El agravamiento relativo de la situación social en Francia es un reflejo de las tendencias a descargar sobre las masas populares la crisis mundial que se incuba. La crisis financiera internacional ha obligado al capitalismo francés a incrementar su ritmo de superexplotación obrera para evitar la inflación y la devaluación de la moneda.”
Ociosidad de la juventud
Inexorablemente, la naturaleza repele el vacío y un fenómeno de dimensiones mayúsculas, como el Mayo francés, no lo tolera mejor. Para aparentar al menos cierta verosimilitud, el relato de los acontecimientos debe encontrar algún motivo, alguna causa. Si las causas no se encuentran en el orden de lo objetivo, entonces, la creatividad, por más acotada que ésta sea, no tiene mejor remedio que dirigirse a la subjetividad. Desde el minuto uno de los acontecimientos de Mayo de 1968, la burguesía mundial a través de su prensa, violentando los hechos, despolitizó de forma tendenciosa y reaccionaria uno de los estallidos insurreccionales más grandes de la historia de Francia. El blanco más claro de esta desfiguración fue el movimiento estudiantil:
“No queremos analizar las razones que tengan los estudiantes para criticar el funcionamiento de las universidades (…). Esos problemas son de orden técnico, son específicamente franceses y pensamos que podría hallárseles solución por medio de un diálogo entre todos los interesados, cuando los estudiantes hayan comprendido que deben dar pruebas de realismo sin complacerse en interminables y estériles discusiones.
Lo que interesa al mundo es ver cómo toda una juventud se enfrenta con la sociedad actual a la que reprocha no proporcionarle ideales. Quieren en forma absoluta que ‘las cosas cambien’, pero cuando se le pide que defina su intención, no sabe qué contestar. Su anarquía termina en nada, en lo que se refiere a problemas políticos y sociales. (…).”
Cuando la infantilización del estudiantado no parecía la respuesta más adecuada, la prensa recurrió a explicaciones de orden más práctico, aunque de extraña verosimilitud, siempre en el contexto de prosperidad social que dominaba la época:
“Entre automóviles incendiados y heridos diseminados por el suelo sin atención, los jóvenes gozaban al sacar la lengua ante los furibundos rostros de los uniformados. La agitación pasaba a ser una fiesta: las perspectivas eran aún mejores: las aulas seguirían desiertas mientras quedara un adoquín suelto (…) el grupo de choque estudiantil está compuesto por 150 desaforados que no son estudiantes, 3.800 combatientes de grupos izquierdistas familiarizados con los métodos de guerrilla urbana, 2.000 estudiantes regulares politizados y una masa cercana a los 10.000, siempre dispuestos a apoyar cualquier motín que signifique la evasión de las aulas.
Este es, finalmente, uno de los motivos principales de los disturbios que azotan a Europa y los Estados Unidos: cansados de conseguir todo lo que quieren, los estudiantes se hallan ante el problema insoluble de no tener problemas. Una ola de insatisfacción social invade a 600.000 estudiantes franceses, a 6 millones de estadounidenses y se extiende por Alemania, Checoslovaquia, Polonia, España, Italia (…).”
Sin embargo, la caracterización del movimiento estudiantil que sería llamada a perdurar y transformarse en el mito de la “revolución cultural” con la que se asocia mayormente al Mayo francés, ya sea desde la crítica o desde una intención reivindicativa, podemos encontrarla en un bosquejo temprano nuevamente en el ámbito argentino en una nota editorial del diario Clarín:
“Debe tenerse en cuenta, en definitiva, que las pretensiones de reforma social enarboladas por los estudiantes no superaban las formas más pueriles del anarquismo de hace cuarenta años. No parece que semejante muestra de irresponsabilidad pueda cubrirse con la simpatía romántica con que algunos contemplan los actos de la juventud. Estos estudiantes, que hacen del tema de subdesarrollo del Tercer Mundo una bandera de lucha y agitación, son beneficiarios de la sociedad industrial de la que participan. Desde el punto de vista del mundo subdesarrollado, sus explosiones de protesta suenan huecas y hasta grotescas. Una juventud que idealiza el mito del Che Guevara en sociedades que gozan de dos mil dólares de renta por habitante merece bastante menos respeto que los jóvenes norteamericanos del ‘Peace Corps’. (…) Por añadidura, la ‘rebelión’ de estos estetas de la subversión por la subversión misma ha tenido lugar en momentos en que se iniciaban en París las conversaciones por la paz en Vietnam (…).”
