“…cuando bajábamos al río, vislumbramos una inscripción en la ladera de un cerro nevado que rezaba en letras gigantescas: ‘¡Viva la Revolución!’. Mi carretero, un joven de unos 18 años, se rio alegremente cuando leí la inscripción.
-¿Usted sabe lo que significa? -le pregunté.
-No, no lo sé -respondió, tras un rato de dudas-. Solo sé que todo el mundo grita: ‘¡Viva la Revolución’”.
Este fragmento de La fuga de Siberia en un trineo de renos, obra de León Trotsky recientemente publicada por Siglo XXI editores, da cuenta del motivo profundo porque el zarismo hostigaba con una persecución implacable a las personas que protagonizaron los acontecimientos de 1905. Una revolución tan popular que era vivada por “todo el mundo” constituía una amenaza intolerable para la autocracia rusa.
León Trotsky, que había presidido la principal creación de las masas rusas en su primera revolución -el Soviet de delegados obreros de Petrogrado-, fue encarcelado junto a cientos de activistas de distintas tendencias. Tras un proceso penal, las cortes adictas al poder imperial decretaron la pérdida de derechos civiles y el destierro a las colonias “bajo vigilancia” que funcionaban en Siberia, el extremo oriental de la Rusia zarista, para Trotsky y otros catorce activistas. Así, el libro en cuestión relata en primera persona la deportación y fuga del gran revolucionario soviético. No se trata, estrictamente, de una obra política; es, antes que nada, la narración vibrante de las peripecias que implicaba un viaje por la taiga siberiana de principios del siglo XX, con una primera parte “tutelada”, y una segunda de escape. No obstante, las referencias políticas son inexorables, toda vez que se trata del relato de vida de un revolucionario a tiempo completo; así, la cita con que encabezamos este artículo forma parte de una “pintura” más amplia, pues reflejaba la reacción de uno de los pueblos que recibía el paso transitorio del convoy de personas deportadas. Allí, la confiscación de una bandera roja por parte de la guardia es “vencida” al día siguiente por la aparición de una nueva.
Según refiere el editor Horacio Tarcus, este opúsculo fue publicado en 1907 por la editorial Shipovnik de San Petersburgo con el seudónimo de N. Trotsky y recién ahora traducido directamente del ruso para su versión en lengua española. Son solamente 125 páginas atrapantes por una prosa refinada y llevadera que nos transporta a una aventura fuera de lo común.
La primera parte (“ida”) está formada por las cartas que Trotsky enviaba a su compañera N. Sedova. En ella, se relata el traslado de los “políticos”, forma resumida de llamar a los deportados de esa condición, desde la prisión de San Petersburgo hasta el destino final en un poblado siberiano. Las distancias revestían magnitud tal que la estación ferroviaria más cercana al eslabón último del destierro quedaba a más de 1. 600 kilómetros. El convoy movilizaba a catorce “políticos” y cincuenta y dos guardias. En su transcurso, Trotsky hace deliciosas observaciones sobre la conducta de los soldados, las diferencias con la jerarquía inmediatamente superior y el sopor burocrático de la rutina estatal y sus directivas absurdas. Además, se cuentan las curiosas paradas en poblados donde podían confraternizar con la población local, en muchos casos integrada por deportados y en muchos otros solidaria con esa revolución que el zarismo quería erradicar para siempre. En esas redes que expresaban un proceso vivo de transformación social se gesta la posibilidad de la segunda parte -la fuga.
Como señala Leonardo Padura en su prólogo, el “regreso” implica otro registro narrativo. Del relato en tiempo presente propio del carácter epistolar que conforma la “ida” se pasa a la evocación de una historia pasada cuyo desenlace se sabe exitoso de antemano -efectivamente, se consumó la huida- pero del cual los hechos que la conformaron son desconocidos para el lector. Así, lxs lectorxs nos adentramos en la “convivencia” con Nikifor, un ziriano que acepta el desafío de transportar en un trineo de renos al deportado -a cambio de dinero, desde luego, pero no solo. Este viaje implica una aventura riesgosa, por rutas “alternativas” en medio de la boscosa tundra siberiana, donde el estado de naturaleza es casi total en la mayor parte del trayecto.
Mediante la pluma de Trotsky podremos adentrarnos en un relato etnográfico de la comunidad ostiaca. Es omnipresente la mirada azorada por el consumo de alcohol en cantidades, tanto por los interlocutores circunstanciales en el periplo como por parte del “conductor” Nikifor. Hay espacio, también, para un retrato de la opresión de la mujer en estos poblados: “(…) este ilustradísimo hombre es un bárbaro puro. No mueve ni un dedo, se niega a ayudar a su mujer, que mantiene a su familia(…)”. No lo contaba como hecho aislado, pues en otro fragmento se afirma que “quienes se encargan de todas las labores domésticas, y no solo de las domésticas, son las mujeres”.
Volviendo a lo ya dicho, leemos un relato que no es estrictamente político, pero que al mismo tiempo no puede dejar de serlo. Así, el prólogo que Trotsky redactó en abril de 1907 comienza reseñando las estadísticas de prisión sufrida por todas las personas que participaron del congreso de la socialdemocracia rusa en 1906: “los 140 integrantes del Congreso pasaron en la cárcel 138 años y medio mes en total”. Efectivamente las peripecias vividas llenan lo que podría ser -y no es poca cosa- un muy buen libro de aventuras; pero, no son solo eso. Son, sobre todo, el resultado de una actividad política revolucionaria realizada en condiciones muy difíciles. Los acontecimientos previos y posteriores a los hechos que relata La fuga de Siberia… confirman que fueron protagonizados por una personalidad única en la Historia pero no solitaria. Fue el portavoz de una revolución que involucró a millones y aun está pendiente de completarse.
“Cuando las cenizas de aquellas gestas que hoy en día cometen los príncipes de este mundo, sus secuaces y los secuaces de sus secuaces se hayan desvanecido, cuando no hay forma de encontrar los sepulcros donde yazgan muchos de los partidos actuales con sus consignas, entonces, la causa a la cual nos consagramos se apoderará del universo; entonces, nuestro partido, actualmente sofocado por la clandestinidad, se disolverá en la humanidad entera, que por primera vez será dueña de su propio destino” (León Trotsky, “A modo de prólogo”, abril de 1907, en La fuga de Siberia en un trineo de renos).
Alejandro Lipcovich
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