La pugna entre dos aspirantes, Gaspar Llamazares y Marga Sanz -secretaria general del PC del País Valencià-, por encabezar la candidatura de IU en las elecciones de marzo de 2008, es una nueva expresión de que la crisis provocada por la deriva derechista de la dirección está alcanzando niveles difíciles de soportar. No es casualidad que quien aspira a sustituir a Llamazares se presente como una alternativa por la izquierda, reivindicando la necesidad de que IU vuelva a conectar con las aspiraciones reales de su base social. Así, entre los apoyos que respaldan al actual coordinador encontramos destacados dirigentes del sector oficialista de CCOO o al coordinador de Ezker Batua, Javier Madrazo, que no ha tenido el menor problema de participar, con la aquiescencia de la mayoría de la dirección federal de IU, en un gobierno de coalición en Euskadi con un partido burgués como el PNV.
Tras la candidatura de Marga Sanz, se sitúan firmas como la de Marcelino Camacho y Agustín Moreno, fundadores del sector crítico de CCOO o Julio Anguita. Pero, por encima de todo, destaca el apoyo explícito del PCE, que convierte a la oponente de Llamazares en la candidata del Partido Comunista.
Muchos de los afiliados que exigimos un giro a la izquierda en IU votaremos la lista de Marga Sanz. Sin embargo, la magnitud de la crisis que atraviesa IU necesita de algo más que unas primarias en las que la base pueda elegir entre dos candidatos. Es necesario abrir un debate honesto, en el que se explique con claridad cómo ha sido posible que IU se alejara tanto de sus objetivos fundacionales y qué responsabilidad política ha tenido la dirección del PCE en todo este proceso.
La crisis de IU es la crisis del programa del reformismo
A pesar de que en estos más de tres años y medio de legislatura del gobierno PSOE han sobrado las oportunidades para desmarcarse por la izquierda, la dirección de IU ha sido incapaz de diferenciarse de forma nítida de la política aplicada por Zapatero. Presupuestos Generales del Estado caracterizados por las regalías a los empresarios y los recortes sociales; intervenciones militares en el extranjero con el único fin de respaldar los objetivos imperialistas de las grandes potencias; la recortada ley de la memoria histórica; los ataques a los derechos democráticos en las nacionalidades históricas; el ataque a la enseñanza pública; la privatización del servicio público de sanidad... son sólo algunos de los terrenos en los que el actual gobierno ha aprobado mediadas contra los intereses de las familias trabajadoras. Sin embargo, bien fuera a través de un apoyo abierto, una abstención que la situaba en el limbo político o un rechazo tan tímido y avergonzado que no tenía ninguna consecuencia práctica para el PSOE, la actual dirección de IU se ha negado a liderar una réplica de clase al gobierno.
Cretinismo parlamentario en lugar de un programa de clase
La clave para comprender este divorcio entre los dirigentes y su base está en que quienes ostentan las riendas de IU hace ya mucho tiempo que consideran la transformación socialista de la sociedad una utopía irrealizable o, en el mejor de los casos, una tarea para un futuro muy remoto y lejano. Impactados por la caída del Muro de Berlín y el colapso del estalinismo, y reflejando la ofensiva ideológica de la burguesía contra las ideas del socialismo y del marxismo, estos dirigentes no confían ya en la capacidad de lucha y organización del movimiento obrero. En definitiva, la lucha de clases no es para ellos el motor de la sociedad. Así, el centro de su actividad deja de ser la fábrica o el barrio para situarse en los despachos, el Congreso, los parlamentos autonómicos o los ayuntamientos. El abismo entre sus despachos y la realidad de las familias obreras se hace cada vez más grande. El trabajo en las instituciones se convierte en el más importante, prácticamente el único. Convencidos de la imposibilidad de presentar batalla al capitalismo hoy, pasan a formar parte del sistema, asumiendo su lógica y, sobre todo, sus límites. Este análisis es extensible al conjunto de los dirigentes reformistas de las organizaciones obreras, políticas y sindicales.
Los marxistas siempre hemos huido de explicaciones psicológicas basadas en la bondad o maldad de los dirigentes para encontrar las causas de la crisis de las organizaciones de los trabajadores. La cuestión decisiva para nosotros es el programa que defienden, la naturaleza de clase sobre la que se basa su política y su plasmación práctica en la lucha de clases. Es necesario subrayar, que cuando hablamos de programa, no nos referimos a una referencia al socialismo en el preámbulo o en las conclusiones de los textos congresuales que se discuten cada cuatro años, ni a los mítines, aniversarios o manifiestos. No podemos olvidar que a pesar de que pocos han vivido esta deriva derechista de IU con más amargura que los militantes de base comunistas, la mayoría de los máximos responsables políticos de IU son afiliados del PCE y, varios de ellos, han formado o incluso aún forman parte de los organismos de dirección del partido.
