jueves, noviembre 15, 2007

El poder sionista y la guerra: de Iraq a Irán.

El abrazo del oso

Introducción

Las justificaciones del ataque de Estados Unidos a Iraq van desde los pretextos político-militares hasta los análisis en torno a intereses geopolíticos y económicos.
La explicación oficial original se basó en el supuesto, cuya falsedad se ha demostrado sin lugar a dudas, de que Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva químicas, biológicas y otras, que representaban una amenaza para Estados Unidos, Israel y Oriente Próximo. Tras la ocupación militar estadounidense no se pudo encontrar ninguna de dichas armas, por lo que Washington justificó la invasión y la ocupación con la expulsión de un dictador y la creación de una democracia próspera en el mundo árabe. La imposición de un gobierno títere de tipo colonial, apuntalado por una fuerza de ocupación imperial de más de 200.000 soldados y una serie de batallones de la muerte irregulares que han causado la muerte de cerca de un millón de civiles iraquíes, han expulsado a más de cuatro millones al exilio y han empobrecido al 95% de la población, demuestra la falsedad de esta argumentación. El último modelo de justificación gira en torno al concepto de que la ocupación estadounidense es necesaria para «impedir una guerra civil». La mayoría de los iraquíes y los expertos militares consideran que la presencia del ejército colonial de ocupación es la causa del violento conflicto, especialmente los devastadores ataques de los militares estadounidenses a los civiles, la financiación de líderes tribales rivales y mercenarios kurdos y la contratación de policías militares locales para reprimir a la población. Dado que la mayor parte de los estadounidenses –por no hablar del resto de la población mundial— no se dejan convencer por estos pretextos engañosos, el gobierno de Washington justifica la persistencia de la guerra y la ocupación por la necesidad de una victoria militar colonial que le permita mantener su estatus mundial y regional de superpotencia y garantizar así a sus regímenes satélites de Oriente Próximo que Washington es capaz de defender a sus camarillas gobernantes y a su aliado hegemónico, Israel. La Casa Blanca de George Bush y los líderes pro israelíes del Congreso aseguran que una victoria en Iraq potenciará una imagen de Washington como un exitoso gobierno antiterrorista –anti insurgente— global. Estas justificaciones, a posteriori, han perdido su verosimilitud a medida que la guerra continúa y la resistencia crece en Iraq, Afganistán, Palestina, Líbano, Somalia, Tailandia, Filipinas, Pakistán, etcétera. Cuanto más dure la guerra, mayores serán el coste económico y la desmoralización y agotamiento del personal militar y se hará más difícil la tarea de mantener la capacidad de intervención defensora del imperio.
Si las justificaciones oficiales, políticas y militares de las guerras coloniales estadounidenses en Iraq y Afganistán suenan huecas y poco convincentes, ¿qué decir de las otras justificaciones de la guerra que manejan en primer lugar, aunque no sólo, los críticos del gobierno de Bush?
El principal elemento que proponen los deterministas económicos de la guerra lo constituye el petróleo y lo que denominan la «guerra por el petróleo» (1). En torno a este punto se presentan algunas variantes: la primera y más popular es la de que las grandes corporaciones estadounidenses del petróleo estaban detrás de la guerra y que George Bush y Dick Cheney recibieron presiones de «las Grandes del Petróleo» –Big Oil (2)– para que lanzaran el ataque con el fin de que las empresas estadounidenses pudieran apoderarse de los campos petrolíferos iraquíes de propiedad estatal y sus refinerías. Una segunda variante afirma que la Casa Blanca no sufrió las presiones de las Grandes del Petróleo, sino que actuó en beneficio de éstas por un acto reflejo. Según esta idea se explicaría la llamativa ausencia de los portavoces de las transnacionales petroleras de los medios de comunicación y del Congreso en los prolegómenos de la guerra.
Una tercera versión sostiene que Estados Unidos fue a la guerra para hacerse con el petróleo necesario para su seguridad nacional, amenazada por Sadam Hussein. Esta explicación cita el peligro de que éste cerrase el estrecho de Ormuz, invadiese los estados del Golfo, provocase revueltas en Arabia Saudí, o redujese el flujo de petróleo de Oriente Próximo hacia EEUU y sus aliados. En otras palabras, la geopolítica de Oriente Próximo establecía que un gobierno no satélite constituía una amenaza para el acceso de Estados Unidos, Europa y Japón al petróleo. Aparentemente éste es el último argumento que sostiene Alan Greenspan, quien antes defendió la tesis propagandística de las armas de destrucción masiva.
Los principales defensores de la teoría de la guerra por el petróleo fracasan a la hora de aportar el soporte empírico de su teoría: en efecto, las transnacionales del petróleo no dieron un apoyo activo a la guerra ni mediante la propaganda, ni presionando en el Congreso ni por ningún otro vehículo político. En segundo lugar, los que proponen la teoría de la guerra por el petróleo no consiguen explicar las tentativas de las principales empresas petroleras de establecer vínculos económicos con Iraq antes de la invasión, así como tampoco explican que dichas empresas estaban, de hecho, operando clandestinamente por medio de terceros en la comercialización del crudo iraquí. En tercer lugar, todas las grandes empresas petroleras que operan en Oriente Próximo tenían como preocupación principal la estabilidad política, la liberalización de las políticas económicas de la región y la apertura de los servicios petroleros a los inversores extranjeros. La estrategia de las Grandes del Petróleo consistía en hacer progresar sus intereses globales dentro del proceso efectivo de liberalización en Oriente Próximo y en conquistar nuevos mercados y recursos petroleros por medio de su formidable fuerza de mercado, que consiste en inversiones y tecnología.
El estallido de la invasión estadounidense de Iraq se contempló con profundas reservas y preocupación, en la medida en que una acción militar así podía desestabilizar la región, fomentar la hostilidad hacia sus intereses en todo el Golfo Pérsico y frenar el proceso de liberalización. Ni uno solo de los altos ejecutivos de la industria del petróleo consideró en su momento que la invasión estadounidense fuese una medida positiva para la seguridad nacional. Todos ellos comprendían que Sadam Hussein, después de diez años de sanciones económicas y militares y frecuentes bombardeos de sus instalaciones militares e infraestructuras durante la presidencia de Bill Clinton, no estaba en situación de lanzar agresiones contra empresas petroleras o estados del Golfo Pérsico. Además las empresas petroleras tenían unas perspectivas reales y efectivas de firmar lucrativos contratos de comercialización y servicios petroleros con el gobierno de Sadam Hussein poco antes de la guerra. Fue el gobierno de Estados Unidos, presionado por la Zionist Power Configuration (Configuración del Poder Sionista - ZPC) (3) quien impulsó la legislación que bloqueó, por medio de sanciones, los intentos de las Grandes del Petróleo de conseguir dichos acuerdos económicos con Iraq.
El argumento de que las grandes corporaciones petroleras promovieron la guerra en beneficio propio no se sostiene en bases empíricas. Como corolario de todo ello, estas grandes corporaciones no se han podido beneficiar de la ocupación estadounidense debido a la intensificación del conflicto, los continuos sabotajes, la previsible resistencia de los trabajadores iraquíes del petróleo a la privatización, la inseguridad e inestabilidad generales y la hostilidad del pueblo iraquí.
La izquierda estadounidense agarró al vuelo la declaración de Alan Greenspan de que la guerra de Iraq tenía que ver con el petróleo como una especie de confirmación, pero sin ningún tipo de pruebas. No obstante los hechos de cada día, desde el comienzo de la guerra hace ya cinco años, demuestran que las Grandes del Petróleo no sólo no promocionaron la invasión, sino que no han llegado a poner en seguridad ni uno solo de los campos petrolíferos a pesar de la presencia de 160.000 soldados estadounidenses, 30.000 mercenarios pagados por el Pentágono y el Departamento de Estado y un gobierno satélite corrupto. El 19 de septiembre de 2007 el Financial Times de Londres publicó un artículo sobre la llamativa ausencia de las Grandes del Petróleo en Iraq (4). Según ese artículo sólo un puñado de pequeñas empresas mantiene contratos en Iraq septentrional (Kurdistán), que dispone del 3% de las reservas de todo Iraq. Asimismo, afirma que Big Oil no inició la guerra de Iraq ni se ha beneficiado de ella. La razón por la que no apoyó la guerra sería la misma por la que no ha invertido tras la ocupación: «El nivel de violencia sigue siendo inaceptablemente alto (...) y las perspectivas de acuerdo parecen disiparse a medida que crece la tensión entre las partes». La peor pesadilla de estas Grandes del Petróleo –una guerra inducida por los sionistas­— se ha visto confirmada. Mientras que las negociaciones de las Grandes y los acuerdos con terceros en el Iraq anterior a la guerra proporcionaban un flujo estable y consistente de crudo e ingresos, la guerra no sólo ha reducido a cero dichos ingresos, sino que además ha eliminado cualquier opción para el próximo decenio.
Pese a la guerra, la liberalización en el resto de la región ha proseguido y los intereses petroleros y financieros estadounidenses han progresado a pesar de los nuevos obstáculos y la creciente hostilidad derivados de la masacre de musulmanes propiciada por EEUU.
En lo tocante a la definición de la política de guerra en Oriente Próximo ni Big Oil, ni los multimillonarios texanos, ni siquiera los grandes contribuyentes a las campañas políticas de la familia Bush han llegado a inquietar a la ZPC. Les faltó el poder, interno y externo; la disciplinada organización de base de las organizaciones judías a la hora de derrotar la propaganda belicista sionista y su influencia en el Congreso; su posición en las instancias ejecutivas estratégicas y su ejército de escribas académicos de Harvard, Yale y Johns Hopkins, que han llenado de propaganda belicista los medios de comunicación estadounidenses. .
Lo más llamativo de los documentos programáticos y los artículos de opinión del Daily Alert (5) es el riguroso alineamiento con las posturas belicistas oficiales de Israel. Tanto si se trata de la matanza de niños en Yenin, el bombardeo de centros urbanos de Líbano o el bombardeo artillero de una familia árabe cuando celebraba una merienda en la playa de Gaza, el Daily Alert siempre se hace eco de la versión oficial israelí y sus clamorosas mentiras sobre escudos humanos, accidentes, pistoleros escondidos entre los niños o atrocidades autoinfligidas. Nunca, en todo el periodo analizado, aparece un solo artículo crítico que cuestione el desplazamiento masivo por parte de Israel de cientos de miles de palestinos. No hay crimen contra la humanidad suficientemente atroz a los ojos de los presidentes de las organizaciones judías estadounidenses que merezca su rechazo. Es una obediencia sumisa a la política oficial israelí, que indica que la ZPC es algo más que un simple lobby, como afirman sus propios apologistas de izquierda, incluyendo a Stephen Walt y John Mearsheimer. Es una estructura mucho más siniestra, en tanto que correa de transmisión de políticas e intereses de una potencia colonial ciegamente dispuesta a dominar Oriente Próximo y que además es la amenaza más seria para nuestras libertades democráticas: ninguna persona que se atreva a criticarla puede escapar del largo brazo de los autoritarios pro israelíes. Los libreros tienen que hacer frente a piquetes, los jefes de redacción reciben intimidaciones, amenaza a las prensas y los distribuidores universitarios, los rectores de las universidades son objeto de chantajes, los candidatos locales y nacionales son víctimas de injurias y difamaciones, se cancelan actos y se presiona a los responsables de los locales que los acogen, a los académicos se les niega la promoción o se les despide, se hacen listas negras de empresas, los fondos de pensiones sindicales sufren ataques hostiles, se anulan representaciones teatrales y conciertos, etcétera. La lista de actos de represión que realizan estas organizaciones sionistas autoritarias a escala nacional y local es más larga y genera miedo en algunos, enfado en muchos más y un violento resentimiento y una concienciación creciente en la mayoría silenciosa.
La segunda versión geopolítica de la guerra por el petróleo se centra en aspectos relativos a la seguridad nacional. Tras la primera Guerra del Golfo en 1991 y después de once años de sanciones económicas y desarme militar, Iraq era un país empobrecido y débil, parcialmente desmembrado por la existencia de un enclave kurdo en el norte que gozaba del apoyo de EEUU, y víctima de constantes bombardeos estadounidenses a cargo de aviones que sobrevolaban el país. Iraq sufrió varios bombardeos graves durante los años del gobierno de Bill Clinton y más de un millón de sus ciudadanos, entre ellos unos 500.000 niños, murieron prematuramente de enfermedades relacionadas con el bloqueo de la entrada de alimentos y asistencia médica básica impuesto por Estados Unidos, y la imposibilidad de reparar los sistemas de tratamiento de agua destruidos.
Antes de la invasión de 2003 Iraq no podía ni siquiera mantener el control de sus costas, su espacio aéreo y un tercio de su territorio. Como se demostró en la invasión estadounidense, el ejército de Sadam Hussein no disponía ni de la más básica capacidad de defensa para una guerra convencional ni de ningún avión de combate que pudiese suponer una amenaza para los estados satélite de EEUU en su vecindad o para el estrecho de Ormuz. La fuerte resistencia a las tropas estadounidenses vino después en forma de fuerzas irregulares que adoptaron tácticas de guerrilla al margen de cualquier unidad organizada creada por el régimen baazista. En otras palabras, por mucho que estiremos el concepto de «seguridad nacional» hasta incluir las bases militares estadounidenses, las instalaciones petroleras, los gobiernos satélites y las vías marítimas de Oriente Próximo, Sadam Hussein no constituía, claramente, ninguna amenaza. Si, no obstante, el concepto de seguridad nacional se define de nuevo como el medio para conseguir la eliminación física de cualquier oponente potencial a la dominación de EEUU e Israel en la región, entonces Sadam Hussein podría considerarse una amenaza a la seguridad nacional. Pero entonces el debate sobre la explicación de la guerra de EEUU contra Iraq se sitúa en otro terreno, el del debate sobre las fuerzas políticas que manipularon el asunto de las armas de destrucción masiva y la propaganda de la guerra por el petróleo con el fin de justificar una guerra por la hegemonía de Estados Unidos e Israel en Oriente Próximo. Incluso es más importante hoy día aclarar la responsabilidad de la invasión y ocupación de Iraq ante el aluvión propagandístico que nos está empujando a una guerra contra Irán.