Resulta evidente la encrucijada en que se introducen estas lecturas una vez que se determinan a negar el resquebrajamiento del orden de posguerra. La única salida posible consiste en violentar los acontecimientos y reconstruirlos como un acto de voluntad estética (o aventurismo estetizante).
Desde las páginas de Política Obrera, en cambio, el estudiantado reaccionaba ocupando un espacio históricamente concebido, prescindiendo así de un espontaneísmo que le era ajeno:
“El estudiantado revolucionario francés ha jugado un rol extraordinario. Este rol, sin embargo, no le nació por generación espontánea. Surgió por factores históricos bien concretos.
En primer lugar, hay que considerar el creciente aplastamiento de la intelectualidad por la maquinaria económica y política del capitalismo imperialista. Esto se refleja en la total pérdida de independencia y autonomía de los intelectuales, y su conversión en asalariados. Por otro lado, la desocupación que reina en este sector es particularmente explosiva porque ha sido preparado para ascender en la escala social, y la realidad lo asimila al destino del proletariado. Junto a esto, el destino reaccionario de la universidad y las instituciones académicas en la época imperialista agudiza la represión ideológica y anula la libertad de crítica en la actividad académica. Este fenómeno social y político escinde al estudiantado y vuelca a su ala popular a las filas políticas de las masas explotadas.
Pero, en segundo y fundamental lugar, hay que considerar las experiencias concretas del estudiantado de izquierda europeo y francés. El estudiantado de izquierda francés ha pasado la experiencia y ha sufrido las consecuencias de la guerra colonial en Argelia y de la capitulación del PC francés ante esta guerra colonial. Sobre la tremenda crisis dejada en la juventud francesa por la guerra colonial han trabajado luego la crisis chino-soviética, el triunfo de la revolución cubana, el auge heroico de la revolución vietnamita, la rebelión negra en Estados Unidos, el Che Guevara y la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Olas). Todas estas influencias prepararon los programas y las respuestas del estudiantado francés ante la creciente prepotencia del degaullismo.
Las manifestaciones estudiantiles vienen creciendo en Francia desde el año pasado. Preparados por la experiencia política anterior y por las influencias revolucionarias recibidas, el estudiantado comenzó a dirigir sus manifestaciones hacia las barriadas obreras. Aquí, en este esfuerzo consciente del estudiantado revolucionario por salir del marco académico y pequeño burgués y por formar parte del pueblo explotado, empalma su lucha revolucionaria con la de la juventud obrera.”
Además de la evidente ventaja de incorporar los hechos, esta lectura integral del movimiento estudiantil adelanta lo que será otro aspecto conflictivo de las caracterizaciones de la prensa burguesa, el rol de la clase obrera en los acontecimientos de Mayo de 1968.
De la ociosidad al oportunismo
El lugar que cabe a la clase obrera en la opinión de la prensa burguesa es un tanto confuso. Si bien en la cobertura diaria de los acontecimientos, los actores sociales se encuentran en general diferenciados e identificados, en lo que hace a las notas de opinión y editoriales pareciera haber ocurrido alguna suerte de espasmo. En la revista argentina Primera Plana, la nota de Mariano Grondona atraviesa varios de estos espasmos. En primer lugar, identifica el surgimiento de una nueva clase social:
“Francia, como sociedad industrial, sufre un fenómeno que es mundial: la aparición de una nueva clase social que no encuentra su lugar en las estructuras existentes. Esta clase es la de los técnicos, profesores y estudiantes, que hoy son irremplazables (…) Son los nuevos proletarios. Dueños como los antiguos de un arma decisiva: la mano de obra -diríamos los ‘cerebros’ de obra- de la sociedad industrial. Y, al mismo tiempo, radicalmente disconformes con su suerte.”
Grondona pareciera acercarse a la idea de que la descomposición capitalista empuja a un sector importante de la intelectualidad a compartir la suerte del proletariado, pero la fineza del análisis lo evade. Da luz, en cambio, a una inesperada “nueva clase social”, un “nuevo proletariado” que sería propio de las “sociedades industriales”. En cuanto al proletariado “tradicional”, éste está o bien ausente o, lo que es más probable, en identidad absoluta con el sindicalismo:
“En Francia, el fermento estudiantil encontró el ambiente propicio de un sindicalismo y una oposición que vieron en los disturbios la oportunidad para obtener nuevas ventajas: en el caso de los sindicalistas, aumentos de salarios y disminución del esfuerzo.”
