miércoles, junio 13, 2018

Cumbre entre Kim y Trump: el reconocimiento de la Corea nuclear



Trump puede mostrar la reunión como histórica, pero tuvo que hacer una concesión que era impensable hasta hace unos meses.

Al final de una cumbre llena de elementos escenográficos, y desprovistos de sustancia, el presidente norteamericano se rindió a lo obvio: Corea del Norte es y seguirá siendo una potencia nuclear, Estados Unidos reconoce su régimen como un interlocutor legítimo. Sin renunciar jamás a la disuasión nuclear (un arma poderosa como se ve en el destino distinto del acuerdo nuclear iraní), la realidad es que el contenido de la negociación se convertirá en el objetivo mismo de la relación bilateral, sin que podamos esperar desarrollos concretos significativos. Esto no descarta que Kim destruya algunas ojivas atómicas para las cámaras de televisión, pero no al punto de suicidarse políticamente. No olvidemos las amenazas de hace unos pocos días de John Bolton recordando la suerte de Gadafi en Libia, buscando torpedear de hecho la cumbre que pone al sector halcón de la política exterior norteamericana a la defensiva.
Por su parte, Estados Unidos hará promesas y otorgará algunas concesiones económicas pero sin abandonar la península coreana. Pero más allá de los esfuerzos de Trump para embellecer lo sucedido, éste corre el riego de ser el presidente que reconoció a Corea del Norte como parte del selecto club nuclear. Dicho en criollo, está obligado “a tragarse el sapo” para evitar ser absorbido por un conflicto militar impredecible y difícilmente ganable, resultado de años de políticas equivocadas y provocadoras en la península coreana de la principal potencia imperialista mundial que fueron empujando al régimen restauracionista norcoreano a ser cada vez mucho más agresivo en el desarrollo de un arsenal nuclear con capacidad de ser disparado.
En lo inmediato, éste llamado ’freeze for freeze’ (el congelamiento de los ensayos nucleares y de misiles de largo alcance norcoreanos, a la vez que Estados Unidos congela las maniobras militares a gran escala con Corea del Sur), que Corea del Norte deseaba desde hace mucho tiempo y que China y Rusia apoyaron activamente, abre la vía para un salto en el impulso de reconciliación de las dos Coreas. La realidad es que la dinámica de la cooperación intercoreana (desde la carta dirigida por Kim Jong-un a sus hermanos del sur a fin de año, la participación de ambos países juntos en los juegos Olímpicos y la reciente cumbre entre los líderes de las dos Coreas) tomó a los Estados Unidos por sorpresa. La administración norteamericana ha intentado básicamente reacomodarse desde entonces, quedando los resultados de la reunión entre Kim y Trump como un amargo final.
Este nuevo periodo de apaciguamiento excluye a corto y mediano plazo la reunificación, pero alienta a Corea del Norte a avanzar hacia profundas reformas económicas, que podrían ser similares a las emprendidas por China en los años de Deng Xiaoping. Según cuenta el especialista económico Michel Fouquin “Los observadores estiman que el crecimiento económico ha sido fuerte en Corea del Norte desde 2014, gracias a una ley que revisa el status de las empresas. En particular, esta ley permitió a los agricultores vender hasta el 30% de su producción en el mercado nacional, y redujo el papel del partido en la gestión de empresas al brindarles la oportunidad de trabajar directamente con otras compañías, sobre la base de precios negociados y ya no impuestos”. Grandes conglomerados surcoreanos como Lotte, Hyundai se preparan para un Norte post sanciones, viendo ya mismo oportunidades en hoteles, resorts y telecomunicaciones.
Más a mediano plazo, la principal superpotencia mundial intentará distanciar a Pyongyang de Pekín. Posiblemente no tanto a partir de concesiones económicas, porque en ese terreno difícilmente pueda igualar a las del gigante asiático, sino fundamentalmente como garante de la seguridad del Reino Ermitaño frente a la República Popular. Más significativo es el hecho de que el mismo día que Washington cedía a Piongyang, inauguraba la nueva sede del Instituto Estadounidense en Taipei, su embajada de facto en Taiwán. Todo apunta a que esta isla, que Xi Jinping quiere recuperar de aquí a 2049, va ser la línea roja del enfrentamiento geopolítico entre Estados Unidos y China.

Juan Chingo

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