Entre los que mejor declaman defendiendo la democracia está por supuesto Julio María Sanguinetti, el que durante dos períodos de su presidencia garantizó la impunidad a los responsables de crímenes y torturas durante la dictadura que todos dicen lamentar. Sanguinetti fue además ministro en el gobierno del luego golpista Juan María Bordaberry, en el que fue el encargado de impulsar una ley de enseñanza absolutamente reaccionaria. Durante ese gobierno, la lista 15 del Partido Colorado, que lideraban Jorge Batlle y Sanguinetti, apoyó sistemáticamente la política de violaciones a los derechos humanos, decretos de “Medidas Prontas de Seguridad” (Estado de Sitio), ataques a la libertad de prensa, militarización de las huelgas, y las declaraciones de Estado de Guerra Interno y Ley de Seguridad del Estado, que extendieron cada vez más potestades hacia las Fuerzas Armadas (civiles detenidos sin proceso, luego pasados a la justicia militar, muchos de ellos torturados en “democracia”). No debemos olvidar que el ex Senador del PDC Juan Pablo Terra declaró en 1991 (poco antes de su muerte) que se reunió con Sanguinetti en 1972 (cuando este era ministro de Educación) para reclamarle contra la actuación de los Escuadrones de la Muerte. Terra declaró que Sanguinetti le había asegurado que ese tema estaba resuelto porque se dispersaría a los oficiales, mencionados por el líder del PDC, en distintas dependencias dentro y fuera del país, reconociendo en los hechos la existencia de estos Escuadrones, aunque le advirtió que si se hablaba del tema él negaría todo (cosa que hizo en 1991). Según algunas publicaciones, hay documentos desclasificados de la embajada yanqui en Uruguay, en la cual se mencionan reuniones con Jorge Batlle donde éste abogaba por crear grupos irregulares para combatir a los Tupamaros. Sanguinetti recién se retiró del gobierno de Bordaberry cuando a fines del '72 las FF.AA. detuvieron arbitrariamente al propio Jorge Batlle, acusado de diversos negociados, luego de que este denunciara una negociación secreta entre militares y tupamaros en los cuarteles. Esto desató la crisis en el gobierno poco antes del golpe militar, que ya se venía gestando ante los ojos de los supuestos “demócratas” colorados y blancos que le dieron cada vez más poder al Ejército.
Lacalle Herrera formaba parte del ala derecha del Partido Nacional (también llamados “los blancos”, por oposición a “los colorados”), que daba respaldo al gobierno de Bordaberry (y aseguraba su mayoría en el parlamento), por lo que hasta la mayoría “wilsonista” del PN (por su líder Wilson Ferreira Aldunate) los catalogaba de “blancos baratos”. Lacalle Herrera recordaba así su reacción frente al golpe cuando era aún un joven diputado: “En el Palacio Legislativo escuché los discursos del Senado. En una de las escaleras nos despedimos con Héctor Gutiérrez que venía muy apurado con unas carpetas. Quizás ingenuamente, (yo) pensaba que los legisladores nos quedaríamos para simbolizar la custodia del Palacio, pero apenas terminó la sesión aquello se desperdigó por completo. Me fui a casa y dormí, costumbre que jamás he perdido y que creo que es buena. Como a las cinco de la mañana mi esposa, que se había quedado escuchando la radio, me despertó y me dijo que estaban pasando un comunicado. Le contesté: ‘Mañana me preocupo’, y seguí durmiendo” (Búsqueda, 24/6/93).
El Pepe Mujica, dirigente del Frente Amplio, es uno de los principales abanderados de esta campaña. Ha llegado a lanzar un libro en conjunto con Julio María Sanguinetti y lo ha salido a promocionar dentro y fuera de fronteras, siempre con el argumento de no profundizar “la grieta” (utilizando un término de la política argentina) sino de “tender puentes”. Si la Inteligencia Artificial hubiera imaginado un mejor defensor no ya del agotamiento de cualquier perspectiva revolucionaria, sino incluso del carácter pernicioso y peligroso de levantarla, no hubiera podido crear un personaje mejor: un tupamaro, ex guerrillero, ex preso político durante 14 años, y que ha revalorizado la democracia y hasta la unidad nacional. Además de la intoxicación ideológica sobre la juventud y la clase obrera, estas recorridas de Mujica tienen un contenido político muy concreto. Sanguinetti forma parte del gobierno de Lacalle Pou, es uno de sus principales aliados, gobierno que votó hace poco una reforma jubilatoria confiscatoria de los derechos de los trabajadores, y que amplía la privatización de la seguridad social. Mujica no sólo publicó este libro en ese contexto, también realizó declaraciones favorables al aumento de la edad de retiro y otras pérdidas de la clase obrera, sólo que solicitando que las patronales también realicen “algún aporte”. Olvida que fue el gobierno de Tabaré Vázquez, con José Mujica como ministro de Ganadería y Agricultura, el que rebajó los aportes patronales del 12% al 7,5% (y gran parte de las grandes empresas tienen exoneraciones totales o parciales, al punto que estas alcanzan al 26% de lo que debería ingresar por aportación patronal).
