Tras una leve distensión de algunas semanas, luego de la implementación de las medidas del “nuevo comienzo”, los niveles de movilización y protesta de la clase obrera han retomado vigor e intensidad. Mediante innumerables manifestaciones de calle en las principales ciudades del país, trabajadores de diversos sectores reclaman la vulneración de sus derechos, conquistas históricas, mejoras salariales y condiciones integrales de trabajo dignas.
El ajuste nominal de salario decretado en agosto pasado ha quedado pulverizado por la hiperinflación en pocas semanas. Por otra parte, las garantías y beneficios contenidos en la totalidad de convenios colectivos suscritos anteriormente, han sido eliminados de golpe por vía decreto ejecutivo, con la publicación en septiembre de los nuevos tabuladores para la administración pública. Adicionalmente a las luchas defensivas por mejores salarios y condiciones laborales, se han sumado nuevas experiencias de tomas de fábricas. Ésto como respuesta a varios cierres patronales de plantas, que han arreciado en los últimos meses, por lo que sectores de vanguardia de la clase obrera están reavivando la lucha por el control obrero.
Enormes desafíos enfrenta la clase obrera venezolana en el crítico presente. Dispuesta a no seguir retrocediendo ante la crisis, los ataques de la clase capitalista y la ambivalencia de un gobierno cada vez más dispuesto a demoler las conquistas del pasado; la clase trabajadora nuevamente irrumpe con su fuerza en la dramática escena nacional. Para ésta no hay otra opción a la vista más que luchar.
Protestas a la orden del día
Con toda la carga de descontento e insatisfacción acumulada durante el periodo anterior, trabajadores de Corpoelec, Cantv-Movilnet, CVG, PDVSA, del sector salud –con las enfermeras a la cabeza– y del gremio docente; han emprendido múltiples formas de protesta y movilización en numerosas ciudades, que han expresado suficiente determinación y reciedumbre capaz de superar la resistencia de ciertas burocracias sindicales por una parte, y de hacer aflorar la combatividad de algunas dirigencias obreras clasistas por otra.
Empujado por la enorme presión desde abajo, el movimiento ha comprendido la participación de organizaciones sindicales afiliadas a la CBST (pro-gobierno), sindicatos de tradición clasista, e incluso, minoritarias e hipócritas corrientes de derecha, que hasta hace poco repudiaban el último ajuste salarial por considerarlo “impagable”.
Los móviles inmediatos de estas protestas responden principalmente a la imposición de porcentajes desfavorables para la base de cálculo de bonos o primas de antigüedad, por hijos, transporte, entre otras, que además difieren de las condiciones definidas en los diversos contratos colectivos suscritos; y también a la notoria desmejora en las escalas salariales, donde la diferencia entre el menor y el mayor salario en las tablas pasa a ser de 1 a 1,5. En el marco de la grave situación económica actual, el ejecutivo ha decidido aplanar hacia abajo los montos salariales en desmedro de las conquistas alcanzadas por los trabajadores en revolución, como los estatutos constitucionales que plantean la progresividad e irrenunciabilidad de los beneficios laborales, y del rango de ley del que gozan las contrataciones colectivas según la LOTTT.
Esta oleada de protestas obreras claramente ha retomado la senda del periodo anterior al último ajuste salarial, donde la movilización sobretodo de las enfermeras, los trabajadores eléctricos y de telecomunicaciones; adoptaba un cariz cada vez más tenaz y decidido. El resurgir de estas manifestaciones no suponen una vuelta a los niveles de descontento precedentes, sino que derivan de un grado de acumulación superior, potenciado por el rápido desvanecimiento de las esperanzas de mejorías en los niveles de vida –prometidas con el Plan de Recuperación y Prosperidad Económica– y los efectos de los nuevos retrocesos laborales decretados. Mientras más resueltas se han mostrado tales manifestaciones, más sectores comienzan a contemplar dejar su pasividad a un lado. Este proceso de acumulación de insatisfacciones puede alcanzar saltos de cualidad explosiva con la inminente agudización de la crisis en los meses futuros y ante la toma de mayor confianza en sus fuerzas por parte de la clase obrera.
Claramente, las luchas que evidenciamos agregan un ingrediente necesario a la convulsa situación del país: la clase obrera está tomando parte en la palestra nacional de forma cada vez más firme y su intervención marcará decisivamente los posibles desarrollos futuros.
