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lunes, octubre 15, 2018
Evocación de Gustav Regler, brigadista, escritor
A pesar de haber sido un destacado brigadista y un reconocido escritor comunista, Gustav Regler (Merzig, Alemania, 1898-Nueva Delhi, 1963), figura como unos de los grandes testimonios de la descripción putrefacción de los métodos estalinianos a través de una novela (“Le glaive et le ferreau”) no traducida todavía al castellano y que lo sitúan a la altura de “La noche quedó atrás” (Jan Valtin), el “Homenaje a Cataluñs” (George Orwell), o “La broma” (Milán Kundera), entre otras. Quizás sea porque no ha encontrado de momento el vehículo editorial necesario.
Gustav se hizo hombre en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, después de la cual estudió filosofía en las universidades de Múnich y Heidelberg, alcanzando un doctorado. Sin embargo su atracción por la escritura le lleva a trabajar como redactor en el Nürnberg-Fürther Morgenpresse, donde expresó sus simpatías socialistas y sus simpatías por la revolución rusa.
Como escritor alcanzó notoriedad literaria con sus relatos y cuentos durante los años más agitados de la República de Weimar. Tras el ascenso del nazismo al poder, Gustav se exilió a París, pero cuando estalló la guerra en España fue de los primeros voluntarios en participar en las Brigadas internacionales. Con el tiempo se convirtió en uno de los personajes más emblemáticos de los XII Brigada internacional. Amén de una pluma conocida en la prensa del partido comunista alemán. También fue un eficiente colaborador con el director de propaganda de la Komintern, Willi Münzenberg, especialmente en la redacción del Libro marrón, una denuncia de las atrocidades nazis y defensa de la inocencia del comunista Georgi Dimitrov en el incendio del Reichstag. Viajó a Moscú en 1934 para participar en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos y de nuevo en 1936, con la comisión de escribir una biografía —desde un punto de vista marxista— de Ignacio de Loyola.
Según cuenta en su autobiografía “Das Ohr des Malchus” (La oreja de Maleo, 1958), “me sentía más feliz de lo que jamás me había sentido en París o Moscú. Lo emocionante fue que mi estado era exactamente igual al de Madrid mismo. Sólo en esa ocasión he conocido una sensación semejante de libertad, una impresión de escape incondicional, de disposición para un cambio absoluto; fue el sueño de un pueblo entero”. Hechizado por lo que veía como una “erupción de pura irracionalidad”, Regler se vistió de mono azul y viajó a Albacete para entrevistarse con un desconfiado André Marty, que de entrada lo provocó reclamándole su carné del POUM que, por supuesto, no tenía. Aclarada la situación, Marty le ofreció trabajo como comisario político de la XII Brigada Internacional, bajo el mando del general húngaro Lukács (seudónimo de Mate Zalka, comunista húngaro).
En el curso de la defensa de Madrid y el triunfo de Guadalajara, Regler fue herido en vísperas del ataque a Huesca el día 11 de junio de 1937, al caer un obús sobre el coche en que viajaba con Lukács, quien resultó muerto. Menos de un mes después, Regler salió de su hospital y subió al estrado, apoyado en un bastón, para dirigir unas palabras a los intelectuales del Congreso de Escritores Antifascistas en Madrid. Poco más tarde participó en el Congreso internacional de escritores antifascistas en Valencia, siempre fiel a la línea oficial comunista. Fue recibido con aplausos fervorosos y todos se levantaron para cantar La Internacional mientras que el autor alemán, según cuentan los diarios, hacía un esfuerzo sobrehumano de superar su estado, sin poderse mantenerse de pie con el puño alzado. El final de la guerra le cogió nuevamente herido (durante la ofensiva a Huesca) mientras trabajaba por recabar ayuda para la República sitiada. Después del pacto de no agresión entre Hitler y Stalin, Regler fue internado, junto a otros comunistas, en un campo de concentración en Francia. En esos meses se agudizó su larga crisis ideológica, y terminó abandonando el Partido y atrayendo, en su exilio mexicano, todas las calumnias propias del aparato estaliniano. Sobre esta experiencia escribió una obra ya clásica, “Le glaive et le furreau”, muy valorada por Daniel Bensaïd, pero que no ha sido vertida al castellano.
En “La oreja de Maleo”, unas memorias sin duda fascinantes, este antiestalinismo de Regler se empapa la descripción de sus ideas políticas y su papel en la guerra con una amargura de apóstata que hiela. La sensación de a posteriori en la reconstrucción de su vida es tan fuerte que resulta imposible comprender cómo alguien horrorizado por el “mundo de hipocresía” que encontró en sus viajes a la URSS, hubiera podido permanecer tanto tiempo en semejante “Iglesia sin Misericordia” sin entrar en conflicto con ella. La respuesta se encuentra en su convicción –compartida por otros críticos como Gide, Serge y Orwell- de que la alianza con la Rusia de Stalin era necesaria para derrotar al nazismo.
