En Francia se está desenvolviendo la onceava jornada de huelga general. Las votaciones en las asambleas obreras, muchas desde el miércoles o el martes, refrendan el paro y exigen a las direcciones que se transforme en “ilimitado” –indefinido. El apoyo se extiende. La huelga de los trabajadores del gas, que frenó la distribución desde El Havre, fue secundada con el paro solidario, en la vecina Bélgica, de los trabajadores de la petrolera Total, evitando que los capitalistas puenteen las medidas de lucha.
Las centrales sindicales reportan “solo” 400 mil personas en París. Asistimos a un esperable descenso en las grandes ciudades tras el pico de millones de manifestantes el jueves 23 de marzo. En las ciudades pequeñas, sin embargo, la movilización se mantiene o crece, aportando cientos de miles. Además, aparecen nuevos actos de fuerte simbología política, como la irrupción de los ferroviarios en las oficinas de la financiera “buitre” Black Rock, una denuncia a los autores intelectuales de la reforma jubilatoria.
Un elemento distintivo de la jornada, en cuanto a realineamientos políticos, fueron los intentos de que la clase obrera se desplace de protagonista de la huelga a espectadora de planteos patronales.
La reunión del miércoles 5 entre el gobierno y las centrales sindicales mostró la intransigencia del Ejecutivo. La primera ministra rechazó cualquier modificación al proyecto de reforma jubilatoria. Mientras tanto, el presidente Emmanuel Macron continúa su visita oficial en China, lejano refugio de los problemas “domésticos”.
Los voceros de la Intersindical se sentaron con el gobierno sabiendo que este no les iba a ofertar nada. Lo hicieron a pesar de que los principales líderes de la oposición burguesa a Macron rechazaron la invitación y de que las bases obreras continúan votando la huelga. Muestra, por lo tanto, una orientación política hacia una componenda. La “foto” de los líderes sindicales junto a los verdugos de los trabajadores es un tanto a favor del gobierno, golpeado aunque conservando el control.
Los límites de Macron están dando lugar a que la burguesía francesa considere cada vez con más celo propiciar medidas que saquen la lucha de las calles y la coloquen en el terreno institucional. Así, todo apunta a concentrar en la resolución del Consejo Constitucional, cuya reunión del viernes 14 podría decretar tanto el sostenimiento como la anulación –parcial o total- de la reforma jubilatoria, o bien el lanzamiento de un referéndum. Si todo esto fracasa, todavía queda el recurso de disolver el parlamento y convocar a elecciones legislativas.
La situación está lejos de estabilizarse. Con las protestas en la capital de fondo, el centroizquierdista Jean-Luc Mélenchon planteó que la crisis social ya se transformó en una crisis de la “democracia” (en alusión al autoritarismo presidencial) y que esta, a su vez, puede transformarse en una crisis del régimen. Fue un aviso dirigido a la gran burguesía francesa. El señalamiento de la bancarrota política, pero con el debido cuidado por borrar cualquier perspectiva obrera, se revela como un intento de rescate.
Si esto fuera poco, la crisis también está dando lugar a una especie de milagro de Pascua: los viejos dirigentes de la centroizquierda, sepultados tras su integración al gobierno ajustador del “socialista” François Hollande, lograron resucitar. Su desfile por los grandes medios y sus intervenciones públicas tienden a adoptar un formato de promoción de candidaturas, muy lejos de la realidad de la huelga. Sin embargo, varios referentes del PS recibieron una silbatina por parte de los trabajadores durante las últimas movilizaciones.
Es necesario impulsar todas las acciones para el sostenimiento y extensión de la lucha en las calles. Que la Intersindical abandone cualquier componenda y llame a la huelga general “ilimitada” –indefinida- hasta el retiro del proyecto. Los trabajadores deben tener sus propias consignas para lograr intervenir en la crisis de poder sin caer en el seguidismo al frente popular. El “Fuera Macron”, junto a la perspectiva de la huelga general, es decir, el planteo de que tirar abajo al gobierno es una realidad posible para esta generación de trabajadores –y no una tarea de un futuro indefinido- abriría una nueva perspectiva revolucionaria.
Luciano Arienti
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