Del engaño de la guerra contra Iraq a la propaganda de la guerra contra Irán

La ZPC despliega su propaganda belicista para que se ataque a Irán e induce al Congreso demócrata y a los candidatos a la presidencia, así como a la Casa Blanca republicana, a «poner sobre la mesa la opción militar». En paralelo a esta propaganda abierta a favor de la guerra, algunos progresistas críticos de la guerra contra Iraq han publicado artículos en los que defienden que Israel «realmente se oponía a la guerra de Iraq». Articulistas tan diversos como Gareth Porter; el ex analista de la CIA Ray McGovern; el coronel Wilkerson, ayudante de Colin Powell y el ziocon –conservador ultrasionista- Michael Ledeen, entre otros, aseguran que Israel se opuso a la guerra porque deseaba que EEUU atacase Irán. Otros afirman ahora que Israel había prevenido a EEUU de que la invasión de Iraq tendría graves consecuencias para Oriente Próximo, desequilibrando la balanza a favor de Irán. Los que exculpan a Israel señalan a otros culpables: Bush-Cheney-Rumsfeld o los neocons estadounidenses (más conocidos como ziocons ) que, insisten, han actuado sin tener en cuenta a Israel o al margen de las prioridades de este país en la región.
Hay otra opinión alternativa que afirma que Israel promovió el ataque de EEUU a Iraq y utilizó todos sus medios, a través de sus seguidores pro israelíes, para diseñar, promover y planificar la guerra. Este punto de vista alternativo mantiene que en ningún momento actuaron los ziocons en contra de los intereses estatales israelíes. De hecho, altos funcionarios israelíes trabajaron día a día en colaboración con sus agentes en el Gobierno de Washington, en particular en la Oficina de Planes Especiales del Pentágono, a fin de proporcionar desinformación que justificase el ataque militar. Si, como vamos a mostrar aquí, Israel utilizó todos sus medios para que Estados Unidos atacase a Iraq y se halla detrás de la actual campaña de desinformación destinada a provocar una guerra de EEUU contra Irán, entonces las fuerzas que se oponen a la guerra y la opinión pública estadounidense tienen que hacer frente abiertamente al «factor israelí».
Intentaremos establecer que la exoneración de Israel es principalmente un intento de desviar la hostilidad pública estadounidense del grupo Israel First –Primero, Israel—, que nos metió en esta sangrienta y costosa guerra sin fin. La exoneración de la responsabilidad israelí en la invasión de Iraq permite al estado judío y a sus agentes en Estados Unidos quedar libres de culpa por la degradación de las fuerzas estadounidenses en Iraq, a la vez que les da carta blanca moral para lanzar un nuevo y sangriento ataque contra Irán. En vez de mostrar cómo Israel nos inocula una doble dosis de su incurable enfermedad colonial, la exoneración permite a este país y sus agentes seguir el mismo patrón de manipulación y duplicidad utilizado para la invasión de Iraq y llevarnos a la guerra contra Irán. La Casa Blanca y el Congreso demócrata, haciéndose eco de las afirmaciones israelíes, utilizan amenazas desproporcionadas de ataque nuclear, satanizan a los líderes de Irán, financian la guerra de baja intensidad mediante la creación y subvención de violentos grupos satélites formados por exilados iraníes y esgrimen sanciones económicas y maniobras diplomáticas «fallidas», todo con el fin de conducirnos a una nueva guerra. Aprovechando la exoneración que le ofrecen los liberales de orientación sionista por la invasión de Iraq, la ZPC, a través de portavoces tan leales como el senador Joseph Lieberman, culpan a los iraníes de la muerte de soldados estadounidenses en Iraq. Así pues, según esta argumentación, no son los funcionarios sionistas favorables a la guerra dentro de nuestro gobierno y fuera de él los que envían a los jóvenes soldados estadounidenses a la muerte en Iraq, a petición del estado israelí, ni es a ellos a quienes el público de Estados Unidos debería dirigir su furia, sino más bien a los iraníes, a los que acusan de armar y entrenar a los combatientes de la resistencia iraquí. Al dejar a Israel fuera del debate y meter a Irán en el mismo, se fomentan los intereses de Israel a la vez que se incita a los estadounidenses a una nueva aventura militar contra un país como Irán, mucho mayor y mejor armado.
Los que exoneran a Israel no tienen antecedentes políticos u objetivos homogéneos. Algunos progresistas, temerosos de atraer sobre sí las iras de los poderosos sionistas, pretenden encubrir a los operadores del lobby israelí en Estados Unidos, como modo de conseguir la simpatía de los congresistas demócratas pro israelíes y el apoyo financiero de progresistas judíos ricos opuestos a la guerra de Iraq. El presidente del Partido Demócrata Howard Dean, siguiendo el nuevo guión israelí, declaró durante una visita a Tel Aviv en 2006 que Estados Unidos había invadido el país equivocado.
El precio de la estrategia de exoneración de Israel supone hacer la vista gorda sobre el poderoso papel que el lobby israelí está desarrollando para meternos en una nueva guerra contra Irán, como parte de una secuencia de invasiones promovida por los estrategas israelíes. Estas arteras estratagemas están teniendo resultados nefastos. La aceptación de los prejuicios de los liberales pro israelíes del Partido Demócrata ha conducido a la actual ausencia de cualquier tipo de movimiento significativo contra la guerra, contra la propaganda sionista y contra la propaganda belicista anti Irán.
No cabe duda de que algunos sionistas progresistas contrarios a la guerra están intentando distanciarse de los responsables ziocon-israelíes y de las políticas que promovieron la invasión de Iraq. Pero esto no significa ninguna oposición a otra nueva y más peligrosa aventura militar. Al contrario, los sionistas progresistas critican la desacreditada política de Bush-Cheney en Iraq en favor de una política nueva y más agresiva contra Irán. Al exonerar a Israel y sus correas de transmisión de las organizaciones judías y fundamentalistas cristianas a escala local y nacional, los liberales no han conseguido aliados en favor de la paz. En cambio, han dado nueva vida a la poderosa influencia de Israel y su aparato dentro de EEUU, que cada vez era más rechazada por la opinión pública estadounidense y por algunos elementos del establishment militar estadounidense. Al descargar la culpa de la debacle de Iraq exclusivamente sobre las espaldas de Bush, Cheney y sus aliados de las Grandes del Petróleo y dejar de lado el papel de Israel, la ZPC y sus acólitos demócratas del Congreso, los exoneradores liberales están abriendo el camino para un nuevo ciclo de guerra en Oriente Próximo. Si queremos prevenir un futuro ataque estadounidense contra Irán, orquestado por sionistas e israelíes, debemos tener perfectamente claro quién maniobró para llevar a Estados Unidos a atacar Iraq.

Israel, la ZPC y la preparación de la invasión de Iraq

Como demuestra el análisis, las políticas del estado israelí y las de las principales organizaciones sionistas de Estados Unidos son, con raras excepciones, prácticamente idénticas. La preparación de la guerra de Estados Unidos contra Iraq es un ejemplo evidente. A partir de los últimos años de la década de 1980 y a lo largo de la primera Guerra del Golfo, las sanciones del gobierno de Clinton, los bombardeos cotidianos y la escisión territorial del Kurdistán iraquí del resto del país, hasta la invasión de Iraq en 2003, el gobierno israelí presionó a los miembros del Congreso de Estados Unidos y a los principales responsables de las políticas de este país para que adoptasen políticas de guerra contra los «enemigos» de Israel. La política estatal israelí, que instaba a EEUU a una mayor degradación de Iraq, se transmitía por medio de las grandes organizaciones sionistas y los altos funcionarios sionistas principales de los gobiernos de Bill Clinton y, más tarde, de George Bush. Dennis Ross, Martin Indyk, Madeleine Albright, Richard Holbrook, Sandy Berger, William Cohen y otros eran los principales artífices de las políticas de nuestro gobierno relativas a Oriente Próximo y planearon y aplicaron sanciones, bombardeos y el desmembramiento territorial de Iraq. Al finalizar sus mandatos en puestos gubernativos, los principales sionistas de Bill Clinton pasaron a trabajar para los think tanks pro israelíes de Washington. Tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, los principales ziocons del gobierno de Bush (Ari Fleischer, Paul Wolfowitz, David Frum, Richard Perle, Douglas Feith, Eliott Abrams, Irving Scooter Libby, David Wurmser y otros) y algunos señalados sionistas del Congreso, como el senador Joseph Lieberman, instaron a un ataque contra Iraq, como parte de una serie de guerras secuenciales que incluirían a Siria e Irán. Sus voces eran ecos de las políticas del estado de Israel y especialmente de las del primer ministro, Ariel Sharon.
Los funcionarios del estado de Israel no expresaron en ningún momento reserva o diferencia alguna con las belicosas iniciativas de sus agentes colocados en el seno del gobierno de Bush, o con su servil lobby, el AIPAC (6), ni con los editorialistas favorables a Israel de los principales periódicos y medios de radiodifusión. Los ideólogos sionistas prevalecieron en todas partes, llegando a regañar a los funcionarios del gobierno de Estados Unidos por su tímida actitud. Israel, consecuente con sus políticas desde finales de la década de 1980, instaba al gobierno a una invasión y ocupación de Iraq en todas sus reuniones de alto nivel con Donald Rumsfeld, Colin Powell, Condoleezza Rice y George Bush. Los medios de comunicación israelíes, con raras excepciones, satanizaban a Sadam, inflaban su supuesta amenaza sobre todo Oriente Próximo y la seguridad de Israel, vinculaban los bombardeos suicidas palestinos con el apoyo iraquí a las aspiraciones nacionales del pueblo de Palestina y hacían todo lo posible para que sus amigos fundamentalistas cristianos de Estados Unidos se sumasen a sus exigencias de la invasión de Iraq.


