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sábado, noviembre 10, 2018
Estados Unidos: Balance de las elecciones legislativas
Los resultados no dotaron a Trump de los recursos políticos necesarios en relación con la agenda y los desafíos que tiene por delante
Las elecciones legislativas han dejado un panorama político abierto. Los demócratas recuperaron el control de la Cámara de Representantes. Según los últimos cómputos, sumarían 30 bancas más y superarían así, holgadamente, las 23 que necesitan para conquistar la mayoría. Por su parte, los republicanos mantienen la primacía del Senado, e incluso han ampliado el número de su bloque.
Todos los contendientes se adjudicaron la victoria, empezando por el propio Trump. Es cierto que la ola “azul” (color con que se identifica a los demócratas) no se produjo. El jefe de la Casa Blanca logró sortear el trance electoral y seguir en pie. Pero los resultados distan de dotarlo de los recursos políticos necesarios en relación con la agenda y los desafíos que tiene por delante. El desenlace electoral no lo aproxima al respaldo que necesita para el afianzamiento de un régimen de poder personal, de carácter bonapartista, ante las crisis y conflictos que debe abordar en el frente interno y en el plano internacional: la crisis migratoria, el agravamiento de la guerra comercial (en primer lugar con China), la extensión del escenario bélico a escala global y el desarrollo de la bancarrota capitalista, cuyos efectos se hacen sentir con especial fuerza en el desplome de Wall Street. La caída de la Bolsa ha encendido las alarmas de la economía estadounidense y dan cuenta de la fragilidad de la publicitada recuperación económica de la que se jactaba Trump.
Corresponde destacar que Donald Trump hizo hincapié en que estos comicios era un plebiscito de su gestión. En ese cuadro, y en el cómputo total de votos, “el New York Times está proyectando 9 puntos de diferencia en favor de la oposición. La última vez que los demócratas lograron un triunfo similar fue en 2008, cuando Estados Unidos estaba en mitad de un colapso económico y empantanado en una guerra extremadamente impopular en Irak” (El País, 7/11). En esta elección se reprodujo lo ocurrido en la contienda presidencial de hace dos años: los demócratas cosecharon dos millones de votos más que los republicanos, pero perdieron las elecciones, en este caso las del Senado. Ello revela, por un lado, el carácter antidemocrático y distorsivo del régimen electoral estadounidense y, por el otro, resalta los límites de la gestión de Trump para los dos años que le restan de mandato. Por lo pronto, la mayoría opositora en la Cámara de Representantes será un obstáculo para la aprobación de leyes que la Casa Blanca tiene en carpeta.
Ni qué decir que, en el nuevo escenario, podrían activarse las investigaciones contra el presidente y hasta el pedido de juicio político, aunque es difícil que progrese porque su aprobación final debe pasar por el Senado. El resorte senatorial le sirve también para el nombramiento de jueces de la Corte.
Realineamientos
Las elecciones han puesto de relieve la creciente descomposición de los partidos tradicionales. Así como Trump irrumpió como un “advenedizo” por derecha en las filas del Partido Republicano, lo mismo se constata en el Partido Demócrata, pero hacia la izquierda. Una legión de jóvenes, mujeres y representantes de las minorías han irrumpido en el escenario político y enfrentado al personal más conservador que ha manejado históricamente los hilos del partido. El fenómeno que se insinuó con Sanders en 2016 se ha multiplicado.
Con los resultados disponibles, el Capitolio pasa a tener al mayor número de congresistas mujeres de su historia. Esto da cuenta del lugar ganado el movimiento de la mujer, vigorizado por la ola “Metoo”, que apuntó sus cañones contra el presidente acusado de abusos por varias mujeres y que se ha caracterizado por sus comentarios misóginos. Por primera vez un homosexual declarado fue electo gobernador en Colorado, mientras Alexandria Ocasio-Cortez, de Nueva York, se convirtió, con 29 años, en la mujer más joven elegida nunca en la Cámara de Representantes. La victoria de Rashida Tlaib en Michigan significó la llegada del primer musulmán al Capitolio. A esto se suma, el ingreso de representantes de las minorías latinas.
