Las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, restablecidas hace poco más de dos años, atraviesan una prueba de fuego.
Los supuestos incidentes que habrían causado daño a la salud de diplomáticos estadounidenses en La Habana, sobre los que todavía no existen evidencias, son el último escollo en la saga de confrontación y suspicacia que recorre el Estrecho de la Florida.
No es la primera vez que La Habana y Washington se ven envueltos en situaciones con todos los ingredientes de la Guerra Fría. La CIA trató de matar al líder de la Revolución con tabacos envenenados y un traje de buzo infectado con virus mortales. Mediante la Operación Mangosta se ejecutaron actos terroristas, ahora reconocidos, para causar pánico entre la población cubana y mermar su apoyo al proceso de cambios iniciado en 1959.
La diferencia con los supuestos incidentes en La Habana no es solo que muchos de sus elementos desafíen la lógica e incluso las leyes de la física; sino que, por primera vez en las últimas décadas, existen canales de comunicación oficiales para trabajar conjuntamente y encontrar respuestas.
El 17 de diciembre del 2014 no significó únicamente el compromiso de dos gobiernos de restablecer sus nexos diplomáticos. Ese día marca el fin de una lógica de abierta confrontación (aunque el gobierno de Barack Obama la haya sustituido luego por planes subversivos con métodos de poder suave) y la voluntad de dos naciones de intentar convivir en paz resolviendo sus diferencias mediante el diálogo.
Los alegados daños a la salud de los diplomáticos estadounidenses desconciertan a las autoridades, analistas y científicos por igual. Hasta hoy no existe una explicación creíble para la variedad de síntomas descritos, que incluyen mareos, migraña, pérdida de la audición, deficiencias cognitivas e incluso lesiones cerebrales leves.
Los científicos niegan que exista un “arma acústica” capaz de lograr los efectos alegados en tan variadas circunstancias, desde habitaciones cerradas hasta lugares públicos, con una precisión láser capaz de dañar a una persona en específico y dejar ilesas al resto.
Las autoridades cubanas han negado en reiteradas ocasiones haber perpetrado cualquier tipo de acción contra diplomáticos estadounidenses o de otros países. Fuentes con conocimiento niegan además que el país esté familiarizado con la clase de tecnología necesaria para llevar a cabo una operación de este tipo, si es que existe y algún país la posee.
Desde el comienzo, La Habana mostró su disposición a hacer todo lo que esté en sus manos para esclarecer los hechos y mantiene abierta una investigación por orden del más alto nivel del Gobierno.
Fuentes vinculadas a la investigación plantean que, por insistencia cubana, las agencias estadounidenses viajaron a La Habana en varias ocasiones para adelantar pesquisas en el terreno y reunirse con sus contrapartes de la Isla, pero sus resultados tampoco han sido concluyentes.
Una década atrás, este tipo de intercambios hubiese sido imposible. Pero el rapport alcanzado con dos años de reuniones y diálogos a distintos niveles cambió el escenario. Entre los 22 acuerdos firmados después del 17 de diciembre del 2014 hay uno dedicado en exclusiva a la cooperación en materia de seguridad, que ha permitido contactos inéditos entre las autoridades cubanas y estadounidenses encargadas de esas materias.
Sin embargo, en medio de la ola de desinformación y señalamientos infundados que marca el sensacionalismo de los «ataques acústicos en La Habana», son muchos los que han decido salir a pescar en río revuelto.
A la carta del senador de origen cubano Marco Rubio al secretario de Estado, Rex Tillerson, demandando el cierre de la embajada estadounidense en La Habana y poner fin a los nexos diplomáticos, se han sumado otras figuras conocidas de la mafia de Miami.
En un artículo reciente en el Nuevo Herald, Frank Calzón pide sangre contra Cuba y responsabiliza a las autoridades cubanas sin mostrar una sola evidencia.
Calzón, que fue miembro del grupo terroristas Alpha 66, pertenece al grupo aislado y minoritario de Florida que busca torpedear cualquier avance en los nexos diplomáticos, a pesar de que la inmensa mayoría de la emigración cubana y los estadounidenses en general son partidarios del acercamiento.
Silenciado hasta hace poco, ese sector radical y con fuertes vínculos terroristas se siente ahora empoderado. Resulta llamativo que los supuestos incidentes en La Habana les vengan como anillo al dedo para adelantar sus planes de agresión.
La saga acústica no es el primero y, sin dudas, no será el último de los retos que tengan que superar dos vecinos separados por 90 millas de mar y una historia compleja. La pregunta es si se resolverán por el camino del diálogo y la cooperación o regresarán a la época de la Guerra Fría.
Sergio Alejandro Gómez. Periodista cubano dedicado al análisis de temas internacionales.
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