En ¡También en la Argentina hay esclavos blancos!, Javier Trímboli y Guillermo Korn recuperan los textos que Alfredo Varela -escritor y militante comunista, autor de la novela El río oscuro que dio origen al famoso film de Hugo del Carril Las aguas bajan turbias- dedicó a las condiciones inhumanas de los trabajadores yerbateros en Misiones en los años 40.
La historia de la Argentina está marcada por el desarrollo de una política feudal casi inconmovible. Nuestro país no escapa, claro está, de una lógica latinoamericana, que bien puede encontrarse descripta, con otras palabras y en otros contextos, en los análisis de figuras de tanta relevancia como José Martí, José Carlos Mariátegui o, para ser más locales, Arturo Jauretche. Pero duele, molesta y hasta sorprende pasar de la lectura general a los casos concretos. Situaciones que sólo pueden explicarse bajo una perspectiva que no tome lo que sucede como un hecho aislado, sino como parte de una lógica de dominación, de una nueva versión del viejo enfrentamiento entre amos y esclavos. Ese tipo de lectura es la que se impone en la recuperación de los textos de Alfredo Varela (1914-1984), escritor y militante comunista, referidos justamente a la vida cotidiana de los trabajadores yerbateros de Misiones en la década del 40. Hecho que mostraba, a mediados del siglo XX, cómo todavía insistían en un país que (aparentemente) buscaba modernizarse, técnicas de explotación propias de tiempos más oscuros que siempre, siempre, se resisten a ser superados.
En estos escritos de 1941, Varela describe una y otra vez el mismo sistema de opresión: empresas yerbateras contratan para labores específicas y fechadas a un grupo de locales, misioneros, pero, también, paraguayos –si es que es posible una distinción nítida entre esas dos pertenencias (todos hablantes del guaraní)–, quienes viven con lo justo y ponen a toda su familia a carpir el territorio, sacándole malezas y dejando el lugar apto para la siembra. O se ponen a recoger, a mano o usando machetes o tijeras, las ramas de la planta Ilex-Paraguariensis, la que sirve luego para la yerba del mate. Ahora bien, Varela anota cómo las largas jornadas de trabajo, de sol a sol, son mal anotadas en los registros: esa familia, puesta a trabajar por precios ridículos, se detalla sólo con el nombre del varón adulto, el padre, sin determinar que también madre y niños han sido colocados en la misma faena. O sea, se paga por uno lo que hicieron cinco o seis. Luego, si la misión fue hacer de tareferos (recolectores de yerba, palabra que proviene del portugués tarefa, “tarea”), se pesan mal los bolsones de 100 kilos en balanzas modificadas para que siempre den un valor que le conviene al que paga. Y, para colmo de males, el que “paga” anota el dinero entregado en libros propios, en donde el trabajador y su familia quedan como deudores. ¿Por qué? Porque, sencillamente, no se les da efectivo, sino vales para que compren lo que necesitan en proveedurías administradas directamente por la misma firma o por sus allegados.
La explotación de los mensú no es algo que se limitó a estos engaños rastreros por parte de empresas como Martín & Cía. o por latifundistas como Máximo Roca (pariente de Julio A. Roca y filo-nazi). También dependía de un sistema de violencia e injusticia organizado por parte de las escasas instituciones que allí participaban. Si un mensú reclamaba la plata que se le debía, rápidamente se liquidaba su sueldo imaginario en negativo por las deudas contraídas en la proveeduría o en los negocios improvisados donde se vendía caña o vino aguado. Si insistían, directamente, se los mataba. Varios son los casos en que un mensú “desaparecía en el monte” luego de pedir que le den su sueldo en efectivo.
El colmo de estos reclamos llega con la masacre de Oberá de 1936, en donde un grupo de colonos, provenientes de diversas regiones de Europa y Rusia, de misioneros y paraguayos, también, arribarón a Oberá para pedir mejores condiciones de vivienda, de educación, de trabajo. Toda esa masa de gente fue brutalmente reprimida, varios, asesinados a disparo limpio; las mujeres, violadas entre las plantas… hasta el cadáver de un niño de siete años se encontró días después del hecho, asesinado a machetazos. El folleto de Varela aquí presente nombra tanto a víctimas como responsables y, acertadamente, coloca lo sucedido en la misma línea que la Semana Trágica. El problema es el de siempre: ¿cómo estos sucesos tan determinantes de la política feudal que operó a lo largo de todo el siglo XX, que sigue insistiendo en la actualidad, han tenido tan poca prensa?
Los trabajos reunidos en el libro provienen de tres fuentes diferentes. Dos, periodísticas: un conjunto de notas homónimas aparecidas en la revista Ahora entre febrero y marzo de 1941, y una serie de artículos bautizada “Notas misioneras”, aparecida en el diario La Hora, órgano oficial del PC argentino, durante marzo y abril del mismo año. El tercer elemento es un folleto fechado en 1941, La masacre de Oberá. Los tres son fruto de un mismo viaje que Varela realizó a la región misionera, todavía no constituida como provincia, casi a la manera de un polizonte. En una entrevista de 1982, el autor de esta investigación relata cómo se hospedó en la casa de Horacio Quiroga, en ese tiempo, habitada por el yerno, Jorge Lenoble, y rodeada de las personas que le sirvieron de inspiración al escritor para varios de sus relatos más emblemáticos. No hay que perder de vista la poderosa conexión que existe entre lo que Varela va a descubrir en ese viaje y lo que ya está presente en el cuento “Los mensú” de Quiroga. Esto es, la salvaje explotación de los trabajadores mensuales utilizados para vaciar de recursos naturales al territorio mesopotámico.
Alfredo Varela sacaría en 1943 la novela El río oscuro, historia que se apoya en el trabajo periodístico recogido en ¡También en la Argentina hay esclavos blancos! por los especialistas Javier Trímboli y Guillermo Korn. Tiempo después, Hugo del Carril adaptaría el texto y, con ayuda de Varela, escribiría el guión para la película Las aguas bajan turbias (1952), uno de los filmes determinantes de la cinematografía nacional. Sin embargo, la recuperación que el sello Omnívora realiza de los primeros acercamientos de Varela al tema relajan el aspecto más retórico, estilístico, y muestran los hechos en su más terrible crudeza.
Este libro sirve no sólo para volver sobre un escritor un tanto olvidado que nos permite pensar la línea que va de los intelectuales vanguardistas y comunistas del 30 (Tuñón, Córdova Iturburu) a los escritores comprometidos del 60 (Walsh a la cabeza), sino que también pone en evidencia el mecanismo de dominación y depredación que el orden económico argentino dispone sobre las esquinas menos visitadas del país, salvo por meras menciones turísticas que poco tienen que ver con lo que realmente pasa allí. Porque eso es lo que, a la larga, deja como sensación este libro imprescindible: de ese río oscuro dominado por los esclavistas de ayer y de siempre, las aguas siguen bajando turbias.
Fernando Bogado
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