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lunes, octubre 22, 2018
Picasso: el largo verano de 1917
Arlequín acodado (1917)
El 8 de junio de 1917, Picasso llega a Barcelona. Hacía trece años que había abandonado la ciudad para vivir en París, aunque había vuelto en repetidas ocasiones, con fugaces visitas. Llegaba ahora desde Madrid, donde había pasado una semana con ocasión del estreno de Parade, de los Ballets Rusos de Diaghilev, y permanece en Barcelona casi seis meses, un largo verano que se prolonga hasta el 19 de noviembre, con algunos rápidos viajes fuera de la ciudad, antes de regresar a Francia. Picasso volverá a Barcelona en 1928, brevemente; en 1933, para pasar una vacación con Olga; y, aún, en el verano de 1934, en un periplo que les lleva a San Sebastián, Madrid, Toledo y Barcelona. Después, el estallido de la guerra civil y la victoria fascista cerrarán para siempre las puertas de España, y de Barcelona, a Picasso.
En 1917, es ya un pintor muy reconocido, a quien vigila la policía francesa, por sus relaciones con los marchantes alemanes Daniel-Henry Kahnweiler y Justin Thannhauser, e incluso escribe informes sobre sus actividades. Llega en un año difícil, premonitorio. Parece una casualidad, o un aviso del destino: Picasso vive en Barcelona la Asamblea de parlamentarios catalanes en el ayuntamiento de la ciudad, que presentará una propuesta de autonomía a Eduardo Dato, el presidente del gobierno; asiste también a la muerte del presidente de la Mancomunitat de Catalunya, Prat de la Riba, que será sustituido por Puig i Cadafalch; y, aún, respira la huelga general revolucionaria de agosto, con tiroteos en las calles y retenes de soldados por las esquinas, y recibe los ecos, más lejanos, más decisivos, de la proclamación de la república en Rusia, en septiembre, y, después, noticias de la revolución bolchevique que triunfa en Rusia, mientras la gran guerra, aunque distante, se refleja en los periódicos y en los ambientes intelectuales: en febrero, se había inaugurado en la ciudad una exposición en las Galerias Layetanas con obras de Pablo Gargallo, Ramon Casas, Joaquim Mir, Santiago Rusiñol, Isidre Nonell y otros, a beneficio de los soldados españoles que combatían con el ejército francés, y se celebró una serie de conciertos de música francesa en el Palau de Domènech i Montaner. A Picasso, en ese largo verano, le sorprende también en Barcelona la aparición de una nueva vanguardia: a principios de julio, Tristan Tzara publica en Zúrich el primer número de la revista Dada, aunque Picasso no lo sabe, y Marinetti divulga el Manifiesto de la danza futurista.
Picasso había abandonado Barcelona en 1904, por París: ansiaba la gloria y el fulgor ardiente del éxito. Doce años después, en agosto de 1916, Jean Cocteau y Erik Satie, que están en tratos con el empresario teatral ruso Serguéi Diághilev, convencen a Picasso para que diseñe los decorados, el vestuario y el telón del ballet Parade del productor ruso. Tras unos meses de conversaciones, formalizan el acuerdo, que contempla unos honorarios de cinco mil francos para el pintor, más otros mil francos para que vaya a Roma y empiece a trabajar. Picasso viaja a la ciudad del Tíber con Cocteau, se instala en el Grand Hotel de Russie, en via del Babuino, y alquila un estudio en el número 53 de la via Margutta, junto a la Piazza di Spagna y la Villa Medici, que dibuja en esas semanas con pasión. Recibe a Ígor Stravinski, y, sobre todo, conoce a Olga Jojlova, una bailarina rusa, viviendo en la capital italiana desde mediados de febrero de 1917 hasta el 18 de mayo, y aprovechando esas semanas para visitar también Nápoles, Pompeya y Herculano, y Florencia. Vuelve a París para asistir al estreno de Parade, Les Sylphides, Petrouchka, Soleil de Nuit, en el teatro del Châtelet; la obra de Cocteau y Satie, con decorado de Picasso, se dedica a los mutilados de la gran guerra, que hace años que agota las fuerzas de Europa. Es un acontecimiento: al debut asisten relevantes personajes de la vida social parisina, escritores, políticos, artistas: Paul Morand, Marcel Proust, Apollinaire, Auguste Renoir, Juan Gris, Stravinski, Debussy, y muchos otros, pero la sesión es un estrepitoso fracaso, el público rechaza la música de Satie (que contaba con un despliegue coral donde no faltaban las sirenas de vapor) y el vestuario diseñado por Picasso. Todos los colaboradores tienen que soportar los insultos del público, y la tensión llega al extremo de que Satie se pelea durante la representación: el asunto terminará en los tribunales, donde el músico es condenado al pago de una multa.
