La revolución es el momento en el cual las masas ingresan, como protagonistas, en la historia. La fase revolucionaria de la Comuna de París tuvo como componente central este protagonismo central de las masas de París, así como las de otras ciudades de Francia. La creación de un embrión de Estado obrero por parte de la Comuna fue el resultado de este protagonismo. Fue una creación original, caótica y contradictoria, resultado de un choque de fuerzas sociales excepcionalmente agudo. La dirección revolucionaria que la encabezó hundió sus raíces en toda la historia revolucionaria del siglo XIX en Francia, pero se forjó, como tal, en los combates mismos. En este sentido, no fue “dirigida” por un partido. Careció y nunca habría podido tenerla, de una concepción integral del rumbo que estaba abriendo.
El núcleo del poder revolucionario de la Comuna de París fue el comité central de la guardia nacional. El Comité Central de la Guardia Nacional agrupaba a delegados electos de sus 300.000 integrantes, el pueblo de París en armas. Fue el Comité Central de la guardia nacional el que se alzó contra la entrega del gobierno de Thiers, al capitular éste frente a los Prusianos y habilitar la entrada en París de sus tropas.
El Comité Central fue producto de la deliberación y la experiencia política del pueblo de París, que procedió a elegir a sus propios representantes en defensa de la república, establecida con la caída del imperio el 4 de septiembre de 1870 y amenazada por la mayoría reaccionaria de la asamblea nacional electa el 8 de febrero y presidida por Thiers, y por el pacto de ésta con los prusianos. Fue al Comité Central a quien dicha asamblea nacional le declaró la guerra y a quien intentó desarmar el 18 de marzo, intento frustrado por el levantamiento encabezado por las mujeres de París, que dio origen a la Comuna.
El Comité Central de la guardia nacional estaba compuesto por dirigentes políticamente muy nuevos. Se formó por fuera de las organizaciones políticas existentes. El primer historiador de la Comuna, Lissagaray, sostiene: “Toda la Corderie -Comité Central de los veinte distritos, Internacional, Federación de las Cámaras Sindicales- observaba con suspicaz reserva aquel embrión de comité compuesto de desconocidos, al que no se había visto en ningún movimiento revolucionario”. El Comité Central concentró la oposición de Thiers porque colocaba a la guardia nacional bajo control de los representantes electos del pueblo de París, arrebatándole el control a la asamblea nacional reaccionaria.
Esto se puso de manifiesto poco tiempo después, el 19 a la madrugada. A las dos de la mañana se hace frente al Comité, Langlois, designado por la asamblea para hacerse cargo del mando de la guardia nacional. Lissagaray nos legó un relato de dicha conversación: “¿Quién es usted?”, preguntan los centinelas. General de la guardia nacional, responde el bravo coronel. El Comité Central accede a recibirle. “¿Quién le ha nombrado?” “¡La Asamblea! Mi nombre es prenda de concordia”. Pero Edouard Moreau dice: “La guardia nacional quiere nombrar por sí mismo a su jefe; su investidura, recibida de una asamblea que acababa de atacar a París no es, en modo alguno, prenda de concordia”. Langlois jura que no ha aceptado más que para acabar de una vez con el equívoco. “Comprendido -dice el Comité-, pero nosotros pretendemos nombrar nuestros jefes, hacer elecciones municipales, tomar garantías contra los monárquicos. Si está usted con nosotros, sométase a la elección popular”. Langlois y Lockroy se niegan someterse al Comité y sostienen que no hay más que un solo poder legítimo, la Asamblea; que ésta no concederá nada a un Comité que ha nacido de la insurrección.
Fue el Comité el que estableció que no se cobrara por estar las funciones estatales mas que el salario de un trabajador, 30 sous. “Cuando actúa uno sin freno y sin tener quien fiscalice sus actos -dijo Moreau- es inmoral concederse un sueldo cualquiera. Hasta ahora, hemos vivido con nuestros treinta sous, y con ellos seguiremos”. Fue el que estableció la revocabilidad, y la elección popular, arrebató a la policía y las instituciones del Estado el control efectivo de la Ciudad.
Triunfante luego de la insurrección del 18, se plantea un choque con la estructura estatal existente: los alcaldes y los diputados electos por París para la Asamblea. Estos desconocen su poder. El Comité vacila y se abre una negociación, durante la cual los diputados se ofrecen como mediadores frente a la asamblea. El Comité busca legitimar el dominio que ha conquistado por la vía de la insurrección convocando a nuevas elecciones. Los alcaldes buscan ganar tiempo, y terminan avalando la convocatoria a elecciones que realiza el comité central de la guardia nacional. Esto explica que en las elecciones hayan votado los barrios de la burguesía, y que incluso, entre los electos en la Comuna, hubiera numerosos defensores de la asamblea, que se irán retirando durante las primeras sesiones.
