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domingo, julio 02, 2017
Cine, turismo y sindicalismo de clase
Un sindicalismo que trate de desarrollar su mejor potencial debería de contar con una red de entidades y colaboraciones a su favor. Una de ellas, una sala de proyección que funcionara como cine-club, podría incidir seriamente en el impulso de la formación de sus afiliados, así como en la difusión de sus razones y propósitos. Después de un siglo largo de historia existe una cierta filmografía asimilable para actividades de difusión y reflexión. Como una ayuda que puede resultar inapreciable desde muchos puntos de miras. Desde visualizar los temas de derecho hasta suscitar debates y reflexiones colectivas, la colectiva-participativa es la mejor manera de relación con el arte más asequible jamás conocido.
Esta entidad no lo tendría fácil a la hora de registrar un material fílmico adecuado, pero, después de un siglo largo de historia del cine, no es poco lo que se puede encontrar sí nos referimos al tema del “servicio”, y una entidad activa puede encontrar un material valioso para conocer y debatir. Baste un apunte: el tema de las criadas negras en películas como Lo que el viento se llevó. No solamente por el papel de la emblemática “Mammy” Hattie MacDaniel (la primera actriz de color compensada con el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto, una recompensa más que merecida), también por un momento en el que los “caballeros” del sur realizan una “razzia” contra los negros libertos, una gesta de Ku Klux Kan en la novela. O sea, contra el servicio que se había rebelado, una historia sobre la que existe una creciente filmografía. Éste podía ser uno de los numerosos apuntes sobre una temática desbordante, el mismo que nos lleva al gran tema de la lucha de clases en la pantalla.
Cine con componente feminista
Como se trata de buscar círculos de aproximaciones, tenemos que escoger un hilo que nos guía sobre un cierto laberinto. Esto nos debería llevar al redescubrimiento de una tradición de cine obrerista que tuvo su punto más alto en la segunda mitad de los años veinte en la URSS, sin olvidar capítulos como el que del cine realista francés del Renoir de los treinta, el cine anarquista en la zona republicana, el neorrealismo italiano y norteamericano…
En este apartado nos encontramos con un componente feminista como es notorio en un título tan importante por su contenido como por las condiciones de su realización: La sal de la tierra (Herbert J. Biberman, The Salt of the Earth, USA, 1954), con la mítica Rosaura Revueltas. La lista se puede ampliar con otras obras clásicas de carácter reivindicativo y además asequibles, no olvidemos que según Godard decir cine norteamericano es un pleonasmo. Así podemos citar entre otras: Norma Rae (Martin Ritt, USA, 1979); Silkwood (Mike Nichols, USA, 1983); Erin Brockovich (Steven Soderbergh’, USA, 2000); Harlan County War (Tony Bill, USA, 2000), obras muy desiguales pero sin duda necesarias por más que fueron ante todo “encargos” para el lucimiento de las protagonistas (Sally Field, Mery Streep, Julia Roberts y Holly Hunter, respectivamente).
Entre las producciones europeas hay que registrar no pocos títulos al menos parcialmente valiosos como Arroz amargo (Giuseppe De Santis, Italia, 1949), que fue vista más en clave erótica ya que convertía a Silvana Mangano en el oscuro objeto del deseo masculino en una España carpetovetónica; Noble gesta(Luigi Zampa, Italia, 1947), La vieja dama indigna y Ruda jornada para una reina(Rene Allió, Francia, 1965, 1973) con una inigualable Simone Signoret; Delito de amor (Luigi Comencini, Italia, 1974), que al igual Skilwood, implicaba una denuncia ecológica muy potente y además era mucho mejor.
Entre unas y otras podemos anotar una curiosidad: Yo creo en ti(Call Northside 777, Henry Hathaway, USA, 1949), un extraño policiaco basado en una historia real. En 1932, Frank Wiecek fue condenado a 99 años de prisión por un crimen que no cometió. Doce años después, su madre, que años tras años limpiando pisos ha ahorrado 5.000 dólares, centavo a centavo, publica un anuncio ofreciendo ese dinero como recompensa para quien le dé la información que permita descubrir al verdadero criminal. Un escéptico periodista inicia una investigación…Es la integridad de esta señora de la limpieza (Helen Walker) la que mantiene toda la trama. La que lleva al hijo a resistir y al periodista a no ceder antes las presiones. A añadir que en Cortina rasgada (USA, 1966) Alfred Hitchcock subraya el duro trabajo de las fregonas en las universidades para subrayar como los “comunistas” maltrataban el trabajo.