Un análisis de las relaciones entre el estado de Israel y los funcionarios sionistas colocados en los niveles más altos del gobierno de Bush pone de relieve en primer lugar y de manera destacada que Tel Aviv creó las políticas estratégicas de eliminación de los gobiernos de Oriente Próximo opuestos a su limpieza étnica de los territorios ocupados y opuestos también a la ilimitada expansión de los asentamientos coloniales en la Palestina ocupada, así como a la consolidación de la hegemonía de Israel en todo Oriente Próximo. La elite sionista del gobierno de Bush inventó el pretexto y la propaganda para la guerra, y, más importante, el exitoso diseño y ejecución de la invasión de Iraq. Esta «división del trabajo» incluyó a los ziocon del Ejecutivo respaldados por los presidentes de las organizaciones judías estadounidenses (incluida la AIPAC) y las federaciones regionales estatales y locales de organizaciones judías mediante su influencia en el Congreso.
El testimonio de una ex analista del Pentágono, la teniente coronel del ejército del aire estadounidense Karen Kwiatkowski, hoy retirada, confirma que durante todo el período anterior a la guerra de Iraq, oficiales militares, funcionarios de inteligencia y otros funcionarios de alto nivel israelíes tenían acceso diario a los funcionarios sionistas del Pentágono, como por ejemplo el subsecretario de Defensa, Douglas Feith. Las consultas frecuentes, la coordinación en asuntos de inteligencia y la planificación conjunta entre los principales ziocon del Pentágono y los operadores militares israelíes de más alto nivel en Estados Unidos, indican que había un riguroso acuerdo para dirigir a EEUU hacia la invasión de Iraq. Había un acuerdo entre Israel y los ziocon, como quedó confirmado inmediatamente después de la exitosa ocupación inicial de Iraq como la primera de una serie de invasiones en Oriente Próximo que serían los ataques a Irán y Siria. En esos momentos circulaba el siguiente chiste israelí: «Cualquiera puede tomar Bagdad, los hombres de verdad van a por Teherán». En noviembre de 2002 Ariel Sharon, en una entrevista en el The Times de Londres pidió el bombardeo de Irán «al día siguiente de la invasión de Iraq por Estados Unidos».
El plan ziocon-israelí de llevar a cabo guerras secuenciales quedó firme y explícitamente establecido en el documento de política Project for a New American Century (Proyecto para un nuevo siglo americano), una especie de Mein Kampf israelo-estadounidense para la dominación del mundo, según el cual Israel se beneficiaría del poder y el tesoro militar estadounidense. La mayor parte de los planificadores y ejecutores ziocon de la política de guerra estadounidense para Oriente Próximo figuraban como autores o patrocinadores del citado documento, y muchos de ellos contribuyeron también a un documento de política del líder del Likud, Benjamin Netanyahu, en el que se pedía explícitamente la división de Iraq en una serie de enclaves étnicos fácilmente dirigibles.
La desinformación elaborada por los servicios secretos de Israel sobre la amenaza de Sadam Hussein para la región fue maquillada y adaptada a las necesidades propagandísticas de la Casa Blanca. Mientras que la propaganda israelí insistía en presentar a Sadam Hussein como un moderno Hitler, el jefe de la propaganda sionista y autor de los discursos de George Bush, David Frum, repetía el mismo tema en el infame discurso sobre el Eje del Mal, en el que Bush declaró ante el mundo su intención de atacar preventivamente a otras naciones. Teniendo en cuenta la propaganda belicista del gobierno de Israel, se comprende que la opinión pública israelí estuviera mayoritariamente a favor de la guerra del mismo modo que lo estaban los líderes de las principales organizaciones judías estadounidenses, aunque no la mayoría de los judíos estadounidenses, especialmente los jóvenes y los que no eran miembros de ninguna de las organizaciones sionistas de primera línea, como Israel First.
Los asesores israelíes y los ziocon del gobierno de Estados Unidos tuvieron una gran influencia en el desmantelamiento de todas las estructuras administrativas civiles y militares de Iraq, en lo que calificaron de campaña de desbaatificación, con el fin de debilitar de manera decisiva cualquier intento de reconstrucción de Iraq como estado laico moderno que pudiera oponerse a la hegemonía regional israelí. La política israelí desarrollada por los ziocon consistía en fragmentar el estado iraquí y su sociedad en entidades religiosas premodernas dirigidas por exilados iraquíes pro israelíes (como, por ejemplo, Ahmed Chalabi, que tenía negocios con Douglas Feith), incapaces de llegar a cuestionarse las políticas de Israel en Oriente Próximo.
La política israelí y ziocon ha tenido hasta ahora éxito en la medida en que ha conseguido la destrucción del estado iraquí, pero en cambio ha fracasado en su intento de conseguir una rápida victoria como paso previo a una segunda fase de invasión de Irán, debido a la masiva resistencia armada de los iraquíes. En su ciego racismo contra los árabes, los altos cargos israelíes y sus agentes estadounidenses descartaron cualquier posibilidad de que los iraquíes organizasen una guerra popular contra la destrucción de su país. A medida que la resistencia iraquí ha ido tomando fuerza y las pérdidas económicas y militares estadounidenses se han multiplicado, la opinión pública de Estados Unidos se ha vuelto contra la guerra y ha comenzado a preguntarse quién ha sido el responsable de esa debacle militar. Ante esta pregunta, potencialmente peligrosa, la propaganda sionista ha cambiado el paso a fin de cubrir sus huellas. Los principales funcionarios sionistas que organizaron la guerra desaparecieron rápidamente de escena, empezando por los perpetradores más conocidos: Paul Wolfowitz, Douglas Feith y Shumsky en el Pentágono y David Frum y Ari Fleischer en la Casa Blanca. Los partidarios de la línea dura en el Departamento de Estado, que tenían un perfil menos visible, siguieron durante un tiempo más: Elliot Abrams, Scooter Libby o David Wurmser. De éstos, Libby tuvo que comparecer más tarde ante un tribunal penal por su papel en el descubrimiento de la identidad de una agente de la CIA, esposa del embajador Joseph Wilson, en represalia por la demostración de éste de la manipulación de algunas de las «pruebas» que condujeron a la guerra.

Guerra con Irán: la prioridad para la ZPC (y para Israel)

La campaña de Israel para destruir Irán ya ha originado dos acciones de guerra: en junio de 2006, Israel atacó a Líbano persiguiendo, sin éxito, destruir la organización político militar chií Hezbolá, aliada de Irán. Poco más de medio año más tarde (6 de septiembre de 2007), Israel emprendió un acto aún más provocador, una misión de bombardeo sobre territorio sirio sin que mediara provocación, destruyendo una instalación militar. Al tener Siria e Irán un pacto de defensa mutua, la acción israelí se diseñó para poner a prueba la capacidad de esos países para responder a un ataque militar imprevisto.
El arma de propaganda de los servicios de inteligencia israelíes preparó una noticia de desinformación comparable a la anterior mentira de las armas de destrucción masiva: proclamaron que habían bombardeado un emplazamiento nuclear que Corea del Norte estaba construyendo y dotando de material nuclear. La desinformación israelí se reprodujo inmediatamente, palabra por palabra, en los principales periódicos estadounidenses: Los Angeles Times, Washington Post, Wall Street Journal y New York Times, así como en todas las cadenas importantes de televisión. Los expertos en propaganda pro Israel justificaron el ataque y a su vez también fueron citados en el Washington Post (20 de septiembre de 2007). El Post citó a Bruce Riedel, en otros tiempos «experto» en inteligencia en el pro israelí Saban Center for Middle East Policy (integrado en el ahora desacreditado Instituto Brookings): «No hay duda de que fue una incursión seria. Era un objetivo extremadamente importante. Se produjo en un momento en que los israelíes estaban muy preocupados por la guerra con Siria y querían calmar las perspectivas de guerra (sic). La decisión se tomó a pesar de esas preocupaciones (sic). La decisión refleja cuán importante era ese objetivo para los planificadores militares israelíes». Es decir, que como Israel «está preocupado por la guerra», ¡va y desencadena un acto bélico para el que no ha mediado provocación alguna y del que sus propagandistas ni siquiera conocen la naturaleza del objetivo!
El 21 de septiembre de 2007 el Daily Alert reproducía la propaganda pro bélica orquestada a través del Washington Post, enviándosela a todos los altos funcionarios y congresistas en Washington y en todo el país, activando a sus lobbys del AIPAC para asegurar el apoyo estadounidense a la evidente acción de guerra israelí. Fiel a su función de difundir propaganda engañosa, el Daily Alert publicó un extracto extremadamente desorientador de un artículo del Financial Times (21 de septiembre de 2007) que combinaba la línea propagandística israelí con un potencial vínculo nuclear Siria-Corea del Norte pero excluía varios párrafos que desacreditaban la campaña de desinformación sionista-israelí. El artículo del Financial Times cita a Joseph Circcione, director de Política Nuclear del Center for American Progress: «Es muy improbable que el ataque israelí tuviera algo que ver con una cooperación nuclear significativa entre Siria y Corea del Norte. El hecho básico, y bien documentado, es que el programa de investigación nuclear sirio, de 40 años de duración, es demasiado elemental para que pueda servir de apoyo para desarrollar capacidad armamentística. Las universidades tienen instalaciones nucleares más importantes que Siria» (Financial Times, 21 de septiembre de 2007). Un antiguo alto consejero asiático del presidente Bush y experto en Corea del Norte, ahora en el Center for Strategic and International Studies, también desacreditó la trama sionista-israelí sobre las armas nucleares: «Me sorprendería enormemente que los norcoreanos tuvieran el nivel suficiente como para transferir material de fisión a Siria o estuvieran intentando trabajar fuera de Corea del Norte en un lugar como Siria». De la misma forma, dañando la propaganda bélica sionista-israelí, la administración Bush nunca planteó la supuesta implicación de Corea del Norte con Siria en ninguna de todas las series de reuniones celebradas durante 2007, a pesar del hecho de que era en gran medida hostil a Siria y buscaba cualquier excusa para atacarla. A diferencia de las anteriores provocaciones israelíes en las que la Administración Bush se apresuró a dar la cara por los pretextos de Israel, Bush declinó hacer cualquier comentario sobre los ataques israelíes contra Siria, probablemente informado por sus jefes de inteligencia de que era un acto israelí de provocación para el que confiaba en arrastrar a Estados Unidos.
El ataque israelí contra Siria y su defensa y promoción por la ZPC estadounidense es el paso más reciente del intento de llevar a EEUU a una guerra conjunta contra Irán y Siria. Una investigación sobre el Daily Alert de enero a septiembre de 2007 (180 números), revela una media de tres artículos en cada número pidiendo que EEUU se comprometa en actos de guerra, imponga sanciones económicas estrictas y un bloqueo naval, y se prepare para una amplia confrontación con Irán. No hay una sola voz o artículo que cuestionen la postura favorable de Israel a la guerra. Cada número del Daily Alert repite la línea israelí como un papagayo, incluso cuando se refiere al apoyo al brutal corte de electricidad, gas y agua potable a más de un millón de civiles atrapados en Gaza: un crimen de guerra según el derecho internacional. En palabras del Daily Alert, los asesinos israelíes de los adolescentes palestinos, chicos y chicas desarmados, son etiquetados como «militantes» o «pistoleros». También el Daily Alert describe que las negociaciones de paz se están llevando a cabo de buena fe, a pesar del continuo saqueo de tierras y de los asesinatos de decenas de palestinos, incluidos niños pequeños. «Desde el momento en el que el presidente de EEUU George Bush anunció la reunión de paz (Annapolis) el 16 de julio de 2007 y el 15 de octubre de 2007, el ejército israelí ha asesinado a 104 palestinos, incluidos 12 niños». Financial Times (18 de octubre de 2007)
Después de la victoria del Partido Demócrata en el Congreso en noviembre de 2006, gracias a los votantes cada vez más indignados por la guerra de Iraq, la ministra de Asuntos Exteriores Tzipi Livni asistió a la reunión del AIPAC en Washington para urgir a los miles de activistas sionistas y a un gran contingente de congresistas estadounidenses republicanos y demócratas para que continuaran apoyando la ocupación de Iraq de la Administración Bush, incitándoles a otra nueva guerra contra Irán. En un tono muy agresivo se despachó a gusto sobre la imaginaria «amenaza existencial» de la capacidad nuclear iraní. Todo el lobby judío tomó nota y se puso inmediatamente en marcha.
El alcance, profundidad y estructura centralizada de la ZPC excede con mucho a cualquier estructura que pueda ser concebida como lobby. En ese sentido, Mearsheimer y Walt, en su estudio sobre el lobby israelí subestiman el poder y la influencia política de las fuerzas pro israelíes. En segundo lugar hay que tener en cuenta varios factores a la hora de medir el poder de la ZPC. Entre dichos factores se incluirían tanto su poder directo como el indirecto. El poder de la ZPC se ejerce directamente sobre consejeros políticos, académicos y culturales para asegurar que sus políticas beneficien a Israel y a los intereses sionistas. Una expresión incluso más directa de poder es cuando los sionistas ocupan altos puestos de decisión y elaboran políticas en nombre de los intereses militares y económicos israelíes. Elliot Abrams, consejero clave para Oriente Medio del presidente Bush en el Consejo de Seguridad Nacional, es uno de tantos ejemplos, como lo es también el director de la Seguridad Interior Michael Chertoff, que destina alrededor de las tres cuartas partes de los fondos disponibles para la seguridad de organizaciones judías privadas.
Igualmente formidable es el ejercicio del poder indirecto de la ZPC a través de varios mecanismos:
La influencia parlamentaria, por medio de un pequeño grupo de congresistas sobre una gran mayoría. Por ejemplo, el AIPAC escribió el informe presentado por el Senador Lieberman, firmado también por el Senador Kyl, calificando como terroristas a los Guardias Revolucionarios Iraníes, preparando así el camino para que Bush lance un ataque. Ese informe fue asumido por el 80% del Congreso.
Poder acumulativo , que es la convergencia de los diferentes sectores de la ZPC sobre un único tema. Por ejemplo, los escritores pro Israel y los dirigentes judíos de todas las organizaciones y esferas más importantes en los medios desde la izquierda hasta la extrema derecha, se unieron para denunciar el ensayo de Mearsheimer y Walt y su posterior libro, recurriendo la mayoría de ellos a ataques falaces «antisemitas» o a argumentos ilógicos o enrevesados, ignorando los datos empíricos.
La propaganda de los hechos es la herramienta de poder favorita de la ZPC. Esto implica dar la máxima publicidad a los castigos infligidos a los críticos de Israel y la ZPC, a fin de intimidar a los políticos actuales y futuros. Un ejemplo es cómo el profesor fascista-sionista Alan Dershowitz, de la Escuela de Derecho de Harvard, hizo campaña con total éxito, con el respaldo de la ZPC, para lograr que expulsaran al Profesor Norman Finkelstein de su puesto en la universidad, sirviendo así de «castigo ejemplar» para cualquier futura crítica académica contra Israel. La campaña de Dershowitz llegó hasta a calumniar a la fallecida madre del profesor Finkelstein, superviviente de los campos de la muerte nazis, etiquetándola de «kapo» judía o colaboradora nazi.
La ZPC tiene múltiples recursos que se refuerzan unos a otros, tanto en la esfera pública como en la privada. La financiación electoral a gran escala y a largo plazo de los partidos sirve para comprar influencia en el Congreso. Esto a su vez aumenta el poder de la importante minoría de congresistas sionistas a la hora de ganar control en las nominaciones del partido y en las asignaciones a los comités en el Congreso, supone una mayor influencia para la ZPC a la hora de moldear la política exterior de EEUU hacia Oriente Medio y facilita el acceso de escritores pro Israel a las páginas de artículos de opinión de los diarios y semanarios más importantes y a otras ramas de los medios corporativos.
El poder sionista también es el resultado de una dominante campaña de propaganda de larga duración, totalmente tendenciosa, que se dedica a satanizar a los árabes de Israel, especialmente a los críticos palestinos, y describe a Israel (el cuarto poder nuclear mayor del mundo y único de Oriente Medio) como una fortaleza democrática rodeada de gobiernos autoritarios hostiles. A través del acceso y control parcial sobre la mayor parte de los medios importantes, la ZPC proporciona informes muy sesgados sobre sucesos tales como los terroríficos bombardeos israelíes de centros de población en Líbano, Gaza y otros lugares. El poder de opinión proyectado por la ZPC en EEUU contrarresta la realidad de Oriente Medio hasta el extremo de que las víctimas palestinas de todas las edades y géneros que llevan padeciendo 40 años de gobierno militar israelí, expropiación de la tierra y constantes asaltos violentos, se convierten en agresores y los verdugos israelíes se representan como víctimas virtuosas y pacíficas.

