Las tensiones entre Corea del Norte y Corea del Sur vienen aumentando en los últimos meses. El 4 de marzo, Corea del Sur llevó adelante maniobras militares de la mano de Estados Unidos, como parte de un ejercicio anual llamado Escudo de la Libertad. Fue una de las mayores maniobras realizadas por ambos países durante años e incluyó un simulacro de invasión a Corea del Norte. Washington, el año pasado, desplegó tres portaviones en la zona, algo que no ocurría desde 2017.
Tres días antes, el gobierno surcoreano participó de Cobra Gold, un ejercicio militar impulsado por los yanquis en el que también intervienen tropas de otros países como Japón. Tokio participó junto a Estados Unidos del ejercicio militar Iron Fist, el cual se llevó a cabo en el Mar de China Oriental. Los juegos de guerra de contenido imperialista, en los que participan miles de tropas, se han convertido en actividades regulares en la región del Indo-Pacífico. Washington está profundizando su injerencia allí, como parte de su intento por establecer un cerco contra China; promueve el rearme japonés, ha cerrado un acuerdo militar con Filipinas y ha tejido alianzas militares como el Aukus (Estados Unidos, Inglaterra, Australia) y el Quad (Estados Unidos, Japón, Australia e India).
Corea del Norte, país gobernado por el líder del Partido del Trabajo, Kim Jong Un, lanzó el martes 2 de abril un misil balístico al mar; en enero, disparó más de 200 proyectiles de artillería en las cercanías de dos islas (Yeonpyeong y Baengnyeong), lo que llevó a que su vecino del sur pidiera a sus habitantes que acudieran a refugios. El gobierno norcoreano dejó trascender que también probó un dron nuclear submarino para repeler flotas de la marina estadounidense. El lunes 18 de marzo, por otra parte, Pyongyang lanzó misiles balísticos de corto alcance al mar mientras el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, visitaba Seúl para asistir a una conferencia organizada por el presidente surcoreano, el conservador Yoon Suk Yeol, del Partido del Poder Popular. Desde principios de 2022, Corea del Norte realizó más de 100 rondas de pruebas de misiles.
Los ensayos organizados por Kim se producen en un contexto de aumento de la beligerancia y la presión del imperialismo norteamericano en la región. Estados Unidos tiene una base militar en el territorio surcoreano, donde mantiene 28.000 soldados emplazados. Tras el disparo del misil balístico, Corea del Sur, Estados Unidos y Japón realizaron un ejercicio conjunto en la Península de Corea.
El sur y el norte se enfrentan hace más de 70 años; es un conflicto que se engendró con la guerra de Corea, en la que batallaron Estados Unidos (alineado al sur), China y la Unión Soviética (alineadas al norte), en el marco de la Guerra Fría. La frontera entre las Coreas fue establecida tras la guerra, en 1953, y es una de las más vigiladas y militarizadas del mundo; está llena de vallas y alambres, así como plagada de minas para evitar que sea cruzada.
Así las cosas, ha quedado descartada por el momento la posibilidad de que las Coreas avancen en un acuerdo de reunificación. Kim, incluso, cerró las agencias que trabajaban en ella, dijo que “el peligro de que estalle una guerra provocada por un choque físico se ha agravado considerablemente y ha alcanzado una línea roja” y fustigó contra Estados Unidos por respaldar a los surcoreanos.
Todo esto, naturalmente, provocó una intensificación de las rispideces entre Estados Unidos y Corea del Norte. Sus relaciones ya se venían tensando desde que fracasaran las negociaciones entre el expresidente yanqui Donald Trump y Kim: a cambio de la desnuclearización de Corea, los norteamericanos debían dar de baja ciertas sanciones económicas. Pero Estados Unidos continuó cebando la presión imperialista en Asia, boicoteando el intento de acuerdo, y Pyongyang procedió a seguir avanzando en el desarrollo de su programa armamentístico. El demócrata Joe Biden, por su parte, abandonó el “acuerdo” y reanudó los juegos de guerra. Es más, ha amenazado recientemente con “poner fin al régimen de Kim” si es que este avanza en un ataque nuclear contra el sur.
Las sanciones económicas, el aumento del militarismo y las distintas presiones políticas contra Corea del Norte forman parte de un intento de las burguesías imperialistas de copar los mercados donde se ha expropiado al capital (Rusia, China, Corea del Norte, etc.).
Las Coreas
En el norte, Kim Jong Un ha erigido un régimen burocrático-policial restaurador del capitalismo. Allí prima un estricto hermetismo. Su economía estatalizada, en la que juega un rol fundamental la industria militar, está bajo control de una minoría privilegiada de burócratas (entre los cuales se encuentran los miembros de la familia Kim); la clase obrera, por otro lado, está sometida a una regimentación brutal y a la pobreza. En el país existen “zonas económicas especiales” (como en China, Cuba, etc.) donde empresas extranjeras súper explotan trabajadores y gozan de exenciones impositivas y prebendas económicas.
En el sur, el gobierno derechista y proyanqui de Yoon Suk Yeol está atacando duramente a los trabajadores y a sus organizaciones sindicales. Pretende, entre otras cosas, aumentar más la jornada laboral y darle rienda suelta a la extensión de la precarización laboral. La desigualdad social es profundísima (es la mayor si se la compara con la del resto de los países de la OCDE) y las jornadas laborales duran a menudo más de ocho horas –lo que ha detonado luchas de trabajadores. Mientras los apologistas del capital presentan a Corea del Sur casi como la meca mundial de la democracia, el gobierno viene reforzando la represión interna –por ejemplo, persigue opositores tildándolos de “simpatizantes norcoreanos” y ha apresado dirigentes sindicales. Con estos métodos, Yoon gobierna para la gran burguesía coreana –Hyundai, Samsung, LG, etc.
Solo una acción histórica y en unidad de los trabajadores del norte y del sur puede poner fin a las hostilidades guerreristas y a las penurias a las que los han sometido los gobiernos, así como también poner en pie una Corea unificada y socialista.
Nazareno Suozzi
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