Mucho más valorada y más compleja sería “La gran cruzada” (Editorial: Tabla rasa), que fue publicada por primera vez en inglés en 1940 (la edición alemana es de 1978), representa la atmósfera de las Brigadas Internacionales con una visión penetrante sobre los conflictos internas, pero también y sobre todo de la extraordinaria fraternidad humana que impulsaba a la mayoría de los combatientes. Ernest Hemingway que escribió su prefacio, afirma que aunque las grandes novelas son todo invención, “hay eventos que son tan grandes que si un escritor ha participado en ellos su obligación es la de escribirlos verdaderamente en vez de asumir la presunción de alterarlos con la invención. Son eventos de esta importancia los que han producido el libro de Regler”. En efecto, los personajes de la novela son reales o han sido sólo ligeramente disfrazados. Precisa y reconocida es su descripción del general Lukács, que destaca con su fuerza e ingenuidad” con su alegría, su cultura de escritor y su humanidad; Werner, un judío republicano que vive en “su Madrid” desde 1932 y ha fundado Una residencia para huérfanos en Levante, es el médico Werner Heilbrunn; y el comisario Albert, que conserva del catolicismo de su infancia “una pasión por la lógica de la justicia y de la caballerosidad, incluso para un enemigo”, es el propio Regler. Aparecen también en la novela, con sus propios nombres, brigadistas y militares como Randolfo Pacciardi, Ludwig Renn y los generales Pozas y Miaja.
En esta obra (tampoco editada entre nosotros) se muestra el mismo trayecto de la esperanza al desengaño que veremos en otros autores como los citados. Se ha señalado el valor de los matices de Regler y su visión desde tan dentro de lo que está contando permite una profundidad insólita. Albert ha sido atraído a España por el mito del pueblo español, el único en Europa con la dignidad y la lealtad necesarias para enfrentarse al fascismo. No obstante, desde las primeras batallas percibe come militarmente esta resolución se desintegra: huyen las tropas españolas al primer disparo o al simple vislumbra miento de un tanque, abandonando sus armas y dejando a los Internacionales indefensos. Así el italiano Pacciardi, con furiosa ironía, “vio el campo hirviendo de fugitivos, pero los vio indistintamente, como un informe rebaño en movimiento. Las ametralladoras ladraban a lo lejos, sin vacilar. España que tenía que haber sido “La tumba del fascismo”, no lo pudo ser. Frente a la inexperiencia o inconstancia de las tropas españolas, las Brigadas Internacionales sí son capaces de defender Madrid, llegando en la oscuridad —’Batallón Tháelmann, fertig machen!” ‘Batallón André Marty, descendez vite!’ ‘Garibaldini, avanti’”— y formando un dique en torno a la ciudad para detener a los nacionalistas. En esta Gran Cruzada o Guerra Santa (con cuánta facilidad se empleaban estos términos, tan denostados en boca del enemigo), en la que cada voluntario está luchando también por su propio país y por toda Europa, la XII Brigada sufre grandes pérdidas en la batalla del Jarama, pero en el penúltimo capítulo, con el mismo efecto de crescendo que en La esperanza, el triunfo de Guadalajara abre las puertas a una victoria en la que Regler creerá hasta el final.
Después de muchos años, en 2012 ha sido traducida al español bajo el título de La gran cruzada. Ya establecido consiguió instalarse con su familia en México, donde descubrió una gran afición por la historia y geografía de su nuevo hogar, escribiendo dos libros sobre ese tema y colaborando en publicaciones de los emigrados alemanes en Estados Unidos acabó formando parte en México del grupo antiestalinista de Victor Serge. Marceau Pivert y el penúltimo Julián Gorkin.
En uno de sus relatos cuenta que fue herido gravemente en el frente de Madrid y le hicieron una transfusión de sangre. Cuando recuperó el sentido, lo primero que hizo fue preguntar de quién era la sangre a la que debía la vida. Le dijeron que de un catalán. “La idea de llevar sangre de un catalán en las venas lo trastornó. Quería conocer al donante.” Le mostraron su foto. Era un hombre fuerte con una barba bien poblada y un marcado arco ciliar. No le pareció suficiente. Le aseguraron que detestaba a Wagner y admiraba a Mozart y se sintió un poco más cómodo. Le añadieron que era torero y entonces se sintió tranquilo. Después de superar muchas dificultades por su pasado comunista, Regler pudo finalmente instalarse en los estados Unidos, donde trabajó como periodista. Mientras ejercía este oficio murió repentinamente en la capital de la India.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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