Resulta confusa esta identidad entre obreros y dirigentes sindicales, principalmente porque son muy extensas, a lo largo de la cobertura de los acontecimientos por la prensa, las declaraciones y menciones respecto del desencuentro entre ambos y más aún respecto de los es fuerzos de la Confederación General del Trabajo (CGT), dirigida por el stalinismo, de contener el movimiento huelguístico.
Ya sea como cómplices o como oportunistas, los obreros, protagonistas de uno de los movimientos huelguísticos más grandes de la historia de Francia, enarbolan en la prensa burguesa reclamos salariales genéricos sobre los cuales no merece la pena emitir juicio de valor: “Conviene señalar, no obstante, que los trabajadores no han querido hacer causa común con los estudiantes, sino que han aprovechado la ocasión para presentar reivindicaciones profesionales”.
“Para entonces, el fulmíneo complot que los estudiantes, los obreros y los dirigentes opositores habían tratado de montar, empezó a perder altura.
De Gaulle todavía era más poderoso que sus enemigos. En realidad, es más hábil, más sereno, un estadista frente a una banda de improvisados. (…) si hay un sector de los comprometidos en la asonada que acaso obtenga ventajas de ella, ese sector es la clase baja.”
“Los obreros apuntan a más corta distancia y más concretos objetivos. Mientras que los estudiantes quieren liberarse de lo que denominan desdeñosamente la civilización del automóvil, los aparatos electrodomésticos, los obreros aspiran precisamente a comprarse coches y refrigeradores y aparatos de televisión.”
Resulta interesante señalar que la escasa o nula atención que mereció en las notas de opinión el accionar de la clase obrera, aún a pesar de haber recibido extensiva cobertura en las noticias de los acontecimientos, se fue acentuando con el paso de los años hasta llegar al oxímoron. En el libro 1968, un año revolucionario, un relevo de las publicaciones de la prensa argentina convocadas con motivo del cuadragésimo aniversario del Mayo francés reveló que: “En efecto, entre decenas de artículos que contabilizamos en los diarios porteños, en ninguno se hace referencia al acontecimiento decisivo del año 1968 en Francia: la huelga general más grande de la historia del país, acompañada de una ocupación masiva de fábricas, que colocó al proletariado galo en el centro de un sacudimiento revolucionario sin precedente en las décadas previas y sólo comparable al levantamiento obrero de 1936. Esta omisión grosera domina absolutamente todos los enfoques de las notas que aluden al célebre Mayo, violentando la condición más elemental de un artículo o comentario historiográfico: presentar los hechos concretos en cuestión”.
Del oportunismo a la contrarrevolución
El lugar que cabe al stalinismo, a través del Partido Comunista francés (PCF) y la CGT en la caracterización de los acontecimientos de Mayo de la prensa burguesa es, cuando menos, contradictorio. Como ya adelantamos, tuvieron extensa cobertura mediática, tanto las declaraciones que desde el PCF condenaban el accionar estudiantil como aventurista y ultraizquierdista, así como el arribo tardío de la CGT al movimiento huelguístico y sus intentos por contenerlo. Un ejemplo particularmente claro de ello lo encontramos en la prensa alemana:
“Diez años después de asumir el poder el general, tendrá que cambiar su posición y realizar básicas reformas. Si no lo hace, pudiera ser que los partidos de izquierda y los sindicatos no logren contener más a los jóvenes trabajadores y estudiantes.”
También así en la prensa argentina:
“La rebelión estudiantil ha perdido fuerza a causa de la actitud de los dirigentes sindicales, que miran con cierto recelo el comportamiento de los estudiantes y no están dispuestos a comprometer su lucha que tiene claros objetivos de carácter salarial y laboral, en un movimiento revolucionario cuyas motivaciones de raíz filosófica van mucho más lejos de lo que el realismo de los sindicalistas persigue en lo inmediato.”
“El movimiento estudiantil va perdiendo fuerza en la medida en que va quedando aislado. Por una parte, hacen oír su voz grupos moderados, que quieren pasar sus exámenes aunque sea con retraso y, por la otra, está el repudio de los excesos estudiantiles por parte de los dirigentes sindicales, en especial los comunistas de la CGT, que acusan a los estudiantes de ‘aventurismo político’ (…).”