Esta candidaturas han logrado despertar el entusiasmo en las filas de Partido Demócrata, en particular en la nueva generación. Su postulación fue acompañada de una gran movilización y fueron capaces de contagiar en el interés por concurrir a votar a quienes que se habían abstenido de hacerlo dos años atrás con la nominación de Hillary Clinton. El número de votantes fue superior a la elección de medio término de 2014. En la agenda de estos “outsiders” figuran reivindicaciones sociales ignoradas por el establishment demócrata, como un salario mínimo de 15 dólares, la defensa del seguro de salud y su ampliación, y la supresión de las restricciones migratorias. Así quedó expuesto el abismo creciente entre la cúpula del Partido Demócrata y su base popular de adherentes y votantes.
La cuestión migratoria estuvo ausente en la propaganda oficial demócrata, cuando Trump hizo del ataque a los migrantes uno de los ejes centrales de la campaña republicana. Esto no debe extrañar si tenemos presente que Obama fue un deportador serial bajo su mandato.
Trump explotó la pusilanimidad de los demócratas pero, aún así, no pudo evitar que se produjera un vuelco en el voto. A las conquistas demócratas en el Congreso hay que sumarle nuevas gobernaciones en los estados de Michigan, Illinois, Nuevo México y Kansas, que emparejan el reparto de Estados del país. En distritos industriales, como Michigan, ello indica un desplazamiento en la clase obrera que en 2016 votó por Trump. En Texas, un distrito con mayor peso de la población rural e históricamente republicano, se produjo una gran votación al candidato demócrata, aunque no alcanzó para una victoria. Como lo señalaron algunos analistas, allí se coló el descontento de los ruralistas, que soportan una caída de los precios de la soja debida a las represalias de China.
La política del gobierno ha provocado una creciente división en la burguesía. Un sector de ella es reacia a la guerra comercial y señala que ella amenaza con provocar un dislocamiento de la economía mundial. Los aranceles encarecen los costos industriales, aumentan los precios al consumo y perjudican las exportaciones. La guerra comercial, monetaria y financiera, señalan, agudiza la tendencia al cierre de los mercados por parte de los países afectados por las medidas adoptadas en Washington. Otro punto de controversia gira en torno de la inmigración, cuyas restricciones chocan con la clase capitalista que usufructúa la mano de obra migrante.
Perspectivas
La política de Trump encierra contradicciones explosivas, tanto en el plano interno como en el internacional. Washington apuesta a sobrevivir ahondando esa política. Su hoja de ruta incluye un reforzamiento del Estado policial y la persecución a los inmigrantes y minorías, una acentuación de la guerra comercial, en primer lugar contra China, del militarismo y las escaladas bélicas.
Su minoría en la Cámara de Representantes debilita estos planes, aunque la mayorría demócrata defiende la gobernabilidad.
Nancy Pelosi, quien será consagrada presidenta de la Cámara de Representantes, ya adelantó que el Partido Demócrata se empeñará en una “cooperación” con la Casa Blanca, y evitará que la sangre llegue al río. De todos modos, la agenda en la cual Washington está empeñado plantea un escenario convulsivo y sólo puede abrirse paso por medio de sacudidas políticas. Esto acicateará los choques en el seno de la burguesía y en el régimen político, lo que ya se expresa en la guerra de los servicios y en la mediática, y en las denuncias que pesan sobre Trump y que, a su turno, pueden activar un impeachment.
A caballo de ello, pueden desenvolverse las tendencias a la irrupción popular, con más razón si declina la actividad económica. Este escenario es el caldo de cultivo para una polarización política y para la aparición en escena de tendencias políticas independientes de los partidos del sistema.
Pablo Heller
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