jueves, agosto 13, 2015

El dragón y sus llamas



En dos ocasiones fundamentales, China operó como un factor de contención de la bancarrota capitalista mundial. La primera vez fue durante la llamada 'crisis asiática', en los años 1997/2002. Ese período arrancó con el derrumbe de los 'tigres' de la región, con una onda expansiva que colapsó a Rusia, a Brasil y a Argentina, e incluso representó una amenaza seria para Estados Unidos, donde el fondo LTM fue rescatado por una acción colectiva de los bancos, bajo la batuta de la Reserva Federal. Esta crisis desató devaluaciones monetarias de enorme magnitud, que China, sin embargo, no replicó con una devaluación de su propia divisa, el yuan. Analistas diversos interpretaron esta 'mesura' de China como una expresión de 'gran responsabilidad' hacia el conjunto de la economía mundial. Había evitado una guerra comercial y una cadena ulterior de devaluaciones.
La segunda vez ocurrió en 2007/8, cuando la bancarrota hipotecaria en Estados Unidos llevó a una serie de quiebras internacionales, entre los que se incluyeron bancos norteamericanos, ingleses y alemanes de primera magnitud. El gobierno de China respondió a la catástrofe con un incremento del gasto público de igual monto al de Estados Unidos, sólo que para éste implicó un 5% del PBI y para el país asiático el 25% de su propio producto. La consecuencia de este gasto fue una expansión enorme de la demanda de materias primeras alimenticias y minerales, que dio paso al boom de los llamados países emergentes, un impacto que benefició también al exportador principal de algunos de estos productos -Estados Unidos, y que por otro lado favoreció las inversiones norteamericanas en la explotación del petróleo no convencional.

Devaluación

La característica peculiar de los acontecimientos que se desarrollan ahora a nivel mundial, es que China funge como un detonador de la crisis o como un combustible que la alimenta -no como un factor de neutralización. Lejos de moderar la onda de la crisis, la potencia. Quienes proyectaban un ascenso indefinido de China a partir del número elevado de sus habitantes, se enfrentan a un desmentido de sus pronósticos. Con su incorporación a la economía mundial en forma cada vez más estrecha, China ha ingresado en los ciclos de la economía capitalista -como todo el mundo. Sólo que el impacto sobre el desarrollo de la crisis mundial que comenzó hace diez años, se prevé demoledor.
La devaluación de la divisa de China en un 2%, el martes 11, recuerda lo hecho por Martínez de Hoz en febrero de 1981, cuando devaluó el peso en un 5%, escaso para reactivar la economía pero suficiente para la carga en pesos de la deuda externa a niveles insoportables. Fue, como anticipamos en nuestra prensa de entonces, el comienzo del fin de la dictadura militar. La pobre tasa de devaluación del yuan tampoco alcanza para reactivar las exportaciones de China, que vienen cayendo a plomo, pero es suficiente para alentar una salida de capitales en moneda doméstica hacia divisas fuertes. China ha pasado de grandes excedentes de comercio exterior a un déficit neto, que no está acompañado por un ingreso de capitales sino agravado por una salida muy fuerte. El balance externo de la economía china no inyecta liquidez en la economía sino que la sustrae. En los últimos doce meses han salido del país casi un billón de dólares.

Relaciones de producción

Estos episodios mercantiles son la manifestación de una contradicción gigantesca de la restauración capitalista en China. La demanda internacional hacia Beijing se encuentra en descenso, pero más importante aún es la caída de la tasa de beneficio del conjunto de su economía. Numerosos estudiosos de las estadísticas chinas sitúan la tasa de crecimiento del PBI en un 3 ó 4% anual, no en el 7% oficial, el cual es la mitad de las tasas chinas de la década pasada. Esta caída de la tasa de ganancia obedece al exceso de capital invertido en numerosas industrias, como la siderurgia o el aluminio, sino también a una industrialización que ofrece retornos relativos inferiores a los precedentes; el componente importado de las exportaciones chinas se ha reducido del 85% al 36% en poco más de una década. Diversos analistas han interpretado la salida de capitales de China como la expresión de una búsqueda de tasas de beneficio mayores en el exterior, no solamente en inversiones en materias primas u obras de infraestructura sino igualmente en la especulación inmobiliaria (Londres o compras de puertos en Grecia). Las inversiones en obras públicas en otros países, sin embargo, no han incentivado sino desmejorado la tasa de retorno, esto porque se aplica a proyectos de lenta rotación del capital invertido y en países periféricos que abordan situaciones de insolvencia (Venezuela, Ecuador, Argentina y diversos estados de África). Este menguado retorno es la principal razón que han alegado Estados Unidos y Japón para subsidiar la inversión en obras públicas dentro y fuera de sus fronteras y para desechar iniciativas como los bancos de desarrollo de los Brics y el más cercano de Asia.
Las medidas que ha tomado el gobierno chino para contrarrestar la tendencia recesiva de la economía han sido numerosas; se ha ingresado en la fase declinante de su efectividad -por eso el estallido. De un lado, un descomunal desarrollo inmobiliario financiado por la banca pública, pero por sobre todo por un sistema privado desregulado organizado por esos mismos bancos y los privados. En este plano ya se han producido numerosos episodios de insolvencias financieras grandes, a las que ha rescatado el Estado en buena parte (no siempre). La posibilidad de proseguir por este camino de rescates está contenida por el déficit fiscal y el peligro de bancarrotas en serie, no solamente de especuladores privados sino de los gobiernos regionales, que se encuentran en insolvencia en un 80%. Las finanzas desreguladas han atraído los ahorros privados, porque ofrecen rendimientos no sujetos a límites institucionales. La nueva clase media de China ha entrado en el torbellino donde perderá todo lo que hubiera ganado.