“El Partido Comunista francés, uno de los más poderosos de Occidente y fiel intérprete de la línea soviética, se ha convertido en el principal freno de las violentas demostraciones callejeras de estudiantes y obreros.”
Lo que resulta contradictorio es que, salvo contadas excepciones, la tendencia en la reconstrucción del Mayo francés es a asignarle a los sindicatos y al PCF un rol inflamatorio en el desarrollo de los acontecimientos. Desde las páginas de Clarín, con indignada reprobación se sostiene que:
“Aquí han coincidido muchas complicidades, aunque ninguna tan importante como la de los comunistas franceses. Toda la filosofía y la literatura promovidas acerca de la paz han sido olímpicamente dejadas de lado por intereses electorales inmediatos, en la mejor de las tradiciones del ‘oportunismo’, que es, como se sabe, una de las más descalificadas herejías en la ortodoxia comunista.
La actitud oportunista se puso de manifiesto con el cambio de posición del Partido Comunista, que, renuente primero a apoyar la rebelión de los estudiantes, se sumó a ella con alegre entusiasmo cuando aquella demostró ser más seria de lo pensado al comienzo. Así puede explicarse la impresionante organización puesta de manifiesto por los sindicatos franceses donde la influencia del comunismo es tan significativa.”
Más allá de la certera identificación de los intereses electoralistas del PCF, la caracterización del rol jugado por éste en el desarrollo de los acontecimientos invierte las responsabilidades. Diametralmente en contra del sentido común, que se transparenta en la cobertura mediática del día a día de los hechos, sostiene que el accionar del comunismo francés propició las masivas jornadas de huelga que paralizaron a Francia. Algo similar se proponía desde las páginas de El Litoral de Santa Fe:
“Las voces populares pierden sentido al carecer de eco y de resonancia en las alturas. El parlamento deja de ser tal si se tiene en cuenta la etimología de la palabra con que se nombra. Entonces, entran en función las llamadas fuerzas de presión marginales del sistema parlamentario. Entre éstas cabe destacar, en el caso de Francia particularmente, a las organizaciones sindicales y las estudiantiles protagonistas de la rebelión desatada.”
Este tipo de lecturas, en extremo simplificadoras, reniega de los hechos, pero más fundamentalmente, como señalábamos al comienzo de esta nota, es víctima de las dificultades que supone explicar lo imposible. La ociosidad de todos los elementos estructurales que convergen en el desarrollo de una crisis de dimensiones históricas relega cualquier verosimilitud de los acontecimientos a las coordenadas de lo que sería esperable, aún cuando en los hechos no suceda. Sería esperable que la organización sindical de los trabajadores actuara en defensa de los intereses políticos de éstos. Sería esperable que la potencia comunista más grande de la historia apoyara y fomentara las luchas obreras en el mundo bajo la consigna del autogobierno obrero, actuando así como vanguardia de la clase trabajadora mundial. Sería esperable que las masas en lucha no tuvieran que movilizarse en contra de las voluntades de sus dirigentes. Pero no puede taparse con un dedo el sol y ciertamente no se puede pretender que los 46 años de burocratización del régimen soviético no lo convierten en un instrumento de la contrarrevolución.
Una lectura seria y comprometida con los acontecimientos no sólo hace justicia a los hechos, sino que pone de manifiesto el verdadero carácter de la hora de aquel mayo y, en consecuencia, la envergadura y vitalidad del movimiento de masas que lo protagoniza. Así se analizaba en la declaración, del 10 de junio de 1968, del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional, reproducido en las páginas de Política Obrera:
“La determinación de centenares de miles de estudiantes universitarios y secundarios y de jóvenes obreros de echar abajo el régimen capitalista estalló de modo tan resonante que nadie se preguntó con seriedad qué había sucedido. Los obreros también manifestaron de un modo igualmente espectacular su determinación de combatir no sólo por reivindicaciones inmediatas y contra el régimen degaullista, sino también para derribar el de la burguesía y el capitalismo. Esta determinación fue demostrada por las ocupaciones de fábricas, de estaciones ferroviarias, de usinas y oficinas de correo, sobre las cuales se izó la bandera roja. Fue demostrada por las consignas llamando al ‘poder obrero’, reclamando el ‘poder para los obreros’, que se repetían cada vez con más frecuencia en los estribillos y carteles de manifestantes. Fue demostrada por numerosos llamados espontáneos a tomar el control o a apoderarse de los medios de producción, por los llamados a tomar el poder hechos por comités o grupos colectivos de obreros y ciudadanos. (…)
Si esto no sucedió, si el Estado burgués fue finalmente capaz de tomar las riendas del poder, esto se debió exclusivamente a la traición cometida por los dirigentes obreros, sobre todo por los dirigentes del Partido Comunista francés (PCF) y de la Confederación General del Trabajo (CGT), que controlan a la gran mayoría de la clase obrera. Los dirigentes del PCF y de la CGT hicieron todo lo posible para aislar a los estudiantes y a la vanguardia revolucionaria de la masa de los obreros, dirigiendo las huelgas y ocupaciones de fábricas hacia objetivos puramente económicos, obstaculizando una medición de fuerza en la calle, donde la relación de fuerzas era altamente favorable a la revolución, paralizando la reacción contra la violencia represiva, obstaculizando el armamento de piquetes y la organización de una milicia estudiantil y obrera, presionando para la aceptación de elecciones ofrecidas por un poder acosado, y dividiendo y ahogando las huelgas, hasta que su propia actitud vacilante y el decidido discurso de De Gaulle provocaron la primera pausa.
