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miércoles, diciembre 19, 2018
Jack London y la “gran derrota”
Considerado tradicionalmente en librerías y catálogos como un autor de novelas de aventuras más o menos trascendentes, Jack London escribió en 1908 El talón de hierro, un formato que le sirve para denunciar la conformación de un cruel y sangriento sistema capitalista que siembra de muerte y miseria a los trabajadores de todo el mundo y en especial a los norteamericanos en la segunda década del siglo XX. Se trata de una novela que se presenta como la biografía del revolucionario norteamericano, y que se ha reeditado no hace mucho (Editorial Huir. Hondarribia 2003), de un clásico que evoca la recuperación de la clase obrera como centro de una alternativa revolucionaria después de una “gran derrota”. Aunque sus formas pueden parecer añejas, su contenido nos resulta actual.
Ernest Everhard, capturado y ejecutado en 1932 por haber tomado parte en una frustrada revolución obrera. En la obra, siete siglos después de su muerte, aparece un manuscrito de su esposa, Avis Everhard, quien relata un duro período turbulento de la historia caracterizado por la consolidación y advenimiento del Talón de Hierro, un poder económico y político sin precedentes en la humanidad que no dudaría en reprimir a sangre y fuego cualquier intento organizado de enfrentarlo en la defensa de los derechos de los trabajadores. Veinte años después el fascismo dominaría Europa. Tras leer la obra de Jack London, uno tiene la sensación de que no se ha ido, domina el mundo.
Narrada en primera persona por Avis Everhard que se dirige a una mujer procedente de la clase acomodada. El autor aprovecha la admiración y relación de esta mujer con su futuro marido para desplegar todo un ensayo sobre el capitalismo, sus métodos de explotación y su red de complicidades, porque “el juego de los negocios consiste en ganar dinero en detrimento de los demás, y en impedir que los otros lo ganen a expensas suyas”.
Con una energía en la que no es difícil ver como se sentía el propio London, Ernest Everhard habla claro, por ejemplo le espeta al obispo: “¿Habéis protestado ante vuestras congregaciones capitalistas contra el empleo de niños en las hilanderas de algodón del Sur?. Niños de seis a siete años que trabajan toda la noche en equipos de doce horas. Los dividendos se pagan con su sangre. Y con ese dinero se construyen magníficas iglesias en Nueva Inglaterra, en las cuales sus colegas predican agradables simplezas ante los vientres repletos y lustrosos de las alcancías de dividendos”. A continuación, dice a un prestigioso abogado: “Dígame coronel, ¿tiene algo que ver la ley con el derecho, con la justicia, con el deber?”. Y luego a un periodista: “Me parece que su tarea consiste en deformar la verdad de acuerdo con las órdenes de sus patrones, los que, a su vez, obedecen la santísima voluntad de las corporaciones”. Se lo dirá también al ingenuo sacerdote que espera que al día siguiente sus críticas al sistema sean recogidas en la prensa tras haber sido recogidas por los periodistas: “Ni una sola palabra de lo que dijo será publicado. Tú no tienes en cuentan a los directores de diarios, cuyo salario depende de su línea de conducta, y su línea de conducta consiste en no publicar nada que sea una amenaza para el poder establecido”.
Ernest (Jack) pues, no se anda por las ramas: “Nuestra intención es tomar no solamente las riquezas que están en las casas, sino todas las fábricas, los bancos y los almacenes. Esto es la revolución”. “Queremos tomar en nuestras manos las riendas del poder y el destino del género humano. ¡Estas son nuestras manos, nuestras fuertes manos! Ellas os quitarán vuestro gobierno, vuestros palacios y vuestra dorada comodidad, y llegará el día en que tendréis que trabajar con vuestras manos para ganaros el pan, como lo hace el campesino en el campo o el hortera reblandecido en vuestras metrópolis. Aquí están nuestras manos. Miradlas: ¡son puños sólidos!”.