El fracaso no hace desistir a Diaghilev, que, el 30 de mayo, parte con la compañía hacia Madrid, desde la estación de Orléans. Picasso acompaña a la troupe, instalándose en el hotel Palace de Madrid. Tras su ruptura con Fernande Olivier y la muerte de Eva Gouel, Picasso había tenido amantes fugaces hasta que aparece en su vida Olga Jojlova, que le fascina, y a quien acompaña a todas horas. En esos días madrileños, la bailarina rusa participa en los ensayos y representación de Las mujeres de buen humor, que cuenta con decorados de Mijaíl Lariónov, y Picasso asiste a la cena que le organiza Ramón Gómez de la Serna en el antiguo Café Pombo. El 8 de junio, llega a Barcelona, sin sospechar que pasará muchos meses en la ciudad: el país está inmerso en la crisis de las Juntas de Defensa militares, y un nuevo gobierno, de Eduardo Dato, sustituye al de García Prieto. Dato, que apenas dura unos meses en la presidencia, suspende a finales de junio las garantías constitucionales por la “agitación obrera”, y será sustituido a su vez por un gobierno de concentración de García Prieto en noviembre. También sorprende a Picasso el relevo en el ayuntamiento de Barcelona: Manuel Rius dimite y le reemplaza Antonio Martínez Domingo, que apenas dura un mes en el cargo; relevado a su vez por Lluís Durán y Ventosa, y, tras las elecciones municipales de noviembre, por Juan José Rocha, del Partido Republicno Radical de Alejandro Lerroux. Picasso, que se aloja en casa de su madre, en el número 3 de la calle de la Mercè, junto a la basílica, donde también viven su hermana y su marido, Juan Bautista Vilató, con sus dos hijos, vive su amor con Olga Jojlova, pero atiende también a su familia, y se fotografía con sus dos sobrinos, su hermana y su madre, en el terrado del edificio.
Encuentra una ciudad distinta, que había atravesado la dura prueba de la huelga de 1909 (la semana trágica, para los conservadores y nacionalistas), y que afronta la nueva crisis del régimen de la restauración. La vida artística se concentra en pocos lugares, Barcelona sigue siendo una ciudad de provincias que mira a París, aunque empieza a crecer y la gran guerra ha hecho que algunos artistas se refugien en ella, como Picabia, Albert Gleizes, Albert Marquet, Lucien Frank, los Delaunay o el pintoresco Arthur Cravan. Los escenarios artísticos se reducen a la sala París y algunos cafés y tertulias, a los que se añaden ahora las galerías de Josep Dalmau de la calle del Pi (quien ya había organizado una exposición cubista en 1912, y colaborado con Picabia para su revista 391, cuyos cuatro primeros números aparecen en los primeros meses de 1917, con la colaboración de Olga Sacharoff y Josep Dalmau) y las Galerías Layetanas de la calle de las Corts catalanes, fundada en 1915 por el marchante Santiago Segura. Barcelona es la España neutral de la gran guerra, pero tiene simpatías francesas. En ese año 1917, se organiza en el Palacio de Bellas Artes una exposición de pintores franceses impresionistas, con el apoyo del gobierno galo, quien en la clausura de la muestra en julio otorga la Legión de Honor a Casas, Rusiñol, Zuloaga, Sert, Llimona y Clarà por su papel en los actos que, de hecho, habían sido propaganda del bando de la Entente. Rusiñol viajará después a Italia, con Unamuno, Américo Castro y Manuel Azaña, y publicará diversos artículos sobre la guerra en L’Esquella de la Torratxa; y participa, asimismo, en el álbum de ilustraciones y poemas que publican artistas catalanes (Gargallo, Llimona, Ricard Canals, Apel.les Mestres) que entregan al mariscal Joffre, revelando el alma francesa de la ciudad.
