En el quinto aniversario de los ataques del 11 de septiembre de 2001 y del comienzo de la llamada “guerra contra el terrorismo” del imperialismo, el presidente norteamericano George W. Bush aceptó, en su declaración pública, que Estados Unidos “no está seguro”, aunque estaría sin embargo, “más seguro”. Unos pocos días después, la publicación por parte de The New York Times (1) de extractos de un documento clave filtrado a la prensa, el “Estimado de Inteligencia Nacional” de los Estados Unidos (NIE, por su sigla en inglés) –un documento de consenso entre dieciséis servicios de inteligencia relevantes de los Estados Unidos–, demolió la afirmación presidencial: el documento concluye que la ocupación de Irak creó “una herramienta de reclutamiento de nuevas generaciones de islamistas radicales” y “empeoró la posición de los Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo”. El diagnóstico pesimista diseñado por el NIE es que la ya mala situación será todavía peor para Estados Unidos en 2007. En otras palabras, el NIE reúne a casi todos los analistas principales que concuerdan en que la “guerra antiterrorista” encabezada por Estados Unidos, en su primera fase, ha fracasado.
Un punto interesante al que prestar atención es la propia fecha en que este informe de inteligencia fue inicialmente publicado: abril de 2006. Los desarrollos posteriores, en Afganistán, en Irak y, sobre todo, en el Líbano, sobrepasaron por mucho las peores predicciones realizadas en el NIE y han probado una vez más que Bush (h) es el más grande mentiroso que jamás haya ocupado el trono imperial en la Casa Blanca.
La guerra del imperialismo norteamericano, que siguió al 11 de septiembre, ha fracasado en alcanzar su real objetivo estratégico: controlar y rediseñar el mapa político de Medio Oriente, la región más rica del mundo en recursos petroleros y gasíferos, en las fronteras con Rusia y China, y en establecer su supremacía contra sus rivales en Europa y en Asia, en nuevos términos, en el caótico mundo de la posguerra fría. Aún peor: las agresiones militares y las ocupaciones en Afganistán, Irak, Gaza y Cisjordania, en Palestina, y más recientemente en el Líbano, produjeron una desestabilización generalizada e incontrolable, fieras resistencias, levantamientos y rebeliones populares. El vasto espacio del Mediterráneo a Asia Central ha sido transformado en el teatro de una guerra indefinida y en una trampa mortal para sus aliados voluntarios (y no voluntarios) y sus títeres.
Afganistán
Desde el 2003, el ejército norteamericano y sus aliados de la Otan en Afganistán –las fuerzas de ocupación británicas, canadienses, italianas, holandesas, griegas, que conforman la ISAF (Fuerza Internacional de Seguridad y Asistencia)– vienen anunciado una “ofensiva de primavera para acabar con los remanentes de los talibanes”. La ofensiva de primavera no llegó nunca; en su lugar, en 2006, llegó una ofensiva de los talibanes que puso una enorme presión sobre la fuerza de ocupación de 36.000 hombres y los hizo retroceder, abandonando el sur y el sudeste del país al control de la insurgencia afgana.
Las tropas de la ISAF son forzadas de manera reiterada a pedir el apoyo de la fuerza aérea para enfrentar los determinados y reiterados ataques de los insurgentes. Como explicó un soldado británico: “Estamos bombardeando lugares que ya hemos bombardeado, pero los ataques continúan. Los hemos matado por docenas, pero muchos más continúan viniendo, tanto localmente como del otro lado de la frontera. Usamos bombarderos B1, aviones Harrier, F-16 y Mirage 2000. Tiramos bombas de 500 libras, de 1.000 libras y hasta de 2.000 libras. Nuestros Apaches (helicópteros de combate) se quedaron sin misiles de tanto disparar. Casi cualquier movimiento en el terreno es emboscado. Necesitamos un grupo de batalla entero para mover las cosas” (2). Los ataques aéreos son incapaces de detener los asaltos de los mujaidines (guerrilleros), pero tienen como resultado grandes pérdidas de vidas civiles, extendiendo el odio popular y la bronca contra los invasores extranjeros.