¿Lobby israelí o «configuración del poder sionista»?

Mearsheimer y Walt describen la configuración del poder pro israelí como «un lobby igual a cualquier otro lobby estadounidense», una «colección suelta de individuos y grupos» fuera del gobierno que actúan en nombre de Israel. Nada más lejos de la realidad. El poder de Israel en Estados Unidos se manifiesta a través de una multiplicidad de estructuras altamente organizadas, bien financiadas y centralmente dirigidas a lo largo y ancho de Estados Unidos. La ZPC incluye varias decenas de comités de acción política de nombre inocuo, al menos una docena de maquinarias de propaganda, think tank, que emplean a decenas de antiguos altos cargos políticos con muy buenos contactos, la mayoría de ellos en Washington y la Costa Este, y a las 52 principales organizaciones judías estadounidenses, agrupadas bajo el paraguas «Conferencia de Presidentes de las Principales Organizaciones Judías Estadounidenses» (CPMAJO). El AIPAC y otras organizaciones nacionales (ADL, AJC, etcétera) tienen una gran capacidad de presión nacional, en el ejecutivo y en el Congreso. Pero igualmente, o incluso más importantes a la hora de censurar y purgar a los críticos, controlar los medios locales y moldear la opinión a través de ciudades y pueblos, son las federaciones y organizaciones de comunidades judías locales que se dedican a intimidar a programadores culturales locales, editores, bibliotecas, universidades, iglesias y grupos cívicos para que nieguen cualquier plataforma pública a portavoces, escritores, artistas y otras figuras críticas con Israel y sus discípulos sionistas.
La base del poder de la ZPC está en los médicos, dentistas, abogados, comerciales de inmobiliarias y terratenientes activistas locales que presiden las confederaciones locales y a sus varios cientos de miles de afiliados. Son ellos quienes acosan, presionan, intimidan, recaban fondos y organizan viajes de lujo de propaganda para funcionarios elegidos, aseguran su apoyo en las guerras israelíes e incrementan los paquetes de ayuda hacia Israel. La estructura de poder sionista local organiza campañas exitosas forzando que se destinen fondos de pensiones de estado a comprar miles de millones de dólares en desvalorizados bonos del estado de Israel y a retirar inversiones de compañías implicadas en transacciones económicas a las que Israel describe como «adversarios terroristas de estado». Son las organizaciones de estudiantes pro Israel de base judía las que se dedican a espiar a profesores estadounidenses, que pueden ser o no críticos hacia Israel, a desprestigiarlos en hojas informativas locales y nacionales y a presionar a las administraciones para que los despidan. Incluso en lugares en los que menos del 1% de la población local es judía, los fanáticos judíos pueden presionar a pequeños colegios privados cristianos para que prohiban que hable en su campus a un teólogo ganador del Premio Nobel de la Paz como el obispo Desmond Tutu. El pulpo sionista ha extendido sus tentáculos más allá de los centros tradicionales de poder de la política nacional y de las grandes capitales, alcanzando ciudades y esferas culturales remotas. Ni siquiera se libran las páginas de obituarios de pequeñas poblaciones estadounidenses: Cuando un periódico de Connecticut publicó un artículo conmemorativo de una influyente abuela palestina dirigente comunitaria de Hebrón (mayo de 2003), de 61 años de edad, Shadin Abu Hijleh, a quien soldados israelíes dispararon en su casa, los miembros de la confederación judía local expresaron su indignación por la revelación de los crímenes del ejército israelí y censuraron el homenaje de una página conmovedora de obituario que habían escrito sus amigos y familiares estadounidenses.
Redes y estructuras centralizadas: políticas coordinadas, objetivos, cuotas, aumentos de la financiación, campañas especiales a gran escala, listas negras (antisemitas y judíos que se odian a sí mismos), todo forma parte integral de la ZPC. Mearsheimer y Walt no acertaron a analizar las relaciones organizativas entre la oficina central y las organizaciones locales y los equipos regionales de las organizaciones judías pro Israel más importantes y con cuanta rapidez pueden ser movilizadas para estigmatizar, censurar o apoyar a un determinado portavoz, actividad o a alguien dedicado a conseguir fondos que favorezcan los intereses israelíes.
Por todo el país, los boletines informativos de los Consejos de Relaciones Comunitarias Judías han repetido como loros esa línea, reimprimiendo los bulos y difamaciones de sus oficinas nacionales en los que se denunciaba el libro de Mearsheimer y Walt The Israel Lobby con caricaturas que desconocen de tal modo la discusión de M. y W., que lo único que dejan claro es que apenas han ido más allá de una lectura de la cubierta del libro.
Hay una cosa clara en las, en gran parte, eyaculaciones emocionales de los ataques de los intelectuales judíos contra el libro y es que el nivel intelectual de los pensadores judíos contemporáneos se ha deteriorado seriamente hasta el punto de que la envidia, el despecho comunal y el vitriolo partisano han sustituido lo mejor de una revisión razonada de datos y lógica. Los esfuerzos literarios de Abraham Foxman, del ADL, para responder a M. y H. son reminiscencias de las diatribas estalinistas que se produjeron durante los juicios-espectáculos de Moscú de la década de 1930 (nuestra versión judía de Andrei Vishinsky). Lo que importa en la influencia de esos mediocres intelectuales no son los vapores diabólicos que emanan de su maligna escritura, ni su llamamiento a la razón, ya que algunos progresistas sionistas pretenden que es un debate razonado –si es que tal debate existe- sino que es incontestable el hecho de que su repetitivo mensaje circula a través de todos los medios de masas.
La ZPC al organizar la guerra mediante datos falsificados a través de dos altos funcionarios del Pentágono (Wolfowitz y Doublas Feith), la oficina de los Vicepresidentes (Wurmser e Irving Scooter Libby) y el Consejo de Seguridad Nacional (Elliot Abrams), que organizó la oficina del Presidente (Ari Fleischer) y escribió el discurso de Bush de la guerra preventiva (David Frum), ahora tiene miedo de tener que enfrentarse a la ira del pueblo estadounidense que ha sufrido la pérdida de miles de soldados hasta un punto no experimentado por los autores y ejecutores de esta guerra por Israel. Para evitar que se les identifique con esta guerra desastrosa, los planificadores y propagandistas bélicos de la ZPC han acudido a las mentiras (negando el papel crucial de Israel que llevó a EEUU a la guerra) y algunos operarios más inteligentes, como Alan Greenspan, se han unido a los descerebrados estadounidenses que todavía siguen repitiendo el viejo bulo de la «guerra por el petróleo».