Bolsas y fugas

La iniciativa más reciente para apuntalar 'medidas anticíclicas' o, más precisamente, la caída de la tasa de ganancia, ha sido incentivar las bolsas de China. Se ha firmado un "convenio de conectividad" con la Bolsa de Hong Kong y liberalizado la posibilidad de que operen fondos internacionales. En este cuadro, los bancos públicos se convirtieron en compradores de acciones y se liberó el financiamiento para el público minorista, que ha inundado las bolsas de financiación excepcional -adelantos del 5% de la inversión total (‘margin call'). Las bolsas subieron un ciento por ciento en el año, con compras minoristas por 800 mil millones de dólares. La devaluación del martes, sin embargo, está vinculada con el derrumbe bursátil iniciado hace un par de meses y la fuga del dinero doméstico hacia las divisas extranjeras y al exterior.
La apertura de las bolsas, sin embargo, tenía un diseño estratégico: financiar la economía china con dinero externo, y en particular las obras de infraestructura comprometidas en otros países. Era un reconocimiento de que para ello no alcanzaban los recursos fiscales ni el ahorro doméstico regulado. El derrumbe bursátil, de cerca de un 40% de sus picos, golpea esta estrategia más allá de los fracasos coyunturales. La apertura más o menos significativa de la economía de China al capital extranjero desataría una ola de especulaciones y de quiebras, que sacudiría la industrialización capitalista de las últimas décadas y desnudaría su precariedad. El gobierno intenta ahora controlar el despeño bursátil con medidas intervencionistas, al extremo que se ha fijado un piso para la cotización del panel de las bolsas en 4500 puntos. Esto mismo, sin embargo, ha alentado la estampida a la salida, por la contradicción flagrante que supone una bolsa de valores manejada por funcionarios.

Dólar/yuan

Entre todos los esfuerzos para contrarrestar la declinación del rendimiento capitalista, se destaca la tasa fija establecida entre el yuan y el dólar, para abaratar importaciones y alentar el consumo doméstico. Pero la valorización del dólar en el mercado de divisas internacional ha encarecido en forma notable los costos de China; el yuan se ha revalorizado aún más que el dólar porque la inflación interna del país es dos o tres veces superior a la de Estados Unidos. La situación se ha vuelto insoportable y China ha debido devaluar, lo cual afecta al conjunto de los capitales financieros internos. Como se explica en nota aparte, la desvalorización oficial del 2% se ha traducido en los mercados mundiales en una del 6%. Es el nivel de un principio de guerra comercial. Si Estados Unidos normaliza su tasa de interés interna al 4%, la revalorización que esto resultaría para el dólar le daría una ventaja fuerte a China en el mercado interno norteamericano. A países como Rusia, en franco derrumbe del PBI, y a los que exportan materia prima a China, como Brasil, Argentina o Australia, les representa un golpe fortísimo.
Es cierto que China cuenta con un recurso al que puede apelar para paliar una crisis de financiamiento, que son los casi 2 billones de dólares que tiene invertidos en bonos del Estado norteamericano. Pero esto implicaría una guerra financiera, precisamente cuando el Banco Central norteamericano está buscando distanciarse del financiamiento del Tesoro de su país. De todos modos, el financiamiento es la manifestación última de un desequilibrio que toca al corazón del capital, el rendimiento decreciente de las inversiones.

Política

¿Qué más de aquí en más? En una década de crisis, los Estados han agotado los recursos de rescate, incluidas guerras permanentes. Al borde del abismo, Obama ha decidido llegar a un acuerdo con Irán. Pero la crisis mundial ha llegado muy lejos en la política internacional.
Hemos ingresado en una fase aún más aguda de la bancarrota capitalista, que ha superado largamente a la economía.

Jorge Altamira

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