Los generales de la Otan, el primer ministro británico Tony Blair, el ex secretario de Defensa norteamericano Donald Rumsfeld (3), y otros han reclamado por refuerzos urgentes pero las crisis políticas en sus propios países impiden que esos llamados encuentren eco en los distintos integrantes de la Otan (con una notable excepción: bajo estas condiciones de confrontaciones militares en aumento, el gobierno centroizquierdista de Prodi en Italia –con la ayuda del Partido de la Refundación Comunista dirigido por Fausto Bertinotti, e incluyendo el voto crucial de su “oposición de izquierda”, el grupo “Sinistra Critica”, en el Senado– votó por la extensión de la presencia italiana en Afganistán).
En una entrevista en la CNN, el presidente de Pakistán, general Musharraf, explicó el punto crucial de que las fuerzas de ocupación de la Otan y el gobierno títere de Karzai no sólo se enfrentan con la actividad de la guerrilla talibán sino con un generalizado “levantamiento del pueblo pashtun”. Hasta agosto de 2006, el rápido avance de la contraofensiva de la insurgencia afgana sólo había sido cubierto por los periódicos especializados en temas de defensa y algunos sitios web especializados (por ejemplo, opendemocracy.net), pero el creciente número de bajas entre las tropas de la ISAF se ha abierto camino hasta los principales medios de prensa burgueses, que ahora hablan de “Perdiendo Afganistán: El ascenso de Jihadistán” (4) o de “Perdiendo la guerra contra el terrorismo” (5).
Pakistán: ¿un nuevo Afganistán?
La agresión imperialista en Afganistán no sólo fracasó totalmente en controlar ese país y toda el Asia Central, que era su real objetivo, sino que, además, obtuvo el “éxito” de desestabilizar a la dictadura militar proimperialista de la vecina Pakistán, un desarrollo dramático que está teniendo un efecto devastador en todo el subcontinente hindú.
Las tensiones crecientes entre Washington e Islambad quedaron de manifiesto en una reciente entrevista al general Musharraf, cuando reveló que en septiembre de 2001 el gobierno de Bush amenazó con “bombardear Pakistán hasta llevarlo de nuevo a la Edad de Piedra” si no colaboraba de manera plena e inmediata en la “guerra contra el terrorismo”. El régimen militar de Musharraf se subordinó, pero cinco años después todo el edificio se viene abajo.
La influencia política islámica se ha vuelto todopoderosa, proliferando en las escuelas coránicas así como también en las fuerzas armadas y, sobre todo, en los servicios secretos pakistaníes, profundamente involucrados durante años con la infiltración imperialista y las intervenciones en Afganistán, incluyendo la promoción de los talibanes al poder, durante los conflictos entre los señores de la guerra que siguieron a la retirada del derrotado Ejército Rojo.
Un paso importante se ha dado con el tratado firmado entre el régimen de Musharraf y los líderes tribales del Waziristán del Norte, bajo el control de los talibanes. Las fuerzas pakistaníes se retiraron del área en agosto de 2006, dejándola como un santuario, centro de entrenamiento y base de apoyo para la insurgencia afgana, mientras miles de detenidos fueron liberados de las prisiones de Pakistán. Este evento provocó agudos comentarios de oficiales de inteligencia norteamericanos y británicos acerca de que “Pakistán es el nuevo Afganistán” (6). El boletín interno de los neoconservadores norteamericanos, The Weekly Standard, concluyó que “los beneficios de los últimos cinco años fueron revertidos en unas pocas semanas con la pérdida de Waziristán y la liberación de 2.500 combatientes” (7).
Una de las razones que explican por qué el régimen de Pakistán abandonó Waziristán y aceptó la “talibanización” de las provincias fronterizas fue, además de las bajas militares que estaba sufriendo a manos de los insurgentes y la acomodación con los líderes tribales pro-talibanes, la rebelión en Baluchistán. Las fuerzas pakistaníes fueron desplegadas en esa región, rica en recursos y con 6,5 millones de pobres, porque la rebelión popular baluchistaní había escalado poderosamente contra el corrupto gobierno pakistaní y las familias ricas que saquean la riqueza de Baluchistán.
La odiada dictadura de Musharraf, tomada entre rebeliones populares y crecientes sospechas del imperialismo, ve su futuro –si es que tiene alguno– más negro que nunca.
Irak, fuera de control
Tres años de guerra y ocupación, resistencia popular y contrainsurgencia, devastación y torturas, “cambio de régimen” y elecciones truchas para un gobierno títere, han dejado a Irak en caos y ruinas, pero fuera del control imperialista. Las tropas norteamericanas y sus aliados no pueden asegurar ni siquiera el más restringido espacio alrededor del perímetro de sus bases militares.