La burocracia sindical frenteamplista, y en particular el Partido Comunista, han intentado apropiarse de la huelga general, omitiendo la responsabilidad de su dirección en su derrota, y ocultando que el PCU y el FA intentaron una convergencia con los golpistas supuestamente nacionalistas o “peruanistas” (por referencia al gobierno del General Velazco Alvarado en el Perú).
Las direcciones de izquierda y la huelga general
Es un hecho que está suficientemente probado que la clase obrera ocupó las fábricas ya desde la madrugada del 27 de junio, cuando los turnos que estaban trabajando escucharon el comunicado de disolución del parlamento, es decir, el “autogolpe” del presidente colorado Bordaberry junto a los mandos militares. Varios delegados relatan esta situación, “cuando llegamos los compañeros ya habían ocupado”.
El tema de la huelga general había sido debatido en los años previos. Para supuestamente probar que ella convocó a la huelga, la burocracia del PCU afirmaba que ya en 1964 un encuentro sindical había votado la resolución de huelga en caso de golpe de Estado, ante el proceso del golpe militar en Brasil y el ambiente político en Uruguay. La realidad es que si tuvieran una hojita impresa con una declaración convocando a la huelga en 1973, no necesitarían ir tan lejos. Por el contrario, muchos dirigentes afirman que lo que se votó el 27/6 fue un paro de 24 horas. Por ejemplo, el bancario Víctor Semproni aseguró: “La huelga no la decretó la dirección de la CNT sino la convicción de la gente sobre lo que había que hacer en caso de golpe. El 27 de junio la CNT decide un paro de 24 horas. En bancarios, con asombro, recibimos el comunicado mientras ocupábamos los bancos. Luego vino el secretario de Organización de la CNT, compañero Félix Díaz, a quien pedimos explicaciones. Nos dijo que ante la gravedad de los acontecimientos, el Secretariado de la central había decidido el paro por 24 horas, para no comprometer al movimiento sindical en su conjunto en una huelga que no se sabía el alcance que podía tener. Dijo también, que no se había podido valorar qué disposición había de parte de los trabajadores. Ante nuestro requerimiento y discrepancia con esa valoración, Díaz nos explicó que esa noche habría una nueva reunión del Secretariado, y que de seguir habiendo condiciones, al día siguiente se decretaría otro paro de 24 horas, y así sucesivamente. Recuerdo que así se decretaron tres paros generales, en los tres primeros días. Al cuarto, no existió posición de la central acerca de lo que había que hacer. (…) Recién al octavo día apareció un volante con un comunicado de la dirección de la CNT, que decía que la huelga se venía deteriorando y había que buscar una salida decorosa” (entrevista en “Temas” de Mate Amargo, una revista que publicaba el MLN-Tupamaros en los ochenta).
