Más de 80 personas murieron durante una estampida en Saná, la capital de Yemen, en el marco de una entrega de cupones de dinero (por 9 dólares) por parte de un gran comerciante, debido a la celebración del Eid al Fitr, festividad que marca el fin del Ramadán, mes sagrado para los musulmanes, en que la tradición religiosa indica que el profeta Mahoma recibió la revelación del Corán.
Aunque no están claros los detalles, la aglomeración de cientos de personas desesperadas, en un país donde dos tercios de su población están en la pobreza, facilitó sin dudas el desastre.
Yemen se encuentra en medio de un feroz conflicto armado desde 2014 que dejó -según estimaciones de Amnistía Internacional- 250 mil muertos y 4,5 millones de desplazados, en un país que apenas supera los 20 millones de habitantes. Se la ha llamado la “guerra olvidada”.
El conflicto enfrenta a los rebeldes hutíes (que predican una rama del islam chiíta) y las fuerzas leales al gobierno de Abd-Rabbuh Mansur al Hadi, apoyado por Arabia Saudita y el imperialismo yanqui y europeo. Estos acusan a los primeros de estar financiados por Irán.
Los hutíes lograron expulsar a Hadi de la capital del país y controlan también el estratégico puerto de Hodeida, sobre el Mar Rojo, al igual que otras zonas del noroeste.
En 2015, Arabia Saudita encabezó una coalición invasora contra los hutíes, pero no logró vencer a los milicianos. Se empantanó en el terreno, e incluso se dividió, con los Emiratos Árabes apoyando al llamado Consejo Transicional Sureño, que sería partidario del restablecimiento del viejo Yemen del Sur. Debido al costo de las operaciones y los reveses militares, entre otros motivos, las fuerzas de la coalición debieron retirar y relocalizar parte de sus tropas.
El gobierno de Joe Biden había prometido desandar los pasos de Donald Trump y dejar de entregar armas a los invasores. Pero en 2022 aún mantenía su respaldo, con el pretexto de combatir a los hutíes y a Al Qaeda, que domina una pequeña parte del territorio sureño. Biden había prometido también esclarecer el caso del columnista del Washington Post asesinado por Riad, para terminar abrazándose con el príncipe saudita Mohammed Ben Salman.
En los últimos días empezó un proceso de negociaciones entre los hutíes, de un lado, y Arabia Saudita y Omán, del otro. Estas tratativas surgen bajo el impulso del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Riad y Teherán, mediado por China.
La confrontación en Yemen tiene un alcance regional. No sólo porque están involucrados, en distintos bandos, el imperialismo y los principales países de la región, sino también en un sentido territorial. Los hutíes han hecho ataques exitosos con drones sobre Emiratos y Arabia; el caso más resonante fue el de las refinerías sauditas en 2019.
Yemen es el primer desafío de fuego del plan de entendimiento en la región bajo patrocinio chino. Hasta ahora, todos las tentativas de negociación han fracasado debido a las grandes contradicciones que atraviesa la región.
Antes de la guerra civil, Yemen había vivido un levantamiento popular, en 2011, que derribó al gobierno de Ali Abdullah Saleh, quien gobernaba el país desde 1978 (primero Yemen del Norte, y a partir de 1990, el Yemen reunificado). Al igual que en otros países envueltos en la Primavera Árabe, fueron las condiciones de pobreza las que motorizaron la rebelión. Además, los propósitos reeleccionistas del mandatario.
Sin embargo, el Consejo de Cooperación del Golfo, que reúne a las monarquías reaccionarias de la región, logró imponer una transición con garantías para Saleh que allanó también el gobierno de su vice, Hadi, al frente de un gobierno de unidad nacional que no duró mucho tiempo.
Yemen, privado de recursos petroleros, y que ya era el país más pobre de la península arábiga, se encuentra hoy desintegrado como fruto, principalmente, del injerencismo del imperialismo y sus socios regionales.
Gustavo Montenegro
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