El 16 de agosto, un alto oficial de inteligencia del cuerpo de marines, el coronel Pete Devlin, informó en su reporte que las tropas norteamericanas perdieron el control de la provincia de Anbar, al oeste y al sudoeste de Bagdad, una amplia faja de tierra justo en la frontera con Siria, que también conecta la país con Jordania y Arabia Saudita (8).
En la provincia de Anbar están situados los mayores centros de resistencia contra la ocupación, como Fallujah y Ramadi. Fallujah se hizo mundialmente conocida como el teatro de una ofensiva mayor de los marines en abril de 2004, que se repitió en una escala mucho mayor en noviembre de ese año, cuando una fuerza conjunta del ejército y los marines destruyó tres cuartas partes de la infraestructura de la ciudad y mató, al menos, a 5.000 personas. En su momento, el gobierno de Bush había anunciado que Fallujah era el centro más importante de toda la resistencia iraquí, que fue declarada “derrotada” con la ocupación de la ciudad en noviembre de 2004. Pero, cuando la operación norteamericana en Fallujah todavía estaba en desarrollo, los insurgentes no sólo escaparon de los invasores sino que además se las arreglaron para tomar el control de la mayor parte de la ciudad de Mosul. Meses después, a pesar de la transformación de Fallujah en una masa de ruinas rodeada por bloqueos y tropas militares de élite, la actividad insurgente continúa en la ciudad. Lo mismo ocurrió en la ciudad de Ramadi, donde los intentos de controlar a la insurgencia fracasaron miserablemente.
El enfoque del ejército norteamericano para ganar la guerra en Irak estaba basado en una sostenida política de “limpiar y mantener”, un proceso de limpieza de insurgentes de una ciudad, una aldea o un distrito para, a partir de entonces, mantenerlo con una combinación de fuerzas norteamericanas y colaboracionistas iraquíes. El destino de Fallujah, Ramadi y de toda la provincia de Anbar demuestra que esta estrategia fracasó. El informe del coronel Devlin implica que los problemas en la provincia de Anbar van mucho más allá de la “inseguridad”: Estados Unidos ha perdido el control de la provincia.
Anbar no es una excepción. Otra región estratégicamente importante, Diyala, habitada por una mezcla de sunitas, shiítas y una minoría kurda, es considerada una “república talibán” (9).
En la medida en que los imperialistas pierden sus principales medios de control militar y político sobre el pueblo iraquí, utilizan la rivalidad étnica y las divisiones religiosas y sectarias para alimentar la guerra civil, intentando derrotar la insurgencia por sus propias divisiones interiores y mediante el desmembramiento del país. Desafortunadamente, la violencia sectario-étnica está creciendo. Escuadrones de la muerte ya operan tanto del lado sunita como del shiíta, mientras los dirigentes kurdos utilizan sus peshmergas (combatientes) en beneficio de los ocupantes norteamericanos, amenazando incluso a otras fuerzas kurdas, como el PKK, para que no “interfieran” ni “creen problemas al régimen (títere) de Bagdad”.
Aunque muy destructiva, la guerra civil sectaria-étnica como método imperialista de control tiene sus propios límites.
A pesar de la servil colaboración de Talabani y Barzani con el imperialismo norteamericano, la irresuelta cuestión kurda afecta profundamente las relaciones entre Turquía y el imperialismo. Afecta también a Irán, un país con el cual el gobierno de Bush desarrolla un juego peligroso y contradictorio, combinando la histeria frente al programa nuclear iraní y las amenazas de guerra, con la cooperación a través de las formaciones políticas shiítas de Irak, como el llamado “Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak” (SCIRI), que se encuentra bajo el directo control de Teherán.
Después del derrocamiento del régimen baathista de Saddam Hussein en Irak por parte del imperialismo y la intervención en Afganistán, el régimen de los mullahs en Irán fue “liberado” de sus antagonistas en Bagdad y en Kabul (los baathistas y los talibanes) y emergió como un poder regional hegemónico, eclipsando a Arabia Saudita y llenando de miedo a todos los gobernantes locales. En función de los intereses de la burguesía nacional iraní, y a pesar de su retórica extremista, el presidente de Irán, Ahmadinejead, colaboró estrechamente con los gobiernos títeres de Irak y Afganistán y usó la influencia iraní a través del SCIRI y el ayatollah Sistani para “moderar” la oposición a la ocupación, prometiendo a la mayoría shiíta en Irak el control del país y de sus recursos en el sur.
