sábado, septiembre 30, 2017

Eisenstein en el terremoto del realismo socialista



Dentro del ciclo sobre el cineasta soviético que puede verse en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, se exhibirá "Lo viejo y lo nuevo", cuya factura muestra las tensiones y tragedias del arte en medio del ascenso stalinista.

“Vigencia de Eisenstein” es el justo título del ciclo de cinco films del cineasta soviético que la renovada sala Leopoldo Lugones, en el Teatro San Martín, proyecta este mes en el centenario de la Revolución de Octubre.
El gran creador –cuya visión vanguardista sobre el cine, sus innovaciones revolucionarias en el lenguaje fílmico y su capacidad de crear imágenes emblemáticas lo proyectaron al plano internacional y mantienen ardiendo su obra– formó parte del florecimiento del arte y de la cultura en la naciente Unión Soviética, que mostró las energías liberadas por la revolución más grande de la historia contemporánea .
Pero fue también víctima –y, con tensiones, partícipe– del posterior naufragio cultural de la URSS, signado por el avance de la contrarrevolución stalinista y la instauración de la doctrina del “realismo socialista” (establecida oficialmente en 1932), cuyas obras, diseñadas en función de la autopreservación de la burocracia, se caracterizaron por la presentación de una “realidad” que venía a ser una suerte de proyección ideal del paraíso socialista futuro, con un marcado aspecto pedagógico y moralizante y un exacerbado culto a la personalidad de Stalin, el Bonaparte de la burocracia restauracionista.
Uno de los films menos revisitados del director de El acorazado Potemkin y Octubre, incluido en el ciclo, es Lo viejo y lo nuevo (La línea general), muy rico para indagar en el asunto, y en el camino sinuoso que debieron recorrer en tal coyuntura los artistas formados en la Revolución de Octubre.

Colectivización y barbarie

El centro temático de Lo viejo y lo nuevo, del año 1929, es el proceso de colectivización de las tierras rurales en la Unión Soviética.
La burocracia stalinista –que se hará progresivamente del poder, a partir de 1923, con la convalecencia de Lenin– fue durante años enemiga del programa de la Oposición de Izquierda (liderada por Trotsky) para el campo, que sostenía la necesidad de un plan de colectivización, con carácter gradual y de incorporación voluntaria para la misma. Entre 1929 y 1934, en uno de los muchos virajes de la burocracia sobre el punto, se establecerá en la URSS un proceso de colectivización forzosa que le costó la vida a millones de campesinos, producto de hambrunas, represiones y persecuciones.
La burocracia desarrollará en relación con la colectivización un intenso esquema de propaganda, con el que se pretendió ocultar mediante ficciones felices (como en el conjunto del realismo socialista) un proceso social desgarrador. En los films, la colectivización es representada como un paso casi mágico de la pobreza a la riqueza, en el cual los habitantes de la aldea son guiados por un agente esclarecido en máquinas y socialismo que tiene más de Mesías que de cuadro revolucionario.
Quien conozca los primeros –y más destacados– films de Eisenstein, como La huelga o el ya mencionado El acorazado Potemkin, recordará que estos eran protagonizados por masas. Einsenstein rehuía del clásico protagonista individual para narrar desde un colectivo obrero que se pone al frente de las transformaciones sociales. Resulta, por lo tanto, verdaderamente pavoroso encontrarse con la flaqueza narrativa de Lo viejo y lo nuevo, donde un agrónomo demasiado parecido a Lenin convence a una aldea campesina de las maravillas de la colectivización y conquista a la chica que lo ayudará en esta tarea.
En vistas de que el culto a la personalidad sigue ejerciendo peso en creaciones futuras del cineasta, como Alexander Nevsky, ¿podría cerrarse aquí, en tono trágico, esta nota?

Tensiones

Incluso bajo este corset narrativo, en Lo viejo y lo nuevo se pueden apreciar los intentos de Eisenstein por esquivar los dictados del Kremlin (lo suficientemente fuertes para que la censura personal de Stalin forzase a más de un “retoque” de la película).
Primero, en apuestas estilísticas como el uso del montaje de choque –un rasgo estructural de todo Eisenstein, pero lejano a la transparencia que acompañaría a otros films de propaganda del período– consistente en comparar a personas con animales mediante la inserción de planos de estos en algunas escenas y acercamientos abruptos que “chocan” con el espectador.
También en la alusión a la sexualidad, atentando contra el mandato staliniano de evitar la "obscenidad" en el cine. En una secuencia, el tractor sufre una avería y Marfa, la coprotagonista femenina, ofrece al conductor trozos de su propio vestido para arreglarlo, en pos de que no utilice y arruine la banderita de la URSS que lleva consigo. El conductor arranca pedazos del vestido ante el gesto complaciente de Marfa y, finalmente, logran activar el tractor, cuyas dos ruedas y frente asemejan un miembro viril masculino. Otra alusión, de una sensualidad inédita en el cine del período staliniano, es la escena de la desnatadora, que emana ríos de leche sobre Marfa, en un montaje acelerado para evocar el coito. Aquí resulta tan evidente y exagerado el recurso que anuncia la “prosperidad seminal” de la industrialización del campo, que cabe preguntarse si no opera como una sátira velada de la exageración de la prédica oficial.
A su turno, el carácter atrasado de la economía soviética –que el stalinismo negaba bajo la predica del "socialismo realizado en sus nueve décimas partes"– se desnuda en un plano que muestra la marca del tractor que debe ayudar a la colectivización, un Fordson importado, dejando ver la dependencia de la industrialización rusa con respecto al mercado mundial. También la presencia de una burocracia parasitaria, aunque tendenciosamente contrapuesta a la “línea general” pro-colectivización del Partido y a la figura de Lenin (cuya estatuilla mancha en el film un burócrata del banco).
La combinación de crítica y propaganda que aparece en la película puede ser vista como una manifestación de las contradicciones sociales y políticas de la URSS del período, así como una muestra de la mirada contradictoria –consciente o inconscientemente- de los artistas que no se incorporaron llanamente a la ola del realismo socialista.

Tomás Eps (@tomaseps)

La línea general (Lo viejo y lo nuevo). Dir: Sergei Eisenstein. Sábado 30, a las 19, y domingo 1°, a las 16.30 y a las 21.30, en la Sala Leopoldo Lugones (Av. Corrientes 1530). Platea $40. Estudiantes y jubilados $20.

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