De cara al alcance de nuevas victorias, para el proletariado nacional urge superar el crónico estado de atomización que lo aqueja. La posible intensificación de las luchas, ante la previsible continuidad en el deterioro económico y la imposibilidad del gobierno para atinar con alguna solución, debe hacer avanzar el proceso hacia la unidad y articulación nacional de la clase en la proyección y defensa de sus intereses. Se hace necesario el establecimiento de organismos de coordinación a nivel de plantas e instituciones, que escalen al ámbito local, luego estadal y finalmente nacional, a través de delegados elegidos y revocables en cualquier momento, que proporcionen dirección al movimiento obrero, permitan unificar fuerzas y faciliten la generalización de experiencias y el avance en sus conclusiones políticas. El papel a desempeñar por las dirigencias sindicales, movidas por la presión desde abajo al calor de la lucha, es crucial.
Esta organización debe exigir la apertura inmediata de los libros de cuenta en todas las empresas e instituciones públicas y privadas del país para constatar cuánto ganan los empresarios, altos ejecutivos y burócratas directores. Así mismo, tales órganos de lucha deben propugnar la vigilancia y control de todo lo que ingresa y sale de los centros de trabajo, y también la supervisión permanente de cada acción gerencial. En pocas palabras: debe exigirse la instauración del control obrero en toda la industria, para ponerla a funcionar de modo óptimo y como único medio para derrotar el boicot económico burgués.
Las luchas por el control obrero
El abandono patronal de plantas industriales viene mostrando un notorio repunte en los últimos meses. Las causas de tal escenario se desprenden de la crítica situación económica a nivel general, la escasez de materias primas, la pobre adjudicación de dólares para su adquisición, y en palabras más sensatas, la imposibilidad de la clase dominante de seguir beneficiándose de los diversos mecanismos estatales de transferencia de la hoy exigua renta petrolera.
Entre los casos más emblemáticos destacan: el cese de operaciones a nivel nacional anunciado por la patronal de Pirelli –donde aducen no poder asumir el último aumento salarial decretado–, el cierre de la empresa de envases Greif y la “desconsolidación” de actividades por parte de la multinacional Smurfit Kappa. En los dos últimos ejemplos señalados, los trabajadores han respondido con tomas de fábricas y han manifestado su disposición de re-emprender la producción bajo control obrero.
En el caso de Smurfit Kappa, empresa que cuenta con 10 plantas desplegadas en todo el país, el gobierno ha emitido una orden de ocupación por abandono patronal, de conformidad con el artículo 149 de la LOTTT. Aunque el ministro del Poder Popular para el Proceso Social del Trabajo, Eduardo Piñate, ha recalcado que “No es el gobierno que está ocupando Smurfit, es la clase obrera y trabajadora”; las experiencias recientes de ocupación estatal en Kellogg’s y Kimberly Clark –donde tras emplear la misma argumentación se impusieron gerencias militares– nos anuncian el verdadero significado detrás de estas declaraciones.
El caso particular de esta empresa resulta bastante llamativo. A pesar de que Smurfit Kappa fue objeto de financiamiento y múltiples beneficios gubernamentales en varias ocasiones, a mediados del presente año el Estado decidió intervenir su planta principal en Valencia, por la presunta incursión en prácticas de boicot económico, contrabando de extracción y sobre-precios. Ésta sería una muestra más del fracaso de la política de concesiones y estímulos a los capitalistas emprendida por el gobierno, basada en la ilusión de que la burguesía y el imperialismo invertirán en el desarrollo nacional. Una vez se conoció el anuncio de cese de operaciones nacionales por parte de la patronal, los trabajadores de varias plantas procedieron a tomarlas para resguardar las maquinarias y equipos diversos.
Vista la nefasta experiencia precedente, donde la burocracia estatal, mediante un manejo ineficiente y fundamentalmente corrupto, hundió la producción y ahogó el control obrero en numerosas empresas expropiadas y confiscadas tras el abandono patronal; existe una sana desconfianza de buena parte de la clase obrera hacia las intenciones de ocupación gubernamentales. Una capa importante de dirigentes sindicales están levantando las banderas del control obrero y se preparan para combatir contra las pretensiones burocráticas sobre las empresas abandonadas, que han demostrado ser funestas y perjudiciales en la práctica.