Pero nadie puede olvidar que los shiítas de Irak lucharon fieramente contra los shiítas de Irán durante la catastrófica, para ambos países, guerra entre Irak e Irán. Su lealtad religioso-sectaria no prevaleció entonces porque el régimen baathista, a través de la nacionalización y centralización de los recursos petroleros, había establecido una cierta escala de redistribución de los ingresos petroleros en beneficio de los shiítas del sur. Este mecanismo de centralización y redistribución fue destruido por la guerra y la ocupación norteamericana, por la ola privatizadora y por el saqueo de los recursos nacionales por las compañías multinacionales que le siguieron.
La fuerza conductora de la rivalidad étnico-sectaria no es la fe en la identidad étnica o la disputa acerca de quién es el real sucesor del profeta Mahoma, sino el antagonismo entre élites que pretenden apropiarse de los ingresos petroleros, contra los intereses de las mayorías de sus comunidades. Por esta razón, las fuerzas centrífugas están creciendo dentro de la comunidad shiíta, incluyendo el Ejército de Mahdi de Multad al Sadr.
Para unir a todas las comunidades del pueblo de Irak contra las fuerzas de ocupación, por la libertad y la independencia, es necesario un programa para expropiar el petróleo y todos los recursos nacionales, bajo el control de los trabajadores, y planificar la producción y distribución de los ingresos petroleros de acuerdo a las necesidades sociales, más allá de cualquier división de carácter étnico o religioso. Un programa de liberación nacional y social puede y debe ser planteado por la clase obrera y su vanguardia, organizada en partido revolucionario contra todas las formas de carnicería fratricida alimentada por el imperialismo norteamericano y sus agentes. Revolución permanente contra los opresores, no exterminación mutua de los oprimidos, es la salida ante el actual caos sangriento.
El Líbano y Palestina
La segunda guerra libanesa, entre el 12 de julio y el 14 de agosto, no ha sido apenas una derrota política-militar mayor del Estado sionista de Israel sino también una importante derrota, hasta ahora, del imperialismo norteamericano en su terrorista “guerra contra el terrorismo” (10). El mito de la invencibilidad del ejército sionista, la cuarta más poderosa máquina de guerra en el mundo, plenamente asistido por la mayor superpotencia económica y militar, los Estados Unidos, recibió un golpe fatal a manos de una milicia popular árabe de unos pocos miles de combatientes, dedicados a su causa, bien entrenados y disciplinados por su partido, Hezbollah. El sionismo como un Estado de colonos y como proyecto ha caído en una crisis de dimensiones históricas. Al mismo tiempo, toda la estrategia del gobierno de Bush para Medio Oriente –el núcleo del proyecto de la “guerra contra el terrorismo”–recibió un golpe devastador. Al comienzo de la agresión, la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, llena de arrogancia y de cinismo frente a las masacres como la de Qana, hablaba de los “dolores de parto de un nuevo Medio Oriente”. El Financial Times, la autorizada voz de la clase dominante británica, en un editorial correctamente apuntaba que “Washington puede confundir ‘dolores de parto’ con un estertor” (11).
En una entrevista, Itamar Rabinowitz, antiguo embajador israelí en Washington, ahora en la Universidad de Tel Aviv, se refirió, aquí y allá, a la reciente guerra como “la versión libanesa de la guerra civil española”, es decir, un ensayo general de una guerra internacional más amplia por la hegemonía mundial. En 1936, la guerra civil española fue para los nazis y las fuerzas fascistas del Eje el ensayo general de la que fue la Segunda Guerra Mundial. Esta vez, el imperialismo norteamericano reclama estar desarrollando una “guerra global indefinida contra el terrorismo”, particularmente contra el “islamofascismo”; la invasión sionista contra el Líbano tenía como objetivo la destrucción de Hezbollah, considerado (falsamente) como el “largo brazo de Irán”, como un paso inicial hacia la confrontación con el propio Irán y todo el “Eje del Mal”, extendido de Teherán y Damasco a Pyongyang y Caracas.