La Comuna electa convive, entonces, con el Comité Central, que no se disuelve luego de las elecciones. Esto dará lugar a una tensión en el mando militar que tendrá expresión trágica durante toda la lucha que terminó en la derrota de los comuneros. La composición policlasista inicial de la Comuna, con un fuerte impulso de la clase obrera, una composición mayoritaria de dirigentes provenientes de la pequeña burguesía, y una minoría reaccionaria, fue evolucionando desde el momento mismo de la conformación, con las renuncias casi diarias de los adversarios del poder revolucionario. La lucha a muerte entablada por Thiers y la asamblea contrarrevolucionaria desde Versalles contra la Comuna produce una fuga de París de la gran burguesía y los contra revolucionarios que va clarificando campos.
Esta clarificación tenía un contenido, porque el poder obrero encarnado en el Comité Central de la Guardia nacional y transferido luego a la Comuna electa no se presentaba como tal. Se presentaba como la representación de París frente a la Asamblea y el conjunto de Francia, o sea, como una representación “municipal”. El París obrero asumió la representación del conjunto de París. La reacción explotaba esta ambigüedad para ganar tiempo buscando fórmulas de compromiso entre la asamblea nacional y la Comuna. Dentro de la propia Comuna, la autonomía era entendida como un llamado a la formación de nuevas comunas. Solamente el progreso de la avanzada contra París fue instalando la noción de que la guerra civil era inevitable. El gobierno de la asamblea nacional explotó este tiempo para rearmarse y ganar fuerza contra los revolucionarios.
Le cupo a los representantes electos de la Comuna llevar adelante las medidas de reorganización social de París. En este punto, el decreto sobre los alquileres, la separación de la iglesia del Estado, la entrega de todas las fábricas cerradas a sus trabajadores, fueron medidas sociales trascendentes. En materia educativa, la iniciativa popular consiguió la reapertura de escuelas. En todos los terrenos, la Comuna operó sobre la base de la destrucción del aparato estatal existente, producto del boicot de la contrarrevolución, y de la iniciativa de la clase obrera. La Comuna reorganizó, con el impulso de los trabajadores, el correo, los telégrafos, la imprenta estatal, la Casa de la Moneda, entre otros, con salarios de trabajadores calificados. Reorganizó la atención sanitaria y arrancó la beneficencia de manos del clero para colocarla bajo control de los representantes electos por el pueblo.
En materia de hacienda, la Comuna enfrentó el gran desafío de sostener a 300 o 350 mil personas que no tenían otro ingreso que los sueldos del Estado y que se agrupaban en la guardia nacional. La Comuna organizó el sistema impositivo junto con los servicios anteriormente reseñados (telégrafo, imprenta, etc.). Pero debió recurrir fundamentalmente a la asistencia de la banca, donde París tenía depositados mas de 9 millones de Francos, que le fueron entregados a cuentagotas. La Comuna nunca nacionalizó los depósitos bancarios, bajo la concepción de que eran la riqueza acumulada por el pueblo de Francia. Entregó su control a la burguesía, que los utilizó fundamentalmente para financiar a la reacción. Los límites políticos de la Comuna se pusieron de manifiesto en forma fundamental en este terreno.
Estos límites se expresaron también otros terrenos. Afirma Lissagaray: “salvo la del Trabajo, donde se trató de hacer algo, las demás delegaciones no cumplieron con su cometido. Todas pecaron de lo mismo. Tuvieron en sus manos por espacio de dos meses los archivos de la burguesía desde el 89. El Tribunal de Cuentas contenía los misterios de las trampas oficiales; el Consejo de Estado, las deliberaciones secretas del despotismo; el ministerio de Justicia, el servilismo y los crímenes de los magistrados; (…) la prefectura de policía, los secretos más vergonzosos de todos los poderes sociales; todas las diplomacias temían ver abrirse las carpetas de Negocios Extranjeros. (…). No se publicaron más que dos o tres cuadernos”. Para el primer historiador de la Comuna, estos límites se explican porque “ninguno de aquellos hombres conocía el mecanismo político y administrativo de la burguesía, de la que casi todos ellos habían salido”. La destrucción de la maquinaria del viejo estado burgués consiste también, como los mostraron en 1917 los bolcheviques, en abrir sus secretos al escrutinio popular, para mostrar todas los fraudes y atropellos de la burguesía contra el pueblo.
En suma, la Comuna vino a refrendar la tesis de Marx, de que la clase obrera no puede simplemente valerse del viejo Estado burgués, debe poner en pie un estado propio, sobre las ruinas de aquel. El camino que abrieron los comuneros en este terreno, por lo que hicieron, y por la experiencia y el debate sobre sus límites, es, hasta hoy, 150 años después, un legado imprescindible.
Juan García
No hay comentarios.:
Publicar un comentario