martes, mayo 01, 2012

Michael Pablo, ¿revolucionario o revisionista?




Ilustracion aparecida en la Web del PCPA de Extremadura


En algunas de las necrológicas sobre Mohammed ben Bella, el principal líder de la revolución argelina hasta el golpe de Estado de Bumedien, han hecho referencia al papel jugado en dicha revolución por Michael Raptis (conocido como Pablo, 1911-1995), lider trotskista de origen griego y fallecido en Alejandría. Es más que posible que su historial resulte actualmente poco o nada conocido. Quizás lo sea más trillado el concepto “pablismo”, al amparo del cual se produjo una crisis interna en la IV Internacional que originó buena parte de las distintas variantes del trotskismo que todavía subsisten. Casi todos ellos coinciden en estimar dicho término como un equivalente de “revisionismo”. Un planteamiento que ponía en cuestión las premisas elaboradas por León Trotsky en El Programa de Transición, el “manifiesto” fundacional de la última internacional, y del cual algunos se erigirían en los “auténticos” guardianes.
Así pues, para entendernos un poco, quizás sea mejor decir cuatro cosas sobre este militante que provenía del partido arqueomarxista, la fracción trotskista griega liderada por Pantelis Pouliopoulos, un personaje legendario que murió agitando a la revuelta a los soldados nazis. Pablo tuvo que dejar Grecia en 1938 para instalarse en Francia donde asiste a la conferencia de fundación de la IV Internacional que tuvo lugar en una casa de campo de Alfred Rosmer.
Plenamente inmerso como sus camaradas en la resistencia antinazi, Pablo anima el secretariado europeo de la internacional a partir de julio de 1943, y desde 1946 el secretariado internacional. Durante estos años fue el líder más reconocido, y más inquieto de una pequeña internacional que se debate entre la realidad y el deseo. En los años cincuenta ya resulta evidente que la historia no ha pasado por la geografía que había dibujado León Trotsky en 1938. Trotsky apostaba por forjar una internacional de cuadros que gracias a su capacidad militante, pero sobre todo a lo acertado de su programa, pudiera emerger de la guerra que se avecinaba como una alternativa en línea a lo que había sucedido con la Primera Guerra Mundial. Pero no fue así, a pesar de que la lucha antifascista fue animada sobre todo por los trabajadores, la resistencia liderada primordialmente por los partidos comunistas dio pasó a gobiernos de “concentración nacional” que no conocieron desbordamientos sociales como los que tuvieron lugar en Europa entre 1918-1923. Esto se explica en películas tan conocidas como “Novecento” (Italia, 1976, Bernardo Bertolucci)…
El mayor activista trotskista de esta aventura militante fue Michael Pablo, quien ejerció como secretario general de la Cuarta desde 1943 a 1961, y quien trato de dar respuestas a los graves interrogantes que planteaba la situación en ausencia de una opción revolucionaria reconocida. El caso fundamental que la historia siguió su curso propio. De un lado, el sistema capitalista (que siempre encuentra sus salidas cuando no hay otras), conoció una “tercera revolución industrial” y ensayó la fórmula keynesiana con bastante éxito, hasta el punto que en los años cincuenta-sesenta se llegó a negar cualquier voluntad revolucionaria entre los trabajadores. De otro, el estalinismo conoció una fase de apogeo que comenzó un largo proceso de crisis iniciada con el XX Congreso del PCUS, y la revolución húngara de Octubre de 1956. A lo largo de la “guerra fría”, en el Occidente del “Estado del Bienestar”, el movimiento obrero se dividió entre la socialdemocracia, y lo que era el movimiento comunista que tuvo sus plazas fuertes en el Sur, bien en la legalidad (Francia, Italia), bien en la clandestinidad (España, Grecia, Portugal), y fuera no quedó prácticamente nada. O séase, que fuera de este cuadro, no creció nada. Ni socialista de izquierda, ni anarquista, ni comunista democrático, nada que fuese más allá de un éxito efímero como el que tuvieron los maoístas en Italia, Francia o España hasta finales de los años ochenta. Es en este contexto donde explica lo que se ha venido a llamar “pablismo”.
