Evergrande tiene una deuda de 300 mil millones de dólares, a la que están expuestas más de 240 entidades bancarias y financieras. Sus acciones cayeron un 90% en lo que va del año. El salto en la crisis del coloso coincide con un impago de otra empresa inmobiliaria, Kaisa, y en situaciones semejantes se encuentran Fantasia, Aoyuan, y Sunshine. Todo el sector está en crisis: se estima que la deuda de los promotores inmobiliarios ascendía a más de 4 billones de euros a fines del segundo trimestre de este año. Para darse una idea del alcance que tiene, el PBI chino equivale a 13,4 billones (El Economista, 20/9).
El sector inmobiliario y de la construcción representa más de un cuarto del PBI chino y es de vital importancia para industrias como la del acero y la de los muebles. Evergrande emplea en forma directa a 200 mil personas y si se tienen en cuenta empresas asociadas a la actividad del gigante, se suman otros tres millones de trabajadores.
La empresa creció al calor del boom inmobiliario de los ’90, pero lo hizo a través de un enorme apalancamiento, es decir, financió su desarrollo por medio de deudas. A medida que se fue pinchando el negocio inmobiliario, ese endeudamiento se fue haciendo insostenible. Las medidas del gobierno chino para limitarlo detonaron la crisis.
La compañía anunció la semana pasada que prepara una reestructuración de sus pasivos para cumplir con los acreedores internacionales, entre los que hay grandes fondos de inversión, como BlackRock y Ashmore (Bloomberg, 9/12). Se supo también que su fundador, Xu Jiayin, uno de los hombres más ricos de Asia, está vendiendo algunas de sus propiedades de lujo para cancelar compromisos.
El dato más importante, sin embargo, es la intervención del gobierno. A raíz del impacto que un default en regla de Evergrande puede tener sobre la economía china, las autoridades de Guandgong -donde está la sede de la empresa- convocaron al líder de la firma y armaron también un grupo de trabajo “para supervisar la gestión de riesgos”.
Aunque, debido a la magnitud de la deuda y la propia situación financiera del gigante asiático (la deuda pública y de los hogares ronda el 280% del PBI), Beijing no podría costear directamente un rescate, se especula que puede intentar proceder a un “desmantelamiento controlado” (Infobae, 8/12) para aminorar daños. Al mismo tiempo, acaba de flexibilizar las propias medidas que había adoptado para limitar el endeudamiento de las constructoras.
Al gobierno de Xi Jinping le preocupa el carácter socialmente revulsivo de la quiebra. Además del futuro de los empleados, está en debate qué ocurrirá con los propietarios del más de un millón de viviendas sin terminar. Cabe señalar que estos propietarios ya se han movilizado reclamando la entrega de sus casas terminadas o el reembolso de su inversión.
La intervención de Beijing en Evergrande se inscribe en un mayor control de las autoridades sobre la clase capitalista local. En este marco se han dado, por ejemplo, los choques con los grupos tecnológicos. La burocracia no quiere perder el timón del proceso de restauración burguesa.
La crisis de Evergrande, al mismo tiempo, es motivo de preocupación global. «Dado el tamaño de la economía y el sistema financiero de China, así como sus amplios vínculos comerciales con el resto del mundo, las tensiones financieras en China podrían tensar los mercados financieros mundiales a través de un deterioro del sentimiento de riesgo, plantear riesgos para el crecimiento económico mundial y afectar a Estados Unidos», planteó la Reserva Federal norteamericana en un comunicado del mes pasado (El Cronista, 9/11). Por lo pronto, la situación del gigante inmobiliario es uno de los factores que explica la desaceleración del crecimiento chino en el tercer trimestre.
La crisis inmobiliaria china es una expresión de la crisis capitalista global.
Gustavo Montenegro
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