Son los obreros quienes echan a andar la producción y quienes conocen a cabalidad todos los procesos que se llevan a cabo en cada fábrica. Experiencias de control obrero como la de Heroínas de Aragua, (antigua Gotcha) en Maracay y Alina Foods en el estado Mérida, son muestras claras de como la capacidad y el ingenio de la clase obrera hacen prescindible la presencia de burgueses parásitos para la operatividad de los espacios productivos, y por extensión, para el funcionamiento y desarrollo de la sociedad. A diferencia del hundimiento de múltiples empresas a manos de corruptas gerencias estatales, Heroínas de Aragua y Alina Foods –por solo citar estos dos ejemplos– han mantenido sus niveles de operatividad a pesar de las adversidades de una economía nacional colapsada y las trabas impuestas por el Estado burgués y un orden económico dominado por el sector privado, obviamente hostil a estos “malos ejemplos”. La superioridad del control obrero con respecto al manejo burgués o del control burocrático estatal, se hace patente en estos casos.
Como marxistas aspiramos a que el Estado nacionalice las palancas fundamentales de la economía, pero este proceso debe ir hermanado con el necesario desmonte del aparato estatal burgués y su sustitución por un Estado compuesto por los órganos de poder obrero, que han de madurar en el marco de un clima de tensiones sociales crecientes.
En líneas generales, el control obrero es una medida transicional que manifiesta la agudización extrema de los antagonismos entre las clases en el plano industrial, produciendose una situación de doble poder en las fábricas, tanto en el control, como en la gestión productiva; que puede suscitarse antes o después de que brote la situación de doble poder en el Estado y en la sociedad en su conjunto. Como Trotsky sostuvo, el control obrero es una “escuela de economía planificada” donde la clase trabajadora se va empoderando del conocimiento científico necesario para planificar y manejar, consciente y democráticamente, la gestión de la economía a nivel general. En este sentido, debe servir como un puente para la nacionalización de los medios de producción y la planificación nacional de la economía.
En base a tales propósitos, urge en lo inmediato la conformación de un movimiento nacional que aglutine y generalice las numerosas experiencias de control obrero dispersas en la geografía nacional, para definir y unificar luchas comunes y establecer una referencia para los trabajadores que están por enfrentar futuros cierres patronales. Este movimiento no debe estar disociado de las luchas generales que emprende el resto de la clase obrera y su organización debe estar llamada a vincularse con los organismos de articulación locales, regionales y nacionales antes planteados. El bagaje y la experiencia de los trabajadores que han encarado procesos de control obrero, los dota de suficiente autoridad y sapiencia para encausar las luchas y objetivos proletarios hacia caminos acertados, y en este sentido, proporcionar una dirección a la clase obrera más propensa hacia el salto de la perspectiva reivindicativa a una revolucionaria.
Tanto la movilización de la clase obrera, como las nuevas tomas de fábricas y las luchas por el control obrero, nos demuestran que la revolución aún no ha perecido. Mientras la dirigencia bolivariana prosigue en la demostración de su bancarrota histórica, con la profundización de su nefasta política de concesiones a la clase dominante –reafirmada con la reciente entrega de nuevos financiamientos al “empresariado patriota”– y ahora apoyada en el sustrato ideológico que apela a la construcción de una “burguesía revolucionaria”; crece la necesidad de que surja una alternativa revolucionaria, capaz de rescatar la revolución del foso de decadencia y desmoralización al que la han sumergido quienes llevan el timón.
La clase obrera y sectores populares no han sido derrotados hasta ahora. El avance hacia la organización y articulación de los trabajadores del país constituye una de las tareas prioritarias para el presente de lucha. Para acelerar la consumación de tales objetivos, los revolucionarios consecuentes no debemos escatimar esfuerzos en la construcción de una nueva referencia orgánica, dotada de un genuino programa revolucionario, presta a catalizar dicho proceso. El mismo, debe ir encaminado hacia el rescate de la revolución para finalmente completarla nacionalizando las palancas fundamentales de la economía –bajo control democrático de la clase obrera–, estableciendo una economía planificada y aniquilando la podrida maquinaria estatal burguesa.
¡Por un salario y condiciones de trabajo dignas!
¡Apertura de libros de cuenta ya!
¡Fábrica parada, fábrica tomada por la clase obrera!
¡Control obrero de la producción!
¡Por el rescate de la revolución! ¡Organización de la clase obrera!
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