Apunta contra el desigual e injusto reparto de los beneficios de la industrialización resultan absolutamente actuales un siglo después: “Cinco hombres bastan ahora para producir pan para mil personas. Un solo hombre puede producir tela de algodón para doscientas cincuenta personas, lana para trescientas y calzado para mil. Uno se sentiría inclinado a concluir que con una buena administración de la sociedad el individuo civilizado moderno debería vivir mucho más cómodamente que el hombre prehistórico. ¿Ocurre así? (…) Si el poder de producción del hombre moderno es mil veces superior al del hombre de las cavernas, ¿por qué hay actualmente en los Estados Unidos quince millones de habitantes que no están alimentados ni alojados convenientemente, y tres millones de niños que trabajan? (…) Ante este hecho, este doble hecho -que el hombre moderno vive más miserablemente que su antepasado salvaje, mientras su poder productivo es mil veces superior-, no cabe otra explicación que la de la mala administración de la clase capitalista; que sois malos administradores, malos amos, y que vuestra mala gestión es imputable a vuestro egoísmo”. Un siglo después, en el 2004, seguimos conviviendo con lo obvio.
Como marista, London sabe que la conquista del poder por los trabajadores no será fácil por la vía pacífica institucional ni por la del convencimiento a quienes disfrutan de las mieles del poder y del dinero: “Sabemos, y lo sabemos al precio de una amarga experiencia, que ninguna apelación al derecho, a la justicia o a la humanidad podría jamás conmoveros”, le dice el protagonista a un miembro de la oligarquía. Como no podría ser de otro modo, éste le responde con la soberbia de quienes no aceptarán ser desplazados: “Y aunque tuvieseis la mayoría, una mayoría aplastante en las elecciones -interrumpió el señor Wickson-, ¿qué diríais si nos negásemos a entregaros ese poder conquistado en las urnas?”. London sentencia la única vía mediante estas palabras de sus protagonista: “Y el día que hayamos conquistado la victoria en el escrutinio, si os rehusáis a entregarnos el gobierno al cual llegaremos constitucional y pacíficamente, entonces replicaremos como se debe, golpe por golpe, y nuestra respuesta estará formulada por silbidos de obuses, estallidos de granadas y crepitar de ametralladoras”. Aunque ahora le puedan llamar a ello terrorismo. “El poder será el árbitro. Siempre lo fue. La lucha de clases es un problema de fuerza. Pues bien, así como su clase derribó a la vieja nobleza feudal, así también será abatida por una clase, la clase trabajadora”, termina sentenciando Ernest Everhard.
En la obra también se describen a unos seres que, martirizados por la injusticia, optan por la honesta caridad, tan humana como inútil: “Que cada uno de los que están en la opulencia tome a un ladrón en su casa y lo trate como a un hermano; que se lleve una desdichada y la trate como a una hermana”. Es el caso del sacerdote que se derrumba cuando descubre la miseria existente con la complacencia y complicidad de la Iglesia. Su postura no es criticada por el protagonista pero los acontecimientos demuestran su inutilidad. También apunta hacia la pequeña burguesía que añora la era preindustrial y que sólo piensan en retornar a ella también tiene un mensaje contundente: “En lugar de destruir esas máquinas maravillosas, asumamos su dirección. Aprovechémonos de su buen rendimiento y de su bajo precio. Desposeamos a sus propietarios actuales y hagámoslas caminar nosotros mismos. Eso, señores, es el socialismo”. “Venid a nosotros y sed nuestros compañeros en el bando ganador”, le dice a esa pequeña burguesía condenada a ser aplastada por el gran trust o unirse al proletariado, “la clase media es el corderito temblando entre el león y el tigre. Ha de ser de uno o de otro”.
Su indignación llega hasta los partidos tradicionales: “los políticos de los viejos partido (…), los criados, los sirvientes de la plutocracia” y a los sindicatos sumisos: “los miembros de esas castas obreras, de esos sindicatos privilegiados, se esforzarán por transformar sus organizaciones en corporaciones cerradas; y lo conseguirán”.
