Liborio Justo vivió todo el siglo XX. Seguramente ésta y otras características excepcionales de su existencia serán las más notadas en las necrologías que le consagrará la "gran prensa". No son, sin embargo, esas las causas principales por la cuales Justo merece un lugar en la historia de las ideas y la política, argentinas y latinoamericanas. Liborio Justo nació, casi con el siglo pasado (en 1902), en una importante familia de la oligarquía argentina. En algunos textos citó (con orgullo) que por lado materno descendía de los Bernal, "conquistadores del desierto". Su padre, el general Agustín P. Justo, sería el presidente (entre 1932 y 1938, sucediendo al general Uriburu) y el hombre político más importante del período histórico que la República Argentina registra como la "década infame". Desde muy joven manifestó múltiples e inusitadas (para un joven de su clase social) inquietudes, y siendo un estudiante se vinculó con la experiencia que lo marcaría para la vida entera: la del movimiento de la Reforma Universitaria de 1918 (en una entrevista que nos concedió en 1982, en la Universidad de Campinas, resumió su - larga - trayectoria, como "una tentativa de realizar los ideales de la Reforma").
Aprovechando su situación familiar y social privilegiada se dedicó, antes de concluir cualquier curso universitario, a viajar por toda la Argentina, conocer toda América (inclusive los EE.UU.) y Europa. Su primera inclinación fue literaria, y ganó un premio por un libro sobre la Patagonia ya en la década del ‘20, en los tiempos que los historiadores llaman "la Argentina opulenta". Nunca dejaría de lado esa sensibilidad para las letras, con textos ficcionales marcados por un fuerte (tal vez combativo hasta lo panfletario) "realismo social" - Masas y Balas es su texto más conocido - así como por la preocupación por la crítica literaria e ideológica, que ejerció con su propio nombre o con pseudónimos que también usaría en su vida política: "Lobodón Garra" y el más conocido de "Quebra cho". En plena dictadura videlista publicó, con el primer apodo, el volumen Literatura Argentina y Expresión Americana, con críticas violentas (y por momentos desopilantes) a algunos de los mayores nombres de "nuestras letras" (Ernesto Sábato, Eduardo Mallea y Manuel Gálvez, por ejemplo, eran objeto de ataques masacradores), pero también revelando inclinación favorable por los autores afiliados a la corriente "realista" (entre los que situaba, incluso, a Roberto Arlt). No sabemos si concluyó su proyecto más ambicioso en la materia, provisoriamente denominado (en la década del ‘80) como Ideología Argentina: aunque no lo haya sido, con certeza se trata de un texto que merecería publicación.
En la década del ‘20 también se lanzó a lecturas febriles del pensamiento social, adoptando rápidamente el marxismo. Hombre de la Reforma, se vinculó a las corrientes políticas oriundas de ese movimiento, en especial al Apra, fundado en México (1924) por Víctor Raúl Haya de la Torre, el dirigente nacionalista peruano. En publicaciones apristas (el Apra se pretendía, al principio, un partido "[latino]americano", tenía "secciones" en varios países, inclusive Argentina, sólo después se transformó en partido nacionalista del Perú) participó de debates acerca del nombre que debía ser adoptado para nuestro subcontinente (América "Latina" o "Iberoamérica" le parecían naturalmente inapropiados) y llegó a proponer el nombre de "Andesia". Lógicamente, también se interesó por los debates que ocurrían en la URSS y la Internacional Comunista, y con determinación tomó partido por León Trotsky. Esto no le impidió tener un breve pasaje, cuando ya era conocido como hombre de cultura, por el Partido Comunista "oficial" (en su autobiografía publicada en mediados de la década del ‘30, Prontuario, afirma que lo hizo para dar notoriedad política a su ruptura con el stalinismo y a su adhesión a las ideas de Trotsky), en el mismo momento en que su padre ascendía a la Presidencia. Es de esta época, 1933, el episodio que lo tornó internacionalmente conocido, cuando, durante la visita del presidente norteamericano Roosevelt a "nuestro" Congreso Nacional, interrumpió su discurso (transmitido nacional e internacionalmente), arrebatándole el micrófono, para gritar "¡Abajo el imperialismo norteamericano!", provocando un tumulto de proporciones, y repercusiones en toda la prensa continental.