Es obvio que este delirante plan estratégico fracasó ignominiosamente y fue retirado. Hezbollah sigue militarmente intacto y políticamente poderoso, más influyente que nunca, como se vio en la concurrencia de más de un millón de personas a un acto público en Beirut encabezado por un desafiante Nasrallah en septiembre; las masas populares de todo el mundo árabe y musulmán encontraron una fuente de inspiración para nuevas rebeliones contra el imperialismo, el sionismo y los regímenes locales corruptos y proimperialistas; Irán emergió como una potencia regional; Siria realizó un importante retorno geopolítico, justo un año después de la salida forzada de las tropas sirias del Líbano; y los Estados Unidos e Israel, como dijo el ex presidente norteamericano Jimmy Carter, han quedado más aislados que nunca (12).
Zeev Schiff, el más famoso comentarista militar israelí, correctamente puntualizó que “una de las principales conclusiones de la guerra contra Hezbollah debería ser que la capacidad de combate de las fuerzas terrestres del ejército de Israel ha sido embotada por años de servir como una fuerza de policía en los territorios palestinos (...) el ‘modelo palestino’ ha servido como guía a las unidades involucradas en los sangrientos combates en Maroum Al-Ras y Bint Jbeil (en el sur del Líbano). Entraron en el campo de batalla como en una operación en Gaza. Y fueron derrotados” (13).
Una cosa es actuar como una brutal y brutalizada fuerza de policía que aterroriza, tortura y asesina a civiles inocentes, mujeres, niños y viejos, en Gaza, en Cisjordania, en las prisiones y bloqueos israelíes o, incluso, en la confrontación con guerrilleros mal armados, y otra cosa totalmente diferente es enfrentarse a una genuina guerra de liberación nacional.
Esta es una lección para todos los casos de ocupación imperialista –en Palestina o en Irak o Afganistán–: los ejércitos más fuertes del planeta –norteamericanos, británicos, israelíes y las tropas de ocupación de la Otan– son completamente incapaces de controlar a un pueblo rebelado. Los conquistadores extranjeros están desmoralizados porque las propias tierras conquistadas se convierten en arenas movedizas y se encuentran rodeados por el odio de masas y la rebelión moral de la población local, en la cual los insurgentes “se mueven como un pez en el agua”, según la famosa frase de Mao.
El Estado sionista realmente continúa la misma estrategia de auto-derrota de represión y asesinatos, intimidación policial y torturas. Su única esperanza es ahora la implementación en la Palestina ocupada de la misma táctica de los Estados Unidos en el Irak ocupado: alimentar la guerra civil entre los “moderados” de Fatah y los islamistas de Hamas, explotando la debilidad orgánica de ambas alas del nacionalismo árabe, la secular y la religiosa, y su falta de una real estrategia de liberación nacional.
Entre la población judía de Israel, la ansiedad y la bronca por los resultados de la guerra forman ahora una explosiva mezcla con las tensiones sociales producidas por el desmantelamiento del “estado de bienestar” y el empobrecimiento de las masas. Mientras la derecha sionista trata de explotar la situación y la confusión todavía prevalece, la crisis ideológica y moral se profundiza. Nadie puede pasar por alto el hecho de que el movimiento contra la guerra crecía conforme se desarrollaba la guerra en el Líbano y que, al final, se movilizaron más manifestantes contra la guerra en Israel (de 10.000 en la segunda semana a más de 50.000 en Tel Aviv, a comienzos de agosto) que en toda Europa...
La falsa investigación sobre la infame expedición militar en el Líbano ordenada por el primer ministro Olmert intenta encubrir el desastroso registro de los generales del ejército y del gobierno de Kadima y el laborismo. El gobierno no colapsó inmediatamente después de la derrota sólo por el hecho de que no hay alternativa real a él. El Likud de Netanyahu no está menos desacreditado que el Kadima de Olmert o el laborismo de Peretz.
El sionismo está en una impasse histórica. Como enfatiza la ya mencionada declaración del Consejo Ejecutivo de la CRCI, “El proyecto de ‘un hogar nacional seguro para los judíos’, fraudulentamente presentado como una solución al problema del antisemitismo, y, en los hechos, el establecimiento de un Estado de colonos mediante la expulsión de la población árabe local de sus tierras, se ha demostrado definitivamente como una catástrofe para los palestinos y los árabes en su conjunto y como una trampa mortal para los propios judíos (...) Los trabajadores israelíes judíos están en una encrucijada. O con los carniceros sionistas, los guerreristas, los corruptos políticos burgueses, la clase dominante israelí y el imperialismo norteamericano que los conducen inevitablemente a una catástrofe histórica, o con las masas palestinas, social y nacionalmente desposeídas, contra el imperialismo, el sionismo y su Estado militarista. No hay paz sin la satisfacción de las aspiraciones nacionales palestinas, las cuales requieren la transformación de toda la región sobre nuevas bases políticas y sociales: la apertura de la vía hacia una república laica, democrática y socialista en todo el territorio histórico de Palestina en la perspectiva de una Federación Socialista de los pueblos de Medio Oriente” (14).
