domingo, julio 12, 2020

Alberto Fernández, Lula y el derrumbe de los “nacionales y populares”



La necesidad y oportunidad de la Conferencia Latinoamericana de la izquierda que convoca el FIT-U.

Alberto Fernández, en la charla (virtual) organizada por la facultad de Ciencias Sociales de la UBA en la que junto a Lula da Silva fueron los principales protagonistas, decidió delimitarse del “capitalismo tal como lo conocemos”, porque “la pandemia” reveló que este “deja al margen de la sociedad a millones de compatriotas”. Unos días después anunció al “capitalismo tal como lo conocemos” que estaba dispuesto a desangrar nuevamente a la población argentina para satisfacer los requerimientos de los bonistas que “hacen número y estadísticas”. El Día de la Independencia, el “capitalismo tal como lo conocemos” copó el acto oficial en la quinta presidencial de Olivos por invitación del presidente y aclarando (como lo hicieron los titulares de la Sociedad Rural y de la UIA) que habían hecho presencia para llevar su propio programa de exigencias no bien se logre la reivindicación central: llegar a un acuerdo con los buitres a como venga para poder salir a endeudarse. El magro banderazo en defensa de la “propiedad privada” que se realizaba en el Obelisco y algunas ciudades del interior tenía a sus representantes dentro de Olivos.
A Alberto Fernández habría que juzgarlo como solía decir Néstor Kirchner, sobre sí mismo, “por lo que hago y no por lo que digo”.
En esa conferencia virtual, Alberto produjo definiciones más que elocuentes de cuál es el cuadro de situación de las experiencias nacionales y populares que gobernaron Latinoamérica en los primeros quince años de este nuevo siglo. En casi un balance de aquellos que se congregaban en los 90 en el Foro de San Pablo preparándose para gobernar, las palabras de Fernández son demoledoras: “yo no lo tengo a Néstor, no lo tengo al Pepe Mujica, no lo tengo al Evo, a Michele, a Lagos, a Tabaré. A duras penas somos dos los que queremos cambiar el mundo, uno está en México y se llama Manuel López Obrador (AMLO), y el otro soy yo. Y nos cuesta mucho”. Este lamento habla por sí solo del fracaso y del derrumbe del nacionalismo burgués y la centroizquierda, desplazados del poder incapaces de llevar adelante un proceso de transformación social: terminaron devorados por las crisis capitalista, cediendo a las presiones del gran capital y oficiando de vehículos de la política neoliberal y los planes fondomonetaristas. Por esa vía, pavimentaron el terreno y abren el paso para que la derecha se envalentone y vuelva a gobernar.
El propio López Obrador, en su visita de estos días a Washington, fue presentado como el mejor presidente en la historia de México según la autorizada palabra de Donald Trump, el representante (actual) número uno del “capitalismo tal como lo conocemos”. El acto de subordinación de López Obrador ante Trump no suscitó un nuevo lamento de Alberto.
Es que Alberto Fernández no le puede hacer reproches a AMLO, él mismo comenzó su gobierno abrazándose con Benjamín Netanyahu en el mismo momento en que este firmaba con Trump el plan de nuevas anexiones de territorio palestino a Israel. Fernández mandaba elogios por tuiter (“Me encontré con un país que impresiona por su modernidad y por su historia y cultura…”) a un país nacido sobre la expulsión de millones de palestinos de sus propias tierras para poner en pie un enclave del imperialismo en Medio Oriente. La gira siguió con Macron, en el medio de la lucha de los trabajadores franceses contra la liquidación de su régimen de jubilaciones, con Merkel, etc., sazonado con encuentros con Kristalina Georgieva (la presidenta del FMI) y el papa Francisco; todo un periplo de abrazos con los líderes de ese capitalismo que Alberto dice querer cambiar. El propósito de ese viaje, se dijo, fue lograr aliados en la pelea con los buitres por la renegociación de la deuda. A ojos vista, lo único que hizo la gira fue fortalecer la posición de los bonistas y los “amigos” de Alberto lo fueron presionando para que fuera mejorando (empeorando para la Argentina) la oferta, al punto tal que ya casi no queda mucho por ceder. El último eslabón de esa cadena ha sido el respaldo norteamericano al rechazo de Black Rock a la última propuesta de reestructuración como represalia por el no apoyo argentino al candidato yanqui para el BID, para el cual AF tenía otro proimperialista: Gustavo Béliz. Quien se acuesta con chicos, dice el refrán, amanece mojado.
Pero, ¿ha sido modificada esta perspectiva por la pandemia que le permitió a Fernández ver que ese “capitalismo financiero construyó un castillo de naipes que un virus pequeño pudo desmoronar con facilidad… ( y por lo tanto)… Hay que crear un nuevo capitalismo que se integre a la sociedad, que no concentre la riqueza, sino que la distribuya”? Bien entrada la pandemia en la Argentina (y sobre todo en EE.UU.), a principios del mes de junio, el canciller Felipe Solá se reunía con el titular del poderoso Departamento de Estado yanqui, Mike Pompeo. La reunión fue en el medio de la sublevación del pueblo norteamericano expresada en una pueblada nacional (que aún no ha terminado) por el asesinato de George Floyd. Este hecho, que conmovió al mundo entero y puso a millones en las calles y sobre todo en las capitales de los países imperialistas, no mereció para el gobierno argentino y el presidente que quiere un “nuevo capitalismo” una sola palabra de condena, ni siquiera un envío de condolencias a la familia de la víctima de la brutalidad policial.
Estos hechos, y sobre todo el último, los traemos a colación no simplemente para enumerar las evidencias de que no se pretende acabar con el “capitalismo tal como lo conocemos”, ni siquiera para construir “otro capitalismo”, sino que por el contrario se lo está rescatando (empezando por el financiero).
Un gobierno de los trabajadores no hubiera perdido la oportunidad para sacarse de encima la presión de los buitres y sus amigos y se hubiera apoyado en la sublevación del pueblo y los trabajadores norteamericanos en el medio de la crisis mundial. Es más, hubiera llamado a los pueblos de Latinoamérica a deliberar y actuar en común y confluir con los trabajadores movilizados en el corazón del imperialismo y dar un golpe mortal al “capitalismo tal como lo conocemos”, lógicamente el golpe sería a “todos los capitalismos” porque en realidad el capitalismo es uno solo. El que defiende a uno defiende a todos.
Pero ese no es el propósito que se fijaron los gobiernos nacionales y populares que emergieron en el siglo XXI frente al derrumbe de las políticas y los gobiernos neoliberales. El propósito fue el rescate del capitalismo en crisis y para ello lo primero que había que hacer era contener el levantamiento de los trabajadores, la clase media y los explotados de conjunto que frente a la crisis irrumpieron para no pagar con sus vidas el costo del derrumbe capitalista. Es decir, los movió un objetivo reaccionario y a su vez aprovechar para pelear una tajada de la renta nacional para la burguesía local. Eso es lo que pretendió el kirchnerismo cuando llegó al gobierno tras la crisis de 2001-2002 (“reconstruir a la burguesía nacional”, decía Néstor). Alberto Fernández sueña con repetir la historia de contar con grandes ingresos de divisas como resultado de las exportaciones de materias primas (soja, petróleo, minerales) para poder tener las garantías que avalen un nuevo ciclo de endeudamiento que ayude a recuperar la tasa de beneficio de los capitalistas que operan en el país. Además de ser una política de mayor sometimiento a los países capitalistas desarrollados, la crisis mundial y el derrumbe de la economía a escala planetaria no lo dejarán pasar de la ilusión.