Guerra por el petróleo o guerra por Israel: el archivo público

El apoyo de la ZPC a la guerra de Iraq fue una campaña de propaganda abierta e implacable de conocidos escritores, publicistas y dirigentes comunitarios así como de las 52 principales organizaciones judías. No hubo conspiración ni intriga: la campaña sionista fue descaradamente pública, agresiva y reiterativa.
Una revisión sistemática del Daily Alert desde 2002 hasta septiembre de 2007 -1.760 números-, nos proporciona una muestra científica de la opinión de la ZPC. Como media, cada número contenía cinco artículos a favor de la guerra o de movimientos hacia la guerra con Iraq y/o Irán. En Daily Alert se destacaban los artículos de opinión de los escritores y académicos liberales, conservadores y fascistas-sionistas más importantes que aparecían regularmente en el Washington Post, Wall Street Journal, New York Sun, New York, Los Angeles Times, el Daily Telegraph y el Times de Londres, YNet y otros. Es decir, en el periodo crucial previo a la guerra y posterior a la invasión, las principales organizaciones judías estadounidenses produjeron aproximadamente 8.800 textos de propaganda a favor de la guerra de Iraq y los hicieron circular a todos los miembros de sus organizaciones, a todos los congresistas, a todos los principales miembros del poder ejecutivo, con seguimiento por parte de activistas locales y con un ejército de integrantes de los lobbys en Washington (150 sólo del AIPAC), más varios cientos de activistas con dedicación total en las oficinas locales y regionales.
Una investigación parecida del principal periódico financiero y comercial anglo-estadounidense Financial Times, entre 2002 y septiembre de 2007, acerca de la política de las Grandes del Petróleo hacia la guerra con Iraq y ahora hacia Irán es bastante reveladora. He revisado las páginas de cartas, editoriales y artículos de opinión de 1.872 números del Financial Times y no hay ni un solo artículo o carta de ningún portavoz o representante de una compañía petrolífera importante (o menos importante) que llamara a la invasión y ocupación de Iraq o a bombardear Irán. No hubo ningún lobby del petróleo ni organización de nivel local que le pidiera al Congreso o a la administración de Bush que fuera a la guerra en defensa de los intereses petrolíferos estadounidenses. Pero la ZPC fue muy activa a la hora de promover la mentira de que el desarmado y embargado Iraq representaba una amenaza existencial para el Israel dotado de armas nucleares.
Una comparación similar de la propaganda sionista y de las Grandes del Petróleo sobre la confrontación militar estadounidense con Irán refuerza el argumento de la importancia de las principales organizaciones judías a la hora de promover la implicación de EEUU en las guerras de Oriente Próximo a favor de Israel. Entre 2004 y septiembre de 2007 (tres años y nueve meses) la hoja de propaganda sionista Daily Alert, publicó 960 números en los que había una media de seis artículos por número defendiendo un ataque militar preventivo inmediato o a corto plazo contra Irán por parte de EEUU o Israel, sanciones económicas más duras de las que el Consejo de Seguridad estaba dispuesto a asumir, retirada de inversiones y boicot organizados contra Irán. Una investigación del Financial Times durante el mismo período, 1.053 números (el FT se imprime seis días a la semana, el Daily Alert cinco veces), no logra encontrar una sola carta, artículo de opinión o editorial de ningún representante o portavoz de las Grandes del Petróleo apoyando la guerra contra Irán. Al contrario, igual que en el caso de Iraq, dirigentes importantes del petróleo expresaron ansiedad y temor de que una guerra instigada por Israel desestabilizara todo la zona y llevara a la destrucción de instalaciones petrolíferas vitales, socavara rutas de transporte y líneas marítimas y cancelara lucrativos contratos de servicios. Muy al contrario de la propaganda reciente sionista, las Grandes del Petróleo quieren que EEUU levante sus sanciones contra la inversión en Irán, ya que están procurando negocios muy lucrativos a los competidores.
En completa contradicción con el izquierdista dedo sionista-trotskista que apunta a las grandes petroleras como el principal elemento impulsor hacia la guerra, la gran petrolera de Texas estaba trabajando provechosamente con el Iraq de Sadam Hussein, firmando cientos de millones de dólares en contratos ilegales con el ahora ejecutado gobernante. Oscar Wyatt, un multimillonario del petróleo de Texas acusado recientemente de haber pagado sobornos a Sadam Hussein, fue uno de los muchos comerciantes de las grandes petroleras implicado en el lucrativo comercio petrolero de antes de la guerra con Iraq (Financial Times, 2 de octubre de 2007).

Belicismo sionista: temores y venenos

Al aumentar las presiones de Israel para que se desencadene un ataque militar contra Irán respaldado por EEUU, y como altos oficiales militares estadounidenses y el público general van incrementando su hostilidad hacia las violentas presiones del brazo sionista y la grosera manipulación de los políticos, la ZPC se vuelve agresivamente autoritaria en su esfuerzo por silenciar a la oposición que intenta desenmascarar su papel de actor desleal que busca beneficiar a un poder extranjero. En el pasado, una vez detectados los agentes de un poder extranjero, se les aplicaba normalmente una sanción severa o algo peor. En la actualidad, las numerosas personas que disponen de información privilegiada en el interior del sistema saben que están jugando un juego cada vez más arriesgado al aumentar la percepción de los costes que supondría una nueva guerra contra Irán y al presionar sus manipuladores israelíes cada vez más para que un ataque contra Irán sea lo que figure en el primer lugar de su agenda.
En última instancia, la ZPC, a pesar de sus riquezas y su actual dominio de la política estadounidense hacia Oriente Próximo, sabe que representa a menos del 1% de la población: Son una elite sin masas en la base. Tienen poder sólo en tanto en cuanto el otro 99% de la población se muestre inactivo, esté manipulado o se sienta intimidado para servir a los intereses de Israel. Pero como el creciente flujo de libros, artículos y discursos empieza a atraer la atención hacia la ZPC dirigida por Israel y sus destructivas actividades belicistas, las imágenes, promovidas por ellos mismos, de sus miembros como profesionales brillantes, líderes de éxito en el mundo de los negocios y las finanzas y políticos compasivos al servicio de los intereses de EEUU, empiezan a verse erosionadas. El lado oscuro de su servil lealtad hacia Israel, una racista y arrogante potencia colonial que no para de provocar guerras vía EEUU a fin de establecerse como incuestionable poder regional, ha entrado ya en el debate público estadounidense.
La ZPC está en la cima, o muy cerca, de su poder político en el Congreso, en el ejecutivo, en la Oficina de Seguridad Interior y en el futuro Fiscal General, en la cultura y en la propaganda de los medios de masas. Pero, paradójicamente, cuanto más cerca de la cumbre está la ZPC, también va destapándose más, mucho más de lo que quisiera, ante el pueblo estadounidense.
Incluso los chillones e imprudentes sionistas dedicados a la polémica, que se esconden en las prestigiosas universidades y think tanks, están empezando a sentir ansiedad en público e incluso, quizá, preocupación en privado. Mientras hacen todo eso, regresan sobre las pistas tratando de tapar sus huellas en todos los planes de guerra y propaganda que conducen a la ahora masivamente impopular invasión de Iraq. Recurren a mentiras descaradas en forma de desmentidos de complicidad o belicismo. ¡Abundan las mentiras inauditas! El descubrimiento del desleal papel de la ZPC y su complicidad provoca réplicas feroces en los más agresivos y obstinados ziocon, con un lenguaje barriobajero revestido de academicismo que abusa de las falacias y refleja pobremente sus cacareadas posiciones académicas. La ZPC, sus escribas, operarios y caciques son vulnerables: han cometido grandes crímenes contra los intereses del pueblo estadounidense. Sus acciones han causado la muerte y mutilación de decenas de miles de soldados estadounidenses, el 99,9% de los cuales no tiene ninguna lealtad a los intereses del gran Israel o a sus agentes estadounidenses, que tienen a sus propios hijos ejerciendo lucrativas carreras civiles. Estimaciones recientes hallaron que menos del 0,2% de los soldados estadounidenses que luchan sobre el terreno en Iraq son judíos estadounidenses, algunos de ellos inmigrantes judíos de la extinta Unión Soviética. Esto a pesar de las fuertes presiones sionistas para invadir y destruir Iraq e Irán. Las manipulaciones de la ZPC al empujar a la administración Bush a invadir y ocupar Iraq han llevado al ejército estadounidense a un estado de vergüenza y desmoralización sin precedentes, con miles de oficiales solicitando el retiro anticipado, miles de soldados desertando y enfrentándose a una corte marcial, y un creciente número de antiguos oficiales retirados que expresan su indignación. No sorprende que el Secretario de Defensa Robert Gates obtuviera el apoyo de los altos oficiales militares en Oriente Próximo en su oposición a una inmediata invasión de Irán.
Las invectivas sionistas contra sus críticos expresan los temores de que se desenmascare su doble discurso, su falsa fusión de las políticas coloniales israelíes con los valores democráticos del pueblo estadounidense. Nada más puede explicar los estridentes ataques personales verbales que persiguen matar al mensajero antes que enfrentar realidades desagradables y trabajar para la rectificación de una situación desastrosa. No obstante, aunque el estado de Israel ha colocado a sus promotores estadounidenses en una posición incómoda mientras la ocupación de Iraq se desmorona y los estadounidenses resisten los histéricos llamamientos a atacar Irán, ha resultado ser el ganador real a corto plazo porque ha conseguido destruir la república laica y unificada de Iraq.