“Barbarie” versus “civilizaciòn”
La seguidilla de serios retrocesos y derrotas que ha enfrentado la “guerra contra el terrorismo” durante los últimos cinco años, particularmente en el 2006, ha creado condiciones de régimen político en las metrópolis, en Europa (por ejemplo, en España, Italia y Gran Bretaña), así como también en los Estados Unidos. El agudo choque entre las agencias de inteligencia y la Casa Blanca, desde el escándalo Plame/CIAgate a la filtración del NIE, las crecientes disputas dentro del propio gobierno Bush, las interminables crisis entre y dentro de republicanos y demócratas, particularmente en la medida en que se acercan las elecciones parlamentarias de noviembre, los conflictos entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Poder Judicial reflejan profundas divisiones entre las élites capitalistas dominantes en relación a la guerra, a su (des)manejo y la crisis del sistema en su conjunto.
Las crisis de régimen político en los países metropolitanos empuja más y más a las clases dominantes a cooptar e integrar en sus estrategias de supervivencia, incluyendo sus crímenes de guerra, a la izquierda, tanto la reformista como lo autoproclamada “revolucionaria”. No es un accidente que los partidos socialista y comunista y hasta secciones de la “extrema izquierda” en Francia e Italia hayan apoyado a “sus” gobiernos imperialistas en su política de “intervención pacificadora” en la ocupación militar del Líbano de acuerdo a la Resolución 1701 de las Naciones Unidas.
El rechazo a luchar contra estos gobiernos capitalistas para derrocarlos y abrir el camino a gobiernos de trabajadores y al socialismo, transforma a estos sectores de la izquierda y del movimiento “anti-globalización” en partes de un sistema en desintegración y en un mecanismo de su defensa ideológica en el período de sus mayores crisis de legitimidad.
Algunos representantes de la izquierda tienen más confianza en la salud del sistema capitalista que sus abiertos defensores de la derecha. Incluso el emblemático apologista del neo-conservadurismo Francis Fukuyama, el seudo-profeta del “fin de la Historia” después del colapso de la Unión Soviética, abandonó el barco.
En su último libro (Después de los neoconservadores. Estados Unidos en la encrucijada), critica agudamente la conducta del gobierno de Bush en la guerra contra Irak y enfatiza que “no sólo por la guerra sino también por el proyecto neoconservador de una reforma democrática en Medio Oriente sirven mal al más amplio intento de combatir el terrorismo”.
Todas estas crisis provocadas por la guerra no han disminuido los peligros, al contrario; los lunáticos en la Casa Blanca y el Pentágono han intensificado su guerrerismo, convirtiendo a Irán en un blanco demonizado privilegiado, sin exceptuar a Corea del Norte e incluso a la Venezuela de Chávez. Washington habla más y más de manera delirante de la guerra contra el “islamofascismo” que “conspira para establecer un Califato desde España a Indonesia”.
Mientras realizan declaraciones salvajes contra el “islamofascismo” en el exterior, los gobernantes norteamericanos en Estados Unidos reducen la democracia burguesa a una farsa. Las libertades civiles se están reduciendo; el Estado de Emergencia de la “Patriot Act” se perpetúa a sí mismo y fue introducida una nueva legislación por el Congreso que extiende los métodos del Estado policial y legaliza la tortura. Los gobiernos de la Unión Europea (con el británico Tony Blair a la cabeza) siguen los pasos de sus amigos transatlánticos en su histeria terrorista e islamofóbica. El papa Benedicto Ratzinger, con sus venenosas afirmaciones anti-islámicas, dio la bendición a la nueva Cruzada.
La ironía de la Historia es que esta locura es presentada e ideológicamente justificada como un choque entre la “civilización occidental y cristiana” con la islámica y otras civilizaciones consideradas como completamente bárbaras. Para los gobernantes de Estados Unidos y Europa Occidental y para sus apologistas, la única civilización real es la que fue establecida en Auschwitz en el pasado y en Guantánamo y Abu Ghraib en nuestros días.
