viernes, agosto 14, 2020

Vacunas contra Covid-19: lo que sabemos hasta ahora y los interrogantes planteados



La pandemia por Covid-19 y la emergencia sanitaria desatada a nivel mundial, que se profundizó por el deterioro y la desigualdad imperantes en los sistemas de salud, hizo del desarrollo de una vacuna contra el Sars-CoV-2 una necesidad inmediata. Como en todo desarrollo científico bajo el sistema capitalista, esta necesidad se tradujo en la competencia de intereses económicos millonarios por desarrollar, patentar y comercializar una vacuna efectiva. Aunque son muchos los debates, interrogantes y riesgos que surgen alrededor de las distintas estrategias de inmunización en pugna, la gran mayoría de la población mundial sigue sin tener acceso a esta información crucial para la salud humana.
¿Qué requisitos tiene que cumplir una vacuna antes de ser aprobada para su uso en seres humanos?
Normalmente, para poder ser aplicada y comercializada, una vacuna debe superar distintas pruebas científicas. En términos generales se evalúa:
– Que la vacuna sea capaz de generar inmunidad contra el agente patógeno, que dicha inmunidad supere ciertos umbrales (de anticuerpos o células activas del sistema inmune) y se mantenga en el tiempo.
– Que la vacuna no provoque efectos secundarios, es decir, no deseados, graves para la salud humana.
En primer lugar, se desarrollan múltiples ensayos de laboratorio (pruebas in vitro), seguidas de pruebas pre clínicas en diferentes modelos animales. Las vacunas que obtienen buenos resultados en estas primeras etapas, pasan a las pruebas clínicas en seres humanos, que constan de 3 fases.



¿Qué vacunas para prevenir el Covid-19 se están desarrollando actualmente?

Al día de la fecha, se encuentran en desarrollo más de 170 vacunas contra Sars-CoV-2 alrededor del mundo, de las cuales 31 se están evaluando en pruebas clínicas en seres humanos. Ocho de ellas están en este momento en la Fase 3, incluyendo a la vacuna desarrollada por la empresa Moderna junto al NHI de EE.UU., la fabricada por la empresa AstraZeneca y la Universidad de Oxford (que se produciría también en Argentina), la desarrollada por Pfizer y otras empresas (parte de cuyas pruebas clínicas se realizarían en nuestro país) y 3 producidas por compañías y laboratorios estatales chinos, Sinopharm, Sinovac y CanSinoBio.
Dentro de estas opciones, es importante diferenciar dos tipos principales de vacunas. Por un lado, se encuentran las vacunas que utilizan las estrategias de inmunización “tradicionales”, las mismas que se utilizan diariamente en decenas de vacunas contra diferentes enfermedades. En estos casos, la persona vacunada recibe el virus atenuado o inactivo (sin capacidad de infectar) o una porción de la partícula viral. En ambos casos, el sistema inmune reconoce componentes virales que le permiten desarrollan una respuesta que luego actúa en caso de ser infectada con el virus. De las 8 que se encuentran realizando pruebas avanzadas en seres humanos, dos vacunas de origen chino (Sinopharm y Sinovac) utilizan esta estrategia y reportaron hasta el momento buenos resultados.
Por otra parte, se hallan las vacunas de ADN o ARN, es decir, formadas de material genético. En el caso de ARN, lo que se inocula en la persona es un mensajero viral con la información para sintetizar una proteína del virus. Este mensajero utiliza las células de la persona vacunada para expresar esa proteína que luego provocará la reacción del sistema inmune, protegiendo contra futuras infecciones. Es el caso de la vacuna desarrollada por Moderna y Pfizer. Finalmente, las vacunas de ADN utilizan uno o más Adenovirus (virus que causan resfríos leves en seres humanos) a los cuales se les inserta en su material genético la información para producir una proteína de Sars-CoV-2. En este caso, también se utilizan las células de la persona vacunada para fabricar la proteína viral. Esta es la tecnología utilizada en las vacunas de AstraZeneca-Oxford, la vacuna rusa Sputnik y la china CanSinoBio.