Vinculado a los pequeños grupos trotskistas argentinos, que existían desde 1929 (habiéndose originado en el Pcra una ruptura "izquierdista" del PCA) se esforzó, en la década del ‘30, por poner en pie lo que sería la sección argentina de la IV Internacional. Su gran mérito, en este momento, además del de exigir una actitud claramente militante (contra la tradición del "diletantismo trotskista", de hombres como Héctor Raurich o Antonio Gallo - hoy muy reivindicados por Juan José Sebreli, et pour cause - lo que le llevó a ganar la adhesión del más importante dirigente obrero trotskista de la época, Mateo Fossa, que había presidido el congreso de fundación de la CGT, en 1936) fue el de plantear que la "unificación del movimiento cuartainternacionalista argentino" (título de una serie de folletos que editó) debía hacerse sobre sólidas bases programáticas, de caracterización del país, de América Latina, de la etapa y la situación mundial, y de las tareas políticas que emergían de esas caracterizaciones, cuestiones a las que la mayoría de los otros cuadros trotskistas de la época daban respuestas totalmente empíricas. Publicó una serie de folletos de divulgación de las ideas de Trotsky y de la IV Internacional, que evidenciaba que su adhesión al trotskismo estaba lejos de ser superficial, además de varios escritos del propio Trotsky. Y, principalmente, planteó la caracterización de la Argentina como país semicolonial, oprimido por el imperialismo (inglés y norteamericano), integrante del conjunto de las naciones oprimidas y parte de la revolución latinoamericana.
La caracterización era rechazada por el resto de los trotskistas y, principalmente, no era parte de la tradición de la izquierda argentina y latinoamericana. En la I Conferencia Sudamericana de la Internacional Comunista, realizada en 1929, los dirigentes de la ya stalinizada IC, y hasta el peruano José Carlos Mariátegui (que se les opuso en diversas cuestiones) caracterizaron que en la Argentina, a diferencia de los otros países latinoamericanos, la burguesía era una clase plenamente dominante, planteo impresionista que, además de dejarse guiar por las apariencias, ignoraba la histórica configuración de la nación (el fracaso de la revolución democrática) y la sujeción argentina a los dictámenes del imperialismo anglo-americano: en la crisis de 1929, Argentina fue el único país latinoamericano que honró puntualmente su deuda externa, y suscribió poco después el tratado Roca-Runciman, que planteaba la enajenación de la riqueza nacional. En cuanto al Partido Socialista, éste seguía desde su fundación, en el siglo XIX, una línea "librecambista" destinada a incorporar a la Argentina "al mundo de la Inglaterra sin aduanas" (expresión de su fundador, Juan B. Justo) para lo que sólo hacía falta el concurso del "buen" capital extranjero, que no debía sufrir ningún tipo de trabas. Liborio Justo realizó una crítica plenamente consciente y acertada de toda esa tradición político-programática.
Liborio Justo también sacó conclusiones políticas: el lugar argentino (y latinoamericano) en la cadena imperialista mundial planteaba la posibilidad (o mejor, la perspectiva) de choques entre la burguesía nativa y el imperialismo, o sea, de movimientos nacionalistas burgueses; puede decirse que fue el único pensador argentino que, en la década del ‘30, aventó la posibilidad de un fenómeno político como el peronismo. El planteo de Justo, sin embargo, poseía una imprecisión, pues afirmaba que, frente a esa eventualidad (resistencia burguesa limitadamente antiimperialista) el proletariado podría "acompañarla mientras durase", en vez de plantear la necesidad de la independencia de clase frente a la inevitable traición burguesa a la revolución democrática. Sintetizando su idea, en 1942, Justo escribió que "la vanguardia proletaria de los países coloniales y semicoloniales debe plantearse, en primer lugar, la revolución agraria y antiimperialista", ciertamente que como parte de un proceso de "revolución permanente". Ahora bien, señalar que el proletariado debería realizar, como precondición histórica, una revolución diferente de la proletaria (y, para peor, acompañado durante un trecho por la burguesía) significaba reintroducir el bagaje menchevique-stalinista dentro del programa de revolución permanente de la IV Internacional.
