El anuncio de una inflación cercana al 8% dejó en un segundo plano a otro dato crucial de la crisis del gobierno: Sergio Massa volvió de su visita a Washington con las manos vacías, en la pretensión de obtener un “puente financiero” que sirviera para aguantar hasta fin de año. El ministro apenas rescató unos dos mil millones de dólares de organismos internacionales, un dinero con fines específicos que apenas representa el 10% de las divisas perdidas por la sequía. Aunque Massa aseguró ante el FMI que el nuevo “dólar especial” aportaría reservas para los próximos meses, los límites de esta nueva devaluación temporaria son evidentes. Por el lado de la soja, sólo representa un adelanto de las ventas ya previstas al exterior –los ingresos de dólares de ahora, por lo tanto, serán a costa de lo que debería entrar en la última parte del año. En el caso de la larga lista de productos regionales afectados –azúcar, yerba, lácteos y muchos otros- el dólar a 300 pesos subirá los precios internos y los beneficios para las corporaciones exportadoras, pero no moverá el amperímetro de los ingresos de divisas. Se trata de exportaciones que ya estaban previstas. De los préstamos “REPO” que se esperaban desde el exterior, ya no se siente noticia alguna.
Es en este cuadro que hay que situar la suba de más de veinte pesos en los dólares paralelos o financieros que se disparó en las últimas horas, y que tiene lugar después del ingreso de las primeras operaciones del nuevo “dólar agro”. Parte de esa disparada obedece a que los propios exportadores han salido a recomprar dólares paralelos o financieros, después de cambiar por pesos las divisas que lograron con sus ventas afuera. Si esto es así, se ha armado la perfecta puerta giratoria - los dólares que ingresan por una ventanilla salen por otra. El gobierno les dio a los exportadores una devaluación parcial para conseguir un mínimo colchón de reservas y ponerle un freno a la fuga de capitales. Pero las cosas se dan al revés: la incontenible salida de capitales también se ha fagocitado al comercio exterior. El “dólar especial” debía alimentar las necesidades de divisas para la importación. Pero esa posibilidad se esfuma, y la volatilización de divisas puede conducir a una parálisis industrial. Para frenar una corrida, el gobierno podría echar mano de los títulos en dólares que ha confiscado al Anses y a otros organismos públicos. Pero deberá acelerar su venta, agravando la caída de sus cotizaciones. El “plan aguantar” que marcó la llegada de Massa al Ministerio de Economía, cuenta sus horas.
Devaluación
El agotamiento del plan oficial empuja al tándem Massa-Fernández a una devaluación en regla, que es lo que el FMI habría reclamado a los visitantes argentinos a Washington. No ya para facilitar algún puente financiero adicional, sino solamente para cumplir con los próximos tramos del acuerdo con Argentina, donde el FMI “presta” el dinero para los vencimientos de la deuda ya contraída. Pero una devaluación “moderada”, del 10 o 15% sobre el dólar oficial, sólo sería en las actuales condiciones el acicate de una nueva corrida. En cualquier caso, deberá operar sobre una inflación galopante, y ser por lo tanto la antesala de una hiperinflación, o sea, de un proceso de disolución monetaria. Las especulaciones sobre una dolarización de la moneda, en este cuadro, han dejado de ser el devaneo de un Milei. La pretensión de que el FMI aguantaría al edificio precario del gobierno Fernández-Massa tropieza con la magnitud de la bancarrota argentina. Bajo las actuales condiciones, un “puente” financiero de cierto alcance para salvar la transición presidencial sólo alimentaría una mayor salida de capitales. El FMI toma distancias del derrumbe del gobierno.
La clase obrera y el desenlace político
La posibilidad de un estallido devaluatorio e inflacionario en las vísperas o incluso en el propio proceso electoral traslada toda la crisis financiera al plano político. Una fracción de la oposición ha pasado a jugar abiertamente la carta de ese colapso avanzado, para cargarle el trabajo sucio de sus consecuencias sociales al gobierno en liquidación. Por sobre todas las cosas, la “hiper” y la desorganización económica son un mecanismo de demolición sobre la clase obrera, su salario y sus conquistas. En suma, es un recurso para llevar hasta el final el trabajo perpetrado por los Macri, Fernández, Guzmán o Massa, en lo que refiere a la licuación de salarios, jubilaciones y reivindicaciones sociales.
El final del plan “Aguantar” es también una pesada lápida sobre la burocracia sindical, que consintió la caída del salario y el agravamiento al extremo de la precarización laboral, en nombre de rescatar al gobierno “nacional y popular”. Esta situación de conjunto debe ser debatida en todas las organizaciones obreras y lugares de trabajo, con el método de los plenarios y autoconvocatorias. Para la clase obrera, la preparación de la huelga general se ha convertido en una cuestión de defensa propia.
Marcelo Ramal
18/04/2023
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