jueves, noviembre 01, 2007

Los túneles del Vietcong.



Durante la Guerra de Vietnam, Cu Chi se convirtió en un infierno para las tropas invasoras norteamericanas que se veían atacadas por soldados vietnamitas “fantasmas”, que aparecían y desaparecían como por obra de magia. Los guerrilleros disparaban desde cualquier flanco y daba la impresión de que constituían una enorme tropa, cuando, realmente, sólo se trataba de unos pocos hombres. Una táctica audaz y clave para la victoria de Vietnam.
Sencillamente, los cinco o seis vietnamitas se movían bajo tierra, a través de rutas subterráneas de un metro de altura, incluso menos, que sirvieron de refugio a más de 10.000 habitantes y combatientes durante más de un decenio.
En abril de 1975 llegaron a existir tres niveles de pasadizos subterráneos excavados en zigzag, situados a 6, 8 y 10 metros de profundidad, y con una longitud total de 220 kilómetros. Dentro de estos kilométricos laberintos existieron fábricas de ropa y de armas, puestos desde los cuales disparar, dormitorios, cocinas, cuartos de almacenaje, mercados, hospitales, comedores, salones, pozos y sistemas de ventilación. Existían numerosas salidas por si los soldados norteamericanos encontraban una entrada.
Las cocinas se construían cerca de la superficie, pero con largas chimeneas para que el humo de los fuegos para cocinar pudiera liberarse a una larga distancia.
Los vietnamitas cavaron los túneles con simples palas de mano, a veces, a una tasa de sólo uno o dos metros por día. La tierra se la llevaban en cestas y, para evitar ser descubiertos, la arrojaban en lugares muy distantes. Las entradas, rectángulos de 40 por 30 centímetros aproximadamente, se camuflaban con vegetación. Tan desapercibidos pasaban estos pasadizos subterráneos que los norteamericanos montaron una base sobre ellos, sin darse cuenta de que sus enemigos vivían debajo. Los vietnamitas salían por la noche y les robaban comida.
A fines de 1968 los norteamericanos descubrieron, al fin, una entrada. Aún así era muy difícil acabar con aquella fortaleza subterránea.
Se intentó destruir los túneles con explosivos o quemando gas de acetileno. Pero la dureza de la tierra y la capacidad del los vietnamitas para reparar durante la noche lo destruido impedía que estos ataques norteamericanos tuvieran éxito. También se enviaron perros para localizar a los guerrilleros, pero las trampas colocadas en los túneles los mataban o mutilaban.
El ejército norteamericano pensó que la única solución para expulsar al Vietcong de los túneles era preparar voluntarios para una misión tan complicada. A estos soldados se les dio el nombre de “ratas de túnel”, a cuyo mando estuvo el capitán Herbert Thorton.
Los hombres no sólo debían poseer un buen adiestramiento, sino unos sentidos muy agudizados y un valor fuera de lo común. Debían arrastrarse durante horas a través de los túneles, en la más completa oscuridad, asumiendo que su vida podía acabar en cualquier momento. Llevaban una linterna, una pistola y un cuchillo. Los guerrilleros los esperaban silenciosamente para estrangularlos, cuando caían en alguna trampa, o empalarlos con cañas de bambú situadas de tal manera que el soldado enemigo quedase atrapado entre las puntas de las cañas. Algunas “ratas de túnel” salían a la superficie llorando y pidiendo que se les relevase de la misión.
Harold Roper, antiguo “rata de túnel”, comentó:"Sentí más miedo del que jamás he sentido, antes o después de aquello. Los del Vietcong llevaban a sus muertos a los túneles después de una batalla porque sabían que hacíamos recuento de cadáveres. Encontrarse con uno no era nada agradable. Era peor que si hubieran estado allí una semana… ¡apestaban! Todo se descomponía rápidamente a causa de la humedad. Pasé junto a cuerpos descompuestos varias veces. No me produjo náuseas. Yo era un animal… los seres humanos no hacen las cosas que nosotros hacíamos. Estaba entrenado para matar o morir. Al recordarlo parece irreal. Ni siquiera se me ocurriría hacer algo semejante de nuevo."
Sin embargo, otros parecían disfrutar con aquellas misiones tan horrendas. Pete Rejo afirmaba: "Me encantaba, el enemigo nos disparaba y después se escurría por los agujeros. Yo sabía que nos mandarían allá abajo. A donde hiciese falta, a lo más hondo. Cuando me decían que allí debía haber un Vietcong, me deshacía de placer."

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