Como se vería en la fase histórica que sigue, la oligarquía recurrirá a la guerra para dar salida a los excedentes humanos (“la oligarquía quería la guerra con Alemania por una docena de razones (…). Además, el período de hostilidades debía consumir un volumen de excedentes nacionales, reducir el ejército de parados que amenazaban en todos los países y dar a la oligarquía tiempo para respirar, para madurar sus planes y realizarlos”) y las obras faraónicas para sus excedentes económicos (“deberán gastar sus excesos de riqueza en obras públicas, como las clases dominantes del antiguo Egipto erigían templos y pirámides con la acumulación de lo que habían robado al pueblo”). La brutalidad de la oligarquía es tal que la salida violenta es la única alternativa muy a pesar del protagonista: “Es inútil, estamos derrotados por anticipado. El Talón de Hierro está ahí. Había puesto mis esperanzas en una victoria pacífica, lograda gracias a las urnas. Seremos despojados de las escasas libertades que nos quedan; el Talón de Hierro pisoteará nuestras caras; ya no cabe esperar otra cosa que una sangrienta revolución de la clase trabajadora. Naturalmente, lograremos la victoria, pero me estremezco al pensar en lo que nos costará”.
Tuvieron que pasar muchos años más para que lo profético de esta novela alcance toda su verdad y todo su relieve; pues lo que London imaginó en verdad fue esta fase de gran opresión capitalista “democrática” que el mundo está viviendo durante las últimas décadas bajo el “talón de hierro” del Imperio Norteamericano. Su profecía no fue, pues, propiamente, la de la irrupción del fascismo en la escena mundial en aquellos años que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial, sino que él hizo y mostró su descubrimiento de la entraña venenosa del capitalismo “democrático”, capaz de albergar en sus urnas todo un mundo de horrores, bajo la enseña del mercado y de la globalización. Es el huevo de esta serpiente lo que London “vio” en su imaginación de gran novelista. ¿Las urnas de la democracia serían, entonces, una especie de sucursales de la Caja de Pandora?
Entre los admiradores de esta insólita novela hay que contar, además de a Trotsky, al gran escritor Anatole France, que hizo un prólogo entusiasta para la primera edición francesa, y a Howard Zinn, que ha escrito el prólogo de ésta. (Alfonso Sastre)
El talón de hierro (1907), una obra notablemente más deficiente en cuanto a sus cualidades literarias y su dominio de la ciencia. Es mucho más realista que la obra de Wells, El durmiente despierta precisamente porque London comprendió que ninguna sociedad puede funcionar sin la legitimación ideológica, que si bien el poder de la clase gobernante debe descansar en última instancia sobre la fuerza (el ejército, la policía, etc.), su autoridad debe emanar de su propia creencia en que gobierna para la humanidad. Por lo tanto, puede considerarse que El talón de hierro forma un vínculo importante entre las ingenuas antiutopías de Wells y las visiones auténticamente totalitarias de Eugene Zamiatin y Orwell.
En un nivel, El talón de hierro es una novela burdamente escrita y mal estructurada que carece seriamente de personajes genuinos. Sin embargo, sigue siendo la única profecía literaria de la estructura política, económica y social del fascismo años antes de la llegada de Mussolini y Hitler. La obra comienza por describir la conflagración que resulta de una crisis cada vez más profunda en la sociedad estadounidense, la salvaje lucha entre los capitalistas y los obreros que hace que se combinen los industriales, los banqueros y sus ideólogos para formar una oligarquía todopoderosa. Utilizando a los débiles y vacilantes sindicatos ya los dirigentes obreros, la oligarquía aplasta a la clase trabajadora organizada. El resultado es un gobierno al estilo fascista (El talón de hierro), que elimina eficazmente todo vestigio de gobierno Democrático y de los derechos individuales. Sigue entonces una lucha organizada encabezada por el héroe de la novela, Ernest Everhard, y otros socialistas revolucionarios. Everhard, sin embargo, es atrapado y ejecutado. La novela, que está escrita en la forma de un diario que lleva la esposa de Everhard, termina de pronto con la muerte de éste y los planes para otra revolución, al parecer destinada a fracasar.