Picasso se reencuentra con sus viejos amigos, y se relaciona con otros. La ciudad había sufrido un fuerte temporal en febrero que causó graves daños en la Barceloneta y el Poble Nou, y gran destrucción en los barrios de barracas del Somorrostro y de Pekín, agazapados en las playas. El 13 de junio, se celebra una cena en el Au Lion d’Or, en la Rambla, donde Picasso se encuentra con Francisco Iturrino, Alexandre Riera, Jaume Brossa, Pablo Gargallo, Santiago Segura, y conoce a Salvat-Papasseit, un joven poeta de simpatías anarquistas y socialistas que ejercía de redactor jefe de la recién creada revista Un enemic del poble, con quien inicia una corta amistad: Salvat muere apenas siete años después. Tres días después, el pintor asiste a otra comida en las Galerías Layetanas, organizada para honrarle a él, a Iturrino y a Gustavo de Maeztu, en el curso de la cual Miquel Utrillo encabeza la iniciativa de una colecta para comprar un cuadro de Picasso destinado al museo de la ciudad. Ese mismo día, Miquel Utrillo y Eugeni d’Ors se pelean gravemente en la Escuela de Bellos Oficios, insultándose y llegando a las manos, hasta el punto de que tuvieron que ser separados por los asistentes; la querella obedece a que Utrillo excluye a d’Ors de la lista de participantes en otro festejo que está organizando en honor de Picasso; pocos días después, d’Ors es nombrado director de Instrucción Pública de la Mancomunitat de Catalunya. A la mañana siguiente, Picasso viaja a Madrid, como le han pedido Diaghilev y Olga Jojlova, donde el 19 de junio tiene lugar la clausura de los Ballets Rusos en el Teatro Real, que reciben muchas críticas. En el programa se incluye Parade, como había pedido Alfonso XIII. Picasso, como pintor de relieve internacional es presentado al monarca y a los personajes de su corte; y, dos días después, la compañía de los Ballets Rusos, a quien acompaña Picasso, viaja a Barcelona y se instala en el hotel Ranzini, al lado de la casa donde vive la madre de Picasso y donde él también vuelve a alojarse. El estreno en el Liceo, con diversas piezas, está previsto para el 23 de junio, con decorados de Natalia Goncharova, Borís Anisfeld, Mijaíl Lariónov, Josep Maria Sert y Alexandre Benois, pero Diaghilev se pelea con Vaslav Nijinski, el bailarín principal, que abandona la compañía y se marcha. Picasso asiste al estreno, donde se encuentra con Robert Delaunay, quien, incisivo, enviará una carta a Albert Gleizes dando cuenta del encuentro: “he coincidido con el jeta de Picasso”.
Pocos días después, el 4 de julio, la compañía se va en un vapor a América, donde tiene actuaciones previstas en Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro y Sao Paulo, pero Olga Jojlova se queda en Barcelona con Picasso, como Diaghilev. Tres días después, el pintor asiste a una cena y fiesta en el Gran Restaurante Tibidabo, donde también acuden Casas, Rusiñol, Utrillo, Josep Maria Sert, Zuloaga y otros. La situación se ha complicado: Olga disponía de un visado de grupo con los Ballets Rusos, pero no dispone de documentación propia para viajar, a causa de la revolución rusa de febrero; no puede volver a París. Picasso, que quiere casarse con Olga, mueve sus influencias en Francia y, tras muchos contratiempos, consigue, a través de la ilustradora Valentine Gross, resolver el lío el 16 de octubre. En la espera, según Max Jacob, Picasso le escribe cada semana anunciándole su retorno a París, sin llevarlo a cabo.