Un tramo más adelante nos encontramos con una maduración temática ligada a la filmografía de la “nouvelle vague” o al “free cinema” nos revelan una nueva mirada, amén de un cierto número de títulos dignos de revisión como Dos o tres cosas que yo sé de ella (Jean-Luc Godard, Francia, 1967) con una estupenda Marina Vlady que luego encarnará a una mujer del 68 en Le temps de vivre (Bernard Paul, Francia, 1969). Sin embargo, no será hasta más tarde, con títulos tan lúcidos como La encajera (La dentellière, Claude Goretta, Suiza, 1977) que incide sobre un punto neurálgico en toda opresión: el de la autoestima, que se puede hablar de un cine feminista y de clase con una conciencia clara de la magnitud de la cuestión. En esta lista se incluyen títulos duros y complejos como La ceremonia (Claude Chabrol, 1995) que refleje la dimensión más dramática de la diferencia de clases a través de un motivo criminal, como ese asesinato de una familia burguesa completa a disparos de su doncella y una marginada empleada de correos Otra de las manifestaciones de la conciencia feminista ha venido de la mano del interés por aquellas mujeres que han afrontado oficios supuestamente opuestos a la feminidad, bien sea por sus solicitaciones físicas, bien por su competitividad con los hombres resulta patente en La chica de la fábrica de cerillas (Aki Kaurismäki, Finlandia, 1990), una película indispensable cuya veracidad garantiza una buena discusión.
Mujeres en el cine español
El paisaje se convierte en desolador si pasamos por la filmografía franquista, no hay que olvidar que las mujeres fueron las principales derrotadas de la guerra. La mujer como “reposo del guerrero” resultaba omnipresente en la filmografía arribaespaña, en un listado que va desde Raza (J.L. Sáenz de Heredia, 1941) hasta La fiel infantería (Pedro Lazaga, 1960, con guión de Rafael García Serrano). Durante este tiempo hubo un grupo de actrices especializadas en cometidos de criadas, recordemos esa maravilla de Berlanga llamada Plácido (1961), siendo de lejos la más famosa y creativa Rafaela Aparicio que solía gastar doble filo.
Con la llegada del “desarrollismo” en los años sesenta aparecen las primeras mujeres que non esposas o criadas, mujeres representantes de “lo moderno” en títulos del nivel de Muchachas de azul (Pedro Lazaga, 1957), Las aeroguapas (Eduardo Manzanos, 1957), Las secretarias (Pedro Lazaga, 1968) por no hablar de “piezas” como Las mujeres un buen negocio (Valerio Lazarov, 1977) a la mayor gloria de Manolo Escobar, una franja que aparece ligada al llamado cine de destape entre cuyos componentes eran bastante habituales las criadas “verdes” a la manera de Zorrita Martínez (1975) filmada por el nacional-católico Vicente Escrivá que marca el “descubrimiento” de Nadiuska como mito erótico de andar por casa.
Esta línea populachera con chicas de la limpieza, tan “salerosas” y deseosas de casarse con un fontanero, fue harto representativa del tardofranquismo presuntamente bonachón. Entre sus títulos más conocidos se incluyen: Las que tienen que servir (José Mª Forqué, 1967) en las que las componentes de la servidumbre castiza tratan de imitar el comportamiento y el estilo de las relaciones sentimentales de los norteamericanos o su casi “remake”, o ¡Cómo está el servicio! (Mariano Ozores, 1968), dos expresiones harto representativas de lo que algunos llamaron “fascismo de teléfono blanco”. El turismo es un gran invento (Lazaga, 1968), una comedia “gárrula” que deviene casi en un documental por cuanto refleja el desarrollo del sector turístico en España, muestra una mano de obra que se sobreentiende va a resultar beneficiada ya que ya entonces “los puestos de trabajo” aparecen como la gran excusa. Aparte de una considerable ración de canciones pegadizas y de suecas haciendo de suecas en bikini delante de “españolitos” patéticos, sigue siendo un buen ejemplo del “cine de barrio” que tanto entusiasma a “nuestro” ministro de cultura.