Como sea, no fue esta debilidad del planteo de Justo la que criticaron la mayoría de los trotskistas de la época, los que simplemente despreciaban la cuestión de la lucha antiimperialista en Argentina, la existencia de una "cuestión nacional" irresuelta, pues la consideraban un país avanzado. Además, esos "trotskistas" recibieron el apoyo del enviado de la IV Internacional, el norteamericano Sherry Mangan (o "Terence Phelan"), quien se justificó ante la dirección internacional con el magnífico argumento de que los proto-"socialistas puros" (entre los que se encontraban el futuro menemista Jorge A. Ramos, "J. Posadas", Esteban Rey, Reinaldo Frigerio, Oscar Posse, Carlos Liacho, Margarita Gallo, hermana de Antonio, etc.) eran "mayoría". Esto reflejaba una debilidad político-organizativa de la IV Internacional: Mangan-Phelan, en verdad, no era un "enviado" de la dirección por sus dotes políticas, sino por el hecho de que, al ejercer la corresponsalía de una gran revista de negocios, recibía misiones y pasajes para América Latina. La primera sección argentina de la IV Internacional adoptó entonces el rimbombante nombre de Pors (Partido Obrero de la Revolución Socialista), justamente para diferenciarse de Justo, pero no llegó a durar un año, antes de estallar en cuatro fracciones, cuyas tentativas de reconstitución se estrellaron contra la emergencia del peronismo (buena parte de los ex miembros del Pors se reciclaron entonces como adláteres, o escribas, del nacionalismo burgués, función en la que se destacó Jorge A. Ramos).
La polémica de Justo contra los del Pors fue violenta, y mostró también otro lado de su personalidad, pues criticó no sólo las ideas adversas sino a las personas que las defendían, incluso en sus características personales (llegó a criticar has ta las características físicas de un trotskista llamado Paniagua, los gustos artísticos de sus contendores, y ciertos insultos -escritos- contra sus adversarios, rayaron en el antisemitismo), lo que le fue criticado por el dirigente de la IV, Jan Van Heijenoort (el ex secretario de Trotsky que usaba el pseudónimo de "Marc Loris") señalando que Justo "usa contra sus adversarios insultos que raramente usamos hasta contra nuestros enemigos de clase". Justo adolecía de personalismo y caudillismo, y llegaría a resbalar posteriormente hasta el elitismo (en cierta ocasión, furioso con las críticas que le hice, dentro de un balance en que reconocía sus méritos, en mi Historia del Trotskismo Argentino, envió una carta a los diarios acusándome de haber usado -por razones de seguridad- un pseudónimo de matriz española "para ocultar el apellido cocoliche que el destino me había dado").
Después de denunciar a la dirección de la IV Internacional, y proponer una obviamente fracasada "IV Internacional revolucionaria" (llegó a entablar tratativas con pequeños grupos ultraizquierdistas desprendidos de la IV Internacional, en otros países), Justo prácticamente se retiró de la política activa después de 1943; no tuvo ninguna intervención en el proceso del primer y segundo gobiernos peronistas. Las corrientes trotskistas de la década del ‘40 (morenistas, posadistas, izquierda nacional, socialistas puros de O. Posse) se reorganizaron sin hacer ningún balance ni apropiación del debate de la década precedente, ni del fracaso del Pors; lo hicieron por tanto sobre una base empírica, que los llevaría hacia el inevitable oportunismo político (Justo se interesó por la actividad de los trotskistas bajo el peronismo, pero rápidamente rechazó con desdén su oportunismo).
Lo esencial de su actividad, a partir de mediados de la década del ‘50, serán sus trabajos históricos y literarios. Entre los primeros se encuentran trabajos fundamentales para la comprensión de la historia argentina y latinoamericana, en especial del raquitismo y reaccionarismo de sus clases dominantes, los crímenes cometidos en nombre de la "civilización" liberal-capitalista, escritos a veces con poco rigor académico formal, pero con mucha incisividad política e ideológica, además de contar con una gran variedad de fuentes: se destacan, en ese campo, los varios volúmenes de Nuestra Patria Vasalla, también Pampas y Lanzas, y otros títulos. Su libro Estrategia Revolucionaria continúa siendo fuente esencial para conocer las polémicas de la izquierda argentina y latinoamericana en las décadas del ‘30 y ‘40. Liborio Justo, sin embargo, fue y continúa siendo completamente ignorado por la academia, universitaria o no, en gran parte porque su obra no encaja dentro de ninguna de las capillas históricamente prevalecientes en los estudios históricos y sociales: liberal, nacionalista-"revisionista", stalinista, y últimamente la "académica pura" (post-moderna y otras) que hace de productos académicos "no ideológicamente contaminados", de dudoso gusto y más que dudoso valor, el summum supra del conocimiento humano. Debe también mencionarse su estudio sobre la historia de Bolivia y la revolución de 1952, La Revolución Derrotada, respetada por los revolucionarios bolivianos como el mejor trabajo acerca del proceso revolucionario del Altiplano. Otros trabajos importantes de Liborio Justo, Perú en el Pensamiento Político Continental (un estudio sobre las ideas de González Prada, Haya de la Torre y Mariátegui, en el contexto de la historia peruana) y un trabajo sobre la ascensión y caída de la Unidad Popular chilena, permanecen injustamente inéditos, situación de la cual la decencia editorial, o algún interés post-mortem, tal vez los saquen en un futuro próximo.