Sociológicamente el principal interés de la novela de London radica en su notable descripción profética del totalitarismo y en la forma en que su dictadura de oligarcas surge orgánicamente de la lucha de clases. La novela rechaza el punto de vista mecánico del marxismo, sostenido por muchos de los teóricos y políticos más eminentes de la Segunda Internacional, como Eduard Bernstein y Karl Kautsky, de que la sociedad capitalista necesariamente se derrumbaría bajo la presión de sus propias contradicciones internas. En contraste London adopta, al menos superficialmente, una posición “leninista”: la clase capitalista, sugiere la novela, lucharía con dientes y uñas para conservar sus privilegios y sólo por medio de una dirección “correcta” puede esperar la clase obrera combatir la fuerza militar y económica del Estado burgués. A diferencia de Wells, London comprendía que una clase capitalista no sólo buscaría proteger sus propios intereses, sino que trataría de justificar tal acción como la defensa de la civilización:
Como clase, creían que sólo ellos sostenían a la civilización. Era su creencia que, si alguna vez flaqueaban, la gran bestia los engulliría a ellos y a todo la que había de bello y maravilloso en sus fauces cavernosas y llenas de baba. Sin ellos, reinaría la anarquía y la humanidad caería de espaldas en la noche primitiva de la que había salido tan dolorosamente […] Muchos […] han atribuido la fuerza del Talón de Hierro a su sistema de premios y castigos. Esto es un error. El cielo y el infierno tal vez sean los principales factores del fervor en la religión de un fanático; pero para la gran mayoría de las religiones, el cielo y el infierno son una consecuencia accidental del bien y del mal […] La prisión, el destierro y la degradación, los honores y los palacios y las ciudades maravillas, todos son consecuencias fortuitas. La gran fuerza que impulsa a los oligarcas es la creencia de que están haciendo el bien.
Así, el surgimiento del totalitarismo estadounidense (la novela abarca los años de 1912 a 1932) no es simplemente el resultado del aplastamiento de los trabajadores por la fuerza militar superior de los capitalistas. Ciertos sectores de la fuerza de trabajo creen en la ideología de la clase capitalista y aceptan su legitimidad. Y mientras que los dirigentes sindicalistas se aferran a su creencia en un camino pacífico hacia el socialismo a medida que una crisis económica mundial crea un creciente conflicto de clases, los capitalistas recurren a la simple represión: estrechando la censura, ejecutando a los dirigentes obreros y rompiendo las huelgas con grupos armados. Los dirigentes de los sindicatos se mantienen firmes en la “ilusión democrática” de que la salvación se encuentra en las urnas electorales. En 1933 los líderes del movimiento obrero alemán se enfrentaron al reto del gobierno nazi no por medio de la movilización de todo el movimiento –de la clase trabajadora en una huelga general, sino pidiendo a los tribunales que fallaran sobre su “legalidad”. La comprensión de Everhard de la despreciable debilidad de la socialdemocracia ante el totalitarismo está más allá del dominio de cualquier personaje novelesco del siglo XIX, utópico o de cualquier otra especie: “Estamos derrotados. “El Talón de Hierro” está aquí. Había yo esperado una victoria pacífica en las urnas electorales. Estaba equivocado […] nos despojarán de las pocas libertades ‘que nos quedan; el Talón de Hierro caminará sobre nuestros rostros; lo único que queda es una revolución sangrienta de la clase trabajadora.
La revolución fracasa: la oligarquía, apoyada por un estrato privilegiado de trabajadores (ecos de la teoría leninista sobre la “aristocracia obrera”) y sus dirigentes, vence a los elementos revolucionarios e introduce poco a poco un sistema de esclavitud industrial. Una policía secreta, cuyos integrantes han sido reclutados del antiguo ejército permanente (los mercenarios), aparece para mantener una extensa red de espionaje dedicada a la conservación del orden social. Fue este aspecto de la novela de London lo que tanto impresionó a Trotsky:
En este retrato del futuro [escribió éste], no queda ni un indicio de la democracia ni del progreso pacífico. Por encima de la masa de los desposeídos se levantan las castas de la aristocracia obrera, del ejército pretoriano, de la policía que lo abarca, con la oligarquía financiera en la cima. Al leerlo, no puede creer uno en sus propios ojos: es precisamente el retrato del fascismo, de su economía, de su técnica gubernamental, de su psicología política.
El talón de hierro había descrito el surgimiento de un régimen fascista “como el resultado inevitable de la derrota de la revolución proletaria”.