Picasso pasea con Olga por la ciudad, se fotografían en la rambla, ante el mercado del paseo de Colón (que ocupaba el solar del viejo convento gótico de San Francisco, derribado tras la desamortización de Mendizábal y donde una década después de ese largo verano de 1917 construirían el edificio del Gobierno Militar); se retratan con los leones de hierro de Agapito Vallmitjana y Josep Carcassó de la columna del navegante genovés, y en el Tibidabo. En ocasiones, también se escapan: el 14 de julio, va con Olga a Comarruga, al Gran Hotel Balneario Oriental Miramar, donde pasan una noche, tras haber llegado en tartana desde la estación de tren de Sant Vicenç de Calders. Durante los meses que vive en Barcelona, Picasso pinta en el taller que Rafael Martínez Padilla tenía en la rambla, cerca del puerto, frecuenta los círculos sociales, va a teatros y cabarets. Asiste también a los garitos del Paralelo y de Conde del Asalto (hoy, Nou de la Rambla), y el día 15 de octubre acude al Edén Concert (delante del palacio de Eusebi Güell, quien ya vivía en la masía Larrard) donde se despedía la “divette” Conchita Ulía. El 14 de octubre asiste a una novillada en la plaza de las Arenas, corrida que le notifica a Apollinaire en una carta donde le explica que se encontró en ella con Picabia.
En ese largo verano barcelonés, Picasso trabaja entre el cubismo y trazos realistas y expresionistas, mientras sigue empeñado en buscar nuevos caminos artísticos. Pinta y dibuja a Olga, sus manos, su peinado, su rostro; la vemos en Olga Jojlova con mantilla, también en Mujer sentada, y en Mujer en una butaca, ambos de factura cubista. Pinta esos retratos en las habitaciones del hotel Ranzini, adonde iba cada día. Ambos se fotografían también en el balcón, y pinta allí el cuadro El paseo de Colón, con la columna del navegante y la bandera rojigualda. París queda lejos, y sus amigos se lamentan: pocos días de su cumpleaños del 25 de octubre, Picasso recibe una carta de Max Jacob y una postal de Gertrude Stein. También le escribe Juan Gris, quejoso: “Ni una sola vez desde que estás en España me has escrito”.
Ha empezado a llegar el frío. El ballet de Diaghilev y Massine vuelve a Barcelona desde América, y se instala también en el hotel Ranzini. Actúa en la ciudad entre el 5 y el 18 de noviembre, mientras la prensa habla de “los bailes rusos”. El día 10 de ese mes se estrena Parade, en el Liceo, con la música de Satie y el decorado de Picasso; el programa de mano anuncia El Pájaro de fuego, Parade y Cleopatra: pero aunque el gran teatro se llena a rebosar, el espectáculo es un fracaso; el público cree que se burlan de él, e incluso hay enfrentamientos y bofetadas en los pisos altos del coliseo. La crítica es feroz: La vanguardia llega a hablar de que la representación debe tomarse a risa, y pedirse a Francia la extradición de Picasso; el diario se explaya: “Se trata, como ya hemos dicho, de un intermedio cómico musical propio de un circo, donde lo más atrayente es un caballo cubista representado con mucha propiedad por dos bailarinas. El caballo y los demás personajes de la payasada, que el autor llama poema escénico, dialogan a coces y la orquesta comenta sus pataditas con un ruido que llamaríamos paradojal, siguiendo el uso cubista de adjetivos, si no tuviera mucho de relincho.” La vanguardia, que deja a caer de un burro a Parade, se muestra satisfecha, en cambio, con El pájaro de fuego y Cleopatra, que califica de “admirables”; mientras descalifica la “extravagancia” de Parade: “nos tiene sin cuidado que en el extranjero se diviertan con semejantes majaderías. Aquí también en esto somos neutrales.” Parade es criticada también por L’Esquella de la Torratxa, que alude al ballet como “unas cuantas extravagancias musicales y coreográficas”. La dura crítica del diario de Godó será refutada por Eugeni d’Ors en El Poble Català, aunque de forma anónima. Durante el estreno, su hermana y su cuñado Vilató presentan a Picasso a un joven pintor de apenas veinte años: se llama Joan Miró.