Los antecedentes en cuanto a la lucha de tendencias y los debates en el movimiento sindical son también muy claros. En 1968 y 1969 distintos sindicatos combativos propusieron ir a la huelga general contra el gobierno de Pacheco (Bordaberry fue el sucesor designado por Pacheco, tras fracasar su maniobra reeleccionista). El PCU bloqueó sistemáticamente la tendencia a la huelga general, en nombre de no ir a una confrontación “prematura” y de conjunto con el gobierno, que podía concluir con el aplastamiento del movimiento obrero, afirmando que por el contrario había que promover una “salida política” -conformando un frente “amplio” (“policlasista”) para sacar por vía electoral a la derecha. La verdad es que la clase obrera tendía a la huelga en aquellos años: numerosos sindicatos llevaron adelante huelgas extensas y muy combativas, con fuertes enfrenteamientos con la policía y el ejército. Muchas de esas huelgas eran declaradas ilegales, los trabajadores eran “militarizados” (asimilados a militares, equiparando a la huelga con la deserción) y confinados en cuarteles militares. Pese a ello, hubo huelgas heroicas como la bancaria de 1969 que se mantuvo pese a la militarización durante más de dos meses. En el mismo momento paraban o estaban directamente en huelga muchísimos sindicatos. Es muy importante una polémica desarrollada en 1969 entre el dirigente textil Héctor Rodríguez (que reclamaba la huelga general) y los dirigentes sindicales del PCU y la CNT, que rechazaban esa medida. La estrategia de la burocracia sindical de la CNT en aquel entonces es bien conocida, porque se mantiene hasta nuestros días: negarse a la huelga general y convocar en cambio algún paro general aislado para intentar disipar la presión de las bases. Así fueron conducidas casi todas esas huelgas a la derrota y la clase obrera no estaba en 1972-73 en un alza de sus luchas sino en un momento de reflujo relativo, fruto de la estrategia impulsada por su dirección estalinista. La “salida electoral” propugnada se consolidó en la formación del Frente Amplio, donde los partidos con base en el movimiento obrero se aliaban con fracciones “progresistas” de la burguesía de escaso peso político y electoral (PDC, Lista 99, sectores minúsculos provenientes del Partido Nacional).
En todo este proceso, refluyó la tendencia a la huelga y comenzaron a destacarse los grupos foquistas -particularmente los tupamaros. Estos últimos tenían por estrategia no librar una lucha en el movimiento sindical contra la dirección estalinista, despreciaban la polémica y extraían a los mejores cuadros sindicales para integrarlos al aparato armado. El planteamiento foquista de los “Tupas” afirmaba que la creciente confrontación de un pequeño grupo armado con el aparato represivo iba a terminar obligando al PCU y al PSU a sumarse a la revolución bajo el riesgo de ser superados y quedar al margen de la historia. La lucha por una dirección clasista y revolucionaria era repudiada ya que generaría rispideces con las bases de esos partidos, la cuestión sería resuelta por la propia dinámica de la confrontación entre los aparatos militares del Estado y del (minúsculo) grupo guerrillero urbano. Al mismo tiempo, ya en el documento N° 5 del MLN-T (1970) se manejaba sin embargo otra alternativa, bajo la impresión de los procesos de golpes “nacionalistas” en Perú y Bolivia. La idea de ganar a una fracción del Ejército a la revolución “nacional y popular” (no socialista) era planteada como una hipótesis fuerte, por lo cual la acción guerrillera no descartaba ser apenas un factor que incidiera en una interna entre logias militares. El documento del MLN tenía entre otras joyitas estas afirmaciones: “El gobierno gendarme, gorila pro-yanqui parece no tener perspectivas en este momento y en esta parte de América, lo cual no quiere decir que no puede darse en algún país”; menos de un año después, se producía el golpe de Estado de Banzer en Bolivia, iniciando el proceso de golpes militares en el Cono Sur. “Las FF.AA. de algunos países han demostrado que frente al atraso de las masas y a la inexistencia de un fuerte proletariado pueden asumir el rol de vanguardia y de partido (por ser el sector más poderoso, moderno, templado, coherente y disciplinado), desempeñando un buen papel en la defensa de la soberanía, la independencia y el desarrollo. Por ello, las FF.AA. no pueden ser descalificadas masivamente y no puede renunciarse a la política en su seno”. Quien busque la palabra “huelga” en el Documento N°5 del MLN-T va a verse sorprendido, ya que no aparece ni una sola vez en el país que había protagonizado gigantescas huelgas y donde su dirección había discutido públicamente la cuestión de la huelga general. Para sus redactores, la clase obrera era un agente secundario y accesorio a la acción foquista o a las negociaciones con fracciones militares. En el mismo sentido evolucionaba la dirección estalinista de Arismendi (PCU). De defender la “salida electoral” de la mano de fracciones “progresistas” de la burguesía, pasó a buscar cada vez más un acercamiento a fracciones militares. Del “frente popular” electoral se iba derivando hacia el “frente popular” con una fracción golpista, la de los “peruanistas” (nacionalistas supuestamente identificados con el proceso militar de Velazco Alvarado). Para el estalinismo, la clase obrera debe subordinarse estratégicamente a la dirección burguesa, por lo que hay que estrangular su tendencia a la acción independiente y a la lucha por su propio poder. Cabe señalar que el PCU tenía un aparato armado muchas veces mayor (en cuadros y armamento) al MLN-Tupamaros. El ex dirigente Esteban Valenti afirma: “El aparato militar o armado del Partido Comunista, fue la organización armada con mayor capacidad de movilizar efectivos, poder de fuego y empleo de medios técnicos y de apoyo, que existió en el Uruguay entre las diversas fuerzas políticas. Sin embargo nunca entró en acción en forma ofensiva y sus principales tareas fueron de apoyo a la organización política clandestina del PCU entre 1973 y 1978”, “El aparato militar no estaba concebido para actuar solo, era imprescindible una fractura militar.” Valenti afirma que el aparato del PCU no sólo buscaba enfrentar el golpe sino “seguir de largo” con una “visión peruanista, es decir, que una parte de los militares no solo se enfrentaran contra los golpistas, sino que estuvieran de acuerdo con un proceso nacionalista, avanzado y cuando más radical mejor. Y de allí proviene nuestro error en la valoración de los comunicados 4 y 7.” (revista Bitácora, “¿Para que fue creado el aparato militar del Partido Comunista?”).