Esta traición es una consecuencia de su adhesión a la doctrina de la ‘coexistencia pacífica’ del Kremlin. El Kremlin piensa que De Gaulle debilita la posición del imperialismo norteamericano en Europa, y el Kremlin teme mortalmente la perspectiva de un alza revolucionaria en Francia.”
La caracterización del accionar del stalinismo es aquí coincidente con los registros de los observadores internacionales que desde la prensa registraban el día a día de los acontecimientos. El carácter contrarrevolucionario de la burocracia sindical y de la dirigencia del comunismo francés nos acerca a la temática central y final de este artículo: ¿cuál es el carácter del Mayo francés?
De la crisis política a la revolución cultural
La perspectiva más generalizada desde la prensa burguesa es la que tiende a minimizar los acontecimientos de 1968. En parte, porque desconoce las causas estructurales que descomponen el régimen de posguerra y las contradicciones inexorables del desarrollo capitalista que operan detrás de la cada vez más aparente prosperidad de fines de los ’60. En parte, porque allí donde le es posible escinde movimientos, luchas y estallidos sociales unos de otros. Pero principalmente porque entiende, producto de la experiencia, el carácter pedagogizante que tienen las grandes luchas de tendencia revolucionaria.
La negación de la crisis ocupa, sin lugar a dudas, el mayor acto de voluntarismo de la prensa burguesa. Desde las páginas de Clarín:
“No resulta fácil formular una apreciación convincente que dé razones de esta grave crisis. Nos sentimos inclinados a pensar que ella es más aparente que real, más espectacular que profunda. Y que, en consecuencia, habrá de producir resultados mucho menos decisivos que los que anticipan algunos observadores inquietos o interesados.”
Es quizá por la inverosimilitud de una “crisis aparente” que la lectura contemporánea de los hechos que parece ser predominante en la prensa es otra. La idea de que el Mayo francés se trató de una crisis política producto de la necesidad de atrasadas reformas parlamentarias de tendencia democratizante, fue reproducida en numerosos medios periodísticos:
“El desorden callejero es el sustituto trágico del orden parlamentario desvirtuado. Desde este punto de vista, el parlamento funciona como válvula de seguridad. Puede evitar o disminuir, cuando menos, el poder de la explosión del descontento en las situaciones críticas. Personalidades con menos de excelencia política y patriótica que De Gaulle cayeron víctimas del monólogo y del coro complaciente que lo acompañaba. (…) Con todos sus vicios e imperfecciones, la democracia sigue siendo más eficaz que los sustitutos concebidos para reemplazarla.”
“En todo caso, vistas las cosas desde el exterior, se comprueba que cuando en un régimen no existen válvulas de seguridad y se trata con desdén a los cuerpos representativos, los grupos que quieren hacer oír sus protestas, al no disponer de tribuna apropiada, ocupan la calle. Si la Quinta República no es capaz de renovarse, no durará mucho. Tal es la lección que todo demócrata debe extraer de estos acontecimientos.”
“¿Quién quiere ahora un De Gaulle británico? Mientras el viejo general estuvo en lo alto, era fácil para algunos británicos envidiar la firme actitud de su régimen autoritario. Pero no es fácil también olvidar el precio que un país como Francia ha de pagar por ello.”