La importancia y vigencia de la Conferencia Latinoamericana de la izquierda

El Grupo Puebla, la propia “Internacional progresista”, las charlas fraternales y edulcoradas con Lula son intentos de establecer una mediación entre el colapso del capitalismo y la reacción de las masas, para contener un avance de la conciencia revolucionaria de los trabajadores que dé paso a la emergencia de un nuevo orden social basado en los intereses generales, es decir, la destrucción del capitalismo en “todas sus formas”. El lamento de Fernández es una advertencia para huir de la ilusión de que se nos está ofreciendo una salida “progresista” en la crisis.
La crisis capitalista se profundizó, la pandemia terminó de darle un furibundo golpe, agravando el cuadro de recesión mundial y por lo tanto las tendencias a las guerras (comerciales, “físicas”) entre los países que dominan el mercado y la producción), y a su vez a las rebeliones y revoluciones. En este cuadro los levantamientos en América Latina desde Haití y Puerto Rico en el norte hasta el confín chileno en el sur que conmovieron los últimos meses del año pasado volverán al primer lugar de la escena incorporando a nuevos sectores y países.
La acción directa de las masas ha vuelto a las calles en Chile, en plena pandemia, lo mismo en Bolivia contra el gobierno golpista, en Paraguay contra la reforma previsional y Ecuador contra los planes fondomonetaristas de Lenín Moreno, al tiempo que se van produciendo innumerables conflictos de resistencia obrera por abajo en la Argentina, a pesar de la cooptación de todas las burocracia sindicales.
Para la izquierda revolucionaria, el derrumbe de las “corrientes nacionales y populares” que vienen a “contener”, y la creciente iniciativa popular de carácter internacional, son un mandato para proceder a un agrupamiento de frente único por una intervención política independiente de los trabajadores. En ese terreno se coloca la iniciativa de la conferencia latinoamericana de la izquierda que convocó el FIT-U y que debió ser postergada por las imposiciones de la cuarentena. La realización de la misma es una tarea de primer orden, un paso dictado por la propia situación, para que la izquierda cree las condiciones necesarias para que los trabajadores intervengamos en la crisis y terminemos con el “capitalismo tal cual lo conocemos”, o sea, por gobiernos de la clase obrera.

Eduardo Salas

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