Reconfiguración
Al estallar el conflicto en Ucrania, a la Unión Europea se le planteó el problema de revertir su dependencia del gas barato, el crudo y el carbón ruso. En ese camino, buscó compensar el menor flujo del primero (cayó 75% a fines de 2022, respecto al año anterior) a través de los ductos de Argelia y Noruega, y, sobre todo, de mayores importaciones de gas natural licuado (GNL), que se transporta por barcos.
El viejo continente redujo su dependencia del gas ruso, pero entraron a tallar Estados Unidos y Qatar. Las importaciones de GNL desde estos dos países se duplicaron con respecto a 2021 (ídem, 21/2). Incluso, como un perro que se muerde la cola, Bruselas aumentó las importaciones de gas natural procedentes de… Rusia.
En el caso del petróleo, la situación es aún más compleja. Aunque Europa importó 300 mil barriles diarios menos en 2022, Moscú siguió liderando las exportaciones de crudo al bloque (ídem). Para contrarrestarlo, entró en vigor ahora un embargo, a la par que se impuso un tope de 60 dólares al barril de crudo ruso. Como respuesta, el Kremlin anunció un recorte de producción de 500 mil barriles diarios, con el propósito de empujar hacia arriba el precio.
Rusia ha compensado parcialmente las sanciones reorientando sus exportaciones energéticas, fundamentalmente hacia India y China, aunque, en el caso del petróleo, tiene que aplicar descuentos a sus clientes. Un dato curioso es que parte de este petróleo es reexportado luego al viejo continente.
La reconfiguración energética en curso es tortuosa y abre nuevas disputas entre monopolios capitalistas y Estados. Baste señalar los atentados a los gasoductos Nord Stream 1 y 2, que van de Rusia a Alemania, atribuidos por el régimen ucraniano a los rusos, pero que otras fuentes endilgan a los yanquis, en un intento de Washington por incrementar sus exportaciones de gas natural a Europa y romper los lazos económicos entre el viejo continente y Moscú.
Por otra parte, ya antes del estallido de la guerra, la reticencia de los capitalistas a hacer nuevas inversiones, debido a la incertidumbre sobre su rentabilidad, contribuyó al alza de precios y a la crisis de oferta posterior al pico de la pandemia. El presidente norteamericano, Joe Biden, solicitó infructuosamente a empresarios del rubro que hicieran nuevos desembolsos de capital.
Movilizaciones populares
La crisis energética ha sido, además, el caldo de cultivo de grandes movilizaciones populares. No solo por el encarecimiento de las tarifas, y en algunos casos por la escasez de combustibles, sino también por el impacto que tuvo en el crecimiento de la inflación y el deterioro del poder adquisitivo del salario -que está a su vez en la base de la ola de huelgas que sacude al Reino Unido, Francia y Portugal.
El punto más alto de esta respuesta popular se vio en Sri Lanka, donde el aumento en el precio de los combustibles y los alimentos derivó en una crisis de importaciones que condujo a apagones masivos y desabastecimiento. Una rebelión popular volteó al gobierno de Gotabaya Rajapaksa, quien debió huir del país en julio pasado.
Albania fue uno de los primeros países europeos en que estallaron manifestaciones contra el aumento en los combustibles, ya en el mes de marzo de 2022. Las protestas y quema de boletas se extendieron por otros países del viejo continente. El reclamo de una rebaja de los combustibles precipitó la rebelión ecuatoriana y las grandes movilizaciones en Panamá.
La situación energética plantea el rechazo a los tarifazos, el aumento salarial indexado por la inflación, la nacionalización de las grandes empresas energéticas bajo control obrero, un plan energético y ambiental discutido por los trabajadores, y la lucha contra la guerra imperialista.
Gustavo Montenegro
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