Cristina, se sabe, ganó la plana del 24 de marzo con duros calificativos contra el FMI, contra los yanquis por su apoyo absoluto a la dictadura y, desde luego, contra la quiebra en la que el macrismo dejó al país. El tema es enarbolado por la derecha para agitar fantasmas venezolanos y otros disparates. Pero Cristina, ya conociendo los resultados de la hermética reunión de dos horas de Guzmán con Georgieva, la titular del FMI, lo que afirmó fue “¿no podemos pedir con dulzura y cariño un gestito? No decimos no pagar. No podemos pagar porque no tenemos plata”. Una súplica a los yanquis, al FMI y al capital financiero y una indicación a su propio gobierno de pedirlo con dulzura, reconociendo la deuda ilegítima y usuraria.
Es que el frío filo de la navaja del FMI ya había pasado por la reunión con Guzmán, quien venía de fracasar en Nueva York, donde en lugar de ser recibido por la titular de la Reserva Federal como se pretendió, tuvo una reunión con funcionarios de tan bajo rango que no se informó ni quiénes fueron ni de qué se habló. Los fondos de inversión que sí hablaron con él solo le pidieron urgente acuerdo con el FMI para tener alguna esperanza de recuperar el valor de sus bonos que están por el piso, con un riesgo país de 1.600 puntos, porque nadie los quiere. Tema que coloca a Argentina afuera de todo crédito internacional.
Al otro día se conoció la réplica del FMI sobre el punto preciso que importaba en el discurso: “necesitamos más plazos y menores tasas”. El vocero Gerry Rice aclaró “no hay posibilidad alguna de que un crédito de facilidades ampliadas como el pedido por Argentina sea por más de diez años”. Eso tendrían que aprobarlo los 130 socios del FMI, algo directamente improbable, si no imposible. Entonces para empalmar con el período de gracia de los vencimientos fuertes logrados con los bonistas, la deuda con el FMI debería empezar a pagarse en 2025 en un crédito al que le quedarían 7 años como mucho en un acuerdo que empezaría a efectivizarse en 2022 si se firma después de las elecciones como quiere el gobierno.
La cuenta es fácil, serían U$S 7.000 millones al año aproximadamente solo de las deudas con el FMI a las que deben sumarse las del Banco Mundial, BID y demás organismos, y los vencimientos privados de deuda. Más de U$S 10.000 millones anuales deberían ser destinados solo para afrontar deudas además del movimiento económico de exportación e importación y de las deudas privadas (cuyos dólares salen de las reservas del Banco Central). Para afrontar semejante cosa debería ocurrir un salto exportador con saldo comercial favorable sencillamente enorme, el Tesoro pasar a un superávit fiscal para afrontar con los pesos necesarios para comprar esos dólares al Banco Central y al mismo tiempo atender los vencimientos de la sideral deuda en pesos.
Naturalmente todo esto es impracticable por lo cual el acuerdo, aún firmado, haría depender a la Argentina de manera crónica del FMI. Para que el país no sea arrojado al default deberá refinanciar sus futuros vencimientos con el Fondo (al igual que gran parte de los acreedores privados). Eso significa que Argentina quedará bajo el monitoreo del famoso artículo IV por años y aún por décadas. Y que los programas económicos estarán dictados por el FMI por mucho que se hable. Pues bien, el cuidado hilo de tuits de Guzmán tras la reunión con el FMI se inicia diciendo que “Estamos dando pasos importantes hacia el objetivo de tener un programa que nos permita refinanciar los U$S 45.000 millones de deuda que tomó el gobierno de Juntos por el Cambio con el FMI…”.
Ese programa de manera escrita quedaría para después de las elecciones, si se confirman varios supuestos. Que se logre postergar también el vencimiento con el Club de París de U$S 2.350 millones en mayo, para el cual tampoco “hay plata”. Allí tallará la opinión de Merkel, Macron y Cía, los acreedores de la deuda que viene desde la dictadura y que abultó Kicillof en la última refinanciación. Que no haya desmadre en la tensa calma cambiaria lograda reventando divisas para contener los dólares paralelos. Que la olla a presión de la inflación que marcha al 50/60% anual no estalle antes.