Otro trabajo de Liborio Justo, éste lamentable, conoció sin embargo bastante divulgación: León Trotsky y Wall Street (también publicado en Perú, con el título Trotsky y el Fracaso Mundial del Trotskismo). Dando rienda suelta a su peor aspecto (el personalismo megalomaníaco, que llevó a Justo hasta a concebir una "Quinta Internacional", inspirada, por lo menos, por sus ideas) Justo decidió endilgar su decepción con el trotskismo argentino (y con la dirección de la IV Internacional, entonces ejercida por el SWP norteamericano) a las ideas y trayectoria del propio Trotsky, que lo habrían llevado a transformarse, hacia el final de su vida... en un agente del imperialismo norteamericano. Según Justo, esto se debía a que, para Trotsky, a diferencia de Lenin, la política no había sido una ciencia sino un arte, que expresaba, como todo arte, la subjetividad del autor y no las relaciones objetivas, agravado por el hecho de ser Trotsky, supuestamente, demasiado pagado de sí mismo (de te fabula narratur) lo que no dejó de atribuir... a su origen judío. Las "pruebas" de Justo eran francamente ridículas: el testimonio de Trotsky ante la Comisión Dewey (un destacado pedagogo norteamericano) sobre los Procesos de Moscú (¡cuando los EE.UU. negaron a Trotsky el ingreso al país para ser interrogado!), y hasta el hecho de que el SWP de los EE.UU. (la sección más fuerte de la IV Internacional) hubiese solicitado permiso para el ingreso de los restos mortales del revolucionario asesinado por el stalinismo, para prestarles el debido homenaje y hacer del mismo un acto político de masas contra la burocracia stalinista y por la revolución mundial: para Justo, lo que se pretendía era hacer una fiesta del imperialismo yanqui (del que el SWP sería parte). El Departamento de Estado negó el permiso de entrada, esta vez al propio cadáver de Trotsky (o mejor, a sus cenizas). El libro de Liborio Justo, de una idiotez sin par, retomó los peores prejuicios de la oligarquía argentina (el antisemitismo, por ejemplo), y no dejó de llevar agua al molino de la calumnia stalinista, con más razón porque fue escrito por un ex trotskista (una fracción del stalinismo peruano fue responsable por su edición en el Perú).
Así fue Liborio Justo, y si sus errores no borran sus aciertos, lo contrario también es verdadero. En lo que respecta a su actividad política marxista, en las décadas del ‘30 y ‘40, ésta queda como una síntesis de las limitaciones del trotskismo (marxismo) argentino, pero también como el esbozo de la posibilidad de su superación, por lo que también puede ser considerada como una base (porque lo fue) de la victoria ideológica del trotskismo en el seno de la izquierda argentina, en tiempos más recientes. Liborio Justo sabía remar contra la corriente (tuvo también facilidades de origen para ello, difícilmente repetibles) pero, como el propio Trotsky apuntara (refiriéndose al "militante típico de la IV", en una conversación con C.L.R. James), esa virtud muchas veces desarrolla el defecto correspondiente, el individualismo y la incapacidad para fundir el programa revolucionario con las masas. Que sus mejores libros sean (re) editados y leídos, que la reflexión crítica acerca de su trayectoria inspire y enseñe a las nuevas generaciones, que la IV Internacional se enorgullezca de haber contado en sus filas con uno de los talentos más importantes producidos por la historia y la inteligencia argentinas en el siglo XX.
Osvaldo Coggiola
En defensa del Marxismo
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