“La revolución es indispensable porque ahora el poder se encuentra en manos de una minoría de más o menos cincuenta familias incapaces de afectar sus intereses por los de la mayoría, lo que significa que esta minoría posee también el control político, el de las elecciones, el de todos los medios y de todos los factores del poder y que al derribarse, se ejecuta lo que considero una revolución: el cambio de la estructura del poder de manos de la oligarquía a manos de la clase popular”
Camilo Torres Restrepo 1965
Luego de la entrega realizada el martes 27 de junio, del último número de armas en manos de las FARC a la Comisión de Naciones Unidas, en cumplimiento de los Acuerdos pactados en la Habana, y tras la finalización del segundo ciclo de negociaciones entre el Ejército de Liberación Nacional y el Gobierno Santos el pasado 30 de junio; muchas voces se atreven a asegurar que el país y los revolucionarios estamos ante un momento histórico irrepetible, donde están dadas las condiciones y garantías para el ejercicio de la lucha política legal, no sólo para la insurgencia, sino para el conjunto del pueblo.
Esta visión sesgada, en algunos casos improvisada, y en otros malintencionada, persigue dos objetivos: en primer lugar legitimar el régimen oligárquico y su democracia representativa, como proyecto viable para el pueblo colombiano, y en segundo lugar desdibujar el carácter político de la insurgencia y en especial presentar las posiciones políticas del ELN como impertinentes y dogmáticas.
La idea de un país montado en el tren de la paz no se corresponde con la realidad de la cotidianidad colombiana y menos que el puerto de llegada de dicho tren, sea la actividad política legal para la insurgencia y el movimiento popular, en la disputa por el poder político.
Esta contradicción obedece principalmente a un desencuentro de intensiones en la búsqueda de la paz, pues mientras por un lado la insurgencia y la sociedad ven en la paz la oportunidad de abrir las compuertas de la democratización, como punto de partida para construcción de una nación en paz y equidad; por otro, el régimen se abandera en la pacificación, como medio para conseguir el desarme de la insurgencia y desatar la feria de entrega de todo el territorio nacional a los capitales extranjeros, así como la pretensión de llevar la insurgencia a que renuncie al derecho de Rebelión.
Es evidente la falta de palabra y compromiso del régimen para cumplir lo pactado, tal como lo demuestran las últimas movilizaciones y protestas de diversos sectores del país, quienes ante el incumplimiento de los gobiernos se ven obligados a la movilización y la protesta social, como único recurso para exigir sus derechos. A esta larga lista de incumplimientos se le suma la reciente preocupación de los integrantes de las FARC, que como mencionó Jesús Santrich, miembro del Estado Mayor Central de esa organización en recientes declaraciones, luego de creer en la palabra del gobierno se les está incumpliendo; augurio de que una paz verdadera no está en la voluntad del régimen y muy mal presagio para el proceso con el ELN.
Una condición ineludible para montar a Colombia en el tren de la paz es la renuncia irrevocable por parte del Estado al uso de la violencia legal e ilegal, como política para mantenerse en el poder situación que no trasciende de la retórica, pues de todos es conocido el contubernio de los políticos, funcionarios de gobiernos, las Fuerzas Armadas y grupos paramilitares para la acción contra-insurgente, el despojo y saqueo de los territorios. Así mismo lo demuestra el creciente paramilitarismo en las zonas dejadas por las FARC o el reciente escándalo de corrupción y parapolítica en la Fiscalía General de la Nación.
Sin duda que los esfuerzos por la paz de Colombia no deben frenarse y que estas adversidades deben convertirse en un aliciente para mantener en alto la bandera de la paz, tanto por la insurgencia como por la sociedad y en dicho esfuerzo nos hemos comprometido como ELN, reiterando nuestra voluntad de poner fin a la confrontación armada; sin embargo, esta meta no puede ser a cualquier precio y la carencia de voluntad de paz por parte del establecimiento, aleja cada día más la paz real a la que aspiramos todas y todos los colombianos.
A propósito del 53 aniversario del ELN el próximo 4 de Julio, los hombres y mujeres que lo integramos nos mantenemos fieles a los principios e ideales, que nos dieron origen como organización rebelde alzada en armas aquel 4 de julio de 1964, pues lejos de todo dogma o capricho la realidad nos obliga a hacerlo. La conciencia y la razón nos acompaña al decir que el tren de la paz aún no ha ni encendido sus calderas y que echarlo a andar requiere la voluntad real por parte del Estado, así como de la participación activa y protagónica de la sociedad, en la construcción de esa nueva Colombia en paz, que queremos y soñamos.
Editorial Revista Insurrección
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