jueves, abril 27, 2023

¿Se viene la hiperinflación? ¿Dónde termina la corrida?


Lo que todos nos preguntamos. 

 Las condiciones para una hiper están reunidas. 

Todo el país se pregunta hasta dónde puede llegar la crisis actual. Cuánto más va a subir el dólar y acelerarse la inflación es la preocupación unánime, en medio de la corrida que disparó al blue hasta rondar los $500 y un aumento de precios ya insoportable pero que no afloja. ¿Qué va a pasar? A este interrogante generalizado, agregamos nosotros uno que nos parece el más importante: ¿qué tenemos que hacer? 
 A muchos jóvenes que no vivimos la crisis de finales de los ’80 se nos hace poco claro distinguir la situación actual de lo que se denomina una hiperinflación. Los precios se remarcan permanentemente, el IPC interanual supera el 100%, el dólar no para de subir, algunos productos -importados o que requieren insumos importados- ni siquiera tienen un valor previsto hacia adelante, y no hay señales de que esto se calme. La diferencia con la hiper es una cuestión de escala y de tiempos, porque esta significa saltos muy bruscos en muy cortos períodos, que en el caso de 1989 llevaron el índice anual de precios al 3.000%.
 Como sea, hoy acumulamos ya más de una década de inflación en ascenso y devaluación progresiva del peso, por lo cual ya venimos sufriendo un deterioro sostenido en el poder de compra. Por eso la estampida inflacionaria es inaguantable, aunque no hayamos cruzado el umbral para considerar una hiper (convencionalmente del 1.000%). Y la cuestión es que hay una fuerte inercia, con fuertes subas de los precios mayoristas que después se trasladan a las góndolas, y todo un cronograma oficial de tarifazos, naftazos, boletazos y aumentos de los precios regulados que ponen un piso al IPC de los próximos meses. 
 De todas maneras, las condiciones para que se desate una verdadera hiperinflación están reunidas, por clara responsabilidad del gobierno y del programa del FMI que defienden todos los políticos capitalistas.
 El primer aspecto es justamente la presión por una devaluación. La corrida que llevó los tipos de cambio paralelos a rozar los $500 tiene impacto sobre los precios, especialmente en el rubro de la construcción. Además tenemos a los sojeros que no liquidan la cosecha a pesar del precio privilegiado del dólar agro, porque apuestan a más. Los bancos que hicieron grandes negocios especulando con las altísimas tasas de interés que les paga el Estado (135% anual, más del doble de lo que quieren fijar como techo salarial) ahora desarman sus tenencias en pesos porque ven un default en el horizonte, prefieren cobrar los vencimientos y correr a comprar dólares. Por eso es el gobierno el que financia la corrida: es la plata que él emite la que usan los capitalistas para dolarizarse. 
 Massa todavía resiste a este golpe de mercado, a sabiendas que una devaluación terminaría de desatar los pecios y de enterrar cualquier chance electoral del peronismo. Pero si aún lo logra es exclusivamente porque el Fondo Monetario hasta ahora le sigue tirando soga, lo cual obedece a la preocupación del capital financiero y el imperialismo yanqui en evitar un estallido social. Es el mismo trato que tuvieron con Macri, tan cuestionado por los caraduras del kirchnerismo. Ahora el Frente de Todos llega al final de su mandato jaqueado por los mismos elementos que Cambiemos en 2019: inflación creciente, corrida cambiaria, rescate del FMI, y la gente perdiendo por todos los flancos. 
 La preocupación del gobierno es que un fuerte salto del tipo de cambio oficial se trasladaría inevitablemente a los precios. La economía argentina está fuertemente indexada. Un ejemplo es cómo aumentan los alimentos al compás del dólar agro. Lo mismo vale para la vivienda, basada en tasaciones en dólares, o los productos importados, que componen gran parte de los artículos que se fabrican en Argentina. Ni hablar de las tarifas de los servicios públicos, cuando la segmentación tarifaria pretende recortar masivamente los subsidios al mismo tiempo que fija un precio base dolarizado del gas y la electricidad. 