¿Qué resultados han obtenido estas vacunas hasta el momento?

Lo que se sabe de las vacunas que han llegado a fase 3 es que son capaces de provocar una respuesta inmune en las personas vacunadas, tanto por la producción de anticuerpos como por células T. Esto es distinto a decir que las vacunas protegen frente a la infección por Sars-CoV-2, algo que aún no se comprobó en seres humanos. Otro de los interrogantes que aún no tiene respuesta es cuánto tiempo dura la inmunidad generada por la vacuna, dado que todavía no hay resultados que monitoreen la evolución durante períodos más prolongados. Tampoco se conoce si las vacunas testeadas pueden generar efectos secundarios más graves a largo plazo. Este último punto es crucial a la hora de evaluar las vacunas basadas en ARN o ADN, dado que al momento nunca se han aplicado en seres humanos.

La Sputnik de Putin y la carrera por la vacuna

La Sputnik, desarrollada por un laboratorio estatal ruso, también utiliza dos Adenovirus (ADN), en este caso humanos, como vectores para generar la producción de la proteína de Sars-CoV-2 en las células de la persona vacunada. El lanzamiento de la vacuna por parte del gobierno ruso se realizó cuando todavía no se conocen públicamente los resultados de las fases 1 y 2 y cuando la fase 3 aún ni siquiera comenzó. Con el anuncio de que comenzarán a vacunar masivamente al personal sanitario antes de comenzar siquiera con las últimas pruebas, queda en claro que se trata de un experimento masivo que coloca a decenas de miles de personas en riesgo sin las más mínimas garantías de que la vacuna sea efectiva o no genere perjuicios al mediano plazo. Esto no quiere decir que la vacuna no pueda ser exitosa, sino que al inicio de su aplicación masiva no hay pruebas concluyentes para respaldar esta posibilidad. La carrera por la vacuna entre los distintos Estados capitalistas muestra de lleno la subordinación de la ciencia y la tecnología bajo este sistema social a intereses económicos y geopolíticos que poco tienen que ver con el bien común de la humanidad.

Los potenciales riesgos de las vacunas de ADN/ARN y los intereses detrás de su promoción

Si bien presentan ciertos beneficios (una vez probadas para un virus es muy sencillo adaptarlas para nuevas enfermedades, bajos costos de producción, etc.), llama la atención que la gran mayoría de las vacunas desarrolladas utilice tecnología que nunca antes fue aplicada masivamente en seres humanos. La necesidad de utilizar las propias células de la persona vacunada, para generar la proteína viral que desencadena la respuesta inmune, abre toda una serie de interrogantes respecto a potenciales efectos secundarios que nunca fueron estudiados en seres humanos: la capacidad del virus de ADN usado como vector de integrarse al genoma de las células, el comportamiento de los anticuerpos generados durante la infección con Sars-CoV-2 o en infecciones posteriores con otros patógenos, entre otras. Cabe recordar que en el campo de la salud humana rige el principio de precaución: quien desea aplicar un nuevo desarrollo debe probar la ausencia de riesgos secundarios. Es un debate válido en el contexto actual de una pandemia sin precedentes que los beneficios de aplicar este tipo de vacunas podrían prevalecer sobre los potenciales riesgos, sin embargo, para que ese debate pueda ser dado honestamente, estos elementos tienen que ser de público conocimiento y las decisiones deben ser tomadas independientemente de los intereses privados en pugna.
Existen numerosas empresas que vienen invirtiendo desde hace años en estas tecnologías, como el caso de Moderna, sin haber logrado hasta el momento llevar ninguna vacuna al mercado. La desesperación generada por la pandemia de Covid-19 y la necesidad de los Estados capitalistas de restablecer la producción, junto con la oportunidad de hacer negocios millonarios, generan condiciones óptimas para forzar estas tecnologías como nunca antes había ocurrido. Aunque dos vacunas que utilizan la metodología tradicional (Sars-CoV-2 inactivado) producidas por laboratorios chinos obtuvieron resultados favorables, y comparables con las demás candidatas, la atención de los medios masivos se ha colocado en las vacunas de ADN/ARN.