De febrero a junio
El 9 de febrero de 1973 se produjo un primer movimiento militar, cuando los mandos militares desconocieron al ministro de Defensa de Bordaberry y le reclamaron sustituirlo, y emitieron los famosos “Comunicados 4 y 7” donde hacían una serie de planteamientos que concitaron expectativas, cuando no directamente el apoyo del PCU, de Seregni, del Partido Socialista, el PDC y el MLN-Tupamaros. La dirección de la CNT (con mayoría del PCU) resaltó los acuerdos con los mandos militares; Seregni reclamó la renuncia de Bordaberry y llamó a la “unidad de todos los orientales honestos, civiles y militares”. El diario “El Popular” del PCU editorializaba elogiando los comunicados militares.
En ese mismo momento los mandos de la Armada estaban copando la Ciudad Vieja de Montevideo en oposición a los mandos del Ejército y la Fuerza Aérea, y algunas fracciones de izquierda minoritarias llamaban a desconfiar del alzamiento militar y de su supuesto “peruanismo”. Las direcciones de la izquierda desarmaron políticamente a la clase obrera y a la juventud, generando durante varios meses la ilusión de una posible unidad con los “militares honestos” y “nacionalistas”. Esto continuó hasta el punto que la dirección de la CNT impulsaba un “Primero de Mayo festivo”, con carruajes, desfiles de caballos y otras manifestaciones “alegres” y “patrióticas” por el estilo, lo que despertó un enorme repudio en las bases del movimiento obrero y debieron dejarlo por el camino. En ese mismo momento, muchos militantes de izquierda estaban presos en las cárceles y cuarteles. Así “preparaban la huelga general” las direcciones del movimiento obrero y la izquierda, desde el arismendismo hasta los tupamaros (ya totalmente derrotados desde el punto de vista militar desde fines de 1972).
Las ocupaciones de fábrica
Como ya mencionamos, en la madrugada del 27 de junio ya muchas fábricas estaban ocupadas por los obreros sin esperar ninguna orden de sus dirigentes. Los bancos también fueron ocupados, la refinería de petróleo de La Teja, las empresas del transporte, la clase obrera se lanzó a la lucha en forma consecuente contra el golpe, enfrentando la represión militar, y pese a la desorientación que provocaba sistemáticamente la dirección.
Ante el desalojo de las fábricas, la CNT planteó que se ocupara los locales sindicales (lo que dejaba a las patronales el control de los lugares de trabajo para quebrar la huelga); desde abajo las asambleas resolvieron reocupar una vez que las empresas volvieran a convocar. Así se produjo no sólo en muchas fábricas (como Alpargatas) sino también en bancos (como en Banco de Seguros) donde se volvió a ocupar hasta siete o más veces ante la represión, mostrando la disposición a la lucha y la heroicidad de la clase obrera.
La huelga general se mantuvo 15 días, pero ya desde el día ocho la burocracia lanzaba mensajes desmoralizantes. Además, el PCU se negó a implementar distintas iniciativas para impedir el funcionamiento del transporte (quitar piezas a los motores de los buses, mezclar el petróleo refinado con crudo para que no pudiera ser utilizado cuando el ejército tomara control de la refinería). Por el contrario, la dirección cenetista saboteó la huelga en el transporte, que fue de las primeras en levantarse. Desde las bases de izquierda se organizaba la colocación de clavos “Miguelitos” o tablas con clavos para detener el transporte, se levantaban barricadas, se quemaban cubiertas, todos intentos que eran saboteados y desaconsejados desde arriba. También el enfrentamiento con la policía y el ejército eran desalentados por la burocracia sindical del PCU.
