domingo, agosto 23, 2015

75 años del asesinato de Trotsky, cinco notas relacionadas con la cuestión



Hace 75 años del complot estaliniano para asesinar a Trotsky, el último y el mayor de protagonistas de la revolución rusa que se había opuesto a la “glaciación” burocrática, de la enfermedad que sentaría las bases objetivas para la implosión final de la URSS y del mal llamado “socialismo real”. Se trata de uno de los episodios más representativos de la medianoche del siglo, que destruyó aquella alternativa socialista que se situó en el primer plano de la “Gran Guerra”…Que desplazó la centralidad hacia el dilema comunismo-anticomunismo que acabaría ganando estos últimos con la ayuda inapreciable de un socialismo desnaturalizado.
Enterrado como un émulo histórico de Aníbal (de lo que pudo haber sido pero que no fue), Trotsky acabó resistiendo la prueba del tiempo y resurgió con una fuerza inusitada en los años sesenta-setenta junto con todas las “heterodoxias” que habían permanecido oscurecidas durante los años de una Guerra Fría que estaba ganando el imperialismo por goleada en lo que había sido uno de sus puntos más débiles: el frente cultural.
Creo que con el pretexto de esta conmemoración vale la pena reselar varias informaciones como la edición virtual ilustrada del Heijenoort, en la editorial virtual Els arbres de Farenheit), el mejor testimonio sobre los últimos años de Trotsky lo ha escrito Jean Van Heijenoort, Con Trotsky. Desde Prinkipo a Coyoacán. Testimonio de siete años de exilio (Nueva Imagen, México, 1979, tr. Tununa Mercado. El prólogo corre a carga del especialista peruano Gabriel García higueras, que dedica su atención Van Heijenoort, un personaje cuya trayectoria desmiente esa leyenda tan francesa de que una cosa fue Trotsky y otra muy diferente, los trotskistas. Sin pretender establecer comparaciones, la biografía de Heijenoort es también “más grande que la vida”.
Este hombre fue secretario, traductor y guardaespaldas de Trotsky entre octubre de 1932 y noviembre de 1939, un militante políglota y un fino observador, describe con trazo breve y exacto la atmósfera en que éste vivía y trabajaba en esos años de exilio hasta los más ínfimos detalles.
El relato simple y preciso de esa cotidianeidad trascendente permite, en no pocos casos, superar errores involuntarios de otros autores, de manera que Heijenoort no duda en “enmendar la plana” a Deutscher y a buena parte de los testimonios escritos sobre Trotsky entorno a esta época, a veces con contenida indignación. Obviamente, logra disipar calumnias y despojar al personaje del aura mitológica que, como a todos los grandes hombres, suele creársele, ofreciendo detalles sobre sus relaciones personales, sus actitudes ante muchas cosas, sin olvidar anécdotas delirantes sobre la relación amorosa con Frida Kahlo y no solamente con esta. En esta época, don León no pudo evitar el sarampión del “viejo verde”.
Estamos hablando de una obra maestra por la frescura de una memoria, que fue minuciosamente verificada gracias a un archivo personal del autor que contiene 22 mil documentos (entre ellos 4 mil cartas de Trotsky), correspondientes al periodo que se extiende entre 1929 y 1940. El periodo del exilio en México es ampliamente considerado, aportando mucha —y nueva- información, de quien fuera testigo de la relación con Diego Rivera y Breton, amén de una gran cantidad de personalidades mexicanas y de otras partes del mundo como Gide o Gorki. Eludiendo la devoción incondicional y sin ocultar la admiración, el relato de Heijenoort —que no pretende ser un examen integral de la personalidad de Trotsky, de sus ideas y de su carácter- contribuye sin embargo a la visión crítica de una etapa histórica que todavía sigue teniendo una vigencia, los elementos de una fascinación.
Una fascinación que afecta a gente revolucionaria de la más variada procedencia y cuyo pasaje por el Museo que evoca esta historia les ha afectado, les ha creado una necesidad de saber sobre el hombre y la época.
Al acabar su relato, Heijenoort, escribe: “Después de la muerte de Trotsky milité durante siete años en el movimiento trotskista. En 1948, las concepciones marxistas-leninistas sobre el papel del proletariado y su capacidad política me parecieron cada vez más en desacuerdo con la realidad. Fue también en ese momento cuando conocieron, quienes no querían cerrar los ojos ni taparse los oídos, toda la amplitud del universo concentracionario estalinista. Bajo esa impresión, me puse a examinar el pasado y llegué a preguntarme sí los bolcheviques, al establecer un régimen policial irreversible, al anular toda opinión publica, no habían preparado el terreno sobre el que habría salir el enorme hongo venenoso del estalinismo. Rumié mis dudas. Durante varios años, sólo el estudio de las matemáticas me permitió conservar mi equilibrio interior. La ideología bolchevique estaba, para mí, en ruinas. Tuve que construir otra vida”.