La gran guerra parecía estar lejos, aunque los soldados seguían desangrándose en las trincheras. Esos meses barceloneses, que atraviesan la huelga general de agosto y la revolución bolchevique de octubre en la lejana Rusia, parecen anunciar la larga marcha de los pobres para abandonar la intemperie de la historia. La huelga convocada para el 13 agosto de 1917 (que llegó precedida por el manifiesto de CNT y UGT de marzo, que habían acordado Salvador Seguí, Ángel Pestaña, Largo Caballero y Julián Besteiro, donde anunciaban una huelga general indefinida) pretendía un cambio de régimen, y quería conseguir un gobierno provisional que convocase a elecciones a Cortes constituyentes. Sin embargo, fue convocada precipitadamente, forzados los socialistas por una huelga de ferroviarios que no podían dejar aislada. El régimen de la restauración actuó sin contemplaciones: declara el estado de guerra, aprueba la autorización para llamar a filas a quienes estaban en la reserva, impone la censura militar a la prensa, y recurre al ejército, que acudió a las calles donde surgieron protestas, mientras se suceden los tiroteos en la Rambla, en el Paralelo, en la calle de los Ángeles, Gracia, en fábricas de Sant Martí de Provençals, ante la Aduana del puerto, que causan ya seis muertos en los dos primeros días, cifra que irá aumentado hasta varias decenas, acompañados del cierre de sedes obreras, anarquistas y socialistas por la policía, mientras la tropa, con artillería, ocupa lugares estratégicos de la ciudad, con el aplauso de la burguesía y de la gente de orden y el entusiasmo del nacionalismo catalán. Sin dejar nada al azar, el capitán general José Marina Vega (un sanguinario militar ampurdanés, veterano de las colonias de Cuba, Filipinas y Marruecos) promulga un bando obligando a mantener abiertas ventanas y balcones, con las persianas levantadas, para prevenir tiroteos desde las casas; amenaza con la pena de muerte a quienes se resistan, y ordena a las tropas que utilicen la artillería para demoler las casas desde donde disparan a los soldados, mientras recibe en Capitanía a relevantes burgueses de la ciudad que le ofrecen incondicionalmente su apoyo y rinden pleitesía al ejército.
Si la abdicación del zar Nicolás II cogió a Picasso en Roma, en noviembre le sorprende en Barcelona la revolución bolchevique, cuyas consecuencias está lejos de imaginar y que le llevarán a él mismo a adherirse años después al partido comunista. En esos días, la prensa barcelonesa difunde informaciones fragmentarias, vagas, sobre la revolución de Lenin. Así, La vanguardia publica una pequeña información: “Nota rusa. Son muy confusas aún las noticias de Petrogrado. Sólo se sabe que Krensky [sic] fue detenido y que el “soviet” de Petrogrado organiza el poder. Del resto de Rusia apenas se sabe nada.” Pero, al mismo tiempo, da cuenta de la detención de Kerensky y de su posterior huida, así como de la actividad de Trostki, de que “los periódicos burgueses de Moscú han dejado de publicarse”, que el sóviet controla la ciudades de Minsk y Petrogrado, y que en el Instituto Smolny se prepara la composición del nuevo gobierno revolucionario que deberá sancionar el Congreso de los Sóviets. Los Delaunay, que están otra vez en Barcelona, se interesan por esas noticias. En sus memorias, Sonia Delaunay escribe: “En la rambla de Barcelona nos enteramos de la victoria bolchevique”.
Justo cuando terminan las representaciones de los Ballets Rusos en el Liceo, el 19 de noviembre, Olga recibe al fin la noticia de que puede recoger en Madrid la documentación necesaria para volver a París. Viaja a la capital, con Picasso, y se instalan en el hotel Palace, entre el 19 y el 25 de noviembre. En esos días, Picasso se encuentra con Falla, con quien debía colaborar en un ballet, El tricornio, que se estrenaría en Londres el 22 de julio de 1919. Finalmente, el 26 de noviembre Picasso y Olga Jojlova llegan a París, y el pintor va a su casa de Monrouge, en la calle Víctor Hugo, 22, adonde le sigue la policía. Termina así el largo verano de 1917, que cierra para Picasso el imprevisto período barcelonés de bailes rusos, amores ucranianos, viejos amigos, fiestas, y, también, huelgas, entre barricadas y pelotones de fusileros que perseguían proletarios por los aledaños de la rambla, cuyas demandas y gritos revolucionarios, en el reflejo de la revolución bolchevique, tanto iban a influir en su vida.
Higinio Polo
El Viejo Topo, octubre de 2018
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