1. Nacimiento de la oposición de izquierda internacional. La oposición de izquierda rusa tenía partidarios en diferentes países, pero fue a partir de 1929 –Trotski, expulsado a Turquía, dirigió ese año una carta a los opositores– cuando se organizó a escala internacional. En abril de 1930 tendrá lugar en París una primera conferencia internacional de los “bolcheviques-leninistas” (término elegido para designar a esta corriente), constituyéndose un pequeño secretariado internacional (Kurt Landau –asesinado por los estalinistas en España en 1937–, Alfred Rosmer, León Sedov). En Copenhague, en 1932, tendrá lugar otra conferencia, en la que participó Trotski, y una tercera en febrero de 1933, en la que se aprobó una resolución de 11 puntos por la que esta corriente se reclamaba del legado de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (IC).
Hasta entonces, la orientación de la oposición apuntaba a la regeneración de la IC. Fue después de la victoria de Hitler –sin resistencia por parte del Partido Comunista alemán, que había rechazado, durante aquellos años decisivos, toda política de frente único antifascista– cuando se decidió, en un pleno internacional que tuvo lugar en el verano de 1933, emprender la vía de la ruptura y construir una nueva Internacional. En aquel momento, agosto de 1933, se reunió en París una conferencia internacional de las oposiciones al estalinismo, que elaboró un documento llamado “La Declaración de los Cuatro”: la Liga Comunista Internacionalista (los partidarios de Trotski), el SAP (Partido Socialista Obrero alemán) y dos organizaciones neerlandesas, que poco después se unirían con el nombre de RSAP (Partido Socialista Obrero Revolucionario), dirigido por Henk Sneevliet (fusilado por los nazis durante la guerra). Lamentablemente, esta iniciativa no dio frutos y cuando se reunió la primera “Conferencia por la IVª Internacional” en Ginebra, en julio de 1936, solamente participaron los trotskistas. Sin embargo, esta conferencia consideró que todavía no había condiciones para proclamar una nueva Internacional.
2. Fundación de la IVª Internacional. Así que fue en septiembre de 1938, en la casa de Alfred Rosmer en Périgny, en las afueras de París, donde tendría lugar la fundación de la IVª Internacional. En circunstancias trágicas: Rudolf Klement y León Sedov, que se habían encargado de preparar el congreso, acababan de ser asesinados por agentes del servicio secreto soviético (GPU). Y entre los participantes en la reunión clandestina, un ruso, Mark Zborowski, llamado “Etienne”, era un infiltrado de la GPU.
Hay que decir que Trotski no había abandonado la idea de una Internacional más amplia. En una carta de la época a Marceau Pivert podemos leer: “Los bolcheviques-leninistas se consideran una fracción de la Internacional en construcción. Están dispuestos a trabajar codo a codo con las demás fracciones realmente revolucionarias” 1/. El Partido Socialista Obrero y Campesino (PSOP) y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) quisieron enviar observadores, pero por motivos de clandestinidad no lo hicieron. Los participantes en el congreso procedían de once países, pero las organizaciones afiliadas estaban presentes en 28 países. Entre los asistentes hubo varios franceses (Pierre Naville, Yvan Craipeau), norteamericanos (Max Schachtmann, James P. Cannon), belgas (León Lesoil), brasileños (Mario Pedrosa) y griegos (Michel Raptis, llamado “Pablo”).
El congreso fundacional adoptó un documento esencial, que hoy en día sigue siendo una referencia para el marxismo revolucionario: el Programa de transición.
3. El programa de transición. Con vistas al congreso fundacional, León Trotski redactó un documento fundamental: “La agonía del capitalismo y las tareas de la IVª Internacional”, más conocido por el nombre de Programa de transición. Como cualquier texto político, tiene limitaciones que corresponden a un momento histórico concreto. La más evidente es la que aparece en el mismo título del documento: la convicción de que el capitalismo se halla “agonizante”, que las fuerzas productivas han dejado de crecer, que la burguesía está desorientada y que la crisis económica no tiene salida. Sin embargo, Trotski no cae en la trampa del fatalismo optimista: es perfectamente consciente de que el capitalismo no morirá nunca de muerte natural. El porvenir no está decidido ni viene determinado por las condiciones objetivas; si no triunfa el socialismo, la humanidad conocerá una nueva y terrible guerra, una catástrofe que amenaza a la propia civilización humana; palabras que fueron proféticas. El marxismo de Trotski atribuye un papel decisivo al factor subjetivo, a la conciencia y la acción del sujeto histórico: “todo depende del proletariado”.
La importancia del documento, incluso su genialidad, radica en el método de intervención política que propone, que podríamos llamar el método del programa de transición. Este método, que se inspira en la experiencia de la Revolución de Octubre y en las luchas sociales de las décadas de 1920 y 1930, tiene como punto de partida la filosofía de la praxis de Marx, es decir, la comprensión de que la conciencia social de los explotados, su autotransformación, su capacidad para convertirse en sujetos históricos, se deriva sobre todo de su propia práctica, de su propia experiencia de lucha y conflicto social.
Rompiendo con la vieja tradición socialdemócrata de separación entre un programa mínimo reformista y un programa máximo abstractamente socialista, Trotski propuso unas reivindicaciones transitorias que, partiendo del nivel de conciencia real de los trabajadores, de sus exigencias concretas e inmediatas, conduzcan a una confrontación con la lógica del capitalismo, a un conflicto con los intereses de la gran burguesía. Por ejemplo: la abolición del secreto comercial –o del secreto bancario– y el control obrero de las fábricas, o también la escala móvil de los salarios y de la jornada laboral en respuesta al paro, así como la expropiación de la gran banca y la nacionalización del crédito. Más que esta u otra reivindicación, lo decisivo en este documento es el enfoque dialéctico, la transición de lo inmediato a la confrontación con el sistema.
Lo que inspira el Programa de transición de 1938 es, a pesar de las terribles derrotas y las crisis del movimiento obrero en la década de 1930, una apuesta racional por la posibilidad de una salida revolucionaria a las contradicciones del capitalismo, por la capacidad de los trabajadores de tomar conciencia, por su experiencia práctica en la lucha, de sus intereses fundamentales; en suma, una apuesta por la vocación de las clases explotadas y de los oprimidos de salvar a la humanidad de la catástrofe y la barbarie. Esta apuesta no ha perdido ni un ápice de su actualidad en este comienzo del siglo XXI.
4. Un imperativo moral y político. Desde muchos puntos de vista cabe pensar que aquel acto fundacional de 1938 fue un desacierto: mientras que la IIIª Internacional se había fundado en 1919, tras una revolución victoriosa, en pleno ascenso de la ola revolucionaria en Europa, con la participación de organizaciones que agrupaban a decenas o centenares de miles de miembros, la IVª fue proclamada en plena desbandada del movimiento obrero, cuando Europa se hallaba cerca del momento que Victor Serge calificó de “medianoche en el siglo”; con delegados que no representaban más que a organizaciones muy pequeñas (salvo en EE UU y tal vez en Grecia); en una reunión clandestina, en ausencia de su principal dirigente, exiliado en México; sin el apoyo de los principales partidos próximos a la oposición de izquierda, como el POUM, el PSOP francés, el SAP alemán o el RSAP neerlandés. En suma, un puñado de irreductibles aislados, que pretendían fundar el partido mundial de la revolución socialista. Daniel Bensaïd recordó los argumentos de los delegados polacos (Hersch Mendel) en el congreso fundacional: Marx, Engels y Lenin se precavieron de fundar la Iª, la IIª o la IIIª Internacional en periodos de reflujo. 2/.
Sin embargo, la ruptura con la Comintern estalinizada era un imperativo político y moral ineludible; salvó del estalinismo el legado de la revolución rusa y del comunismo. La fundación de la Cuarta Internacional ha permitido, gracias a una red internacional activa, la existencia de una izquierda revolucionaria independiente, mientras que todas las grandes organizaciones no estalinistas –el SAP alemán, el RSAP neerlandés, el POUM español, el PSOP francés, el ILP inglés, etc.– que no quisieron asociarse a la nueva Internacional, han desaparecido desde hace tiempo. También ha permitido, gracias a la contribución de compañeros como Ernest Mandel o Daniel Bensaïd –y también de los congresos mundiales, que han debatido sobre el feminismo, la ecología, la causa LGBTI–, renovar la teoría, la estrategia y el programa del marxismo revolucionario.
Seguimos siendo un movimiento muy pequeño, es cierto, muy alejado de las ambiciones de los fundadores; pero un movimiento que actualmente, en varios países –solo o en unidad con otras corrientes anticapitalistas, como en Portugal y España–, tienen más influencia que los herederos de la Tercera Internacional estalinista.
Si nuestra Internacional sigue viva, no solo se lo debemos a los grandes pensadores que han enriquecido nuestra reflexión e inspirado nuestra práctica, sino también, y sobre todo, a los y las militantes anónimas. En un emotivo homenaje a Roberto Mackenzie, un militante negro de nuestra organización en Colombia, asesinado por paramilitares, Daniel Bensaïd insistió en este hecho: la historia revolucionaria la hacen estos combatientes desconocidos, anónimos, que dedican su vida a la causa de la emancipación de los explotados y oprimidos.
Michael Löwy
Viento Sur
(*) Michael Löwy, militante de la IVª Internacional, es sociólogo y filósofo ecosocialista. Publicamos aquí la versión en castellano de la conferencia que dio en inglés en el Instituto Internacional de Formación e Investigación (IIRE-IIRF-IIER) de Amsterdam el 26 de octubre de 2018.
Nota:
1/ Daniel Bensaid, Trotskismos, Editorial Sylone, Barcelona 2014.
2/ Ibid.
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