 Los políticos capitalistas y los economistas agregan a la lista de precios indexados los salarios, porque las paritarias se pactan con varias cuotas y por períodos cada vez más cortos. Pero es evidente que la realidad es al revés: los trabajadores corremos a la inflación siempre de atrás, tratando de recomponer lo que vamos perdiendo. Por eso es insultante que la CGT, en lugar de plantear que se rediscutan los acuerdos salariales, se siente con Massa a ver cómo mantener el orden. Nada más justo en este escenario que luchar por una efectiva indexación de los ingresos de la población trabajadora, o sea que se actualicen mensualmente según el IPC, como planteamos desde la izquierda y el sindicalismo clasista. 
 Es obvio que este planteo se va a topar con la resistencia de las cámaras empresarias, del gobierno y la oposición derechista. Lo saben los obreros del neumático, que se plantaron en la negociación paritaria hasta que arrancaron un aumento salarial por encima del índice de precios, para lo cual tuvieron que soportar la presión de multinacionales y pulpos nacionales, y los ataques y amenazas del propio ministro de Economía. Es una demostración práctica de cómo, tanto los que prometían mejorar los salarios como los “liberales” que claman por el libre mercado, cerraron filas contra la potestad de los laburantes de organizarse colectivamente para no tener que vender su fuerza de trabajo a un precio inferior al costo de vida.
 A este ejemplo de intervención de los trabajadores podemos sumar fuertes peleas como la de los docentes, los piqueteros, médicos y residentes, entre varios sectores. Pero hace falta además pujar por una irrupción con un programa político propio de salida a la crisis, para que no sigamos pagando los platos rotos nosotros. Un mayor análisis puede verse en el editoral semanal de Prensa Obrera escrito por Eduardo Salas. 
 Si Milei levanta en las encuestas hablando de dolarización y prometiendo terminar con la inflación es porque eso le permite explotar esta incertidumbre, a la vez que intenta diferenciarse del fracaso de todos los que nos gobernaron -aún cuando reivindica el fiasco menemista. Claro, lo hace presentando como indolora una salida que en realidad implicaría que la población trabajadora pague con sus condiciones de vida (salarios, jubilaciones, puestos de trabajo, derechos laborales) los costos de una política que vendría en primer lugar a rescatar a los bancos y financieras -que están metidos hasta el cuello en negocios especulativos con la deuda pública y con la brecha cambiaria. 
 Dice que la factura sería cobrada a “los políticos”. Pero si estos hundieron al país fue por gobernar no solo en su propio beneficio personal sino en el de los grandes capitalistas -que son los que se embolsaron los subsidios todos estos años, los pagos de deuda externa, los que fugaron sus dólares al exterior. En conclusión, su supuesto “plan motosierra” preserva la misma orientación social de clase que toda la casta de políticos capitalistas enquistada en el Estado, y el mejor ejemplo es que seguiría subordinado al FMI. Por ese camino siguieron transitando también los países que dolarizaron sus economías, y siguen recayendo en crisis de deuda. 
 La clave de la situación, que tiende a agravarse, es la preparación política de la intervención de los trabajadores en esta crisis. Es la única clase social realmente productiva, que puede romper el parasitismo que fuga las riquezas de Argentina y abrir paso a una reorganización económica sobre nuevas bases sociales. Para eso, en lugar de reventar el Banco Central y ajustar al pueblo, hay que empezar por romper con el Fondo y tomar en nuestras manos los resortes claves como el sistema financiero y el comercio exterior, terminar con la fuga de capitales y el pago de una deuda externa fraudulenta, para invertir los recursos en un desarrollo nacional en función de las necesidades de las mayorías.
 La campaña electoral del Frente de Izquierda Unidad, delimitando campos con todos los políticos capitalistas, es parte de esa preparación política.

 Iván Hirsch

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