Del arañazo a la gangrena: la transición del sionismo al fascismo sionista

Los conservadores sionistas dominantes pusieron de manifiesto enseguida sus políticas autoritarias mediante su apoyo sin reservas ni condiciones a las brutales campañas de Israel que han expulsado a cientos de miles de palestinos de sus casas y de sus tierras. Posteriormente, los conservadores sionistas apoyaron totalmente y sin ninguna objeción la matanza y encarcelamiento de miles de civiles palestinos que protestaban por la ocupación militar israelí y la conversión de Cisjordania y Gaza en campos de concentración al aire libre por medio de unos 500 puestos fronterizos militares y bloqueos de carreteras. Más recientemente el liderazgo al completo de las principales organizaciones judías, que engloban tanto a conservadores como liberales sionistas, defendió la construcción por parte de Israel de un muro de hormigón de 30 metros de altura que encierra en guetos, con una eficacia indiscutible, a toda la población palestina, a semejanza de los muros construidos por los nazis alrededor de la inmensa población judía de Varsovia. El muro y los puestos fronterizos militares estrangulan el comercio y el movimiento de alimentos y personas desde los territorios ocupados a los mercados, colegios y hospitales, impidiendo incluso que los campesinos puedan cultivar sus tierras.
El 10 de octubre de 2007, el Jerusalem Post citaba a Aron Soffer, director de investigación y profesor en el Colegio de la Defensa Nacional del ejército israelí (IDF), padre de cuatro hijos y abuelo de ocho nietos, de 71 años, había declarado el 21 de mayo de 2004: «El hecho de que 2,5 millones de personas vivan encerradas en Gaza provocará una catástrofe humana. Esas personas se volverán mucho más animales de lo que ya son hoy, con la ayuda de un Islam fundamentalista demente. Las presiones en la frontera serán horribles. Habrá una guerra terrible. Por eso, si queremos seguir con vida, tendremos que matar y matar y matar. Todos y cada uno de los días».
Este es, literalmente, el mensaje asesino que se enseña a los oficiales israelíes en las escuelas más avanzadas, por eminentes profesionales fascistas sionistas. Esto nos ayuda a entender la brutalidad manifiesta y la conducta homicida de los soldados israelíes en los territorios ocupados.
Un estudio israelí reciente realizado por dos importantes psicólogos ilustra la profunda tendencia de sadismo y racismo que se inculca en las academias militares de Israel y que está apoyada por los altos cargos políticos israelíes, incluida la Oficina del Primer Ministro. Según el Haaretz del 21 de septiembre de 2007, dos psicólogos israelíes entrevistaron a 21 soldados israelíes, que expresaron «sus más íntimas emociones sobre los horrendos crímenes en los que tomaban parte: asesinar, fracturar huesos a niños palestinos, actos de humillación, destrucción de propiedades, saqueos y robo». Uno de los psicólogos israelíes, mujer, se mostró «impresionada al encontrar que los soldados disfrutaban con la intoxicación de poder y que sentían placer al utilizar la violencia». Y declaró: «La mayoría de mis entrevistados disfrutaban exacerbando su propia violencia durante la ocupación». La dominación colonial absoluta saca a la luz las tendencias psicopáticas de un ejército de ocupación. El soldado C testificó: «Si no entro en Rafah (ciudad palestina de Gaza) al menos una vez a la semana para sofocar una rebelión, es como si me volviera loco». Como otros ocupantes coloniales, los soldados israelíes asumen un «complejo de raza superior» totalitario. El soldado D declaró: «Es fantástico cuando no tienes que respetar ninguna ley ni norma. Sientes que tú eres la ley. Una vez que entras en los Territorios Ocupados, ¡eres Dios!». La interiorización de los soldados de la poderosa ideología fascista sionista los justifica a los ojos de los entrevistadores por castrar a un hombre, golpear en la cara a una mujer que protesta, disparar a un peatón indefenso, romperle el brazo a un niño de cuatro años y otros actos de violencia gratuita e indiscriminada.
Los Presidentes de las Principales Organizaciones Judías Estadounidenses ni siquiera mencionan, y mucho menos critican, la conducta psicopática diaria de las IDF. Importantes filántropos judíos multimillonarios contribuyen con cientos de millones a apoyar la violenta ocupación y represión de los civiles palestinos por las IDF, descritas con cruel placer por los soldados objeto del estudio israelí. De hecho, el mayor contribuyente sionista al Partido Demócrata, Haim Saban (12,3 millones de dólares en 2002), «siente debilidad por los soldados de combate israelíes». Según Haaretz (12 de septiembre de 2006), Saban declaró: «No puedo tratar con los soldados de combate, cada vez que tengo que interactuar con ellos… lloro». Existe un poderoso lazo emocional entre el fascismo sionista israelí y sus homólogos estadounidenses. Saban se refiere con arrogancia a la primacía de su lealtad hacia Israel: «Me siento como un pavo real en EEUU declarando que soy estadounidense-israelí. Lo que oyen… un estadounidense-israelí», (Haaretz, 14 de octubre de 2007). El antes respetable Instituto Brookings ahora alberga el Saban Center, financiado por Haim Saban, que lo ha convertido en otro más de la docena de molinos propagandísticos que fabrican sin parar apologías sobre las prácticas totalitarias de las IDF para sus principales directores de investigación y su Primer Ministro. El mortífero sentimentalismo de los multimillonarios estadounidenses-israelíes hacia los psicópatas de las IDF no llega a los jóvenes estadounidenses que sirven a los intereses de Israel como soldados en Iraq y que están sufriendo el peso de una guerra que busca extender el poder regional de Israel. Saban, como la gran mayoría de los altos dirigentes de las organizaciones sionistas más influyentes, está presionando para una nueva guerra: esta vez con Irán. Según Saban: «Trataría de hacer primero otras cosas, pero si no funcionan, entonces hay que atacar… Llegar hasta Irán y destruir completamente todas sus estructuras. Hundirlos en el abismo. Cortarles el agua» (Haaretz, 14 de octubre de 2007). Esas no son invectivas homicidas de un fanático colono judío que golpea a un niño pastor palestino, Saban es el dirigente más importante del AIPAC, amigo íntimo y financiador político de los Clinton y de todo el actual liderazgo israelí. Sus 2.800 millones de dólares compran la aduladora atención de todos los candidatos importantes a la presidencia estadounidense que cortejan el apoyo judío (MSNBC, 14 de octubre de 2007).
La ZPC ha logrado enterrar tres iniciativas políticas de alto nivel diseñadas para llegar a una solución de la ocupación colonial israelí de Palestina. Una declaración enviada al presidente Bush y a la Secretaria de Estado Rice por anteriores altos cargos políticos de ambos partidos, incluidos Brzezinski, Lee Hamilton, Brent Scowcroft y otros, llamando a Israel a cumplir las Resoluciones 242, 338 y otras del Consejo de Seguridad, fue totalmente descartada por el Congreso Demócrata y la Casa Blanca Republicana, una vez que la ZPC intervino y llamó a Brzezinski «persona hostil a Israel» tras el absoluto rechazo de la declaración por el estado israelí. Los esfuerzos de Tony Blair al frente de la Misión de Paz del Cuarteto han cosechado un fracaso absoluto a la hora de resolver siquiera la terrible situación humanitaria de los palestinos, frente a la intransigencia israelí y el rechazo de hasta la más banal de las conversaciones con el ahora sometido (aunque anteriormente tan frenético) ex Primer Ministro británico (Guardian, 13 de octubre de 2007). Los esfuerzos de la Secretaria Rice para organizar una conferencia de paz sobre Oriente Medio a finales de noviembre en Annapolis, Maryland, se han diluido en los pronunciamientos israelíes. Israel rechaza cualquier acuerdo sobre fronteras, calendarios, Jerusalén, asentamientos, territorio, etcétera. Insiste en que la conferencia se centre en acuerdos generales insignificantes que no le comprometen a nada. En una acción planeada para humillar todavía más a la Secretaria de Estado Rice, el gobierno israelí se apoderó ilegalmente de varios cientos de acres de tierra palestina, un claro ejemplo de ampliación de asentamientos (Aljazeera, 14 de octubre de 2007). Intentando parecer lista y no la torpe de la clase, la Secretaria Rice respondió que la nueva confiscación israelí de tierra palestina podía «erosionar la confianza en el compromiso de las partes hacia la solución de dos estados» (BBC, 14 de octubre de 2007).
Al reconocer que la ZPC ha logrado inmovilizar su posición en las negociaciones y que no puede pedirle nada sustancial a Israel, la Secretaria Rice está indicando la futilidad de la reunión de Annapolis al pedir «que se rebajen las expectativas», que no habrá acuerdos importantes. Hay buenas razones para creer que Israel y su quinta columna han hundido eficazmente la iniciativa de Annapolis de Bush. Incluso estados clientelistas de EEUU como Egipto, Arabia Saudí, Jordania y hasta el títere palestino Abbas han expresado dudas al no establecerse acuerdos sustantivos sobre límites fronterizos, anatema para Israel y la ZPC. Si la conferencia se aplaza o tiene lugar, el evento promete constituirse en otro gesto sin consecuencias, otra derrota de EEUU en Oriente Próximo, otra victoria para el statu quo colonial de Israel y otra razón para que aumente la resistencia árabe en Oriente Próximo.
Lo que resulta de peor agüero es que es probable que Israel y la ZPC entiendan que su exitoso sabotaje de la Conferencia de Paz de Annapolis de la Casa Blanca les anima a continuar con más confiscaciones violentas en los Territorios Ocupados, nuevas incursiones más mortíferas en Líbano y Siria y crecientes presiones para la guerra contra Irán. El fascismo sionista se alimenta del poder imbatible que disfruta en la política de EEUU hacia Oriente Próximo frente a cualquier otra fuerza importante institucional estadounidense, que fracasa al seguir dicha política la línea israelí.
Junto a la radicalización derechista de la ideología conservadora sionista con respecto a las presiones de Israel hacia soluciones totalitarias, están también apareciendo patentes manifestaciones de discursos y prácticas racistas antiislámicas, antiárabes y antipersas por parte de importantes portavoces conservadores sionistas y, especialmente, por parte de los propagandistas académicos en Estados Unidos.
La propaganda de guerra y las soluciones militares dominan la retórica conservadora sionista: en primer lugar, contra Palestina, después, contra Afganistán, Iraq, Líbano, Siria, Somalia y Sudán. Acompañando la radicalización de la retórica conservadora sionista también se están produciendo crecientes actos represivos en el interior de la sociedad estadounidense.

La ZPC y la negación del holocausto armenio: al servicio de Israel

