lunes, noviembre 26, 2007

Huelgas en Francia.

Los ataques

La oleada de huelgas que acaba de sacudir a Francia llegó a punto para recordar al gobierno del presidente Sarkozy uno de los aspectos de la democracia. Le votó una mitad gorda de los que fueron a votar, es decir que no le votó la otra mitad, corta, pero mitad sin embargo, de los electores. Y la democracia no sólo consiste en el triunfo de la mayoría, también significa el respeto a la(s) minoría(s). Nunca se ha de olvidar que Hitler llegó al poder por las urnas, y nadie puede afirmar que su régimen fue democrático…
Parece que Sarkozy pretendía aprovechar el supuesto “estado de gracia” que suele seguir una elección para arremeter en todos los frentes a la vez y derrotar definitivamente al movimiento popular, en especial al movimiento sindical. Probablemente soñaba con imitar a Margaret Thatcher que, al vencer a los mineros británicos, deshizo para años la resistencia obrera en su país.
Se puede dar una idea de los ataques: supresión de más de 22 000 puestos de funcionarios, la mitad en educación, liquidación de los regímenes especiales de jubilación, principalmente de ferroviarios (SNCF) y de electricistas y gasistas (EdF y GdF) [véase nota 1], supresión de tribunales de proximidad, incluyendo los laborales, recorte en los reembolsos del seguro social y en la ayuda jurídica a los más pobres, endurecimiento de la legislación de inmigración con las famosas pruebas ADN para admitir la entrada a Francia en el marco del reagrupamiento familiar, reforma de las universidades con una ley de “autonomía” que en realidad obliga a buscar parte de la financiación en las empresas privadas locales. Todo eso con una brutal alza de precios, después de años de estabilidad, en los carburantes, el pan y la alimentación en general, los alquileres, mientras el señor presidente acaba de otorgarse a sí mismo un aumento… ¡del 202%!

Preparativos

Frente a tal embestida, todas las centrales sindicales, incluso las más tibias, se vieron obligadas a reaccionar. Se acordó un día de paro “de advertencia” en el sector público el 18 de octubre. Ya se pudo vislumbrar lo que iba a pasar después: “para mantener la unidad”, la plataforma reivindicativa se elaboró al nivel más bajo, el de los tibios. Sin embargo, la participación en el paro mostró la combatividad de muchos sectores y la voluntad de no contentarse con un tiro de fogueo.
Pero entonces comenzaron las maniobras a nivel de las directivas. Las más corporatistas, como la FGAAC, específica de conductores del ferrocarril, consiguieron que se separaran las protestas del transporte, por lo de la jubilación, de las de los funcionarios por el desmantelamiento de los servicios del Estado. Lo mismo la CFDT, que está a favor del alineamiento de todos los regímenes de jubilación, y desde su traición de la huelga del ’95 parece a sus anchas en el papel de sindicato amarillo.
Se decidió, pues, un día de paro en los transportes el miércoles 14 de noviembre, y otro en la función pública el martes 20. La desunión hace la fuerza, como bien se sabe…

De paro a huelga

El martes 13 de noviembre, víspera del paro de transportes, el secretario general de la CGT, Bernard Thibault, hizo declaraciones que daban a entender que estaba dispuesto a vender el movimiento de transportes antes de que hubiera comenzado: que si se podía conversar ciertos aspectos, que si la puerta no estaba cerrada para negociar… Como la CGT es mayoritaria en casi todos los sectores y, mal que bien, conserva la imagen de central clasista, tales declaraciones lo tenían todo para desconcertar a las bases. Las demás centrales, claro, le siguieron el rollo. Sólo SUD Rail afirmaba que no iba a bastar con un día de paro y llamaba a la huelga “reconducible” [véase nota 2].
Pero por parte del gobierno, línea dura: el ministro de transportes, Xavier Bertrand, afirmó que toda negociación era inconcebible mientras no se hubiera cancelado el paro. Aunque tuvo la prudencia de no aparecer antes del final del movimiento, se adivinaba detrás del ministro la silueta de Supersarko enseñando los músculos. Claro, la arrogancia gubernamental arrimó leña al fuego de la bronca popular.
Total, a pesar de las declaraciones de Thibault, la mañana del día 14 todas las asambleas en los centros de trabajo, tanto en el ferrocarril como en los transportes urbanos, votan la “reconducción” de la huelga para el día siguiente.