Mientras los obreros y estudiantes enfrentaban la represión, esta es la descripción que realizaba Rodney Arismendi (Secretario General del PCU): “Los trabajadores —orientados por la CNT— transformaron cada fábrica ocupada en una tribuna con vistas a la fraternización entre obreros y militares contra la rosca en el poder. Ni los palos, ni las torturas aplicadas en ciertos casos, los apartaron de esta actitud lúcida y auténticamente revolucionaria (sic). En este sentido, los tantas veces citados comunicados 4 y 7 se tornaban exigencia popular en la misma hora en que eran pisoteados por la dictadura y la rosca, por Bordaberry y sus acompañantes. Así se traduce una justa política ante las FF.AA. capaz de distinguir entre el gorila y el militar patriota, aún confuso o equivocado”. ¿Y el poderoso “aparato” del PCU? Faltó con aviso: “Al iniciarse la huelga general del 73, los miembros del ‘brazo armado‘ del PC se prepararon para entrar en acción, pero la orden que recibieron fue de ‘esperar’. La expectativa se mantuvo por algunos días más, hasta que se tuvo la certeza de que no habría nueva orden. ‘Estábamos en el puesto, pero no sabíamos para qué’, comentaba Jorge Suárez, quien era entonces uno de los responsables de las ‘centurias comunistas’. Suárez agregaba que su sector no recibió nunca ninguna explicación especial, más allá de la que la dirección del PC divulgó una vez levantada la huelga general” (Brecha, 11/6/93).
Crisis de dirección
La huelga general de 1973 se mantuvo durante 15 días. El 9 de julio una inmensa manifestación ocupó la avenida principal de Montevideo, pero fue violentamente reprimida. El 11, la burocracia levantaba la huelga con la oposición de algunos sindicatos. Algunos de los delegados relataban que los trabajadores lloraban en las asambleas de fábrica y rechazaban el levantamiento. La clase obrera fue llevada a la derrota por una dirección que tenía como única expectativa la posibilidad de acordar con al menos una fracción militar, que nunca se preparó para la victoria, que siempre repudió la acción obrera independiente y la lucha por un gobierno obrero.
El proceso huelguístico de 1968-69 y la huelga general de 1973, son los dos momentos más altos de la lucha y la conciencia de la clase obrera uruguaya, muestran una tentativa por superar a las direcciones que bloqueaban la acción de los explotados. La clase obrera intentaba tomar la dirección, pese a quienes la pretendían colocar como observadora de una pelea de aparatos armados (MLN-Tupamaros) o los que condenaban toda acción directa en nombre de preparar alianzas con la burguesía “vía electoral”... o vía “cívico-militar”. El MLN-T nunca realizó una autocrítica; el dirigente tupamaro Eleuterio Fernández Huidobro (que culminó como ministro de Defensa de Mujica y Tabaré Vázquez, y jugando a favor de la impunidad a los represores) una vez dijo “nuestra mayor autocrítica es que no estuvimos en la huelga general”. Con lo cual se pretendía en realidad justificar, porque como se sabe ya estaba preso desde un año antes del golpe y la huelga. La cuestión que nunca se autocriticó Huidobro es no haber tenido nunca como estrategia ni siquiera como hipótesis la posibilidad de la insurgencia obrera, a través de la huelga general y la lucha por el poder. La historia de la clase obrera conoce otras tentativas de pasar por arriba a la política de la burocracia sindical, como la gran huelga del transporte montevideano (Cutcsa) durante casi 30 días en 1988, o sobre todo la gigantesca huelga general de la construcción durante 83 días en el año 1993, en la cual el PT de Uruguay jugó un rol fundamental pero fue aislada y finalmente estrangulada por la burocracia sindical frenteamplista. La huelga general es saludada cada 27 de junio por el PCU y el Frente Amplio, para mejor ocultar cómo la llevaron a la derrota, y sobre todo para ocultar que son el mayor freno a la perspectiva de la huelga general hoy, como se demostró en la cuestión de la reforma jubilatoria, que la dirección del PIT-CNT y el Frente Amplio dejaron pasar vergonzosamente al gobierno de Lacalle Pou.
La construcción de una dirección obrera independiente, revolucionaria, que reivindique en los hechos la huelga general y luche por un gobierno de trabajadores, es una tarea pendiente a la cual convocamos a los mejores activistas obreros y de izquierda del Uruguay.
Rafael Fernández
06/07/2023
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