Iraq no está muerto, no es un páramo vacío, no es un mero escenario en el que emprender una invasión, una ocupación o una batalla geopolítica.
Iraq es un lugar, con un pueblo que allí vive, y una parte de ese pueblo está comprometida con una valiente y sostenida organización progresista. En medio del ascenso del Estado Islámico –y de las intervenciones regionales y occidentales-, feministas, defensores del medio ambiente y sindicalistas luchan por un futuro más esperanzador. Se merecen el reconocimiento y apoyo internacional, no la piedad ni el olvido.
Esta tesis, enérgicamente defendida en el nuevo libro de Ali Issa “Against All Odds: Voices of Popular Struggle in Iraq” [“Contra viento y marea: Voces de la lucha popular en Iraq”], debería resultar obvia. Pero es en verdad revolucionaria, al menos para gentes como yo, que nos incorporamos al movimiento antibelicista estadounidense en 2003 y continuamos inundados con las imágenes que de ese país nos ofrecen los políticos y los medios como un blanco tan sólo de muerte y destrucción y de su pueblo como víctimas desventuradas.
La tesis presentada por Issa, coordinador de la Liga de Resistentes a la Guerra, es revolucionaria porque presenta la dignidad, humanización y autodeterminación como antídotos al militarismo y la ocupación, y la aparición de las voces e historias de la resistencia iraquí encienden una luz por un mundo mejor.
Partiendo de las organizaciones de base posteriores a 2003, Issa va trazando los fascinantes movimientos de protesta de su país, tan a menudo ignorados, a través de una serie de historias y entrevistas con las personas que los integran.
Personas como Yanar Mohamed, de la Organización por la Libertad de la Mujer en Iraq (OWFI, por sus siglas en inglés), quien en medio de la “olvidada” Primavera Árabe de su propio país se tomó tiempo, en noviembre de 2011, para escribir una carta de solidaridad al movimiento Ocupa Wall Street en la que declaraba “es hora ya de irrumpir en los castillos y palacios del uno por ciento y reclamar lo que con toda justicia es vuestro y empezar una nueva era basada en la paz global, la división justa de la riqueza y la humanidad”.
En aquel momento, Iraq estaba viviendo el renacimiento de las movilizaciones masivas que llevaban siendo brutalmente reprimidas desde 2003. Organizaciones como el Movimiento Popular para Salvar Iraq y la Organización de Jóvenes y Estudiantes por un Iraq Libre organizaron sentadas ante las bases militares estadounidenses, y las protestas se extendieron por Mosul, Ramadi y Bagdad a pesar de la dura represión llevada a cabo por el gobierno. Las reivindicaciones incluían demandas de servicios sociales básicos, el fin de la ocupación estadounidense y del sistema sectario de gobierno impuesto por la misma; la liberación de los presos políticos; la soberanía económica y los derechos de los trabajadores.
Cuando EEUU llevó a cabo su tan cacareada “salida” de Iraq en 2011, si bien incompleta, más de una docena de organizaciones de base protagonizaron las protestas de los “Viernes por la Derrota de la Ocupación” para exigir la “salida de hasta el último soldado” y “un nuevo frente para resistir ante la segunda cara de la ocupación, representada por su gobierno sectario y una constitución que no hace sino crear división”.
Este llamamiento a un nuevo frente sería premonitorio.
Una nueva oleada de protestas se inició en 2012, que duraron hasta 2013 a pesar de la brutal represión del gobierno. Los manifestantes exigían la liberación de los presos políticos, especialmente de las mujeres, y el fin de las ejecuciones arbitrarias. “Desde los primeros días, los eslóganes pedían la unidad y el rechazo al sectarismo y la división”, decía Falah Alwan, presidente de la Federación de Consejos y Sindicatos de Trabajadores en Iraq, en una entrevista realizada en enero de 2013.