No obstante, en sus últimos años, ya jubilado como un matemático de reputación internacional, Heijenoort ofreció esta contribución, prólogo el Journal d´ exil, de Trotsky (para Gallimard), intervino con su rigor acostumbrado en las jornadas que con pretexto del centenario de Trotsky congregó en México a especialistas del todo el mundo, también colaboró activamente en el desarrollo del Institut Léon Trotsky, especialmente en algunos números de sus Cahiers.
Ecos de Heijenoort y de otros testimonios del momento, se pueden encontrar en una curiosa obra literaria: La casa azul de Coyoacán (Plaza&Janés, Barcelona, 2002), de la joven escritora australiana Meagahn Delahunt, que fue una de las líderes del SWP australiano en los años ochenta y noventa.
En México, Trotsky gozó de un ambiente más propicio para escribir varias de sus críticas literarias más reconocidas, trabajos que acabaron siendo incorporados a las ediciones de Literatura y revolución, uno de sus libros más atractivos y sobre cuya radiación queda todavía mucho por hablar, por ejemplo, algunos elementos claves de su contenido fueron asumidos por algunos de las mejores escritores soviéticos como Isaac Babel o Boris Pilniak, también influyó en amigos y simpatizantes como se pudo percibir entre líneas en algunas de las intervenciones en el Congreso de escritores antifascistas celebrado en 12937 en Valencia.
Lamentablemente, a pesar de algunos intentos, esta es una de las obras más conocidas de Trotsky que no ha sido reeditada desde los años setenta, cuando conoció varias, algunas de ellas tan laboriosa como la de Ruedo Ibérico en dos volúmenes; la más divulgada fue la selección de Alianza preparada por José Álvarez Junco que participó en el proyecto de ruedo Ibérico de “Obras de Trotsky”, aunque finalmente es capaz de escribir apologías neoliberales y de echar peste sobre el que en un artículo reciente publicado en El Pais, llega a reafirmar el canon establecido que Trotski, uno de sus colaboradores más crueles, que sólo comenzó a criticarlo cuando fue desplazado del poder. Stalin no hizo sino perfeccionar el modelo montado por Lenin y Trotski, que dicho de otra manera, fuera del orden establecido no hay donde ir.
Esta singularidad trotskiana ha producido a lo largo del tiempo numerosos debates y ensayos. Quizás el más completo quizás sea el de Norman Geras. Masas, partido y revolución. Expresión literaria y teoría marxista (Fontamara, Barcelona, 1980, tr. F. Cuscó Torella) El Manifiesto que aparece en dicha obra, está editado con el título Por un arte revolucionario e independiente en El Viejo Topo, Barcelona, 1999).
En los convulsos años setenta, Tusquets dio a conocer la controversia entre Breton y Louis Aragón con el título de Surrealismo contra realismo socialista. Ya entonces esta controversia se podía considerar superada, incluyendo en los medios artísticos e intelectuales próximos al PCE.
Según testimonio de Manuel Sacristán, ya en un seminario del PCE y al PSUC en los años 60, él mismo y Carlos Blanco Aguinaga, habían hecho una exposición y una defensa de los argumentos de Trotsky en este punto y cabría añadir que, por entonces, el PCI había “permitido” una edición afín al partido. Un ensayo más que notable que abarca primordialmente esta controversia “entre coyoacanes y aragoneses” es el de Ángel García Pintado, El cadáver del padre. Artes de vanguardia y revolución (Akal, Madrid, 1981).
Otras aportaciones a considerar son las de Peter Collier, Sueños de una cultura revolucionaria: Gramsci, Trotsky y Breton, en Culturas de vanguardia y política radical en la Europa de principios del siglo XX (Debats, nº 26, Diciembre 1988, Edicions Alfons el Magnánim), y la de Ronald Paulson, La revolución y las artes plásticas, que aborda la relación entre Octubre y el muralismo mexicano (visto a través de la relación entre Trotsky y Rivera) en la obra colectiva La revolución en la historia. ed. Roy Porter y Mikulas Tiech (Crítica, Barcelona, 1990), proyectando una hipótesis sumamemnte suguiestiva, a saber: el espíritu de la revolución de Octubre se proyectó especialmente sobre esta escuela pictórica en la que destacaron entre otros, el trío formado por Rivera, Rozco –del que Heijenoort ofrece noticias de un extraño encuentro con Trotsky- y muy ambivalente David Alfaro Siqueiros, el tipo que nunca se arrepintió de su alma más oscura.