Por supuesto que dentro de este cine existieron excepciones. Quizás la más incisiva de todas fue la serie que Fernando Fernán-Gómez realizó “inocentemente” con Analía Gade, en particular Sola para hombres (1960), en la que los hombres son unos “panolis de cuidado y una chica seria y eficiente consigue convertirse en la primera mujer funcionaría de un Ministerio en la España de principios de siglo XX en la que solamente faltaba el letrero de “Vuelva usted mañana”. Una curiosidad: a los productores ligados entonces al PCE no les gustó la sátira del parlamentarismo.
El servicio en la gran pantalla
No existen muchas películas en las que las criadas/criados sean las protagonistas. Normalmente aparecen como personajes secundarios, personajes muy diversos normalmente “complementarios” –como detalles menores– de los héroes, así, por citar un ejemplo está el que se ofrece en El Álamo (USA, 1960), donde el personaje encarnado del legendario Jim Travis (Richard Widmark) cede la libertad a su esclavo que no la acepta, no en vano su director era John Wayne), como espejo de una secular tradición de menosprecio hacia los que tienen que vender su fuerza de trabajo a los de rango superior, un sentimiento de superioridad (a la que le corresponde otra de subestimación) que se pierde en los tiempos.
A parte de algún que otro título de excepción como Le journal d’une femme de chambre (aquí titulada Diario de una camarera, aunque “femme de chambre” se refiere al servicio en Francia) una adaptación de la novela del escritor anarquista francés Octave Mirbeau (1900) llevada al cine por Jean Renoir, pero sobre todo por Luis Buñuel y Buñuel, y que supuso un cruel e hilarante retrato de esa ridícula burguesía derechista de provincias. Existe otra versión más reciente, la de Benoît Jacquot (Francia, 2015), mucho más ajustada al original pero sin la mala uva de la que Jeanne Moreau y Michel Piccoli interpretaron para Buñuel. Otra variante que apunta igualmente sobre la decrepitud burguesa es The Servant (RU, 1963), escrita por Harold Pinter y realizada por Joseph Losey en su mejor momento y con interpretaciones de primer orden de Dirk Bogarde y James Fox. Se trata de dos de los títulos más penetrantes sobre la dialéctica amo-criado, descripciones logradas de unas relaciones condenadas de antemano.
Esta última película –un auténtico clásico– supuso en su momento una punzante metáfora sobre lo que esconde las situaciones de servidumbre, toda una institución que en Gran Bretaña se ha mantenido a través de los tiempos como expresión –ocultada- de los beneficios del Imperio, los mismos que permiten una cierta armonía entre amos y criados tal como resulta expresado en la tupida trama de una serie televisiva del prestigio de Upstairs, Downstairs (Arriba y abajo), emitida en la década de los ochenta, obra de Jean Marsh (creador) servida por un proverbial equipo de actores de la mejor escuela británica. El éxito y el modelo se reproduce con talento e incluso convicción con Downton Abbey de Julian Fellowes (creador), donde ambos estamentos vienen a representar como una colmena que funciona mientras cada cual cumple su función debidamente. Que nadie busque de donde procede las riquezas representadas por la lujosa mansión en la que unos amos aparecen tan arraigados y tan naturales como los árboles y las grandes casas en las que siguen siendo los señores por la gracia de Dios (y del Imperio).
La irrupción de un turismo masivo
Actualmente llama la atención las imágenes preturísticas de una Florencia de luz tenue bajo el fascismo retratada Giuseppe Rotunno en la magistral Cronica familiare (Valerio Zurlini, Italia, 1963) o la oscura Venecia de Luchino Visconti de Le notti bianche (Italia, 1957) que traslada a un Fedor Dostoievski de difícil traslación De hecho, desde los años cincuenta ese turismo masivo hará su irrupción como ya resulta ostensible en la encantadora Locura de verano (Summertim, RU, 1955), desde las que David Lean describe los sueños de una turista solterona (Katherine Hepburn) en un ambiente en el que todavía la vida de los de fuera y los dentro mantienen una dimensión humana, calurosa. Tendrían que pasar unas cuantas décadas hasta que los primeros comenzaran a protestar por la invasión de los segundos como también está sucediendo en ciudades hoy ya irreconocibles como Barcelona.
