En los últimos años, Rusia ha vuelto a las portadas y titulares de la prensa internacional y al orden del día de las reuniones de los grandes organismos internacionales con redoblada energía. Algunos hablan de un retorno a la época de la Guerra Fría o del resurgimiento de un gigante dormido como la potencia mundial que fue. Si en el contexto de excitación y euforia capitalista de los años 90 del siglo XX Rusia se usó, por parte de los propagandistas burgueses, como el escaparate ideológico del "fracaso del comunismo", tres lustros más tarde la realidad se antoja más complicada que todo eso.
Rusia no se ha convertido en el nuevo pilar donde afianzar el capitalismo mundial y "el fin de la historia". No sólo no ha sido capaz de superar la terrible debacle sufrida tras la desaparición de la Unión Soviética sino que ha introducido un elemento más de inestabilidad en la ya convulsa escena internacional.
Los desastres sociales y económicos que provocó la restauración capitalista fueron y siguen siendo salvajes y difíciles de ocultar; sin embargo, la tesis según la cual estos problemas de derivan de las secuelas dejadas por el "comunismo", o simplemente de la forma en que se llevó a cabo la transición hacia el capitalismo, ha ido perdiendo consistencia con el paso del tiempo. El problema de fondo para la mayoría del pueblo ruso es que el capitalismo no tiene nada más que ofrecer de lo que ya ha hecho. En la decadencia económica, política y social rusa está el sello inconfundible de la decadencia general del capitalismo en la época actual.
Y es que tras dieciséis años desde el colapso de la antigua URSS, Rusia no disfruta de ninguna de las ventajas del capitalismo de los países desarrollados y sí concentra de forma descarnada todo lo negativo y degradante. Se ha consolidado un capitalismo de carácter mafioso. Bajo los gobiernos de Putin, las actividades financieras ilegales suponen nada menos que el 40% del PIB. Hay un inmenso aparato burocrático corrupto que lo absorbe todo; la policía es una de las principales instituciones corruptas: en 2002, de cada diez encuentros con la policía siete terminaban con algún tipo de soborno.
Transformaciones en la economía rusa
Tras la crisis financiera de 1998 -durante la cual el estado se declaró en bancarrota y el rublo perdió el 75% de su valor, el PIB cayó respecto al año anterior un 5,3%, la inflación fue del 84% y las reservas nacionales en oro y divisa cayeron más del 30%- la economía rusa ha empezado a repuntar y a formar parte de las listas de las llamadas economías emergentes. Si bien la media del crecimiento del PIB desde entonces ha sido de entre un seis y un siete por ciento (ver cuadro 1), lo cierto es que el año pasado el PIB ruso era todavía dos veces inferior al que tenía hace quince años.
Para que nos hagamos una idea clara, el PIB de la Rusia actual es menor que el de Holanda. El volumen de su comercio exterior, aunque en ascenso, es similar al de otro pequeño país europeo, Dinamarca. El propio Putin reconocía en 2003 que el PIB ruso era "muy modesto" y que necesitaría crecer a un ritmo del 8% durante los cinco años posteriores para alcanzar la renta per cápita ¡de Portugal!
Para entender las claves del crecimiento económico durante la etapa de gobierno Putin, además de tener en cuenta la devaluación del rublo tras la crisis de 1998, que permitió a las empresas rusas competir en mejores condiciones en el mercado exterior, el factor decisivo ha sido el incremento espectacular de los precios de las materias primas energéticas junto a una fuerte demanda mundial de las mismas. Si en 1998 el precio internacional del barril de petróleo estaba en 10 dólares, en 2006 superaba los 70 dólares. Según The Economist, el 60% del crecimiento ruso desde 1999 se debe a la subida de los precios y a la devaluación del rublo. En los últimos años Rusia ha recuperado el puesto de primer productor de petróleo, superando a Arabia Saudí.
Gracias a esto las arcas rusas han recibido grandes cantidades de divisas y ha permitido sanear algunas de las cifras macroeconómicas. Así, la deuda pública, que superaba en 1998 el 90% del PIB, en 2004 se reducía al 33% del PIB; la deuda externa también se redujo de forma importante, pasando de un 63% del PIB en 1998 al 40% en 2002. Además, a partir del año 2000 Rusia ha tenido superávits presupuestarios, basándose más en la reducción del gasto público que en el aumento de los ingresos, con las conocidas repercusiones sociales.
