Si se mira bien, se trata en todos los casos de recursos públicos de carácter único, sea porque su condición es limitada o bien porque, desde el punto de vista técnico-material, admiten una sola infraestructura. Es el caso de las inversiones en la red de fibra óptica, o, más antiguamente, las de frecuencias radiofónicas. La economía académica denomina a estas estructuras como “monopolios naturales”, una definición que le cabe también a las redes de agua potable y, hasta cierto punto, ferrocarriles o gas natural. La existencia de estos “monopolios de hecho” pone de manifiesto que el desarrollo de las fuerzas productivas reclama la abolición de la economía mercantil. En efecto: el mejor rendimiento del trabajo exige una sola estructura productiva, porque la competencia entre varias –sean de fibra óptica, agua o gas- comportaría un derroche de trabajo humano.
Pero el capital, que ha sido partero de esta abolición de la competencia, necesita recrearla a como sea: la forma contemporánea de este retorno forzado al mercado es la privatización de servicios públicos. Las “subastas” o licitaciones que han estudiado Milgrom o Wilson son la forma que adopta esa privatización, donde la infraestructura pública de servicios -financiada con impuestos o por la deuda pública- es aprovechada o licitada en favor de las corporaciones privadas. Los costos de la “subasta” son generosamente retornados por las tarifas confiscatorias, tal como ocurre hoy con la telefonía celular o los servicios de Internet. La pandemia, de paso, ha demostrado que la crisis de conectividad –que se tornó catástrofe educativa- es una de las manifestaciones más lacerantes de la polarización social contemporánea.
“Organización industrial”
Milgrom y Wilson integran, por lo tanto, una vertiente académica que podríamos caracterizar como la “economía del monopolio”, y que sus mentores denominan teoría de la organización industrial u organización de los mercados.
Uno de sus fundadores, el británico-americano Ronald Coase (1910 -2013), sugirió en 1959 que las frecuencias de radio y televisión en los Estados Unidos fueran adjudicadas “al mejor postor”, con el argumento de evitar la “discrecionalidad” y de que primen “influencias políticas”. Naturalmente, ese diseño debía conducir al monopolio capitalista de las frecuencias. Coase también fue el inspirador del mercado de derechos sobre los daños presentes o potenciales de la contaminación (CO2), que luego daría lugar a la emisión de “bonos verdes” –o sea, la mercantilización` de la polución ambiental. Esta cuestión –la de la asignación de cuotas de emisión de CO2- también fue estudiada por los flamantes Nobel Milgrom y Wilson.
Milgrom se ha dedicado también a los modelos matemáticos que parangonan a la rivalidad entre monopolios con las estrategias bélicas –es el caso de la “teoría de los juegos”, desarrollada hace medio siglo por el matemático John Nash, que el actor Russel Crowe inmortalizó en la película “Una mente brillante”. Que la relación entre monopolios deba ser estudiada como los juegos de guerra, revela que, en la etapa “superior” (o senil) del capitalismo, la competencia cobra la forma de una lucha exacerbada que se traslada al plano político y militar.
Transición histórica
La economía del monopolio ha construido, en definitiva, una gran ficción analítica: simular la existencia de un metabolismo mercantil allí donde éste ha sido parcialmente abolido por el monopolio. Más allá de los equívocos teóricos, la Academia Sueca destacó en Milgrom yWilson su “aporte práctico” a situaciones empresariales actuales. No es un elogio gratuito: detrás de la “simulación del mercado”, está el esfuerzo del estado capitalista por asegurarle una tasa de beneficio a los monopolios privados. El comunicado que les adjudica el Nobel menciona el esfuerzo de los dos catedráticos en aportar elementos instrumentales para las actuales adjudicaciones de redes en 5G. En la trastienda de esa pelea, opera una guerra (no tan ) sorda entre Estados Unidos y China, que se dirime en un plano mucho más encarnizado que el de los modelos matemáticos.
El choque entre competencia y monopolio; entre la socialización extrema de los procesos de producción y la persistencia de la corporación privada; entre la abolición del tiempo de trabajo como medida del valor y la defensa a rajatablas del beneficio, ponen de manifiesto una transición histórica. En ese trayecto, los esfuerzos de Milgrom-Wilson –y de la actual economía académica miran hacia atrás -hacia la defensa inviable de un régimen social agotado.
Marcelo Ramal
12/10/2020
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