Un combatiente
Es justo rememorar que Marcelino fue cofundador amén de primer secretario general de Comisiones Obreras (1976- 1987), amén de diputado comunista por Madrid entre 1977 y 1981 y por lo mismo, encarnación de un sindicalismo asambleario y combativo que contrasta con el que acabaron imponiendo sus herederos. Su padre era guarda-agujas y su madre murió cuando Marcelino tenía nueve años; en 1935 ingresó en el partido comunista, al estallar la sublevación fascista escapó al monte y al mes siguiente pasó al bando republicano; detenido por la Junta de Casado sobrevive en condiciones dramáticas. Con la victoria pasa por diversas cárceles y se escapa en varios ocasiones; un tribunal lo condena a doce años y una revisión del juicio la reduce a seis; ya en libertad condicíonal en 1941, es trasladado en 1943 a en la provincia de Toledo donde coge las fiebres de Malta. Tras una breve instancia en Madrid es a la Costa Colorada, es destinado en Tánger a un campo de concentración donde enferma, esta vez de paludismo; en 1943 se escapa y llega al Marruecos francés siempre junto Josefina. Después de varios en el exilio, regresa a España en 1957; comienza a trabajar en la Perkins como fresador el mismo año, comienza como sindicalista legal en el sindicato vertical.
Para la ocasión se habían aprovechado del primer indulto del franquismo: “Llegamos a Madrid un día por la mañana y por la tarde ya teníamos una cita en El Retiro para ponernos en contacto con el Partido”, rememorará su compañera de siempre Josefina Samper (Fondón, Almería, 1927; Madrid, 2018), militancia indisociable, obviamente con un mayor subrayado en lo feminista. Marcelino empieza a trabajar como fresador en la fábrica de motores Perkins, y allí pronto es elegido enlace sindical. “La semilla de los nuevos tiempos llega con los vendavales”, cantó Carlos Cano honrando al cura Diamantino. Hay un vendaval en levadura, en los campos, en las minas, en los talleres, en las fábricas de toda España. Y así, poco a poco, semilla a semilla, comisión a comisión, convenio a convenio, se va levantando el nuevo movimiento obrero, saliendo del reflujo de la derrota, poniendo en pie la ofensiva contra la dictadura. “El movimiento obrero es el protagonista de la historia, también en tiempos del fascismo”, mascullan los promotores del inédito torbellino. En 1962 estalla la huelga minera en Asturias. Y en los años sucesivos, el magma inapresable de las comisiones obreras se extiende por todo el país.
Josefina y Marcelino se mudan a Carabanchel. “Sabíamos que cualquier día le detendrían, que acabaría en la cárcel. De ese modo, si caía preso y yo no tenía dinero para el autobús, siempre podría ir a verle andando”. Pronto, el presagio se consuma. “Una nueva generación de trabajadores se ha lanzado a la lucha sin los prejuicios del pasado”, se afirma en la Declaración de las CCOO de Madrid, en 1966. En esa fecha, Marcelino vuelve a ser elegido delegado sindical en la Perkins, por el 92% de los trabajadores de la fábrica. Pero el sindicato vertical invalida la elección y Marcelino da de nuevo con sus huesos en la cárcel; detenido en varias ocasiones por sus actividades, lo que le llevó a ser el principal protagonista del famoso proceso 1001.
Fue condenado a 2O años de prisión en diciembre de 1973 junto con otros nueve sindicalistas -Ariza, Sartorius, García Salve, etc.-, que por entonces formaban el «estado mayor'» del sindicato clandestino que ha logrado superar el bloqueo del sindicalismo tradicional; liberado en 1975 tras la muerte del dictador (con sus connotaciones siniestras luego mostradas en la “matanza de Atocha”); es detenido nuevamente en 1976; elegido diputado en 1977 se manifiesta entusiasmado con una amnistía que (bajo cuerda) exoneraba los “crímenes contra la humanidad” del franquismo. Deja el cargo político para dedicarse enteramente al sindicato guiándolo en una línea cada vez más moderada (justifica los pactos de la Moncloa y sobre el ANE en una línea de “paz social prácticamente inversa a la había dado vida al sindicato), defendiendo el actual marco constitucional y una unión nacional interclasista para solventar una crisis social que recaerá sobre los trabajadores. Marcelino utiliza su autoridad para imponer esta línea contestada por amplios sectores de la oposición sindical antiburocrática; identificado con las posiciones «eurocomunistas» de Carrillo, Camacho acabó mostrando su desavenencia con los métodos empleados por éste contra los «renovadores» que preparan su pase al PSOE.
Un prestigio de cine
Es un momento en el que su prestigio traspasa las fronteras e incluso resulta acaba siendo homenajeado desde la emblemática película de José Luis Garci, Asignatura pendiente (1977) donde fue encarnado por el magnífico Héctor Alterio, pero sobre todo el documental Lo posible y lo necesario, un esforzado trabajo de un colectivo de cineasta presidido por Adolfo Dafour que recoge la vida y la lucha de Marcelino y que apenas si tuvo la debida repercusión más allá de un pase por TV2; por su parte, Cambio 16 (1977) publicó entre sus ensayos biográficos un Perfil humano y político de Camacho, obra nada inocente por el centrista Josep Meliá; también Laia publicaría sus Charlas de la prisión, una suerte de catecismo de las posiciones imperantes en la época de resistencia: “No has salido nunca por televisión y sin embargo todos os conocen, todos conocen vuestro rostro, el deje y el más leve gesto al salir de Carabanchel y abrazar a Josefina”; escribió Alfonso Carlos Comín sobre ellos en 1976.
La epopeya ha corrido de boca en boca. Marcelino y Josefina, Josefina y Marcelino, nombres que quedan para la leyenda, como el recuerdo de otros tiempos de insumisión ya “superados” desde los despachos a pesar de que el deterioro de las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores no dejaron de retroceder con las libertades o sea, cuando se prometía que todo iría para mejor gradualmente. Toneladas de sufrimiento y toneladas de dignidad condensadas en sus dos nombres, pero también su parte de buena fe, de inocencia de manera que acabaron siendo iconoficados por los aparatos. La derrota, la cárcel, el exilio, la fábrica y otra vez la cárcel. Y siempre, siempre, la lucha. La historia de miles sintetizada en un jersey y una olla colectiva. El símbolo de un seísmo prohibido, las comisiones obreras, no hacen falta las mayúsculas por entonces, porque es de todos todavía, el patrimonio de una clase condenada por un “posibilismo” capaz de justificar las mayores derrotas.
Entre sus continuadores, el más directo fue Antonio Gutiérrez Vegara (Orihuela, 1951) que ha acabado ocupando altos cargos de la mano del PSOE, siendo, entre otras cosas, asesor de la Fundación Caja Madrid, llegando al extremo de asumir la defensa de las “razones de Estado” para no juzgar a Martín Villa en la “querella argentina”; en cuanto al siguiente mejor no entrar si no queremos pasar un mal rato con el vomitado.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
27 Mar, 2021
No hay comentarios.:
Publicar un comentario