Los dirigentes demócratas sionistas, bajo órdenes israelíes, tuvieron un papel muy importante a la hora de socavar una resolución del Congreso que condenaba como genocidio el asesinato de 1,5 millones de armenios por parte de los turcos. Durante muchos años el estado de Israel y sus especialistas académicos, tanto en Israel como en EEUU, han negado el genocidio de Turquía contra los armenios en su patria ancestral entre 1915 y 1917 a pesar del voluminoso corpus de documentación aportado por eruditos de todo el mundo. Una razón para esto es que la industria judía del Holocausto exige la exclusividad en el genocidio del siglo XX con el fin de incrementar su recaudación de fondos y sus esfuerzos de propaganda. Otra razón contemporánea mucho más importante para la negación en Israel y EEUU del holocausto armenio es la estrecha colaboración militar entre el estado sionista y Turquía y, en fechas más recientes, la nutrida presencia de consejeros militares y agentes secretos israelíes (del Mossad) en el norte de Iraq controlado por los turcos, el denominado Kurdistán.
El congresista Rahm Emanuel, ex miembro del ejército israelí y hoy presidente del Comité Político del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes, se opuso a la resolución desde el principio y convenció a un grupo de veteranos representantes de su partido para que exigieran la anulación de los planes de votar esta medida en el Congreso. Profundamente conectado con los intereses de Israel, Emanuel tiene los pies bien plantados en una realidad de Oriente Próximo definida según la lógica israelí. El congresista Emanuel justificó cínicamente su servicio al estado de Israel con una retorcida declaración: «Este voto (sobre el genocidio armenio) se dio de bruces con la realidad sobre el terreno en esa región del mundo» (New York Times, 16 de octubre de 2007). La quinta columna de Israel en el Congreso de EEUU ha expandido sus objetivos más allá del estrecho marco de la búsqueda israelí del control regional de Oriente Próximo para ocuparse de asuntos históricos que afectan a pueblos que no son ni árabes ni musulmanes y que tocan indirectamente a los intereses estratégicos israelíes. Los estrategas israelíes consideran que la resolución del Congreso sobre el genocidio armenio originaría la hostilidad de Turquía contra EEUU, lo que incrementaría la probabilidad de una invasión turca del Kurdistán iraquí, hoy bajo la influencia de EEUU e Israel. Agentes israelíes han estado entrenando y armando a comandos kurdos para que éstos participen en actividades terroristas en Irán y en otras zonas de la frontera turca, iraní y siria. Una invasión turca por tierra y aire destruiría, o como mínimo desarticularía, estas bases terroristas, con la consiguiente movilización kurda generalizada en defensa de sus tropas irregulares. Los kurdos son clientes leales y sus milicias pershmergas cumplen una función esencial en la limpieza étnica de minorías en el norte iraquí, así como en la salvaje represión de la resistencia en el centro del país por parte de los mercenarios financiados por EEUU. Una invasión turca probablemente daría lugar a la transferencia de los ejércitos kurdos hacia su frontera con Turquía, amortiguando el control de Estados Unidos en Iraq y debilitando sus agresiones contra Irán. Los israelíes tendrían que escoger entre su alianza con Turquía, su único aliado importante en Oriente Próximo, retirando a sus agentes y cancelando sus ventas de armas a los kurdos iraquíes o su apoyo a los separatistas kurdos.
Las alarmas de la ZPC se encendieron para bloquear o frustrar la resolución sobre el genocidio armenio y mostrarle al Primer Ministro turco Erdogan que Israel está utilizando su poder sobre el Congreso de EEUU en beneficio de Turquía. En el conflicto que se entabló, por un lado, entre millones de estadounidenses que aborrecen el genocidio -ocurra donde ocurra y sean quienes sean las víctimas- y el grupo de presión armenio y, por el otro, entre una docena de congresistas pro israelíes bien situados y sus multimillonarios contribuyentes sionistas, triunfaron los segundos. Incluso en un asunto tan palpable como el genocidio, la ZPC no tiene ni miedo ni vergüenza de oponerse a una resolución simbólica que reconozca un crimen histórico del mundo.
La victoria sionista en el Congreso en la resolución sobre el genocidio armenio ilustra gráficamente de qué manera los intereses israelíes degradan nuestras instituciones y nuestros valores. El hecho de que muchos congresistas, incluida la mayoría del Partido Demócrata, estuviesen inicialmente convencidos de la justicia de aprobar dicha resolución y de que más tarde, bajo las presiones de la dirección sionista en el Congreso, se retractaran de su apoyo, indica hasta qué punto el Congreso ha degenerado para convertirse en una institución sionista colonizada. No sólo el Congreso hace caso omiso de su electorado, de los valores de las personas que los votaron, sino que también entrega sus propios valores y su conciencia a eso que Seymour Hersh acertadamente define como el «dinero de la Nueva York judía».
El esfuerzo israelí por evitar un ataque turco contra sus clientes kurdos está estrechamente relacionado con sus esfuerzos por socavar las defensas iraníes y por acrecentar su capacidad de inteligencia mediante operaciones de comandos terroristas por parte de soldados irregulares kurdos.
La principal actividad de todas las organizaciones judías pro israelíes de importancia -nacionales estatales y locales- es aislar y destruir Irán por medio de sanciones económicas y de un ataque masivo por parte de EEUU. No tienen la menor consideración por los millones de iraníes que morirían, resultarían heridos o perderían sus hogares a causa del esfuerzo estadounidense o israelí para «borrar a Irán del mapa».
Quien más recibe del dinero de la Nueva York judía (y de Los Ángeles, Miami y Chicago) es Hillary Clinton, la halcón demócrata más belicista en la campaña electoral para las elecciones presidenciales de 2008 y, de hecho, la demócrata más halcón desde la era de Vietnam. En un reciente artículo publicado en Foreign Affairs, a Hillary Clinton sólo le faltó precisar la fecha y las armas con las que Estados Unidos atacará a Irán. En él mantiene que «Irán representa un desafío estratégico a largo plazo contra EEUU y sus aliados y no se le debe permitir que desarrolle o adquiera armas nucleares... Si Irán no obedece, todas las opciones deben permanecer sobre la mesa» (The Guardian, 15 de octubre de 2007).
Israel sabe hasta qué punto los candidatos a la presidencia de EEUU son serviles a sus intereses y obedientes a los dictados de su grupo de presión. De lejos, Hillary Clinton es la elegida por los sionistas entre los candidatos demócratas a la presidencia. Le han perdonado que besase a Suha Arafat hace diez años, porque ha besado las dos mejillas de todos y cada uno de los cabilderos sionistas masculinos y femeninos y de los funcionarios israelíes en Washington, y además ha aplaudido la represión de los palestinos. Hillary Clinton despertó la pasión y el placer de los presidentes de las principales organizaciones judías estadounidenses y es la única entre los candidatos demócratas a la presidencia que apoya la resolución del Senado en la que se exige que el gobierno de EEUU declare que los guardianes revolucionarios del gobierno iraní, una división de elite del ejército de Teherán, es una «entidad terrorista», lo que proporciona una justificación a la Administración Bush para un ataque preventivo masivo contra Irán y sus infraestructuras.
En lo que respecta a las resoluciones sobre la financiación de la guerra y las campañas de sanciones contra Irán; a la legislación proveniente de su grupo de presión y a los discursos en el Congreso; a las horas dedicadas a la campaña para atacar Irán; a las columnas de opinión publicadas y a los comentarios de expertos en los medios, la ZPC supera por diez a uno a cualquier otro grupo que esté a favor de la guerra contra Irán. No sólo los sionistas monopolizan la propaganda de «Atacar Irán», sino que lideran a todos los demás grupos autoritarios en la tarea de acallar a los críticos de esta agresiva alternativa militar estadounidense.
Quiero dejar perfectamente claro que la ZPC, los presidentes de las principales organizaciones judías estadounidenses, los Rahm Emanuel (israelíes o estadounidenses) que controlan el Comité Político Demócrata de la Cámara de Representantes... No hablan siempre y en cualquier sitio en nombre de la mayoría de los judíos estadounidenses, sobre todo en lo relativo a la negación del genocidio armenio por parte de los turcos. Abraham Foxman, el belicoso presidente de la ADL, descubrió en Watham (Massachusetts) que tanto la comunidad local de origen armenio como sus compatriotas y vecinos de origen judío no toleran la negación del genocidio armenio, ni siquiera por parte de la ADL. Bastantes sectores de judíos estadounidenses se oponen al belicismo de Hillary Clinton y encuentran servil, incluso obsceno, su sometimiento a la ofensiva de los funcionarios israelíes. Las encuestas sionistas revelan que la mayoría de los judíos estadounidenses jóvenes de alto nivel cultural cada vez están menos interesados en Israel y su quinta columna local, lo que contraría a los sedicentes líderes de la comunidad. Sin embargo, el hecho de afirmar que una minoría de judíos no habla en nombre de una mayoría mal dispuesta no disminuye su poder y su control sobre las instituciones políticas de Estados Unidos y de la opinión pública en lo que respecta a la política, las apropiaciones relativas a Oriente Próximo o los intereses definidos por Israel.
«Odiador de judíos» se convirtió en el lema de agitación de los ultraconservadores sionistas para sus purgas en foros públicos y en una llamada a la acción masiva directa por parte de cientos de importantes personajes judíos locales y concejos comunitarios. Incluso miembros del consejo presbiteriano fueron intimidados por sionistas judíos debido a su tibia posición de retirar sus inversiones de compañías estadounidenses involucradas en la opresión de los palestinos.
No ha habido ningún acontecimiento trascendente que marque el momento en el que el conservadurismo sionista se transformó en fascismo sionista. La transición fue un proceso evolutivo durante el cual el racismo, el militarismo y el autoritarismo desarrollaron una base comunitaria masiva que se arraigó con el tiempo hasta convertirse en el modus operandi definitivo de la ZPC.
Al igual que los movimientos fascistas anteriores, el fascismo sionista suscribe las doctrinas racistas del conocimiento: según la epistemología sionista sólo los judíos pueden criticar a los judíos (si se atreven), pues el conocimiento de la judeidad está monopolizado por un pueblo definido como comunidad cerrada. Esta teoría «siofascista» del conocimiento se ve reforzada por las frecuentes amonestaciones de sionistas progresistas o izquierdistas que con frecuencia desacreditan o advierten a autores no judíos que se adentran en los debates judíos por su cuenta y riesgo.
El fascismo sionista no es sólo una expresión ideológica de un grupo marginal de extremistas tendenciosos. Su ideología y su práctica, en todo o en parte, han sido adoptadas por organizaciones judías convencionales.