En este contexto, hay que dar la bienvenida al manifiesto de Marga Sanz cuando explica que asistimos al "agotamiento del modelo de la constitución del 78 y la ruptura del pacto que dio lugar a la llamada transición política". En la misma declaración, la candidata del PCE defiende "el derecho de los pueblos a su libre autodeterminación", reivindica que "lo fundamental es situar la idea de un nuevo socialismo en la agenda política" o critica que "la parte sustancial de la actividad de IU se ha concentrado en torno a un grupo parlamentario débil y en coalición con IC-V... una fuerza política de la izquierda alternativa que todo lo fía a un grupo de tres diputados y a su presencia en los medios de comunicación".
Necesitamos un programa de lucha por el socialismo
No hay duda de que este tipo de ideas son las que muchos afiliados de IU, especialmente los que también lo están al PCE, llevan tiempo esperando oír. Pero, hace falta algo más. Después de una experiencia tan dura, en la que muchos militantes honestos se han visto defraudados por la política de sus dirigentes, es necesario extraer todas las lecciones. Aceptar como meta el socialismo, o en palabras de Marga Sanz "situar la idea de un nuevo socialismo en la agenda política, que sirva de horizonte", puede ser un primer paso, pero es necesario dar unos cuantos más, pasar de las palabras a los hechos.
Vayamos a un ejemplo concreto abordando un tema de tanta trascendencia y actualidad como es la guerra imperialista. En el manifiesto de Marga Sanz podemos leer al respecto que "urge impulsar una estrategia de paz preventiva que impida la ampliación de las guerras ya existentes en Oriente Medio y proponga una alternativa de paz basada en el desarme, en la reducción de los arsenales militares (nucleares o convencionales), en la eliminación de todas las bases militares, la disolución de la OTAN y la apuesta clara por un nuevo orden económico, social y ecológico internacional". Una genuina política comunista explicaría a los jóvenes y trabajadores la posición leninista respecto a la guerra, es decir, que bajo el capitalismo las guerras son inevitables y que la única forma de acabar con ellas es acabando con este sistema. Ninguna política de paz preventiva, mientras exista el capitalismo, puede tener éxito. La propia impotencia de la ONU, que se ha limitado a actuar como un mero apéndice del imperialismo, es una prueba irrefutable de lo que decimos. Si queremos la paz hay que desarmar a la burguesía.
Si la dirección del PCE y de IU mantuviera esta postura, es previsible la reacción de los medios de comunicación burgueses y de la socialdemocracia: una campaña de acusaciones del tipo "estáis en la luna", lo cual obligaría a la organización a responder con sus propios medios: la labor explicativa de sus militantes en los tajos, en los barrios, en los centros de estudio, "armados" con la confianza en nuestro programa y en su capacidad para agrupar a los sectores más avanzados.
No faltarán quienes digan, desde las filas de IU, e incluso desde sectores del PCE, que las masas no están preparadas todavía para comprender el programa comunista, y que por tanto es necesario rebajarlo, ir poco a poco, por etapas. Nos recuerdan a aquellos que al calor de la fundación de IU, nos explicaban que los comunistas teníamos que ceder parcelas de representación a otras corrientes políticas de la izquierda para ganar un espacio político mayor. Estos argumentos son en realidad una coartada tras la que se esconde una profunda debilidad ideológica y una deserción completa de las ideas del comunismo.
La historia del movimiento obrero organizado nos enseña que quién esconde su programa político hoy porque teme no ser comprendido, mañana acabará olvidándolo, incluso traicionándolo. Lenin pasó la mayor parte de su vida política en minoría. Su defensa pública e incondicional del marxismo nada tenía que ver con la falta de sensibilidad social o dogmatismo con el que los historiadores burgueses quieren identificarlo. Comprendía que, salvo en los momentos excepcionales en los que la clase obrera lucha por el poder y las ideas revolucionarias contagian a la mayoría de la sociedad, una de las labores fundamentales del partido era la batalla ideológica contra la burguesía y los reformistas. Esta batalla por impedir que los prejuicios e ideas de clase ajenas penetren en el partido y la vanguardia del movimiento obrero, no se puede ganar con medias tintas, con concesiones, escondiendo parte del programa.
Hoy, por primera vez en décadas, la revolución vuelve a ser una experiencia viva, como demuestran los acontecimientos que se viven en América Latina. Hoy, los jóvenes y trabajadores en el Estado español y en el mundo, necesitan más que nunca un partido revolucionario que ondee lleno de confianza y bien alta la bandera del genuino comunismo. Esa es la tarea de los militantes comunistas.
Bárbara Areal
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