Suministrador de materias primas
Lo más significativo es que a pesar de todo esto, la economía rusa es muy vulnerable ya que depende de forma exagerada de la exportación de las materias primas, estando muy poco protegida de los vaivenes de la coyuntura económica internacional. Rusia se ha ido configurando como un gran suministrador de materias primas para el mercado internacional, ese está siendo su papel principal en la división mundial del trabajo. Esa no es la característica de una potencia económica emergente sino más bien de un país tercermundista.
Rusia es el primer exportador de gas del mundo y el segundo de petróleo y según el Banco Mundial el petróleo y el gas suponen el 25% del PIB ruso. En el año 2003, petróleo y gas, aportaban el 54% de los ingresos por exportaciones, mientras que en 2006 las materias primas energéticas significaban el 81,5% de los ingresos por exportaciones. Según el ministro de Hacienda ruso, en agosto de 2006 el presupuesto del Estado dependía en un 52,2% de los ingresos del gas y el petróleo, el porcentaje más alto de los últimos años.
Por lo tanto, no estamos ante un crecimiento basado en grandes inversiones en tecnología y en el desarrollo de distintos sectores productivos. Es más, si echamos un vistazo a la composición del PIB en las últimas décadas, arrojaremos claridad a qué tipo de economía existe en Rusia (ver cuadro 2).
Si en 1985 la agricultura y la industria aportaban el 62% del PIB, veinte años después se había al 40%, frente al 60% del sector servicios.
Pero no sólo es que la economía rusa haya puesto "todos los huevos en la misma cesta" sino que incluso en el sector de los hidrocarburos tiene dificultades, ya que necesitan enormes inversiones de capital para continuar con el negocio.
La realidad es que su punto fuerte es a la vez su talón de Aquiles. El monopolio del gas ruso, Gazprom, creado en 1989 y que emplea a 300.000 trabajadores, es la principal compañía estatal productora de gas del mundo. Posee el 60% de las reservas de gas ruso y el monopolio de la exportación del gas, es el intermediario prácticamente de todos los suministros de gas que proceden de Asia Central con destino Europa y controla la mayor red de gasoductos del mundo (150.000 kilómetros de conductos). Gazprom aporta el 12% de los ingresos del presupuesto estatal ruso. Uno de los puntos que centra el debate sobre el tema energético es que los yacimientos de los que extrae gas (Siberia Occidental) empiezan a mostrar síntomas de desgaste, con lo cual necesitan explotar nuevos yacimientos existentes (Siberia Oriental y el Ártico) de cara a un futuro no muy lejano. Pero para ello necesitan fuertes inversiones.
Esa necesidad contrasta con el comportamiento de la burguesía rusa que ha evadido capitales a manos llenas durante todos estos años y ahora prefiere invertir fuera de casa. Es significativo (por cuanto muestra la escasa confianza en el capitalismo ruso del resto de colegas mundiales) que la inversión extranjera en Rusia sea menor de lo que las empresas rusas están invirtiendo fuera de Rusia. Menos del 1% del PIB se relaciona con las inversiones extranjeras, en el 2002 ni siquiera habían conseguido recuperar los niveles anteriores a la crisis de 1998. Mientras las compañías rusas invirtieron en 2006 en el mercado internacional unos 140.000 millones de dólares, ese mismo año las inversiones extranjeras en Rusia, que habían sufrido un importante repunte, alcanzando en los primeros seis meses del año la cantidad de 14.100 millones de dólares (más que en todo 2005), demuestra que sale más capital del que entra en el país.
Si comparamos con otros países podemos terminar de hacernos una idea de la situación. Mientras en el periodo 1989-2003 Rusia recibía inversiones por valor de 29.000 millones de dólares, en el mismo periodo Brasil recibía 186.000 millones, y China 385.000 millones. Más concretamente, los recursos llegados a Rusia en los 14 años que van de 1990 a 2004 son equivalentes a los que ha recibido China al año durante ese mismo periodo.
