El Estado contrainsurgente surgido durante la guerra interna no desapareció una vez firmada la paz el 29 de diciembre de 1996. Las estructuras creadas en el transcurso del conflicto se mantuvieron intactas.
A la sombra de ese Estado, nacieron y crecieron estructuras paramilitares encargadas de la feroz represión que, en el marco de la Guerra Fría y la Doctrina de Seguridad Nacional, sirvieron para detener el avance del “comunismo internacional”, representado por los movimientos revolucionarios alzados en armas. Esas estructuras, además de su trabajo policíaco-militar de represión interna, fueron cobrando relativa autonomía, convirtiéndose con el tiempo en un poder económico, y por tanto político. Ligadas a negocios “dudosos” (narcoactividad, contrabando, tráfico de personas, de armas, lavado de activos, tala ilegal de maderas finas en la selva petenera, agencias de seguridad), moviéndose con criterios mafiosos, ganaron cada vez más espacio en la dinámica nacional. Formada originalmente por cuadros castrenses, fueron encontrando diversos aliados en su accionar: empresariado nacional, políticos que le hacían los “favores”, alcaldes ávidos de ascenso social.
Como poder económico en sí mismo (“nuevos ricos” con aspiraciones aristocráticas), esos sectores desarrollaron un poder político significativo. Con el retorno a la democracia en 1986, estos últimos años formaron varios partidos políticos: el Frente Republicano Guatemalteco -FRG- (en el poder con Alfonso Portillo de presidente y Efraín Ríos Montt como presidente del Congreso), el Partido Patriota (en el poder con Otto Pérez Molina en la presidencia), el actual Frente de Convergencia Nacional (FCN-Nación), con Jimmy Morales en la casa de gobierno. Sin dudas, esos sectores ascendentes representan un poder en la dinámica nacional, llegando a mover no menos de un 10% del PBI a través de todas sus ramificaciones comerciales.
No constituyen abiertamente una afrenta a los grupos oligárquicos tradicionales (terratenientes de viejo cuño, sectores industriales y de servicios modernizantes), sino que mantienen una relación de paralelismo con ese poder económico representado en el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras -CACIF-. Hoy día, dado aquello de “money is money” (dinero es dinero), hay un pacto donde confluyen sectores tradicionales de alcurnia con “nuevos ricos” advenedizos, pues empresarios, militares y políticos en definitiva defienden todos por igual el sistema de vida “occidental y cristiano” (léase: capitalismo).
Pero no deja de haber luchas intracapitales, interoligárquicas. ¿Quién dijo que en la derecha no hay problemas internos, peleas a muerte, contradicciones? Eso no es patrimonio de la izquierda, ¡en absoluto! Esos enfrentamientos se ven hoy en la división establecida en torno a si acompañar la agenda de Estados Unidos (agenda interesada, obviamente) de apoyar, o no, la lucha contra la corrupción.
Corrupción e impunidad son constantes en la historia nacional. No nacieron con los gobiernos militares; se remontan a una larga historia que viene de la colonia y de un parasitario y burocrático sistema colonial instaurado siglos atrás por España. Esos vicios se perpetuaron en el tiempo, y hoy están presentes en la dinámica cotidiana. Ellos son los que posibilitaron una guerra interna tan cruenta sin posteriores responsables (impunidad) y estructuras mafiosas que crecieron exponencialmente (corrupción). De hecho, el Estado está hoy virtualmente secuestrado por esas mafias. La persecución establecida por la CICIG y el Ministerio Público solo removió una primera capa superficial; la enfermedad es profunda.
Hoy asistimos a un Pacto de Corruptos donde grupos empresariales, militares y políticos se cuidan mutuamente, siempre como mafias. Las últimas medidas del gobierno evidencian la desesperación por la eventual continuidad de las investigaciones en torno a las prácticas corruptas. De ahí todas las medidas que se han visto estos días, terminando con las acusaciones del presidente Jimmy Morales en el seno mismo de Naciones Unidas contra la CICIG como presunto causante de la inestabilidad política que se vive.
La hipocresía no tiene límites. Como elementos distractores, estos días aparecieron nuevas “controversias”: la lucha contra el aborto, por ejemplo. O el no ingreso de la banda Marduk, por supuesta “influencia satánica”. “Nuestra ignorancia está planificada por una gran sabiduría”, dijo Scalabrini Ortiz. Los distractores (¿“espejitos de colores”?) siguen a la luz del día. Y si no alcanzan, vienen los palazos (20 dirigentes campesinos asesinados estos meses).
Marcelo Colussi
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