En el ambiente de “equilibrio de terror” que se crea a partir de la guerra de Corea, el primer conflicto abierto en la “guerra fría”, Pablo desarrolla la hipótesis de la posible inminencia de una Tercera Guerra Mundial que daría lugar a un enfrentamiento entre el imperialismo y la burocracia, algo para lo que faltó el canto de un duro con la famosa crisis de los misiles en Cuba, tal como se puede visualizar en una película conocida que explica la crisis desde el lado norteamericano y de apología a la saga de los Kennedy: “Trece días” (13 days, USA, 2000, Roger Donalson). Pablo defendía una concepción sobre la “doble naturaleza” de la burocracia y del estalinismo (y en especial de los partidos comunistas que, de un lado actuaban como partidos socialdemócratas reformistas, y de otro mantenía la referencia de la revolución de Octubre encarnada por la URSS y los “países socialistas”), de manera que estimó que, ante tal dilema, se trataba de trabajar en estas concepciones por radicalizar los partidos comunistas que ya comenzaban a segregar disidencias. Y dado que los revolucionarios entonces, cabían en un taxi, que era lo que se decía de los que asistieron a la Conferencia de Zimmervald, Pablo propuso la adopción de una propuesta que se llamó un “entrismo profundo” o “entrismo sui generis”, o sea, a largo plazo y en función de unas tareas apropiadas a “la guerra que se avecinaba”.
Pablo también alimentó por entonces una cierta euforia animada por el “reformismo” de Jruschev Confía durante un tiempo en la capacidad de “auto-reforma” de la burocracia soviética, a partir de las expectativas creadas por el XX Congreso del PCUS. Una ilusión que, por cierto, también vivió Isaac Deutscher, y que expresa en su “obra- testamento”, La revolución inconclusa, escrita en 1967, o sea justo al final de la fase jruscheviana. En agosto de 1968, con la ocupación por parte de los tanques rusos de la “primavera de Praga”, esta ilusión es abandonada. De hecho Pablo hacía tiempo que había abandonado sus hipótesis, y de mantener cualquier ilusión en cualquier sector de la burocracia. Anotemos que fue esta ilusión la que animó al maoísmo que creía que el pensamiento de Mao ofrecía unas soluciones opuestas a la de la URSS, cada vez más desprestigiada.
Muchas veces se ha dicho que los líderes históricos del “segundo» trotskismo” fueron “revolucionarios sin revolución”, a la manera que definía a los surrealistas en memorias de uno de ellos, André Thirion, que fueron editadas en tres volúmenes (Cuadernos para el Diálogo, Madrid, Madrid, 1975), con este mismo título.
Sin embargo, eso no fue cierto, al menos no fue en los países coloniales que en este período histórico habían profundizado el cuestionamiento del imperialismo en todas partes dando lugar a complejos procesos revolucionarios. Pablo tuvo algo que decir al respecto, de ahí que en unas declaraciones a la prensa mexicana con ocasión de las jornadas celebradas para celebrar el centenario del nacimiento de Trotsky (1879), Pablo declaró que el desarrollo de la revolución colonial es un capitulo de la revolución mundial que no fue tratado a fondo ni por Lenin ni por Trotsky. De hecho, la III internacional había comenzado a plantearse la cuestión en serio justo cuando el estalinismo mostró ante la revolución china de 1927, que anteponía los intereses de la URSS como potencia a los del internacionalismo. Pablo no pudo liderar ningún movimiento, pero sí hizo algo que merece la pena ser contado y reconocido: se convirtió en el consejero teórico del Estado Mayor del Frente Liberación Nacional de Argelia que se había levantado en armas contra la ocupación francesa.
Es sobre este punto que trata el estudio de Sylvain Pattieu, La guerra de Argelia y los trotskistas, que hemos incluido en la Web de Viento Sur (13/04/ 2012); así como en diferentes artículos como los de Guillermo Almeyra, El Ben Bella revolucionario que conocí (www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4873); de Eric Toussaint, En recuerdo de Ahmed Ben Bella (www.cadtm.org/En-recuerdo-de-Ahmed-Ben-Bell), o mío propio, Ben Bella, el rostro de la revolución argelina (www.kaosenlared.net/.../14670-ben-bella-el-rostro-de-la-revolución-).
Como muestra de todo lo que en ellos se dice, valgan estas líneas de Sylvain: “…La fabricación de moneda falsa, en la que las diferentes etapas deben desarrollarse en Alemania y los Países Bajos, se salda en cambio con un fracaso. Pablo decide la operación sin consultar a los otros dirigentes de la Internacional, excepto quizás a Ernest Mandel y la ejecuta con el dirigente de la sección holandesa, Salomon Santen y un impresor libertario de Amsterdam. Mientras que las máquinas, el papel y los diseños están listos, justo antes de la impresión, la policía interviene: uno de los asistentes del impresor es un informante de los servicios secretos holandeses. Pablo, Santen, el impresor, así como un dirigente del FLN son arrestados y corren un excesivo peligro por un delito común. Mandel, Frank y los otros dirigentes de la IV Internacional logran hacer del juicio una tribuna política a la manera del juicio contra la red Jeanson. Obtienen el apoyo para Pablo como testigos de moralidad de personalidades mundiales, políticas e intelectuales, reconocidas como Sartre, Isaac Deutscher o Salvador Allende. De esta manera Pablo y Santen sólo condenados a penas reducidas teniendo en cuenta los hechos por los que eran acusados, apenas quince meses de prisión”. Estamos hablando de una acción consecuente que forma parte de una época revolucionaria evocada por Hervé Hamon, Patrick Rotm titulado “Les porteurs de valises” (Albin Michel, 1982), y sobre la cual ha llegado muy poca cosa.
Seguramente, a muchos de los que hablan del “pablismo” alegremente, todo esto les podrá parecer exótico o incluso “desviacionista”, pero me gustaría saber si cuentan con muchos líderes que hayan vivido aventuras parecidas. Cuando lo veo por algún escrito, me recuerda esa alegría con la que algunos tratan a Marx de “autoritario”. Parecen que están pinchando un tipo de mariposa para clasificarla. Así no hay mucho que debatir.
No obstante, Pablo no participa en la reunificación de la IV Internacional de 1963, aunque poco a poco acabará normalizando una relación constructiva con el Secretariado Unificado. En el terreno internacional trabaja y forma un grupo propio, los Comités Comunistas por la Autogestión. Pablo considera que el trotskismo clásico se ha quedado fijado en unas premisas periclitadas y reivindica la fórmula autogestionaria como centro del programa marxista de nuestro tiempo. Escribe en la revista Sous le Drappeu du Socialisme, y es autor de varios libros, en un proyecto en el que no faltan las críticas contra el Secretariado Unificado, que Pablo consideraba momificado, aunque tras el Mayo del 68 el tono tenso fue dejando lugar a un diálogo más fraternal. Pablo no realizó ningún esfuerzo especial de reproducción organizativa y mantuvo su área de influencia muy centrada en Francia hasta que volvió a reintegrarse en la Cuarta, donde siempre había sido muy respetado.
¿Lo cierto de todo esto qué es? Pues que Michael Pablo fue un revolucionario hasta el final de su vida, que actuó como tal en momentos cruciales. Claro que se pueden que se puede y se deben de cuestionar sus criterios, no faltaba más. Sí hay que hacerlo con Marx o Trotsky o no importa quien, tanto más con cabezas más pequeñas que tuvieron que actuar y pensar en épocas y coyunturas históricas especialmente complicadas, cuando se trataba de comenzar de nuevo, un camino que todavía se mantiene en los primeros tramos de una historia que no se puede medir por la cronología de una o de dos generaciones.
Pero eso solamente se puede hacer honradamente, o sea desde el respeto y el reconocimiento, a sabiendas que Pablo fue fiel a sus ideario y a sus principios por más que (¿quién no?), se pudo equivocar en tal o cual momento. Así fue al principio del debate iniciado hace ya sesenta años. El punto de inflexión surge cuando la discusión de ideas se convierte en una cuestión “de principios”, y el camarada equivocada de ayer pasa a ser la expresión de un “revisionismo”, y las diferencias se hacen incompatibles. Esta deriva se hará una apología del absurdo cuando las diferencias (y por lo tan5to, la propia reafirmación de fracción) se erige en el punto central de la actividad política.
Algo que –justo es reconocerlo- algunos trataron de evitar. Me consta que esa fue la posición del Secretariado Unificado. Lo pude personalmente comprobar en entrevistas mantenidas con Pierre Frank y Livio Maitan en el otoño de 1968. A mis preguntas sobre las razones de tal o cual fracción, ambos ofrecieron respuestas sobre la crisis del franquismo, los problemas de las luchas contra el régimen, las nuevas posibilidades históricas que se abrían, etc. Justo lo contrario de algo que le sucedió no hace mucho a un muchacho que guardaba un “tenderete” de IA, y al que había interpelado un militante “lambertista” francés que hablaba castellano a su manera, todo para decirle que estaba dando apoyo a una “dirección traidora”. Otra cuestión sería sí esta ha sido una demencia exclusiva de la corriente trotskista, y aunque en todas partes las habas se cuecen con agua, algo hay de cierto. Afortunadamente, esta es una historia bastante extraviada a la que únicamente vale la pena referirse desde el punto de vista de la memoria histórica y del estudio.

Pepe Gutiérrez-Álvarez
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