Efectos sociales
En el terreno social el panorama es desolador. La crisis social de estos últimos 15 años se refleja en la profunda crisis demográfica que vive el país. Según el Comité Nacional de estadística de Rusia, la población rusa no ha dejado de menguar desde la desintegración de la URSS en 1991. Desde esa fecha hay 12 millones de rusos menos (6 se han perdido durante los siete años de gobierno Putin). La mortandad es similar a la de un país en guerra, mientras la esperanza de vida se ha reducido en diez años. El alcoholismo es uno de los responsables de ello; entre 1991 y 2006 se ha duplicado el consumo del alcohol. Según The Economist en Rusia existen 60 millones de indigentes y un 25% de la población vive bajo el "mínimo de subsistencia".
Las diferencias sociales no han dejado de crecer y la concentración de riqueza se encuentra en unos niveles más que insultantes. Si en Moscú, en la época de la URSS la relación entre los ingresos del 10% de la población más rica y los de el 10% de los rusos más pobres era de 1 a 4, en la actualidad es de 41 a 1 (una diferencia similar a la existente en 1917). No sólo eso, Moscú es la capital del mundo con mayor porcentaje de millonarios y multimillonarios, por encima de Nueva York. Eso sí en las calles rusas malviven diariamente cuatro millones de niños.
Las diferencias regionales también son enormes, reflejando la existencia de pequeñas islas de bonanza y crecimiento en un mar inmenso de miseria. Moscú y San Petersburgo son los dos centros económicos fundamentales del país, por ejemplo en 2001, estas ciudades concentraban el 54% de las importaciones del país. Además, tres cuartas partes de la población rusa (unos 109 millones de personas) vive en zonas ecológicamente amenazadas.
La entrada de Putin en escena
Todo el proceso de privatizaciones y saqueo que se dio en la etapa de Yeltsin fue conformando la clase dominante rusa en una camarilla mafiosa que controla la economía y el aparato del Estado. Mientras que entre 1992 y 1997 el 57% de las empresas rusas fueron privatizadas, el Estado sólo se quedó con entre 3.000 y 5.000 millones de dólares. Y es que el saqueo, el robo, el todo vale, era la norma que imperaba. Por ejemplo, uno de los oligarcas más conocidos, M. Jodorkovski, se hizo en 1997 con la mayoría de las acciones de la petrolera Yukos por 309 millones de dólares, a los dos meses el valor de la empresa era de 6.000 millones de dólares, es decir casi veinte veces superior.
La crisis de 1998 afectó de lleno a estos oligarcas, aunque los sectores vinculados al petróleo, gas y metalurgia fueron menos afectados y se convirtieron en los protagonistas en la etapa de Putin. Realmente, la crisis de 1998 produjo una cierta "limpieza" en la oligarquía y fortaleció a un pequeño grupo de grandes corporaciones.
Es precisamente en ese contexto en el que emerge la figura de Putin, que trata de equilibrarse entre los distintos sectores en pugna. Al poco de empezar su mandato reunió a los oligarcas para llegar al acuerdo de que no se revisaría el proceso de privatizaciones de la década anterior, a cambio los empresarios rusos deberían adaptarse a un capitalismo más regulado y abandonar, en cierta medida, la ley de la selva que estaba destrozando la economía rusa. Eso sí, y no meterse en política.
No es ajeno tampoco a este proceso la percepción entre la gente corriente de lo que está pasando y el odio creciente hacia la opulencia de estos oligarcas. Si en 1999 el 65% de los rusos consideraban que los resultados de las privatizaciones llevadas a cabo durante los 90 debían ser revisados, en 2003 subía al 77%. El encarcelamiento de Jodorkovski fue visto como positivo por el 54% de los rusos.
Putin ha arremetido de vez en cuando contra algunos oligarcas y ha utilizado para sus propios intereses el profundo sentimiento contra los nuevos ricos existente entre las masas rusas, aunque en verdad no ha acabado con la oligarquía ni la mafia. El enfrentamiento más significativo fue el caso Yukos, principal petrolera privada que controlaba el 20% de la producción. Jodorskovski trataba de irrumpir en el terreno político y tenía vínculos con multinacionales norteamericanas como Exxon Mobil y Chevron Texaco y personajes como Cheney o Condolezza Rice. Según un agente del Servicio Federal de Seguridad que participó en la investigación: "lo más importante es la cuestión de la redistribución [del poder] orientada en beneficio de los empresarios de talante nacionalista".