Sin embargo, el conflicto no queda erradicado sino que se desarrolla tanto dentro de las “‘castas obreras”, que siguen siendo trabajadores explotados, Como entre la gran masa de esclavos obreros. Incluso cuando el levantamiento de 1918 es derrotado brutalmente, el espíritu de la praxis revolucionaria sobrevive. “Mañana la Causa volverá a levantarse –dice Everhard– fuerte con sabiduría y disciplina.” El derrocamiento final del capitalismo, sin embargo, queda en un futuro lejano: ¡en tres siglos más! El pesimismo de London repite el cuadro que pintará George Orwell de una sociedad completamente estática en 1984, donde toda esperanza de cambio social, ya sea revolucionario o no, ha sido eliminada sistemáticamente por la diligencia de la “Policía del Pensamiento”. Orwell probablemente fue influido por El talón de hierro, pero sin duda rechazó la idea insistente de London de que incluso en el régimen más totalitario la lucha ‘de clases continúa, los capitalistas tienen que explotar” a los trabajadores y éstos se organizarán y lucharán: la revolución siempre es posible. Es una característica de la antiutopías moderna el que, si bien describe en forma semejante un sistema totalitario, es uno “en el que está ausente el cambio”, en que el “conflicto estructuralmente generado” de las sociedades ge clases ha sido reemplazado por un consenso manejado, pero universal.
Es este concepto de la praxis y comprensión sociológica .relacionada de que una sociedad basada en el privilegio y la desigualdad debe generar necesariamente conflicto y por lo tanto una fuente de cambio, lo que distingue a El talón de hierro de las antiutopías de Wells. La visión de Wells, independientemente de sus muchas contradicciones, era típica de los reformadores de clase media de finales del siglo XIX: un socialista fabiano que creía en las virtudes del reformismo y en los males de la revolución, Wells no tenía ninguna relación profunda con el movimiento obrero organizado, y sólo una comprensión rudimentaria de su historia. La reforma desde arriba en lugar de la revolución desde abajo fue su credo. London, en contraste, había vivido su vida, hasta que llegó a ser escritor, como trabajador común y corriente; cuando escribió El talón de hierro participaba estrechamente con el movimiento socialista estadounidense. Se declaró, sin ambages, revolucionario: “La revolución ya está aquí –escribió–, deténgala quien pueda.” Para el socialismo de las “urnas electorales”, para los socialistas “respetables” que odiaban la palabra revolución, sólo sentía desprecio y como sus contemporáneos revolucionarios (Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky) rechazó firmemente la teoría reformista de que el capitalismo pasaría pacíficamente al socialismo: “La historia muestra que ninguna clase dominante jamás está dispuesta a irse sin una lucha. Los capitalistas son dueños de los gobiernos, del ejército y de la milicia. ¿No es de suponer que utilizarán estas instituciones para mantenerse en el poder? Yo así lo creo”.
El talón de hierro refleja la praxis de London, su comprensión del marxismo y de la naturaleza de la revolución. En su ensayo Revolución, escrito después de la Revolución rusa de 1905, pinta un cuadro de un movimiento proletario mundial contra el capitalismo en el que el intelectual desempeña un papel Sólo como parte del movimiento obrero. Ciertamente, London nunca describe a su héroe, Everhard, Como miembro activo del movimiento socialista: simplemente se nos dice que lo es y qué cree en la revolución proletaria. Dada la intención polémica de “El talón de hierro”, no sorprende que el héroe sea una “especie de gramófono humano” (Orwell) que recita discursos hechos sobre el conflicto entre los capitalistas y los obreros; y, más gravemente, London lo describe como un “superhombre” socialista, un ex herrero con el físico de un “boxeador profesional”, traductor autodidacto del alemán al francés, escritor fecundo y brillante orador y polemista. Así, aunque el dominio de London sobre la base estructural del conflicto y del cambio social fue sociológicamente superior al de los novelistas utópicos y antiutópicos contemporáneos, fue incapaz de crear una novela genuina. El talón de hierro es de interés sólo por su enfoque sociológico, mas no por sus personajes ni por su perspicacia respecto a la condición humana. Es un informe
Se trata pues de una novela apasionante, u clásico controvertido que puede resultar lejano, pero que puede ayudarnos bastante a comprender muchos de los desastres sociales que han asolado el mundo desde 1914…
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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