En busca de la confluencia

A partir de aquel momento, la esperanza de los ferroviarios se sitúa en la posibilidad de confluencia con la lucha de funcionarios, cuya jornada de paro está programada para cinco días después, el martes de la semana siguiente. Su huelga es de las más activas: van a exponer su situación a los grandes centros de trabajo, tanto del sector público como del privado, y también al conjunto de la población. Se arman piquetes temporarios en las principales encrucijadas, en las que se explica a la población el significado de la lucha y se desmontan las mentiras del gobierno sobre lo “privilegiados” que son los ferroviarios. Se puede notar un resultado de dicha campaña: nunca logró el gobierno, a pesar de una propaganda machacona, suscitar en la población un rechazo masivo y organizado a la huelga como lo pretendía. A lo sumo pudo organizar en París una flaca marcha de unos centenares de militantes del partido gubernamental (UMP) gritando “Huelguistas, flojos, ¡a laburar!”
También hay que decir algo de “la ola de sabotajes” de que hablaba La Nación del 22 de noviembre. Unos cortocircuitos provocados simultáneamente en 18 puntos del mapa alejados entre sí provocaron retrasos o cancelación en varios trenes de alta velocidad el día 21. Sin esperar investigación alguna, la prensa dócil habló de sabotajes, sugiriendo que el sector más radical de los huelguistas (entiéndase: SUD Rail) estaba al origen de esa “ola de atentados”. No faltaba mucho para que se pregonara la ecuación “huelguistas = terroristas”. Pero es de creer que el paquete andaba mal atado, porque al día siguiente, ni una palabra sobre el asunto en ningún medio de comunicación. Al respecto, baste con citar la declaración de un responsable de SUD Rail: “Hay que mirar a quién le sirve eso”.
Otro aspecto que merece comentario es el sutil cambio en el discurso del gobierno. Al comienzo de la huelga de transportes, el ministro afirmaba rotundamente que nunca se negociaría mientras no se hubiera reanudado el trabajo. Al cabo de una semana, decía que para negociar, primero debía reanudarse “el servicio” (y no “el trabajo”), o sea que bastaba con que algunos trenes volviesen a circular. Supersarko, el que lo manda todo y nunca transa, tuvo que caer en la cuenta de que la realidad, a veces, tiene dura la cabeza. En especial esta parte de la realidad que se llama “trabajadores”.

Encuentro… y desencuentro

El martes 20 de noviembre, el paro de funcionarios es masivo. Siempre existe polémica acerca de las cifras de acatamiento, pero las más verosímiles arrojan un promedio del 60%. Este paro concierne a las tres funciones públicas: la del Estado, la de los entes territoriales (regiones, departamentos y municipalidades), y la hospitalaria. En las marchas multitudinarias se juntan, pues, funcionarios entre los cuales muchos docentes, ferroviarios, y estudiantes universitarios, cuya huelga se va desarrollando contra la reforma gubernamental. También vinieron algunos estudiantes segundarios, en apoyo a sus mayores. Se escuchan gritos de “Tous ensemble, tous ensemble, ouais!” (“Todos juntos, todos juntos, ¡sí!”). En pocas palabras, ambiente combativo y unitario.
Pero… Pero no se pudo conseguir la transformación del paro en huelga fuera de los transportes. Los demás sectores no estaban listos todavía. O sea que no se pudo brindar a los ferroviarios lo que más anhelaban, y lo que podía cambiar la relación de fuerzas de adeveras.

Encrucijada

Así que la huelga de transportes no pudo durar más allá del viernes 23. Una tras otra, las asambleas votaron la suspensión de la huelga, en espera del resultado de las negociaciones que comenzaron el día 21.
Por otra parte, los sindicatos de funcionarios le dirigieron un “ultimátum” al gobierno, emplazándolo a dar respuesta al pliego petitorio antes del 4 de diciembre, so pena de nuevo paro.
No hay que hacerse demasiadas ilusiones: si bien es cierto que las asambleas de huelguistas no votaron el final, sino la suspensión de la huelga, bien se sabe que resulta muy difícil reanudar un movimiento que se ha detenido. Tampoco sería razonable pensar que el gobierno se va a amedrentar por el “ultimátum” de los funcionarios.
Sin embargo, también es cierto que la protesta no salió derrotada. El gobierno no logró aplastarla, lo que parecía ser su propósito hace un par de semanas. Aún quedan fuerzas y moral para luchas venideras.