Siguiendo con la tradición británica nos encontramos de bruces con el descubrimiento del “turismo”, un invento consagrado por la literatura por obras como La vuelta al mundo en 80 días, una de las más populares (y de peores adaptaciones fílmicas) de Jules Verne cuyo protagonista es un flemático lord británico popularizado en la pantalla por David Niven (el sirviente era un Cantinflas irreconocible).
Siguiendo a escritores de la talla de E.M. Foster, Henry James y otros, el cine ha ofrecido brillantes (y bastante académicas) adaptaciones fílmicas, siendo seguramente la más reconocida Habitación con vistas (James Ivory, 1985), en las que se ofrece un detallado contraste entre las formas de vida de los burgueses británicos y la gente de a pie en la en Florencia del siglo XIX, antes de ser invadida por el turismo de masas…Un turismo que se convertía en uno de los espejos del neocapitalismo, lejos del “romántico” tan bien representado por Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953). Películas como esta abusaron de la fama de romántica de la capital italiana. Pero no es lo mismo visitar la urbe de las siete colinas caminando detrás un guía formando parte de una masa ignorante (¡tantas veces ridiculizada desde el cine italiano!) armados con sus cámaras para luego presumir de las visitas como si se tratara de trofeos. Aquí habría anotar la existencia de unas complicidades, la de la industria cinematográfica que igualmente se beneficia, así como de la no visibilidad del personal de relleno que vive la historia desde unas condiciones laborables deplorables.
Cierto es que de tanto en tanto se cuelan algunas aportaciones críticas. Sin ser nada del otro jueves una de ellas fue quizás la representada por Si hoy es martes, esto es Bélgica (Mel Stuart, USA, 1969) con la encantadora Suzanne Pleshette más Ian McShane y la fordiana Mildred Natwick, entre otros, y en la que se nos describe a una tropa de viajeros made in USA dispuesto a devorar en un visto y no visto un acelerado recorrido turístico de Londres a Roma. Una muestra de consumismo de ciudades vistas y no vistas que se desarrolla en el entorno de la Europa post 68. Por entonces ya las agencias norteamericanas vendían esa idea de que no te puedes morir sin visitar París o Roma. Lo más atractivo de este pequeño film resulta el mensaje crítico implícito en el titulo que acabaría siendo evocado ante esos amigos o familiares empeñados en enseñarnos “todo lo que han visto”. Ofertas de las agencias para un personal que quieren escapar de mediocridad y que, por lo general, hasta ignoran las joyas naturales o históricas que tienen al lado de casa. Un personal familiar que nos enseñan sus ristras de fotos, ajenos totalmente a realidades como la de las condiciones de trabajo de semiesclavistud, un tema que cada vez está adquiriendo mayor trascendencia y rechazo.
Un territorio ocupado por toda clase de viajes –incluyendo por supuestos los que atracción sexual como resulta patente en películas como las relacionadas con las aventuras de Emmanuelle que en los setenta causaron verdadero furor-, por no hablar de las siniestras conexiones con las emigraciones clandestinas y el submundo de los hoteles como el que contextualizan en Negocios ocultos (Dirty Pretty Things, RU, 2011), una de las obras más logradas y oscuras del Stephen Frears más cercano a del estilo desarrollado por Ken Loach que de las incursiones suyas, esta posee un halo siniestro: comienza cuando el protagonista encuentra que un corazón humano atasca un WC. El protagonista es negro, inmigrante ilegal y pluriempleado, para así ampliar un paisaje social que se extiende a través de otra emigrante turca y de un traficante ilegal de órganos humanos. Frears ubica esta galería humana entre las paredes de un hotel que podría ser el de los líos y con papeles que Vladimir Popp identificaría rápidamente con los de la fábula. Tautou y Ejiofor se reparten los atributos de Caperucita Roja bajo las garras de un lobo feroz encarnado por Sergi López, todo un arquetipo de empresario neoliberal. Aunque la trama resulta confusa y un tanto forzada, se trata de una aproximación al mundo de la noche londinense donde los peores son los policías en busca de gente sin papeles. Parte de este submundo hotelero aparece en Escondidos en Brujas (Martín McDonagh, RU, 2008), una película de acción bastante singular protagonizada por Colin Farrell y Brendan Gleeson. La cámara sigue a dos sicarios que deben abandonar Londres y tomarse un respiro de su ocupación, siendo Brujas el destino elegido para “desconectar” en medio de familias de turistas ajenos a cualquier situación que no sea “pasárselo bien”. Se la puede considerar complementaria de la de Frears.
«Amor»: la otra cara del paraíso turístico
El panorama se vuelve totalmente distinto desde la perspectiva de Amor, la primera entrega de la trilogía Paraíso, en la que el inclasificable cineastas austriaco Ulrich Seidl analiza tres de los aspectos/sentimientos más importantes en la vida de todo ser humano: el amor, la fe y la felicidad. Los tres se convierten en objeto de estudio para este singular director austriaco que no maquilla lo que quiere contar, no lo disfraza de artificios. Amor es una película cruda. Tanto que en algunos momentos resulta incomoda e, incluso, algo violenta. Teresa -una inmensa Margarete Tiesel- es una mujer instalada que pasa de los cincuenta que tiene una hija adolescente y está sola, sin pareja. Poco más se sabe de su vida. Lo que le interesa contar al director es cómo ella, como otras tantas mujeres, acuden a Kenia en busca de lo que llaman amor. La de los safaris es la cara más conocida para los turistas que acuden a un país africano que parece hecho a su medida, pero hay otra, la de las ‘sugar mamas’, que es la que se presenta en Amor.
Mujeres maduras, como Teresa, que viajan a un hotel a pie de playa con la esperanza de encontrarse con su príncipe de ébano soñado. No es solo sexo. Como dice la protagonista en un momento de la película, lo que quieren es que las miren a los ojos, que vean a la persona más allá de sus miembros flácidos y sus kilos de más, que las amen y sentirse queridas. Eso es lo que busca la protagonista parece encontrar el amor en un joven que dice no estar con ella por su dinero. Se siente arropada, comprendida e ilusionada. Pero lo que comienza como una bonita historia pronto se descubre como lo que es, un intercambio de amor/sexo a cambio de dinero. Primero la hermana de él que necesita ayuda para pagar la factura del hospital, después su primo, su padre, la escuela del barrio…Teresa acaba dándose de bruces con la realidad, pero no desiste en su empeño. Y así comienza una espiral de degradación en la que pasa de un ‘beach boy’ a otro. Si uno falla, sale a la playa de pesca en busca de otro. Hasta que acaba por asumir que no va a encontrar lo que busca. Nada más allá de una transacción económica. Placer a cambio de dinero, los nativos tienen que sobrevivir. Por lo tanto, el amor no entra en la ecuación. Pensada como una única película que contaría la historia de tres mujeres de una misma familia, el proceso creativo hizo que Seidl decidiese dividirla finalmente en tres capítulos. Puede verse en la plataforma FILMIN, donde se estrenó al mismo tiempo que en salas. Un espejo descarnado situado en África pero que podría estarlo en cualquiera de esos “paraísos” prometidos por las agencias de viaje.
Sindicalismo en el sector servicios
Pero seguramente la película que mejor se acerca a la temática del sindicalismo de servicios (predominantemente femenino) sea Pan y rosas (Bread and Roses. Reino Unido, 2000), obra emblemática del equipo formado por Ken Loach y Paul Laverty con un reparto compuesto por Pilar Padilla, Adrien Brody y la ya veterana Elpidia Carrillo.
La trama nos sitúa en Los Ángeles, California, en el año 1982, a los inmigrantes limpiadores de edificios les pagaban 8,50 dólares la hora y tenían derecho a la atención en salud, pago por incapacidades y vacaciones. Diecisiete años después, en 1999, les están pagando ¡5,75 dólares la hora!… y han perdido los demás derechos. La proliferación de inmigrantes hacia los países ricos, despierta la avaricia de los empresarios que ven al alcance mano de obra barata, y de paso, mujeres a las cuales poder abusar sexualmente aprovechándose de su urgente necesidad y de paso, bajar el precio de la mano de obra local. Las grandes zonas turísticas se convierten de esta manera en lugares de infamia. Al momento de entrar a analizar las razones de una crisis, los economistas al servicio de quienes le pagan asesoran como extraer beneficios añadidos.