La mercantilización de la investigación pública y los negocios farmacéuticos

A excepción de dos vacunas chinas y la vacuna rusa, el resto de los desarrollos está financiado por asociaciones entre universidades o institutos de investigación públicos y empresas privadas. Las compañías invierten en las fases finales del desarrollo, mientras que los Estados aportan el financiamiento para las partes más riesgosas como ya reconociera el propio Bill Gates. El gobierno de Trump ha colocado 2,5 billones de dólares en la vacuna de Moderna y otros 1,9 billones en la vacuna de Pfizer a la vez que comprometió financiamiento en otros proyectos en desarrollo como el de Sanofi-Instituto Pasteur de París.
La injerencia directa de las grandes corporaciones farmacéuticas tiene implicancias cruciales en el desarrollo de las vacunas, su política de comercialización y la evaluación de los riesgos asociados. Varias de las empresas ya han anunciado que no se harán responsables de los potenciales efectos perjudiciales de sus desarrollos. Por otra parte, el precio de las vacunas no será al costo, como correspondería a una necesidad de salud pública a nivel mundial, sino aquel que permita a las compañías obtener ganancias. Lógicamente, los países que han contribuido con inversiones millonarias serán los primeros en acceder a las dosis una vez que las vacunas pasen a ser comercializadas, lo cual profundizará aún más las desigualdades sanitarias y sociales existentes.

Argentina como (re)productora de la vacuna de AstroZeneca-Oxford

El gobierno de Alberto Fernández anunció el día miércoles 12 que Argentina participará de la fabricación de la vacuna desarrollada por AstreZeneca-Oxford (ADN) junto con México para proveer vacunas en Latinoamérica con parte del financiamiento de la fundación del multimillonario Slim. Argentina oficiará de esta forma de fábrica para el desarrollo de la multinacional con la participación local de la empresa Insud, del grupo Sigman. Hugo Sigman representa el arquetipo de la burguesía nacional que el kirchnerismo prometió reconstruir allá por el 2003. Con un pasado militante en el PC, Sigman concentra negocios en múltiples rubros: desde el agronegocio hasta los desmontes para explotación forestal, pasando por empresas fantasmas de desarrollos biotecnológicos incomprobables que reciben subsidios millonarios del Estado como Biosidus hasta productoras de cine. Como fiel representante de la burguesía criolla, sus empresas se encuentran radicadas en distintos países del mundo y sus negociados alcanzan a otros gobiernos además del nacional. Lejos quedaron las promesas electorales de producción pública de medicamentos o vacunas, incluso a pesar de que son muchos los proyectos en instituciones públicas argentinas que buscan desarrollar terapias alternativas y más seguras a la vacunación con ADN (como proteínas recombinantes o nanoanticuerpos).
La ciencia y la tecnología al servicio del bien común son incompatibles con el capitalismo
Si algo viene clarificando el desarrollo de distintas vacunas para Covid-19 es la profunda incompatibilidad de un desarrollo científico que aporte al bien común y el sistema económico-social bajo el que vivimos actualmente. El lugar basal que ocupan la propiedad privada y el lucro en el capitalismo chocan de lleno con las necesidades de millones de personas en todo el mundo. Una pandemia causada en gran parte por las formas de producción y saqueo ambiental impuestas por las grandes corporaciones no puede ser abordada mediante nuevos negociados corporativos. Necesitamos sistemas de salud unificados para atender a los enfermos/as sin importar su filiación. Necesitamos que se levante el secreto de las farmacéuticas para tener vacunas producidas sin fines de lucro y accesibles a toda la población mundial. Necesitamos comités científicos independientes que evalúen la eficacia y la seguridad de las vacunas. Necesitamos antivirales efectivos y accesibles para tratar los casos clínicos que la vacunación no logre prevenir.

Lucía Maffey
Bióloga y becaria posdoctoral del Conicet.

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