Hasmiya Muhsin al-Sadawi es la presidenta del Sindicato de Servicios Públicos Eléctricos en Iraq y la primera mujer vicepresidenta de la Federación General de Trabajadores Iraquíes en Basora. En mayo de 2012, describió las complejas luchas emprendidas para combatir las “semillas del sectarismo” plantadas por la ocupación estadounidense y también para defender el derecho de los trabajadores a organizarse (a pesar de las severas leyes antisindicales conservadas desde la era de Sadam Husein) y defender servicios vitales como la electricidad y la seguridad social.
Issa rastrea los hilos de las luchas de la sociedad civil, incluidos los esfuerzos de personas como Nadia al-Baghdadi, que trabaja desde Bagdad, para salvar el Tigris y las Marismas de los planes del gobierno turco para construir la presa Ilisu. Este intento formó parte de un esfuerzo más amplio para celebrar en septiembre de 2013 el primer fórum sobre suelo iraquí bajo el lema “Otro Iraq es Posible con Paz, Derechos Humanos y Justicia Social”.
Quizá el testimonio más fascinante del libro sea el de Jannat Alghezi, directora de medios de OWFI, quien se puso primero en contacto con la organización liberadora feminista buscando refugio ante las amenazas de su familia de perpetrar contra ella uno de los denominados asesinatos por honor. Ahora, en la interacción entre cuestiones de género y justicia económica, organiza casas abiertas seguras para las familias que huyen del Estado Islámico.
“Nuestro movimiento es pequeño y no puedo decir que nuestra influencia sea grande. Pero, al mismo tiempo, el impacto que logramos es como un rayo de luz”, decía en septiembre de 2013. “Mi hija, quizá mi nieta, podrían beneficiarse de lo que estoy haciendo ahora. A pesar de todo, somos optimistas”.
El concepto importante en estas luchas es que existe un desafío político, no sólo hacia quienes detentan el poder en EEUU, Iraq y otros lugares, sino también hacia quienes integran la izquierda antibelicista en Occidente. Muchos de nosotros tratamos de ser solidarios con iraquíes que no tienen conexiones con específicos movimientos sociales sobre el terreno o con quienes han encontrado vías importantes para poder incidir de forma positiva en la vida diaria. Muchos de nosotros hacemos hincapié en el papel de EEUU como arquitecto bélico y titiritero político sin subrayar también las luchas iraquíes por el empoderamiento popular, ni denunciar tampoco el papel jugado por otros países de la región, como Irán y Arabia Saudí, en su competencia y ansia de poder.
Issa no rehúye desafiar a la izquierda, incluso a escritores acreditados como Patrick Cockburn, que en 2006 y 2013 escribió una serie de artículos sobre el “fin de Iraq”. El efecto de tal proclamación, dice Issa, “es que, una y otra vez, convierte en invisibles a las personas que realmente viven en Iraq: sus comunidades, sus sueños y victorias, grandes y pequeños”.
Issa pregunta: “¿Cómo podemos entender la política, la economía, la cultura o sociedad de cualquier lugar sin el principal protagonista, el pueblo?”.
Este libro ofrece un regalo al remitir a los lectores hacia esos protagonistas. Búsquenlos. Tienen nombres, páginas en internet y demandas y análisis políticos.
Justo ahora, en medio del sofocante calor veraniego, por todo Iraq se extienden las protestas de la gente, desde Basora a Bagdad, exigiendo servicios básicos como agua y electricidad, también el fin de la corrupción del gobierno. Grupos como OWFI están trabajando para proporcionar lugares seguros a las personas que escapan de la locura del Estado Islámico, al tiempo que tratan de eludir la represión del gobierno iraquí.
Ignorada por el foco de los medios y a menudo con escasos apoyos, la lucha continúa.
Aprendamos. Y escuchemos.
Sarah Lazare
CounterPunch.org
Sarah Lazare es una periodista independiente y coordinadora antibelicista.
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