Por supuesto que los oligarcas, sobre todo los más cercanos a Putin, siguen campando a sus anchas y colocados en posiciones clave. Lo significativo de la situación es que Putin se haya tenido que apoyar en sentimientos contrarios a la clase dominante a la que trata de consolidar y defender. Eso revela las habilidades pero también las debilidades de Putin.
La represión creciente y brutal de Putin, hay que entenderla también como otro síntoma de la debilidad de esta estructura de poder basada en el monopolio, en el saqueo y en la pobreza generalizada de la población. La falta de una alternativa por la izquierda, significativamente por parte del PCFR ha sido también determinante para la supervivencia de un sistema que tarde o temprano saltará por los aires.
Tensiones y equilibrios en las relaciones internacionales
Lógicamente Putin está utilizando su "arma energética" para alzar la voz, conseguir un hueco en el mercado mundial y tratar de estabilizar un mercado para su economía. Inevitablemente, aún siendo una potencia de segunda, eso le lleva a un enfrentamiento por áreas de influencia con otros actores del panorama mundial. No podemos pasar por alto su importante fuerza militar y nuclear. El crecimiento económico también ha permitido un aumento del gasto militar. En 2001 el gasto en defensa subía un espectacular 97%, en 2002 un 30%, y en 2005 un 28% más que en 2004. Sólo en el primer año de gobierno Putin el gasto militar significó el 35% de los presupuestos generales del Estado.
Aprovechando la debilidad de Rusia tras la catástrofe de 1991 EEUU adoptó una política agresiva de ir conquistando áreas de influencia que tradicionalmente correspondían a Rusia (extensión de la OTAN a las fronteras rusas, establecimiento de bases militares en países fronterizos con Rusia, apoyo a las llamadas revoluciones naranja en países como Ucrania o Georgia...). El trasfondo de todo esto, en buena medida, se encuentra en la disputa por el negocio de la extracción y el transporte de petróleo y gas natural de la zona del Caúcaso y el Asia Central. Esa política de cerco ha llegado a un punto crítico y después de años adoptando una actitud más bien sumisa hacia EEUU, Rusia quiere recuperar su zona de influencia tradicional. Las enormes dificultades del imperialismo norteamericano son un factor importante en la ecuación, ya que el fiasco de Iraq y la situación revolucionaria que se vive en el continente latinoamericano, le hace ser más agresivo en su política exterior. A su vez, esas dificultades son vistas como una oportunidad por Rusia.
En el caso de Europa hay una relación de interés mutuo en el terreno económico. Rusia es un abastecedor fundamental de materias primas energéticas para la UE y ocupa el tercer lugar en el intercambio económico comercial, por volumen, con la UE. Rusia aporta el 21% del petróleo y el 40% del gas que se consume en la UE, una dependencia que tiende a aumentar con la ampliación de la UE. A la vez, el 53% de las exportaciones de petróleo rusas y el 62% de las de gas son hacia la UE. En realidad entre un 40% y un 48% del comercio exterior ruso se hace con la UE (su socio número uno), frente al 5% con EEUU.
Pero las relaciones con Europa están también mediatizadas por EEUU. El imperialismo norteamericano pretende establecer una cuña en la frontera entre Rusia y Europa, para evitar la expansión de la primera. Para ello utiliza los nuevos países incorporados a la UE-27 como aliados, lo cual provoca desavenencias entre los integrantes de la UE y dificulta una política común hacia Rusia. Mientras Polonia, República Checa y otros ponen el grito en el cielo contra Rusia, Alemania e Italia sellan acuerdos comerciales importantes. Así por ejemplo, se llegó a un acuerdo entre Gazprom y empresas alemanas para la construcción de un gasoducto por el Norte de Europa, que atravesando el Mar Báltico unirá Rusia directamente con Alemania; a la vez, la compañía italiana ENI firmó en junio de este año un acuerdo con Gazprom para la construcción del gasoducto South Stream, que desde el sur de Rusia, pasando por debajo del Mar Negro llegaría a Italia.
