viernes, julio 01, 2011

El escándalo de la rue Robespierre


La derecha francesa, sobre todo sus historiadores, no consideran de recibo que exista una calle dedicada a la memoria de Maximilien de Robespierre (1758-1794), uno de los mayores mitos revolucionarios de 1789 y todo lo que vino después.
El asunto es sumamente curioso, la sobra de Robespierre atormenta todavía hoy, más de doscientos años después de su desaparición, la memoria de la derecha francesa que se considera agredida por la propia leyenda negra por ellos creada.
Hablando desde la historia, ¿quién fue Robespierre? Nada más y nada menos que el máximo líder del “partido” de la Montaña, considerado por unos como el Incorruptible, y por la reacción como el «vampiro sediento de sangre» (sin ir más lejos, así es presentado en la película americana El libro negro, de Anthony Mann, con el rostro de Richard Basehart, y en muchas otras), Robespierre fue el eje central en torno del cual giran los densos y dramáticos once meses en los que los jacobinos marcaron el cenit de la revolución francesa, acabaron con su derecha representada por los girondinos y por su iz­quierda surgida en su propio seno y sustentada por los “enráges” y Hébert.
Durante años fue centro del odio reaccio­nario. Tuvo que pasar cerca de un siglo para que algunos historiadores como Jean jaurès lo rescataran de la ignominia. No fue casua­lidad que fuera él mismo el que dijera: “¿Hasta cuándo el furor de los déspotas será llamado justicia y la justicia del pueblo, barbarie o rebelión?”.
Nacido en Arras, condado de Artois, procedente de la pe­queña burguesía hostil a la aristocracia ya los privilegios desmesurados. Fue alumno de la Congregación del Oratorio de París, y retornó a su ciudad en 1781 donde se malganó la vida como abogado. En estos años oscuros dio muestras de honestidad y de su alta conciencia al mantenerse en la pobreza por no querer traicionar sus sentimientos. Esta es la razón que se convirtiera en el modelo de toda una gene­ración revolucionaria. Activo republicano desde antes de 1789, participó en las jornadas de julio en París. Su nombre empieza a sonar y Mirebeau predice que “llegará lejos por­que cree en lo que dice”.
En 1790, Robespierre recibe una apasionada car­ta en la que se le dice: “Vos no sois el diputado de una pro­vincia, sois el diputado de la humanidad y de la Repúbli­ca...”. La firma Saint Just que poco después se convertirá en su brazo derecho. La carrera de ambos es inexorable. For­man parte del ala más intransigente de la avalancha revo­lucionaria. En su representación Robespierre ve Francia di­vidida entre «el pueblo y la aristocracia», justifica los incendios de los castillos, afirma que los principales enemigos no están en el extranjero sino en la propia Francia, y que: “Para salvar a la República hay que condenar a Louis”. En junio de 1793 encabeza la insurrección jacobina e instaura la dictadura revolucionaria de los plebeyos.
Son los acontecimientos los que hacen aflorar el senti­miento nivelador en este discípulo de Rousseau. Compren­dió que para llegar hasta el fin había que comprometer a las clases populares con medidas sociales, aunque éstas pa­recieran limitadas a su izquierda. Con los decretos del Ven­toso del año 2 señala el culmen del radicalismo pequeño­burgués de Robespierre que cree que el «primer derecho es el derecho a existir; por lo tanto, la primera luz social es la que garantiza a todos los miembros el derecho a la existen­cia»; que critica el carácter inviolable que a la propiedad se le confiere en una Constitución que «parece hecha no para los hombres sino para los ricos, para los acaparadores y los tiranos»; que considera que el buen ciudadano es «aquel que no posea más bienes que los que las leyes le permiten poseer», siendo que todo el mundo debe de ser propietario con excepción de «el que se ha mostrado enemigo de la pa­tria», porque no «debe de haber ni ricos ni pobres...La opulencia es una infamia».
Robespierre ayudó a que la revolución sobrepasara sus propios límites, aunque tradujo su política en planteamientos moralistas sin concebir los de clase. Su muerte señaló el comienzo del fin del proceso revolucionario y su nombre quedó como símbolo de la máxima audacia de la pequeña burguesía revolucionaria y como el de un prosocialista (1).
La derecha mediática ha vuelto a sacar sus tambores, y ve detrás del personaje demasiada sangre detrás de la figura histórica de Robespierre. Demasiada para merecer una calle en París. Así lo decidió el consejo municipal de la ciudad la semana pasada, al rechazar con los votos sumados de socialistas y conservadores, algo poco frecuente, una propuesta del grupo comunista para incluir al jefe de filas de los jacobinos en el callejero de la capital francesa. "El tema no es consensual", dio como argumento la primera alcaldesa adjunta, Anne Hidalgo, para justificar el rechazo del grupo socialista a la propuesta, apoyada por un grupo de historiadores en un manifiesto publicado en el diario comunista L´Humanité....
El problema es de una obviedad pasmosa, cualquiera diría que Robespierre, incluso visto desde la peor perspectiva, tenga las manos más manchadas que, por ejemplo Miterrand, cuyos méritos represivos durante la guerra de Argelia cortarían la respiración…si no se tratara de argelinos. Pero ya sabemos que los colonizados no cuentan, podríamos hablar de la juventud francesa sacrificada en los campos de batalla de la “Gran Guerra” por sus propios generales, tal como dejan evidencia películas como Senderos de gloria, de Stanley Kubrick, o La vida y nada más, de Bertrand Tavernier.
Los ejemplos son infinitos, el asunto nos es que Robespierre matara o no, el asunto es a quienes mató. De hecho el debate de la rue robespierre no es más que un ejemplo más del doble rasero de la derecha, y también de la izquierda transformada. Lo tenemos en cualquier ciudad, Sevilla sin ir más lejos. Durante tres décadas de municipalismo de izquierdas (PSOE, IU), nadie ha dicho esta boca ante el hecho de que una de las Iglesias más ilustres de la ciudad, la Macarena, mantuviera su rincón de homenaje al mayor genocida conocido en Andalucía desde que se tenga noticia del lugar, Queipo de Llano, y ahí tenemos el alcalde de centro-derecha que antes de coger su bastón ya quería borrar el nombre de una señora tan moderada como Pilar Bardem a la que acusaba de haber insultado al gran Aznar sobre cuya biografía sigue cayendo todo el terror infinito de la guerra de Irak. Ya verán ustedes, qué pronto saldrá algún alcalde agradecido que quiera dedicarle una calle, y que nadie diga nada porque por lo de Irak, el gran Aznar no ha pagado ni una multa de 25 pesetas.

--1) Una bibliografía del personaje podía ser la siguiente: Bibl. Obras. Discursos, edición de A. García Tirado, Madrid, 1968; La revolución jacobina, antología con prólogo de Jaume Fuster (Península, BCN, 1973.as. Boiloiseau (Maxime), Robespierre, París, 1961; Mathiez (Albert), Études sur Robespierre, París, 1958; Los jaco­binos, prol. y selección de E. Gilolmo y Alvarez Junco (Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1970). Un retrato fílmico más ajustado es el propuesto por Andrzej Wajda en Danton (Francia-Polonia, 1982), donde su rigor sectario aparece contrastado por la vena libertaria de Danton (Gérard Depardieu) y es encarnado por el actor polaco Wojciech Pszoniak. En la obra original, Rebespierre está mucho mejor tratado que en la película, muy deudora del giro hacia la derecha operado por su director. .

Pepe Gutiérrez-Álvarez

No hay comentarios.: