Días atrás, cuando comenzó la presente escalada del dólar, algunos especulaban con que el gobierno dejaba correr esa suba, para extorsionar al FMI con un agravamiento de la crisis y acelerar una 'reconsideración' del acuerdo con Argentina. Si ello fue así, está claro que la maniobra se fue de las manos. En estas horas, el gobierno sólo atina a apagar el incendio con los dólares que aún tiene, y, principalmente, con la venta furibunda de los bonos que le confiscó al Anses y a otros organismos. Como resultado de ese remate, los bonos sometidos a la “ley argentina”, que son los que mayoritariamente se emplean en estas operaciones cambiarias, se derrumbaron otro 5% en dos días. Hace una semana, Antonio Aracre, un agente del agronegocio en el gabinete fernandista, le advirtió al presidente que la burguesía exportadora reclamaba una devaluación en regla. Aracre se fue, pero su planteo se abre camino a través de una corrida.
FMI
El gobierno, en este cuadro, cuenta las horas para conseguir un “replanteo” de su acuerdo con el Fondo Monetario, que le aporte los dólares necesarios para atravesar la transición electoral. Pero el FMI podría colocar como exigencia la misma que suena en estas horas en la “city”, o sea, una fuerte devaluación del dólar oficial. Ese cimbronazo cambiario tendría lugar cuando las estimaciones inflacionarias para abril tienen a un 7% como “piso”. Por lo pronto, la disparada del dólar ha conducido a una semiparálisis comercial, es decir, a un colapso del sistema de precios, “justos” o no. Un salto del dólar a $350, por ejemplo, terminaría de desencadenar un curso hiperinflacionario. Aracre quería complementar esa devaluación con un posterior congelamiento de precios y un “bono” salarial. O sea que le pedía un “pacto social” a un gobierno en estado de remate.
El dólar devaluado y único es resistido por la burguesía industrial abroquelada detrás de Massa y De Mendiguren, que ha conseguido en estos meses el 'milagro' de importar sus materias primas a 215 pesos mientras remarcaba sus precios internos según el valor del dólar financiero. Pero no es el único motivo por el que Massa se ha abroquelado en el esquema cambiario actual: por sobre todas las cosas, el kirchnerismo y Massa le temen como la peste a una reacción popular frente a la “híper”. Por ese mismo motivo, la burocracia sindical ha cerrado filas con Massa y su plan desvencijado.
La corrida es política
La corrida cambiaria tiene lugar después del renunciamiento de Alberto Fernández a su candidatura, una decisión que colocó enteramente el destino del gobierno en manos de Massa y el FMI. Ahora, el desmadre cambiario e inflacionario, que es también el hundimiento del acuerdo con el Fondo, coloca a Massa al borde del precipicio. Una renuncia de Massa que devuelva el timón del Estado al presidente “renunciado”, es una crisis de poder. La transición electoral de seis meses -con PASO y generales incluidas- se ha convertido en una eternidad. El estallido del plan Massa puede precipitar un adelantamiento electoral o la supresión de las PASO. La “gran remesa” de dólares que Massa espera podría terminar llegando, pero sólo después que la crisis arrase con su gobierno. En ese caso, el socorro financiero tendría como propósito pavimentar el camino de una futura administración, a cuenta de una contrarrevolución laboral y previsional y de un remate de recursos a gran escala. Es lo que plantean, en todas sus variantes, los “dolarizadores”.
Massa -y el kirchnerismo que lo apoyado sin reservas- se desmorona después de haber ejecutado uno de los 'planes' económicos más parasitarios de la historia. Endeudó hasta el cansancio al Tesoro y al Banco Central para rescatar a la burguesía industrial, a los acreedores de la deuda y a la banca. Como ocurriera antes con Guzmán, los dólares ingresados a través de las sucesivas devaluaciones no hicieron más que financiar fugas de capitales gigantescas. El costo de este salvataje al capital lo han pagado los trabajadores y los jubilados, a través de la degradación de sus ingresos. Un estallido financiero y político en medio de la transición electoral colocará al eje del proceso político en la situación de las masas, y la necesidad de una lucha de conjunto de los trabajadores se convertirá en una cuestión de sobrevivencia. La campaña electoral, en ese cuadro, quedará subordinada a un choque abierto entre las clases sociales, y ella misma será la ocasión para agitar y propagandizar una salida a la crisis de poder protagonizada por la clase obrera.
Marcelo Ramal
25/04/2023
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