Pienso que nunca estará de más insistir en las información de la valiosa aportación “trotskiana” de Sergi Rosés Cordobilla con su “Bibliografía de les obres de i sobre Trotsky editadas a Espanya”, y que dada la modesta cobertura de una voluntariosa autoedición está pasando desapercibida. Semejante dicha opción se deriva de las dificultades existente por “colocar” un producto de estas características en la actual situación editorial, tan diferente a la existente en los años setenta cuando un estudio de estas características había encontrado un lugar sólido en editoriales como Fontamara, Akal, Júcar, entre otras. De existir una reedición con mayores soportes, Sergis tendría que ofrecer una ampliación con todo lo que se ha publicado en los últimos años que, sin resultar comparable con lo que se conoció en los años treinta o setenta, no por ello resulta desdeñable. Baste registrar títulos Defensa de la revolución.León Trotsky. Antología. (Los libros de la Catarata-Viento Sur, Madrid, 2009), en una edición de Jaime Pastor, cuya Introducción acaba de aparecer en la Web de Viento Sur, o de la enésima tentativa biográfica de Ramón Merrcader, la de Eduard Puigventós López, Ramón Mercader, el hombre del piolet, sobre la que habrá que volver después de la necesaria lectura. Como avance anotemos que cinco años después de haber emprendido la investigación, el autor reconoce haber establecido una relación particular con Mercader: “Obviamente es un asesino, pero después de trabajar con él, me lo miro con afecto. No trato de justificarlo, sino de investigar qué le motivó, qué consecuencias sufrió, y qué pensaban los demás de él. Puedo llegar a entenderlo pero obviamente no lo comparto”. Una atención no muy diferente a la expresada en la película Asaltar los Cielos cuyo interés está fuera de toda duda, pero cuya ori8entación nos resulta desconcertante ya que su lógica primaria nos invita a ver la parte más oscuro del “comunismo”. Se trata de una comprensión en línea a la que expresa en los años setenta Teresa Pámes que decía que Ramón no era ningún Dillinger, lo que a mi aparecer permitía otra vuelta a la turca: Dillinger no perpetró sus crímenes en nombre de ningún ideal, ni cayó tan bajo en la instrumentalización de las personas…
Desde las páginas de El País nos llegan más noticias de nuevas exposiciones y aportaciones sobre la vida y la obra de Frida Kahlo, cuya identidad caló —o quizá también se construyó— en un estilo que rebasó el lienzo y cuajó en un rico mundo estético y simbólico. Ahí está su vistoso armario (fotografiado al detalle por la japonesa Miyako Ishiuchi, cuyas imágenes se mostraron este año en Londres), claro, pero también su jardín. Y es precisamente este decorado botánico lo que recreaFrida Kahlo, Art, Garden, Life. Esta exposición del Jardín Botánico de Nueva Yorkes la primera que se ha centrado en la importancia simbólica que tenían las plantas en el arte de la autora. “Esta faceta de su creatividad muestra la inteligencia profunda de la artista, su diálogo con ideas muy complejas como la cosmovisión de las culturas prehispánicas, y el discurso del mestizaje no solo en México, sino en el mundo de los años cuarenta y cincuenta, y, sobre todo, su amor por México y por la naturaleza”, explica la comisaria Adriana Zavala. Junto a la reconstrucción de una parte del jardín de la Casa Azul de Kahlo, se han reunido una veintena de cuadros y obras sobre papel —procedentes en su mayor parte de colecciones privadas— en las que las plantas juegan un papel esencial. “La popularidad de Frida muchas veces tapa su arte y por eso nuestro enfoque no es biográfico”, recalca Zavala. “Pero, sí creo que fue una mujer indomable y eso es muy atractivo hoy. También su política”.
En este aspecto reivindicativo y luchador se centraba el Detroit Institute of Art, donde hasta julio se ha podido ver una exposición (con cerca de 180.000 visitantes) en torno a la estancia y el trabajo de Frida y Diego. En Detroit dejó Rivera algunos de sus monumentales murales y ella pintó Henry Ford Hospital tras su aborto. También esta primavera la muestra Kahlo, Rivera and the Mexican Modern Art exploraba las conexiones de toda una generación en el NSU Museum de Fort Lauderdale de Florida. Ya decía Frida en una carta a su madre en 1930 desde San Francisco que “a las gringas las gusto mucho”. Pues no solo a ellas.
En una próxima ocasión espero retomar el tema del encuentro de Trotsky con Rivera y Frida, y abordar este último episodio cuyo interés no ha hecho más que crecer sobre entre los círculos de las llamadas Bellas Artes. De ese medio nos llegó una anécdota digna de reseñar, a la pregunta a los estudiantes sobre sí sabían quien fue León Trotsky, uno levantó la mano para responder: Sí, fue uno que se acostó con Frida Kahlo. Es evidente que el muchacho había visto la película de Salma Hayeck, y que no había leído nada.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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