Más aún, llamó a no dejarse arrastrar por “crisis que no son las nuestras” y enfatizó que “la paradoja sería que nos pusiéramos a seguir la política norteamericana, por una suerte de reflejo de pánico”.
En aras de una agenda propia en la región, Macron arribó al gigante asiático con representantes de importantes compañías galas como Alstom (servicios eléctricos y ferroviarios), EDF (la energética estatal) y Airbus. Esta última se llevó un acuerdo de venta de 140 aviones a Beijing.
Un osito de peluche de…
La cuestión taiwanesa es uno de los puntos de mayor tensión entre Estados Unidos y China. Washington viene estrechando sus relaciones con Taipei, como parte de su ofensiva global contra el gigante asiatico. Durante su gira por Asia del año pasado, el presidente estadounidense Joe Biden pareció abandonar la doctrina de la ambigüedad estratégica, según la cual la Casa Blanca debe proteger la isla, pero no está obligada a internarse en un potencial conflicto bélico, al afirmar que la apoyaría militarmente en caso de una guerra con la nación de la Gran Muralla. En agosto del año pasado, ahondando esa línea, la entonces titular de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, visitó Taipei, en una abierta provocación contra el régimen de Xi Jinping.
Los medios han enfatizado las maniobras militares chinas de los últimos días en el Estrecho, pero han dedicado poco espacio a la llegada previa a Estados Unidos de la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, o al comienzo de los ejercicios militares conjuntos entre Estados Unidos y Filipinas. La Casa Blanca viene tejiendo un cerco contra el gigante asiático, a través de acuerdos de seguridad con países como Australia, India, Japón y Corea del Sur.
Volviendo entonces a Macron, éste plantea que París no tiene por qué subordinarse a la agresiva agenda yanqui en relación a China. Aboga, como alternativa, por formar un “tercer polo” entre los dos bandos y por una “autonomía estratégica”, que entiende como una independencia económica y militar.
El debate
La guerra de Ucrania ya había abierto una discusión en el viejo continente respecto a los vínculos con Rusia. Mientras Washington empujaba el conflicto, algunos países europeos vacilaban debido a la dependencia del gas ruso, especialmente Alemania. Esa partida la ganó la Casa Blanca, no solo alineando a los díscolos en el apoyo a Zelensky y en el envío de material militar (Berlín terminó proporcionando hasta tanques de guerra), sino en el plano económico, porque uno de los proveedores que reemplaza la energía rusa es, precisamente, Estados Unidos.
Ahora, las declaraciones de Macron con respecto a China vuelven a agrietar a Europa, en la que algunos Estados y partidos son más proclives que otros a secundar la guerra comercial y las provocaciones militares contra China. El eurodiputado del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, rechazó los comentarios del titular del Palacio del Elíseo y reclamó “reforzar nuestra alianza con Estados Unidos”. Por estos días, los diarios han destacado también la importancia que ha adquirido Polonia para Washington, convertida en su cabeza de playa en la Europa continental.
Economía y guerra
Los lazos de la Unión Europea con China son complejos. Tan complejos que Bruselas califica al mismo tiempo a Beijing como “rival sistémico” y “socio con el que colaborar”.
Macron, al igual que el español Pedro Sánchez, que visitó previamente el país, e incluso participó del Foro Económico de Boao (el “Davos chino”), le reclamó a Xi Jinping una mayor apertura para los grupos económicos que representa. Exige una apertura sin anestesia para los capitales franceses: quiere sacar su tajada en el proceso de restauración capitalista en el gigante asiático.
Aunque las compañías del viejo continente se han podido radicar en China, creen que hay mucho terreno por disputar. La Cámara de Comercio Europea en esa región reprocha que el Estado chino sólo ha habilitado la apertura en algunos sectores.
Al mismo tiempo, los europeos quieren condicionar el ingreso al bloque de empresas chinas a que no se encuentren subvencionadas por el Estado. Y el otro punto de preocupación de Bruselas es el déficit comercial con el gigante asiático, del que absorbe materias primas y bienes industriales, y que ascendió a cerca de 200 mil millones de euros en 2022.
Las tensiones entre las partes han llevado al congelamiento por parte del Parlamento Europeo, en 2021, de un acuerdo de inversiones que estuvo muy poco tiempo en vigencia.
Macron pidió también a Xi Jinping que interceda en el conflicto de Ucrania, aunque le advirtió al mismo tiempo que no auxilie a Putin en esa guerra. Con lazos tanto con Kiev como con Moscú (recordemos la reciente reunión de Xi con el jefe del Kremlin), China aparece como un potencial apaciguador. El problema es que Macron -y también el español Sánchez- agitó el plan de paz de Zelensky, quien exige una retirada rusa no solo del Donbas sino incluso de Crimea, en tanto que Xi tiene un plan propio mucho menos específico, que en cualquier caso hoy aparece lejos de poder concretarse.
Debilidad
La audacia de los comentarios geopolíticos de Macron contrasta con la debilidad de la posición europea, que ha jugado un rol de segundo orden en el conflicto con Rusia, con respecto a un Estados Unidos que, por cierto, no atraviesa su momento de esplendor. El anhelo del presidente francés de un ejército europeo tampoco ha dado un solo paso. La “autonomía estratégica” de Europa que defiende Macron es, por ahora, solo una aspiración.
El tenor de los planteos de Macron contrasta tambien con su situación interna, dado que su intento de imponer a toda costa la reforma previsional que eleva la edad jubilatoria ha hundido su imagen y desató las huelgas y movilizaciones más importantes desde 1995. El viaje a Beijing es un intento de mostrar que está todo bajo control.
El capitalismo francés enfrenta en la clase obrera un gran obstáculo en sus apetitos de expansión y dominio.
Gustavo Montenegro
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