Este domingo los italianos elegirán 630 diputados y 315 senadores y de esa multitud saldrá un nuevo primer ministro y un gabinete ministerial que deberá dirigir un país todavía sumergido en una larga crisis y cuya población nativa sigue disminuyendo por la baja natalidad y la emigración de ciudadanos (que la alta inmigración de desesperados africanos o del Medio Oriente apenas compensa).
La alianza entre Fuerza Italia, de Berlusconi, la Liga Norte, separatista, racista, xenófoba, fascistoide, Hermanos de Italia, de iguales características, y unos Independientes que son semifascistas, es resultado de un acuerdo entre empresarios ultraclericales y corruptos relacionados con la mafia (cuyo ejemplar más notorio es Silvio Berlusconi), con toda la derecha ultraderecha italiana. Podría lograr un 35 por ciento de los votos, sin conseguir la mayoría necesaria para gobernar sola.
“Il Cavallieri”, que se jacta de tener siete tías monjas, es un delincuente y depravado que inició su carrera empresarial-política ayudado por la mafia y por el primer ministro socialista corrupto Bettino Craxi quien, para huir de una condena judicial, debió refugiarse y morir en Túnez. Reclutó su “partido” como una empresa, ofreciendo trabajo en los diarios, y no tiene ideas sino intereses. Su recorrido posterior como magnate de la TV y como primer ministro está marcado por el harén de prostitutas y actrices a las que regalaba joyas y casas, por negociados semilegales o ilegales que le valieron varias condenas y la inhabilitación para cargos públicos y por su servilismo ante Estados Unidos.
Es un Trump antes de Trump en versión payasesca y representa todos los vicios y limitaciones de una vasta capa de italianos de clase media pobre y toda la corrupción de un Estado formado por los demócratas cristianos y por los ocupantes estadounidenses (con la ayuda fundamental del freno a las exigencias populares que aportó el hoy desaparecido Partido Comunista Italiano, stalinista). Por eso fue reelegido varias veces, cada una de las cuales más a la derecha. Ahora, aunque no puede ser candidato, presenta como su futuro primer ministro –en realidad, como taparrabos- al presidente del Parlamento Europeo, que no es ladrón pero sí un hombre de los banqueros internacionales.
Frente a este aglomerado conservador fascistizante o fascista, en el cual el partido de Berlusconi es la principal fuerza, está el Movimiento 5 Estrellas, dirigido por el cómico Beppe Grillo, expresión de la protesta moralizante y conservadora de sectores populares, cuya estructura es verticalista y dependiente de unos pocos líderes y en cuya juvenil base difusa coexisten xenófobos y reformistas de centroizquierda. También figura en tercer lugar el Partido Democrático (alianza de ex democristianos y de los que pasaron sucesivamente desde el stalinismo de derecha original –el PCI- al Partido Democrático de Izquierda –PDI- y al PD, cuyo modelo es el partido estadounidense de los Clinton, tras perder junto con la I de “izquierda” todas las ideas de ese tipo y convertirse en un partido centroderechista gerente del capitalismo).
Pero la mayoría de los electores probablemente se abstendrá, aunque el temor a un retorno de Berlusconi ahora con los fascistas quizás pueda llevar a algunos al llamado “voto útil”. El capital financiero internacional y las autoridades de la Unión Europea temen por su parte que el corrupto Cavallieri abra las puertas del gobierno a los fascistas (como hizo la monarquía y la gran industria con Mussolini) y que, en las condiciones sociales de Italia, eso pueda llevar a una radicalización masiva de los trabajadores, cuya fuerza sigue siendo grande y que la frágil economía y el sistema bancario italiano se derrumben, contagiando al resto.
La dramática situación actual se debe al vacío político causado por la desaparición de una poderosa izquierda como la que existía antes de la disolución en los años ochenta del Partido Comunista Italiano, el más grande de Occidente, que en 1976 era mayoritario con un tercio de los votantes, que no fue reemplazado por Refondación Comunista porque ésta entró en el gobierno capitalista de Prodi.
Por eso es tan importante la aparición en estas elecciones de Potere al Popolo (Poder al Pueblo, o sea, Democracia), una alianza anticapitalista de organizaciones sociales y de ocho pequeños partidos que nació en diciembre de 2017 sobre la base del centro social napolitano Je so´pazzo (soy loco, en dialecto) que ocupaba un gran exmanicomio y desde él organizaba en los barrios y hacía una importante obra asistencial.
Siguiendo las huellas de las organizaciones de base y de los centros laboristas que apoyaron a Jeremy Corbyn o de los Insumisos franceses que siguen a Jean-Luc Mélenchon y, sobre todo, de la desaparecida Democracia Proletaria que reunió en su seno ex trotskistas, ex maoístas, católicos comunistas, socialistas de izquierda, sudistas, ambientalistas, pacifistas y tenía una gran democracia interna, Potere al Popolo une hoy comunistas de izquierda, trotskistas, libertarios, sudistas, ambientalistas y toda clase de anticapitalistas, funciona mediante asambleas que eligen y revocan a sus representantes y está compuesta por militantes jóvenes programáticamente maduros.
Esta lista no espera nada de las elecciones ( aunque tendrá cerca del tres por ciento) y sí en cambio le apuesta a la organización de base y a la participación popular. Es comunista autogestionaria, democrática, libertaria, ecosocialista, feminista, defensora del laicismo. Es una red de asociaciones, sindicatos y pequeños partidos como Refundación Comunista, Partido Comunista de Italia, Izquierda Anticapitalista, Red de Comités, Movimiento Radical Socialista, Reconstrucción Socialista, Partido Sudista.
Vandana Shiva, Ken Loach, el también director de cine Citto Masselli, la comunista chilena Camila Vallejos y otros comprendieron su importancia de un voto a Potere al Popolo, al cual le doy también mi voto simbólico.
Guillermo Almeyra
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