Todo esto está marcado por continuos tiras y aflojas, en los que Rusia trata de diversificar sus mercados y jugar con esa presión para sacar contratos y negocios más jugosos con cada uno de sus clientes. Ahí están, por ejemplo, los proyectos para llevar el gas a China o Japón. A su vez Europa, preocupada por la alta de pendencia energética, busca desarrollar otro tipo de energías como la nuclear y junto al imperialismo norteamericano abrir nuevos conductos por donde pueda transitar el apreciado líquido sin pasar por territorio ruso.
Todo esto en un escenario tremendamente cambiante. Los aliados hoy de unos, pueden convertirse en enemigos mañana. Lo que está claro es que el horizonte de estabilizar las relaciones internacionales está descartado. Si miramos países como Ucrania o Georgia, con regímenes apoyados y financiados por EEUU, vemos gobiernos con fuertes contradicciones internas y carentes de una base social de apoyo firme. Así lo indican los últimos acontecimientos en Georgia, con movilizaciones importantes de las masas contra M. Saakashvili, llegado al poder en 2003 en lo que se llamó la Revolución de las Rosas, y que está completamente cuestionado y ha tenido que utilizar la represión salvaje y el Estado de excepción para tratar de salir adelante.
El capitalismo ruso es un sistema de difícil legitimación
Durante todos estos años, el capitalismo ruso ha tenido enormes dificultades para legitimarse sólidamente entre las masas. Mientras en 1993 el 27% de los rusos apoyaba la propiedad privada de las grandes empresas, en 2000 ese porcentaje se reducía al 20%. El 96% de los rusos consideraba que el Estado tiene que controlar los precios de la vivienda, electricidad y gas, el 93% el de los alimentos de primera necesidad y el 91% reivindicaba el control por parte del Estado de las ramas fundamentales de la industria y de las grandes empresas.
Putin, o mejor dicho, el entramado de poder que representa camina por la cuerda floja, todo está atado con hilos muy finos, en la inercia de una población muy castigada, más que en el apoyo entusiasta y una sensación de verdadero bienestar y avance social. Los resultados de las próximas elecciones legislativas del 2 de diciembre donde previsiblemente veamos una nueva victoria para Putin, son un elemento más de esa inercia.
Putin y los capitalistas rusos todavía no se ha enfrentado con la fuerza de la clase obrera rusa, golpeada durante mucho tiempo por la degradación social y sin un referente político que le permita desplegar la inmensa fuerza que tiene. Ese es el elemento decisivo que puede cambiar el destino de Rusia. Es evidente que los trabajadores también quieren una parte de la riqueza generada y van a luchar por ello. El 1 de agosto los trabajadores de ActoVAZ, el mayor fabricante de automóviles del país y que emplea a 100.000 trabajadores, hicieron huelga. Durante varias horas no salieron coches de la cadena de montaje y se celebró una reunión con 2.000 trabajadores en las puertas de la fábrica. Su reivindicación era una subida salarial. También están en huelga los estibadores del Mar Negro, reclamando subidas salariales y será indefinida a partir del 13 de noviembre. Estas huelgas no son algo aislado. En el último año ha habido protestas de los trabajadores petroleros de la región autónoma de Khanty-Mansiisk, una huelga de los trabajadores de Ford en Vsevolozhsk, protestas de los trabajadores de Heineken en San Petersburgo, entre otras. Y todo ello a pesar de las leyes anti sindicales que ha estado llevando a cabo el gobierno de Putin.
No es casual que el PCFR de Ziuganov haya anunciado la utilización de a figuras como Hugo Chávez durante la campaña electoral. Pero, quizá, lo más significativo de todo es que al cumplirse el 90 aniversario de la revolución rusa, el 30% de la población afirme que apoyaría activamente a los bolcheviques si se produjera una nueva revolución como la de 1917, mientras tan sólo un 6% lucharía en contra. ¡Y sin que hoy exista en Rusia un partido que pueda llamarse auténticamente bolchevique! Esos síntomas demuestran el profundo potencial de las ideas genuinamente marxistas, incluso en circunstancias tan adversas como las que existen en Rusia. Más temprano que tarde estas ideas volverán a tomar cuerpo y fuerza en la carne de la clase obrera rusa.
Miriam Municio
lunes, 12 de noviembre de 2007
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