El autoritarismo sionista en marcha

El autoritarismo sionista popular, que practica a un ritmo acelerado la coerción, la represión y el chantaje económico en defensa de Israel y la ZPC, es un hecho en cada región, en cada círculo de vida social, cultural y académica de Estados Unidos. Mas abajo citamos una pequeña muestra de casos que han tenido eco nacional e incluso internacional y que ilustran una tendencia mucho más amplia. No existe una base de datos integral que cubra los cientos de incidentes de intimidación sionista y de control de las ideas que ocurren semanalmente sin que sus víctimas los denuncien por miedo a las represalias o porque no lograrían una atención comprensiva del público a causa de los prejuicios de los medios. En conversaciones informales, escritores y periodistas me han contado las visitas de personajes importantes judíos y miembros de concejos comunitarios judíos a editores de periódicos locales para exigir el despido de columnistas que se habían atrevido a criticar, por ejemplo, la horrenda invasión de Líbano por parte de Israel. Después de una de tales «visitas y charlas», un columnista local nunca más se atrevió a criticar o a escribir sobre Oriente Próximo. Esto no ocurre sólo en Estados Unidos. En 2004, tras haber escrito un artículo para el diario de Ciudad de México La Jornada en el que critiqué la despiadada represión de los palestinos en Jena y la disculpa de los sionistas estadounidenses por los asesinatos masivos, el embajador israelí en México visitó a los editores del diario para exigirles que dejasen de publicar mis artículos. El editor se negó a acceder en aquel momento, pero poco después La Jornada publicó feroces ataques personales escritos por sus columnistas regulares (uno de ellos trotskista y el otro un dentista judío) en los que etiquetaban mis críticas como «propaganda nazi», similar a la de los Protocolos de Sión. Esto sucedió en un presunto periódico progresista independiente.
Las visitas confidenciales, las llamadas telefónicas insultantes de sionistas fanáticos, incluidas las amenazas de muerte, no son prácticas poco habituales entre siofascistas «respetables». Un incidente implicó a una doctora que recibió una visita en su consulta de un colega sionista fanático que se quejó de su carta al periódico local en la que criticaba el papel que representaron los sionistas al financiar la derrota electoral de Cynthia McKinney, la congresista de Georgia, por haber criticado la política israelí. Fue «advertida» de que criticar las actividades de organizaciones judías destinadas destruir a políticos -sobre todo políticos negros- por su apoyo a los derechos civiles palestinos, era antisemita. Los estadounidenses de origen africano, le dijeron, eran cada vez más desagradecidos con los judíos estadounidenses, que habían dirigido y financiado la lucha por los derechos civiles y, por lo tanto, había que darles una lección de historia. Un grupo de patricios locales había escogido a su colega sionista -ex estudiante de Harvard- para que le comunicara este mensaje. Cuando se declaró a sí mismo «judío y sionista», ella le replicó que era «antifascista y antisionista» y le señaló la puerta con el dedo, no sin antes preguntarle cómo un hombre de su elevado prestigio profesional podía soportar la tarea degradante de tratar de censurar a una colega. Estas visitas de sionistas respetables intimidan a otros con menos arrojo y fortaleza intestinal que ella.
Cuando leyeron el manuscrito de mi libro The Power of Israel in the United States (El poder de Israel en Estados Unidos), muchos de mis antiguos editores me notificaron que era un texto fenomenal... pero... no querían sufrir las consecuencias, las amenazas y los vituperios que serían de esperar de la ZPC, de universitarios judíos, de escritores contratados y de editores. Incluso el editor que por fin aceptó publicar mi libro expresó el miedo legítimo que sentía de la hostilidad sionista y al final una docena de profesores judíos cancelaron sus pedidos del libro para sus clases.
Una muestra de los casos más conocidos de los esfuerzos sionistas por acallar y purgar de críticos de la sociedad estadounidense con Israel y el ZPC, incluye el de más de mil antiguos alumnos sionistas del Barnard College que hicieron una campaña para impedir que la profesora Nadia Abu Hajel obtuviese la cátedra en propiedad por haber publicado Facts on the Ground (Hechos sobre el terreno), una crítica destructora de los esfuerzos arqueológicos israelíes por borrar los siglos de continua presencia palestina en Tierra Santa (Chronicle of Higher Education, 5 de agosto de 2007).
En fechas más cercanas tuvo lugar la campaña pública para anular la invitación de la Universidad de Columbia al primer ministro iraní Mahmud Ahmedineyad, que dio lugar a la inaudita y ofensiva presentación de éste por parte del presidente de la universidad.
La prohibición de la exitosa obra de teatro británica My name is Rachel Corrie (Mi nombre es Rachel Corrie), basada en los escritos de la activista estadounidense asesinada, cuya puesta en escena estaba programada en Nueva York, Miami y Toronto, causó consternación entre aficionados al teatro y actores en ambos lados del Atlántico. El soldado israelí que asesinó a la joven fue absuelto en Israel, mientras que las palabras de Rachel fueron prohibidas en la capital cultural de su propio país.
En fechas todavía más recientes, el Chicago Council of Global Affairs cedió a las presiones de los cabilderos sionistas y canceló una conferencia de los respetados catedráticos de ciencias políticas John Mearsheimer y Stephan Walt, debido a su ensayo crítico The Israel Lobby (El lobby israelí).
La lista es larga e incluye las cancelaciones de un concierto de Marcel Khalife en San Diego (California) y de una invitación al obispo sudafricano Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz, debido a su crítica de las políticas de apartheid israelíes en los territorios ocupados.
Otra campaña que se saldó con éxito fue la que impidió a la escritora Susan Abulhawa que presentara su apasionante novela The Scar of David (La cicatriz de David) (7) en una librería de Barnes & Noble de Bayside (Nueva York). Esto se siguió de un ataque a través del ciberespacio contra la autora para desacreditar una gira publicitaria programada. Este ataque a favor de Israel fue dirigido por catorce rabinos y el presidente de la comunidad de concejos judíos de Queens (Nueva York).
La distribuidora University of Michigan Press recibió presiones para que retirase la distribución de Overcoming Zionism (Superando el sionismo), de Joel Kovel, en violación de un contrato con la editorial Pluto Press que la obligaba a hacerlo. La distribuidora amenazó entonces con parar la distribución de todos libros publicados por Pluto Press.
Las recientes audiencias de un comité selecto del Congreso, que investigó el ataque militar israelí contra la fragata USS Liberty (al cabo de 40 años, durante los cuales el lobby israelí había impedido con éxito una investigación oficial) dictaminó que Israel es culpable del asesinato y la mutilación deliberados de más de 100 estadounidenses de la tripulación. Sus escandalosas conclusiones, publicadas en el Diario del Congreso, nunca aparecieron en la prensa ni en los medios audiovisuales.
En violación de las resoluciones de las Naciones Unidas, la agresión militar de Israel contra Líbano, Siria y Palestina fue recompensada por el Congreso de Estados Unidos con 30.000 millones de dólares adicionales de ayuda militar durante los próximos diez años, lo cual hizo que el «tributo anual a Israel» sobrepasase los 6.000 millones de dólares por año (New York Times, 16 de agosto de 2007). En un tiempo de déficits récord y de reducciones en los programas nacionales de servicios educativos y de salud para niños pobres, el voto que otorgó los 30.000 millones de dólares a Israel pasó prácticamente sin discusión por parte del partido de la oposición.
El periodista y documentalista australiano John Pilger produjo una crítica mordaz de Israel titulada Palestine is Still the Issue (La cuestión sigue siendo Palestina) que se había visto en todo el mundo. Su exhibición, que estaba programada en el canal educativo público de San Francisco, fue bloqueada tras una campaña dirigida por los concejos de relaciones de la comunidad judía.
La escuela secundaria pública bilingüe árabe-inglés Kahil Gibran de Nueva York (llamada así en honor del poeta cristiano libanés del mismo nombre), fue vilipendiada por la ZPC (New York Times, 11 de agosto de 2007), lo que llevó al despido de su directora, una estadounidense de origen árabe. Su crimen fue que había traducido con exactitud la palabra árabe intifada como «desembarazarse», en vez de vociferar contra el movimiento de derechos palestinos en los territorios ocupados. La federación de profesores, controlada por sionistas, apoyó activamente la flagrante purga de uno de sus propios miembros por sus «crímenes ideológicos».
En el San Francisco State College hubo una campaña dirigida por el Director Ejecutivo de los concejos de relaciones de la comunidad judía de la ciudad para prohibir un mural que mostraba a un famoso personaje palestino de dibujos infantiles, un desafiante niño pequeño que hace frente a las fuerzas de ocupación israelíes. El problema en cuestión, según los líderes judíos locales, era que el niño tenía una llave en su mano, lo que constituía una «referencia encubierta al derecho de los palestinos al retorno a Israel» (Jewish Forum, 10 de agosto de 2007).
Una de las más duras y prósperas campañas de purga sionista fue la que impidió que el muy respetado profesor y erudito Norman Finkelstein obtuviese en propiedad su cátedra de la Universidad De Paul, de Chicago. La purga, liderada por Alan Dershowitz, profesor de Derecho en Harvard, fue una respuesta directa a los numerosos estudios académicos de Finkelstein, críticos con Israel y con la explotación del Holocausto como medio de promover los objetivos de la ZPC.
A pesar de las recomendaciones de tres comités académicos de la Universidad de Yale, los millonarios filántropos sionistas lograron bloquear el nombramiento al cargo de catedrático de Juan Cole, un renombrado especialista en Oriente Próximo. Los millonarios amenazaron con retirar sus contribuciones y algunos catedráticos sionistas prepararon un ataque difamatorio contra Cole (1 de junio de 2006).
Se organizó una campaña para ejercer presión y lograr que algunos fondos de pensiones del Estado retirasen su dinero de cualquier compañía que tuviese relaciones con Irán y los invirtieran en bonos de Israel. Hasta ahora ha dado resultado en Texas, Florida, Nueva York y Nueva Jersey. Varios gobernadores fueron «persuadidos» durante viajes sionistas a Israel pagados con fondos públicos (Houston Chronicle, 18 de julio de 2007). Durante uno de estos viajes pagados con fondos públicos, el gobernador McGreevy, de Nueva Jersey, hoy caído en desgracia, conoció a un agente israelí con el que tuvo una relación homosexual y luego hizo que lo nombrasen jefe de seguridad del estado de Nueva Jersey, hasta que el FBI intervino. McGreevy renunció a su cargo tras denunciar al israelí, un tal Golan Cipal, por chantaje.
La Liga Antidifamación, que es una correa de transmisión pro israelí, forzó al único congresista musulmán, Keith Ellison, a que se retractara y humillara por atreverse a comparar las tácticas de la administración Bush con las de los nazis (Jewish Telegraph Agency, 20 de julio de 2007). Como en el caso de la congresista McKinney, el castigo sionista contra los políticos afroestadounidenses es particularmente vehemente.
Las principales organizaciones sionistas, lideradas por el American Jewish Committee, movilizaron con éxito a los burócratas del principal sindicato de EEUU para que denunciasen los boicots a Israel del militante sindicato del Reino Unido (Jerusalem Post, 22 de julio de 2007). Los sindicatos CIO-AFL están bajo el control de la ZPC y han comprado fondos de pensiones en bonos de Israel -por valor de más de 5.000 millones de dólares- que constantemente registran bajos índices de rendimiento, lo cual provoca todos los años pérdidas de cientos de millones de dólares en beneficios a sus 12 millones de afiliados.
El decano de religión Barry Levin, un activista profesional de Israel en la Universidad McGill, despidió recientemente al profesor Norman Cornelt, después de 15 años de enseñanza, por su apoyo a los derechos humanos de los palestinos (Montreal Gazette, 2 de junio de 2007).
Todos los periódicos importantes han publicado editoriales y reseñas difamatorias atacando el estudio crítico del antiguo presidente Jimmy Carter, Palestine: Peace not Apartheid (Palestina: la paz, no el apartheid). Esto formaba parte de una campaña de propaganda de alta prioridad, coordinada por organizaciones sionistas muy importantes e incluía al profesor Alan Dershowitz (Washington Report on Middle East Affairs, abril 2007).
El ilustre autor judío Tony Judt, catedrático de la Universidad de Nueva York, vio cancelada su invitación a una charla programada en el consulado polaco debido a la oposición sionista contra su crítica de la política israelí.
B’nai Brith, de Vancouver (Canadá), atacó un sitio web canadiense llamado Peace, Earth and Justice y le obligó a retirar 18 artículos críticos con Israel.
A principios de 2007 la ZPC intervino en la Comisión estadounidense de derechos civiles e introdujo una sección que equipara el antisionismo con el antisemitismo y difamó docenas de programas de estudios académicos sobre Oriente Próximo como centros universitarios de «antisemitismo». La Asociación de Estudios de Oriente Próximo de América del Norte, el principal grupo académico, escribió una refutación razonada el 11 de junio de 2007.
Los planes para construir una mezquita destinada a la comunidad musulmana de Roxbury (Massachusetts) fueron atacados en una campaña del «Proyecto de David», un grupo sionista afiliado a los concejos de la comunidad judía de Boston y sus suburbios.
Basándose en el testimonio confidencial de agentes de inteligencia israelíes y con el apoyo de la ZPC, se presentaron cargos de terrorismo contra 16 miembros de una sociedad benéfica islámica de EEUU. Un tribunal de Texas los condenó por crímenes contra Israel, incluso si muchos de los acusados eran ciudadanos estadounidenses y no tuvieron posibilidad de carearse con sus acusadores encapuchados, agentes secretos israelíes que operaban en EEUU. El acusado principal, el doctor Rafil Dhofer, fue condenado a 22 años por un crimen israelí, incluso si nunca había sido condenado por ningún crimen cometido en Estados Unidos. Ni a los acusados ni a sus abogados se les permitió interrogar a los testigos extranjeros secretos.
Las organizaciones siofascistas universitarias, dirigidas por su «pequeño Fuhrer» David Horowitz, acosan regularmente a negros, latinos y árabes estadounidenses elogiando los beneficios obtenidos por la trata de esclavos africanos y defienden el uso de la tortura y el asesinato por parte de los israelíes y de sus homólogos estadounidenses en Iraq y Guantánamo. Además difaman a catedráticos no suficientemente favorables al sionismo, espían a instructores, interrumpen clases, interponen demandas judiciales contra profesores, otros estudiantes y administradores de universidades por prejuicios antisionistas en todo el ámbito de Estados Unidos.
A pesar del giro sionista hacia tácticas fascistas y de su adopción de medidas coercitivas autoritarias, el hecho es que todavía sólo controlan parcialmente la sociedad civil y el poder político. Algunas de sus jugadas siofascistas de poder han salido derrotadas en circunstancias específicas, al menos por el momento. La obra de teatro My name is Rachel Corrie fue representada en salas repletas en Londres, Seattle y otras valientes ciudades, a pesar de que fue prohibida en Nueva York, Toronto y Miami.
Norman Finkelstein fue despedido, pero consiguió un fuerte apoyo en todo el mundo académico y pudo negociar una compensación económica por la cobarde traición del cuerpo docente de la Universidad De Paul. Pero, sobre todo, el profesor Finkelstein está contraatacando.
La Universidad de Michigan fue obligada a distribuir el libro de Kovel, a pesar de que amenazó con cancelar su contrato con la editorial Pluto Press.
La lección está clara: el aumento del judeofascismo representa un peligro claro y actual para nuestras libertades democráticas en Estados Unidos. Sus miembros no se presentan con camisas negras ni saludan con el brazo extendido. Sus rostros públicos son los de un abogado, un filántropo de bienes raíces o un profesor de universidad prestigiosa, todos ellos bien afeitados, con corbata y mejillas sonrosadas. Trabajan duro para enviar a los miembros de familias no sionistas a luchar a las guerras en Oriente Próximo en defensa del Gran Israel. Y nos dicen que guardemos silencio, so pena de difamación, de exclusión fuera de nuestras comunidades, de la pérdida de nuestro empleo o de algo peor... El castigo ejemplar de muchas voces pequeñas es lo que ha venido manteniendo bajo el número de críticos ruidosos... hasta hace poco. En Estados Unidos hay una cólera y una hostilidad cada vez mayores contra la ZPC, contra sus arrogantes y autoritarios ataques a nuestros valores democráticos. Tarde o temprano habrá una reacción muy importante contra aquellos que, por vocación o convicción, participaron en los despidos, la censura y las campañas de intimidación contra la mayoría estadounidense. El pueblo de este país no recordará sus gritos de antisemitismo, sino su responsabilidad al enviar a miles de soldados estadounidenses a morir en Oriente Próximo por los intereses de Israel.
Es de esperar que quienes piden justicia no utilicen leyes autoritarias como la Patriot Act ni las rigurosas y degradantes técnicas de interrogatorio (la tortura), ni tampoco las prácticas antiárabes y antimusulmanas promovidas por los sionistas del Pentágono, del Congreso y de los departamentos de Justicia y Seguridad. Quienes se oponen al sionismo tienen que cumplir estrictamente con los más altos patrones morales.

James Petras
Traducido por Sinfo Fernández, S. Seguí y Manuel Talens. Revisado por Caty R.

(1) Véanse las recientes manifestaciones (septiembre y octubre) del ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan y del general estadounidense John Abizaid, entre otros).
(2) Big Oil es un término usado para describir a las transnacionales del petróleo más importantes, así como su poder e influencia en la política, particularmente en la de Estados Unidos. Las principales corporaciones que se suelen incluir en Big Oil son: ExxonMobil, Chevron Corporation, BP, Royal Dutch Shell y ConocoPhillips. [N. de los T.]
(3) «La Configuración del Poder Sionista (ZPC) cuenta con más de 2.000 funcionarios a tiempo completo, más de 250.000 activistas, más de 1.000 multimillonarios donantes políticos que contribuyen con sus recursos a los dos partidos estadounidenses en el Congreso. La ZPC proporciona el 20% del presupuesto de ayuda militar exterior estadounidense destinado a Israel, más del 95% del apoyo del Congreso al boicot israelí y las incursiones de su ejército en Gaza, Líbano y la opción militar preventiva contra Irán. La invasión estadounidense y la política de ocupación en Iraq, incluida la falsificación de las pruebas que justificaban la invasión, estuvieron fuertemente influenciadas por altos funcionarios devotamente leales y vinculados a Israel». Cf. J.Petras en http://xymphora.blogspot.com/2007/07/zionist-power-configuration.htm
(4) «Big Oil Plays a Waiting Game over Iraq ’s Reserves», Financial Times, 19 de septiembre de 2007.
(5) Órgano informativo de la Conferencia de Presidentes de las Principales Organizaciones Judías Estadounidenses (PMAJO), lobby sionista estadounidense. [N. de los T.]
(6) The American Israel Public Affairs Committee, principal lobby israelí en Estados Unidos. [N. de los T.]
(7) El título de esta obra en inglés juega con la similitud fonética entre scar, cicatriz, y star, estrella. [N. de los T.]

Sinfo Fernández y S. Seguí son traductores de Rebelión. Manuel Talens y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de mencionar al autor, a los traductores y la fuente.

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