Pero en otro sentido, el programa está en marcha. Por eso se dice con una cuota de verdad que las “negociaciones avanzan”, o al menos no se han roto por mucho que gesticula Cristina, o Hebe de Bonafini que ya acusó a Alberto Fernández y a Guzmán de blanditos ante el Fondo.
Miremos si no algunos indicadores. En febrero el déficit fiscal financiero fue el menor desde 2016 ($ 64.000 millones). En el mismo febrero el gasto en salarios públicos se redujo en 13% real (descontada la inflación), fatídicamente lo mismo que redujo Cavallo los salarios en tiempos del megacanje.
Como todos saben las jubilaciones han sido duramente golpeadas: al cobrar el reajuste de la movilidad en marzo se habrá perdido otro 4% solo en un trimestre y, para resumir, desde que subió el gobierno el gasto jubilatorio aumentó solo un 29,6% contra una inflación del 40,7%, lo cual incluye las AUH y planes sociales. Las universidades fueron castigadas con todo por el gobierno de “lo público” porque su gasto cayó en 10 puntos reales en un año y los salarios universitarios cayeron en proporción, con la colaboración de la burocracia sindical en todos los casos.
La perla de la “inversión” que se dice promover para reactivar la economía sería la obra pública, como locomotora del crecimiento mediante un 2,5% del PBI inscripto en el Presupuesto 2021. Pero hasta el momento la ejecución de ese gasto es de un 4,5%, como resultado del lápiz rojo del Ministro.
Como se puede apreciar estamos en presencia de un “programa” de ajuste brutal que se está aplicando ahora mismo para pavimentar el acuerdo que se pretende firmar después de las elecciones de manera de atravesar mejor el turno de octubre y firmar la entrega después. El propósito proclamado en todos los medios especializados -y no tanto-, jamás desmentido por el ministro, es que el déficit fiscal del año en lugar de los 4,5% del PBI sería del 3 o 3,5%.
Por eso las tensas conversaciones no se rompen.
Y claro, cuando hay una deuda tan grande el propio acreedor está en un problema por eso “ni el Fondo ni el Club de París quieren el default argentino” (El Cronista, 26/3).
El gobierno cuenta con el alto precio de la soja para ir tirando mientras revienta los dólares para mantener la “pax cambiaria” aunque no logra acumular reservas. Y con otro viento de cola que son los U$S 650 mil millones que capitalizará el FMI para afrontar el nuevo año de pandemia. De eso Argentina liga unos U$S 4.350 millones como para atender los vencimientos del FMI este año. Pero como son en Derechos de Giro, una moneda del FMI que representa una canasta de monedas, no sirven para otros vencimientos como el del Club de París que necesitarán voluntad de los acreedores para postergar y/o refinanciar.
Una capitalización similar del FMI se aplicó en 2009 con la crisis de las hipotecas, pero entró efectivamente al país cuatro meses después. Todo agarrado con alfileres.
Que Argentina vuelva al crédito internacional luego de un acuerdo de repago al FMI es algo que habrá que ver, y depende de múltiples factores. Lo cierto, claro y duro, es que los trabajadores, sus salarios, sus jubilaciones, sus planes sociales, la educación y la salud pública, no solo perderán como en la guerra en el futuro de los “programas” que Guzmán, los Fernández y Massa acuerden con el FMI, sino que somos víctimas del ajuste ahora mismo, cuando la pandemia puede plantear otro escenario donde las mismas 12 millones de personas, pero ahora en peores condiciones reclamen que con hambre no hay cuarentena. Y cuando la pauta del 29/30% de paritarias es otro golpe a los trabajadores.
La masividad y combatividad del movimiento piquetero independiente que fue gran protagonista este 24 de marzo, como las huelgas docentes provinciales y las luchas contra los cierres, o los reclamos paritarios de sindicatos combativos como el neumático, son apenas la punta de un cuadro social explosivo en el que se desenvolverán los próximos meses. La izquierda revolucionaria tiene que encarar su lucha política desde este lugar para intervenir en todos los planos, incluso, por supuesto, el plano electoral para desafiar a los bloques políticos del poder que disputan el liderazgo del ajuste.
Néstor Pitrola
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