Ellos presentan sus delirios imperiales como “la lucha de la modernidad contra la barbarie pre-moderna”, enfocándose de manera unilateral y distorsionada en algunos aspectos tradicionalistas de la revuelta de los oprimidos.
El despertar revolucionario en Asia, en Medio Oriente, en las áreas aborígenes “atrasadas”, puede tomar y toma prestado del pasado formas ideológicas y formas tradicionales de vida que el capitalismo imperialista destruyó con un barbarismo sin precedentes.
Las milicias shiítas, los insurgentes sunitas, los pashtuns en rebelión, los baluchistanos en rebelión, los pueblos aborígenes e indígenas rebelados entran nuevamente en la arena de la historia moderna. La rebelión de los “bárbaros” es una rebelión contra la barbarie realmente existente de un sistema mundial en decadencia, el capitalismo, que realiza, en consecuencia, una tarea histórica necesaria, realmente civilizadora. Marca no sólo la entrada de las masas populares de Asia y del llamado “Tercer Mundo” en la modernidad, como en los siglos anteriores, sino la crisis del propio mundo moderno en la época de la declinación capitalista: la lucha de las reivindicaciones de la propia modernidad para sacarse de encima las cadenas de las condiciones capitalistas que asistieron a su nacimiento hace algunos siglos y ahora, en su declinación, amenazan la vida y toda la riqueza cultural de la humanidad.
Los llamados “bárbaros” pueden y deben derrotar a los reales bárbaros en el Occidente imperialista, pero no en el nivel y con los recursos agotados del pasado. Su liberación de la “civilización” de Abu Ghraib depende de los métodos y medios del futuro emancipatorio: el socialismo mundial. Su aliado estratégico es la clase obrera mundial, particularmente en los países metropolitanos, que debe ser emancipada de sus direcciones burocráticas ligadas a la maquinaria imperialista.
El impacto de la crisis capitalista mundial en los propios centros metropolitanos ya ha llevado a millones a la lucha en Francia y en Estados Unidos. Fallujah y Beirut no están solas: las rebeliones juveniles en París y en toda Francia, el movimiento “sí se puede” de los trabajadores inmigrantes latinos en Los Angeles y en todos los Estados Unidos en la primavera de 2006 lo demuestran.
Como la Revolución socialista de Octubre de 1917 unió al Oriente revolucionario con el bolchevismo internacional, una refundada IV Internacional, continuando el trabajo inconcluso de Octubre, tiene que unir a los explotados y a los oprimidos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, en una lucha revolucionaria mundial, un programa y una organización para la emancipación humana universal.
Savas Michael-Matsas
EDM 34 - 23/11/2006
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1. The New York Times, 26 de septiembre de 2006.
2. Ver Kim Sengupta, "Soldiers reveal horror of Afgani campaign"; en The Independent, 13 de septiembre de 2006.
3. El artículo fue escrito antes de la renuncia de Donald Rumsfeld, ocurrida inmediatamente después de la derrota republicana en las elecciones parlamentarias norteamericanas del 7 de noviembre (Nota del Editor).
4. Newsweek, 2 de octubre de 2006.
5. The Washington Post, 11 de septiembre de 2006.
6. Shaun Gregory, "Pakistan on edge", opendemocracy.net, 25 de septiembre de 2006.
7. David Gartenstein- Ross y Hill Roggio, "Pakistan surrenders", 2 de octubre de 2006
8. Ver Thomas E. Ricks, "Situation called dire in West Iraq"; The Washington Post, 11 de septiembre de 2006.
9. Patrick Cockburn, "A journey into the 'Taliban Republic' where the militias rule unchallenged"; The Independent, 25 de septiembre de 2006.
10. Ver, "La situación mundial después de la agresión sionista al Líbano"; Declaración del Consejo Ejecutivo de la Coordinadora por la Refundación de la IV Internacional; 4 de septiembre de 2006.
11. Financial Times, 26 de julio de 2006.
12. Perfil, 17 de septiembre de 2006.
13. Haaretz, 22 de agosto de 2006.
14. "La situación mundial después de la agresión sionista al Líbano"; Declaración del Consejo Ejecutivo de la Coordinadora por la Refundación de la IV Internacional; 4 de septiembre de 2006
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