En 48 horas, Bolsonaro tuvo que echar a su funcionario preferido, el ultrareaccionaro canciller, Ernesto Araujo. En un país que lleva casi 14 millones de contagiados y 350 mil muertos, el evangélico ministro fue imputado de sabotear la importación de vacunas, con lo que pretendía servir a sus prejuicios oscurantistas, por un lado, y bloquear el ingreso de las dosis de China, por el otro. La vacunación en Brasil es de alrededor del 7% de la población, con expectativas francamente malas de aquí en más. Varios centenares de empresarios y los líderes del Senado se habían vistos obligados a pedir su cabeza. El alejamiento de Araujo y la designación para la Casa Civil de la diputada Flavia Arruda, de la bancada del Centrao, fue interpretado como una concesión a ese bloque mayoritario del Congreso. El presidente de Diputados, Arthur Lira, de esa misma bancada, había amenazado con llevar a Bolsonaro a un juicio político.
Este recambio fue, de todos modos, un fuego de artificio. El golpe fundamental fue propinado contra el ministro de Defensa, el general Fernando Azevedo e Silva y, más allá de éste contra el jefe del Ejército, Edson Leal Pujol. La prensa brasileña coincide que la renuncia de Pujol podría arrastrar la de los jefes de la Marina y la Aeronáutica. El lugar de Azevedo fue entregado a otro general, Walter Braga Netto, hasta ahora jefe de Gabinete de Bolsonaro. No menos importante, un jefe de la Policía, Anderson Torres, fue designado para la cartera de Justicia. El mencionado integra el bloque de ‘la bala’ en el Congreso, en alusión a que está compuesto de represores. Justicia ocupa un lugar central para interferir en las acciones de Supremo Tribunal Federal y en la crisis abierta por la anulación de las condenas a Lula. En conjunto, estas remociones y designaciones son interpretadas como un golpe contra los mandos que profesan la doctrina de la autonomía militar y que no secundarían un autogolpe de Bolsonaro en una situación de crisis extrema. Se les adscribe la resistencia a acompañar a Bolsonaro en el propósito de intervenir los Estados que no siguen la orientación presidencial o decretar estados de sitio parciales o general.
La crisis humanitaria desatada por la pandemia ha hecho saltar las bisagras de todos los regímenes capitalistas. Brasil es, probablemente, un caso extremo, pero de ningún modo una excepción. Basta ver la ‘tercera ola’ en Europa, con cuarentenas extensivas, para comprobar que la atención al rescate de bancos y grandes empresas, algo que constituye el gen del capital, ha llevado a la humanidad a una catástrofe sin precedentes, si se tienen en cuenta los recursos científicos y productivos acumulados. Trotta y Acuña, Kicillof y Larreta, los Fernández y los macristas, no se diferencian cualitativamente de Bolsonaro a la hora de defender la continuidad de la ‘normalidad’ capitalista. - ni qué decir del centroizquierdismo e incluso de la izquierda.
De modo que el derrumbe histórico del momento no es el resultado de la irrupción de un meteorito. Es en este contexto histórico que estallan, como dice la columnista de O Globo, las “crisis sistémicas”. Los medios de comunicación debaten sin remilgos la variante de un ‘asalto al Capitolio’ a la brasileña. A 150 años de la Comuna de París, no sería por supuesto la primera vez que un derrumbe del poder pone a las masas ante el desafío de una acción revolucionaria. En los entresijos de los recambios ministeriales del fin de semana reciente, se observan dos cosas: un reforzamiento a nivel ministerial de las llamadas milicias que operan bajo la tutela de la Policía Federal y un principio de división en las Fuerzas Armadas. En repetidas ocasiones la prensa brasileña ha llamado la atención acerca de esas milicias en distintos escalones del Ejército.
La ‘crisis sistémica’, por si algo faltaba, ha recibido un invitado indeseado. El Dujovne brasileño, Paulo Guedes, no ha presentado aún el Presupuesto 2021, y no por indolencia. De acuerdo a O Globo es “defectuoso y está lleno de ilegalidades fiscales; el Tesoro informó al gobierno que no puede ser sancionado – (de lo contrario) el presidente podría incurrir en el crimen de responsabilidad fiscal”. Por mucho menos que eso, el Congreso brasileño voteó a Dilma Roussef. La confesión de que Brasil enfrenta un agujero fiscal enorme, no podría ser más clara, y esto cuando tiene que gastar más que nunca para evitar que se convierta en un gran cementerio. En poco tiempo, Argentina dejará de estar sola entre quienes sufren la huida de la moneda. Con dos billones y medio de deuda, entre la pública y la externa del sector privado sumadas, la bancarrota brasileña tiene desde ya asegurado un nuevo gran capitulo en la historia de la economía mundial.
Las principales corrientes de la izquierda en Brasil – el PT y el Psol -, no advierten a los trabajadores acerca de este escenario y de la perspectiva que ofrece, ni siquiera cuando las automotrices cierran plantas e incluso levantan campamento. Los gobernadores del PT, en el Nordeste, no se distinguen de lo que hacen sus pares de derecha. Está ausente de sus programas, por completo, la nacionalización sin resarcimiento de la industria y de los bancos, así como del conjunto de la industria farmacéutica. Incluso bajo Bolsonaro, solo el Instituto Butantan ha tomado iniciativas serias en producción de vacunas. Tampoco indican un programa de transición, o sea un programa de acción que movilice a las masas por sus reivindicaciones económicas, sanitarias y políticas. No hay que desesperar, sin embargo. Si la izquierda no convoca a las masas por medio de la agitación y la organización, de ello se encargará la burguesía a través de crisis sociales y políticas más severas.
Toda América Latina debe tomar nota.
Jorge Altamira
30/03/2021
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