No es por casualidad que esta modesta pero apasionante película venga filmada por Ken Loach. Esta vez su mirada se ha posado sobre las limpiadoras de Los ángeles para quienes la explotación y el abuso son el pan nuestro de cada día. Ken no se olvida de comenzar por donde toca: por el empeño del departamento sindical “Justicia para los limpiadores” representado por Sam Shapiro (Adrien Brody) quien, con el apoyo de Maya (Pilar Padilla), una aguerrida inmigrante mexicana, iniciará el proceso de asociación sindical y luego creará las estrategias de lucha necesarias… mientras que los abusos y los despidos siguen su curso en aquella deplorable empresa. Maya será ejemplo de la mujer comprometida, dispuesta incluso a saltarse algunas normas, para hacerle justicia a los que ama y por quienes sufre… El autor de Riff Raff logra un filme político y un drama social que consigue sensibilizarnos ¡Y hay que ver a tantos luciendo sus corbatas y ostentando su calidad de vida con tanto orgullo, mientras que en sus corazones no circula sangre sino lodo! Pero todavía quedan sindicatos y sindicalistas capaces de demostrar que se puede.
Espacios turísticos como telón de fondo
En medio del contexto oscuro y acelerado imperante, piezas como El Gran Hotel Budapest (2014), un lugar descrito por Stefan Zweig durante el período de entreguerras que ha perdido todo su lustre, el robo de una obra de arte de incalculable valor, levantamientos políticos y militares todo servido por un magnífico reparto coral…El tono actual lo encontramos en Lost in Translation (Sofía Coppola, USA, 2003) ambientada en Japón, con turistas americanos completamente perdidos, como es propio entre la gente que más bien parece huir de su entorno inmediato que buscar lo que nunca encontrarán en ese mundo paralelo en el que todo se compra y se vende. Los hoteles y sus bares son el contexto en el que pasajeros llenan o buscan llenar un vacío existencial se van a convertir en una tónica común en este listado. ¿Todos los viajeros buscan eso? El que busca otras cosas –la gente, sus lugares– suele viajar por otros medios.
Es la huida hacia la juventud perdida lo que subyace en El exótico hotel Marigold (2011), una suerte de versión británica del Imserso a la británica, de un grupo de ancianos que se atreven a disfrutar de su jubilación en Bangalore de remembranzas coloniales. En este caso la inteligencia no se va por otra parte, se sabe de lo que se trata como lo sabe un reparto de peso y un destino de gran riqueza visual son dos buenas excusas para meditar que otro turismo es posible sin necesidad de que los negocios lo estropeen todo, comenzando por los derechos al trabajo y a la dignidad del personal que vive y trabaja en estos lugares.
Otra variante la tenemos en La Terminal (Steven Spielberg, USA, 2004) se postula como unapesadilla kafkiana para describir el limbo de un sin papeles pero que acaba siendo más bien lo contrario ya que se utiliza demasiado alegremente situaciones que revelan el absurdo y la arbitrariedad de las fronteras, de la existencia de muros que hacen que el de Berlín fuese a su lado una nadería. Tenemos el caso del Estrecho / que ha permitido una cierta producción testimonial en tanto en el caso del que separa México de los Estados Unidos ha dado lugar a todo un subgénero en el primero sirve de entrada para mano de obra esclava procedente de Centroamérica y claro está, del propio México.
El interés de un título tan convencional como Come, Reza, Ama (The Art of Travel, 2008) radica en la “alegría” ajena al infierno cercano con la que la sonriente Julia Roberts que la llevan a saborear la comida en Italia, aprender sobre la espiritualidad en la India, y descubrir el amor en Indonesia…Un cine para turistas banales que sustituyen el menor espíritu crítico por las tarjetas de fidelización. Esta se ha convertido en una obsesión que queda perfectamente retratada en Up in the air (2009) que describe la vida. Ryan (George Clooney) que viaja por todas partes a cuenta de su empresa. Una película que permite reflexionar sobre qué hace sentir cómodos a los viajeros y las diferencias entre los turistas y los viajeros bussiness.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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