Patrick Choupaut , de la Comisión Internacional de SUD Educación, para Prensa De Frente
Ruán, 25 de noviembre de 2007

Nota 1: Los regímenes especiales de jubilación

No se puede dar aquí el detalle de cada uno, sería largo y a veces muy técnico; sólo se indican algunas líneas generales.
Primero, en general se consiguieron dichos regímenes al final de la segunda guerra mundial, momento de gran movilización popular. Como muchos obreros habían sido de la resistencia a la ocupación nazi del país, mientras que muchos patrones habían colaborado con ella, la relación de fuerzas estuvo en aquel momento a favor del lado popular.
En la gran mayoría de los casos, los regímenes especiales de jubilación se deben al carácter especialmente penoso de ciertos trabajos. El actual gobierno alega que estos oficios han cambiado, y lo penoso ha desaparecido: por ejemplo, en las locomotoras de hoy, no se tiene que palear carbón. Sin embargo, lo que subsiste es que los ferroviarios han de trabajar día y noche, incluso domingos y festivos, que muchas veces tienen que dormir lejos de casa, que casi nunca pueden tomar vacaciones al mismo tiempo que sus hijos, amén de la extremada concentración y tensión nerviosa para un conductor que lleva un convoy a doscientos kilómetros por hora (y más a veces). Igual para los electricistas que deben intervenir en los cables a cualquier hora, y en especial en caso de tiempo malísimo: vendavales, tormentas, nevadas, incendios forestales…
Lo “especial” de su régimen de jubilación consiste básicamente en que ellos siguen jubilándose al cabo de 37,5 años de trabajo, mientras que los demás ya tienen que cumplir, por ahora, 40 años, y en 2008 lo van a pasar a 41. El gobierno quiere imponer a todos los 40, para empezar, así como la penalidad endilgada a quién se quiera jubilar antes de tiempo: el 5% de descuento por año que falte. Con eso, el monto de la pensión cae en picado.
Último aspecto: el gobierno afirma que la supresión de los regímenes especiales es una cuestión de “equidad” porque éstos les chupan muchos recursos a las cajas de jubilación de los demás trabajadores. ¡Mentira! Las cajas de Energía (electricidad y gas) y RATP (transportes urbanos parisinos) arrojan excedentes, que van al régimen general; en cuanto a la caja de los ferroviarios, se autofinancia por las cuotas más altas que las del régimen general. La “equidad” del gobierno consiste en lo siguiente: primero robarle lo suyo a Juan; luego, armar escándalo porque Pablo tiene más que Juan, y en nombre de la “equidad”, robarle también lo suyo a Pablo.
(Los 37,5 años de trabajo para jubilarse fueron la regla general hasta 1993. Entonces, el gobierno decidió pasar al sector privado a 40, y fue una derrota sin combate. Para los funcionarios, el gobierno hizo una primera tentativa en 1995, lo que desató una huelga de dos meses de todo el sector público, y tuvo que ceder. Nueva tentativa en 2003; a pesar de una huelga ejemplar de docentes de más de tres meses, se perdió la pelea porque los demás funcionarios dejaron solitos a los profes, total todos perdieron.)

Nota 2 : La huelga “reconducible”

“Reconducir” la huelga es la expresión que se usa en Francia para decir que se votó la continuación de la huelga. Es una forma de organizar la lucha de manera tan democrática como se pueda, y no sólo por amor a la democracia, sino también porque en este caso la democracia es lo más eficiente para conseguir los objetivos.
Consiste en que quienes deciden la continuación o no de la huelga no son las directivas sindicales, sino los propios huelguistas, tengan o no el carné de tal o cual sindicato. Así se sortea una primera dificultad debida a la cruel división sindical que impera en Francia. Cada día los huelguistas se reúnen en asamblea, por centro de trabajo, por taller, por servicio, etcétera, y votan para el día siguiente. Así, en cada momento, los huelguistas tienen el pleno control sobre su lucha. Además, como en el taller o el servicio todos se conocen, hay confianza; si algun@ tiene problemas de plata que le dificultan seguir en la huelga, lo puede exponer a l@s compañer@s, a ver si se encuentra una solución colectiva al problema. Igual es colectiva la decisión de volver a laburar; eso impide que la huelga se deshilache, que la gente, de un@ en un@, vuelva a trabajar con la vergüenza de tener que hacerlo, lo que siempre tiene consecuencias fatales para su moral. En centros de trabajo grandes, cada taller o servicio elige además delegados a una asamblea de centro, que recoge las decisiones de cada sector y trata de sintetizarlas.
Tal forma de organización nació en la huelga de ferroviarios de 1986. Luego volvió a aparecer cada vez que en algún sector o varios había una lucha prolongada: 1995, 2000, 2003, 2006, 2007. Por supuesto no les gusta mucho a las directivas sindicales tradicionales, acostumbradas a impartir consignas para ser acatadas por “los de abajo”. La impusieron, con tiempo y tenacidad, los sectores más combativos de las bases, y desde su aparición a partir de 1996 los sindicatos SUD. Ahora ya se ha vuelto la forma natural y espontánea de organizarse en caso de huelga en varios sectores como correos, ferrocarril, salud y trabajo social, educación, cultura, industria química y farmacéutica, automóvil, estudiantes, etcétera.

No hay comentarios.: