Hagamos un poco de historia en esta entrada. William Blum (1933), periodista y escritor estadounidense, ex funcionario del Departamento de Estado norteamericano, escribió (hace cinco años), poco antes de cumplirse el veinte aniversario del fin de la RDA que “la caída del Muro de Berlín fue otro mito más de la guerra fría” Todos los clichés de la Guerra Fría, construidos por el “mundo libre” en contra de la tiranía comunista, se sacarán de nuevo a relucir y la leyenda simplista de cómo se cayó el muro de Berlín volverán a repetirse”. Así es y así sucedió, hace cinco años y, también, el año pasado con la apisonadora desinformativa, anti-RDA, que desplegaron las democracias otánicas de Gladio. En su análisis (que figura también en su libro, Killing Hope (Matar la Esperanza, capítulo 8, Alemania años 50), Blum desbroza, con elementos objetivos y rigurosos, qué llevó a la RDA a construir la barrera protectora antifascista en 1961 y cómo se gestó la campaña de acoso masivo que recibió la RDA en los años previos y posteriores a la construcción del Muro de Berlín, algo que es necesario acotar para entender la ilegitimidad histórica de la reunificación alemana de 1990.
En primer lugar, dice Blum, antes de que el Muro se edificase miles de alemanes orientales se desplazaban cada día a la parte Oeste de Berlín a trabajar y luego regresaban a Berlín Este por la tarde. Así que se puede decir que esos ciudadanos no estaban precisamente coaccionados para retornar al Este en contra de su voluntad. Aunque podría argumentarse que esos ciudadanos vivían con sus familias, lo cierto es que nadie les puso cortapisas para salir en cualquier momento de la RDA. Ya se ha tratado en varias entradas, pero Blum incide acertadamente en algo que a los quintacolumnistas de la OTAN no les gusta y huyen como de la peste. Blum pone el dedo en la llaga para hablar del “odiado” Muro berlinés, afirmando que esa barrera antifascista fue construida principalmente por dos razones:
El Oeste fue acosando progresivamente a Alemania del Este con una agresiva campaña de reclutamiento de profesionales de la RDA, sobre todo trabajadores cualificados, que habían sido educados con el dinero público del gobierno comunista. Esto llevó a una grave crisis tanto de trabajo como en el sistema productivo de toda Alemania del Este. Antes, durante la década de 1950, los “combatientes” de la guerra fría estadounidenses, acantonados en Alemania Occidental, promovieron una despiadada campaña de sabotaje terrorista y subversión contra Alemania del Este diseñada para paralizar la actividad económica y administrativa del país.
En segundo lugar, la inteligencia de la CIA y otros agencias militares de Estados Unidos, Europa y, en particular, Alemania Occidental reclutaron, equiparon, entrenaron, y financiaron tanto a grupos alemanes de extrema derecha como de otros países, para llevar a cabo acciones que abarcaron desde el terrorismo a la delincuencia juvenil. Todo era factible con tal de hacer la vida más difícil a los ciudadanos de Alemania del Este y debilitar, de este modo, su apoyo al gobierno de la RDA, de forma que posibilitara su rechazo al comunismo.
Mientras en los años cincuenta la CIA derrocaba mediante golpes de Estado a legítimos presidentes democráticos, como el iraní Mossadegh o al presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, la RDA no era ajena al frente bélico desatado por el imperialismo y era hostigada desde todas las aristas de la guerra fría, inclusive desde dentro de la neonazi Alemania Federal, donde se asesinaba a jóvenes como Philipp Müller, en 1951, por la policía neohitleriana de Adenauer. El único delito de Müller había sido pertenecer a la FDJ (Juventud Libre Alemana) organización que fue prohibida en la RFA ese mismo año, al igual que el Partido Comunista. Todo valía para acosar a un Estado soberano antifascista, incluso las ya conocidas redes nazis con las que el ex jefe de los espías de Hitler y de la nueva Gestapo alemana occidental, el BND, Reinhard Gehlen, maniobró contra la RDA para sembrar, el caos, el terrorismo y generar, de este modo, malestar y descontento entre la población germano-oriental.
Alguien se preguntará cómo es posible que que la CIA pudiera penetrar tan fácilmente en territorio de la RDA, en los años cincuenta, y organizar actos terroristas y financiar a grupos opositores en ese país. Muy sencillo. Entre Berlín Este y Berlín Oeste no había frontera y el tránsito hacia la RDA era relativamente sencillo, tanto como volver de nuevo al sector occidental de Berlín. La no existencia de barreras, incluida la idiomática, proporcionó, según Blum, una oportunidad sin parangón para que el espionaje de la CIA actuase sin oposición en la Europa del Este, a pesar de que centenares de sus miembros fueron detenidos y juzgados en la RDA. La lógica se impuso y la RDA empezó a endurecer, con buen criterio, la entrada a su país.
El detalle de los hechos que proporciona Blum acerca de las labores contrarrevolucionarias del Oeste en la RDA son bastante claras: Fue una empresa notable, prosigue Blum, los Estados Unidos y sus agentes a sueldo realizaron innumerables atentados criminales contra el sector productivo de la RDA. En particular, Blum cita algunos de ellos utilizando no sólo fuentes de la propia Alemania Oriental sino de medios imperiales como el New York Times, Newsweek, Der Spiegel (RFA) o el Saturday Evening Post de la época:
Se utilizaron explosivos y se provocaron intencionadamente cortocircuitos que ocasionaron incendios, así como otros métodos para dañar centrales eléctricas, astilleros, canales, muelles, edificios públicos, estaciones de servicio, transporte público o puentes.
Hicieron que descarrilasen trenes de mercancías, hiriendo gravemente a los trabajadores que iban en ellos: por ejemplo, quemaron 12 vagones de un tren de carga y destruyeron las mangueras de presión de aire del resto.
Compuestos químicos fueron utilizados para dañar la maquinaria en fábricas que eran de vital importancia, incluso los saboteadores pusieron arena en la turbina de una de ellas, dejándola completamente inutilizada.
Prendieron fuego a una fábrica productora de azulejos, con lo que provocaron la ralentización del trabajo en la misma
Mataron a 7.000 vacas de una cooperativa láctea mediante envenenamiento.
Añadieron jabón a leche en polvo que iba destinada a las escuelas de Alemania del Este.
A un arrestado se le encontró una gran cantidad de cantaridina, un veneno que se planeó utilizar con el fin de producir cigarrillos envenenados para matar a líderes alemanes del Este, así como bombas fétidas para interrumpir reuniones políticas o el intento de perturbar el Festival Mundial de la Juventud en Berlín Oriental con ataques mediante explosivos contra los participantes.
En definitiva, crearon incluso directrices a través falsos documentos gubernamentales de la RDA para fomentar la desorganización, división e ineficiencia en la industria y en los sindicatos.
Todas estas actividades terroristas fueron llevadas a cabo, muy posiblemente, por el llamado Servicio Técnico de la Federación Alemana de la Juventud, una especie de avanzadilla de la Red terrorista Gladio de CIA-OTAN (su supuesto cometido era actuar, igual que la falsa coartada de Gladio, en caso de una “invasión de la URSS” a Europa Occidental). El ST estaba compuesto por al menos 2000 mercenarios que no eran precisamente jóvenes ya que su pasado estaba nada menos que en el no tan lejano nazismo. En concreto había ex oficiales de la Luftwaffe, la Wehmacht y las SS. Según Blum, quien cita al ministro para el Estado alemán federal de Hesse de la época (Georg August Zinn, 1952), los miembros del Servicio Técnico recibieron, durante más de un año, y en pequeños grupos, entrenamiento en una base militar de Estados Unidos en Alemania, adiestrándolos en el manejo de armas y explosivos, así como en “instrucción política”
Además de todo lo anterior, relatado por Blum, se desencadenó un hecho muy publicitado por el anticomunismo occidental: lo que se dio en llamar el “levantamiento” de 1953, una serie de movilizaciones de ciudadanos de la RDA que fueron coordinadas desde dentro por la iglesia protestante (quién también participó activamente en la disolución de la RDA, en 1989) y elementos pro-occidentales; y desde el exterior por la ya mencionada CIA, el BND y la conocida emisora RIAS, de Berlín Occidental, que hacía de incansable vocero radiofónico fascista, instigando y promoviendo la rebelión interna en la RDA (algo que jamás hizo la RDA, en contra de la RFA, quien adoptó siempre una actitud defensiva).
También en las manifestaciones de 1953, es cierto, tuvo que existir descontento entre una parte de los trabajadores de Alemania del Este por la débil situación económica que estaba atravesando el país, eso nadie lo duda, pero sus propuestas reformistas fueron canalizadas por la contrarrevolución anticomunista (interna y externa) y, de este modo, se convirtieron en una herramienta para la liquidación del Estado de obreros y campesinos. La supuesta espiral represiva que, según dicen los propagandistas de Washington, cometieron las autoridades germano orientales y las tropas soviéticas para aplastar las revueltas NO fue tal (no hubo víctimas mortales, sólo detenciones y encarcelados), sino que fue el resultado de la propaganda de guerra instrumentalizada por Washington y Bonn. Como señala JA González la historia ha demostrado que el denominador común de los grupos que nacieron dentro de los sistemas orientales durante la guerra fría para derribarlos eran prooccidentales y estaban financiados y promovidos por el imperialismo, fuesen conscientes o no las bases de estos grupos. Eso sí, las cúpulas dirigentes (como los casos del polaco Lech Walesa o el checo Vaclav Havel) sabían lo que hacían. En Hungría, en 1956 (otro “levantamiento anticomunista”), ocurrió exactamente lo mismo que en la RDA, en 1953, con los mismos actores externos e idénticas motivaciones de la guerra fría.
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