Las lecturas en clave “política” como las aquí reproducidas cuentan con varias ventajas respecto del punto de vista argumentativo. En primer lugar, contienen los acontecimientos dentro de las coordenadas de la política burguesa, desembarazándose de la problemática del potencial revolucionario de la clase obrera y el estudiantado en lucha.
En el peor de los casos, el desarrollo de los acontecimientos llevaría a la caída del régimen de De Gaulle y la instauración del Frente Popular. En segundo lugar, permite presentar las bondades de la democracia como el horizonte inexpugnable que garantiza la paz social. Y, por último, mantiene a la crisis en cuarentena dentro de Francia.
Más allá de todas estas bondades, lo emblemático del Mayo del ’68 trascendió las páginas de los diarios y penetró en la conciencia colectiva. Las interpretaciones y representaciones de aquella masiva movilización de masas debieron aggiornarse. Siendo imposible despojarla totalmente de su carácter revolucionario, surge, de lo que parece una extraña combinación de múltiples de los elementos hasta aquí señalados, la noción complaciente de revolución “cultural” que predomina entre intelectuales y especialistas. Un entrecruzamiento de un contexto político autoritario y poco democrático con la energía de los jóvenes estudiantes que enarbolan banderas de lucha ajenas, inspirados por el Che Guevara y la lucha vietnamita, pero que se traducen en un aventurismo estético que desafía los patrones de la cultura de posguerra.
Las enseñanzas del Mayo francés
Como no es de extrañar, resulta triste el lugar que la burguesía reserva en sus anales a las luchas que los explotados le disputan con voluntad revolucionaria. Peor que el olvido es la desfiguración inverosímil con que trata a sus más dignos oponentes. Por ello es justamente necesario revisitar los acontecimientos, revisitar las virtudes, los aciertos, pero también las insuficiencias. Disputar la vigencia de lo que aquel Mayo tuvo para enseñar sobre la vitalidad revolucionaria de la clase obrera y la tarea inexorable de su organización.
Laura Vázquez
* Laura Vázquez es docente de historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA e investigadora independiente.
1. Clarín: “De Gaulle, Rumania, Europa”, 19 de mayo de 1968.
2. Clarín: “La crisis francesa”, 24 de mayo de 1968.
3. Política Obrera: “Los acontecimientos franceses reflejan toda la situación internacional”, N° 31, 10 de junio de 1968.
4. René Payot: “La desubicación del estudiantado”, en Le Journal de Geneve, publicado en Clarín, 24 de mayo de 1968.
5. “Estudiantes: un 10 en disturbios”, Primera Plana, de mayo de 1968.
6. Clarín, “La crisis francesa”, 24 de mayo de 1968.
7. Política Obrera: “Seguir el ejemplo…”, N° 31, 10 de junio de 1968.
8. Primera Plana, “Claves para Francia”, 4 de junio de 1968.
9. Ibídem.
10. René Payot: “La desubicación del estudiantado”, en Le Journal de Geneve, publicado en Clarín, 24 de mayo de 1968.
11. Primera Plana: “La segunda Revolución Francesa”, 23 de mayo de 1968.
12. Clarín: “Cede la presión del estudiantado”, 22 de mayo de 1968.
13. Rieznik, P., et al. (2010), 1968, un año revolucionario, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
14. “Rundschau”, Francfort, publicado en Clarín, de mayo de 1968.
15. Clarín: “Cede la presión del estudiantado”, 22 de mayo de 1968.
16. Clarín: “La habilidad de Charles De Gaulle”, 24 de mayo de 1968.
17. Clarín: “Los comunistas franceses no apoyan los desórdenes”, 27 de mayo de 1968.
18. Clarín: “La crisis francesa”, 24 de mayo de 1968.
19. El Litoral: “Experiencias para la reflexión”, 4 de junio de 1968.
20. Política Obrera: “Las primeras lecciones del alza revolucionaria en Francia”, 1° de julio de 1968.
21. Clarín: “La crisis francesa”, 24 de mayo de 1968.
22. El Litoral: “Experiencias para la reflexión”, 4 de junio de 1968.
23. Le Journal de Geneve: “La desubicación del estudiantado”, publicado en Clarín, 24 de mayo de 1968.
24. “Daily Sketch”, publicado en Clarín, 21 de mayo de 1968.
25. Rieznik, P., et al (2010): 1968, un año revolucionario, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
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