miércoles, diciembre 19, 2018

Los chalecos amarillos y el retorno del espectro de la revolución



En estos días en Francia el dramatismo recorre al campo burgués. “Il faut sauver la République” [Hay que salvar la República], se oye de los políticos del régimen. Por todos lados se escucha el temor de un giro hacia el caos, solo amortiguado parcialmente después del retroceso parcial y el discurso tramposo de Emmanuel Macron, así como de la instrumentalización contra el V acto de los Gilets Jaunes del atentado de Estrasburgo. Los empresarios del CAC 40, el índice bursátil de las 40 empresas más significativas que cotizan en la Bolsa de París, ya no dudan en hablar de “guerra civil”. Y si los de arriba tiemblan, un sector significativo de los de abajo retoma confianza en sus fuerzas y quieren cambiarlo todo.
Las referencias de muchos de estos rebeldes tienen con qué hacerlos temblar. Ellos se perciben claramente como un nuevo Tercer Estado. Ghislain Coutard, portavoz del movimiento de Narbona e inventor del símbolo del chaleco amarillo, explicó de esta forma a Marianne que quiere “hacer la revolución”. Lo mismo ocurre con sus compañeros de Haute-Loire que en noviembre aseguraron a Le Progrès que quieren “hacer una revolución, como en 1789, pero sin violencia”. El sábado 1° de diciembre, la prefectura de Le Puy-en-Velay, capital de la provincia, fue incendiada. Una de las respuestas más populares de la encuesta de Eric Drouet de este martes apunta a los “privilegios” de los parlamentarios. Como la nobleza en 1789... En toda Francia, estos dos últimos fines de semana, muchos manifestantes llevaban un gorro frigio, símbolo de la Revolución francesa” [1].
La misma novedad se percibe en la entrada explosiva de los secundarios, como da cuenta el personal de la educación:
“La movilización no tiene precedentes”, observa Philippe Vincent del SNPDEN-UNSA. “No estamos frente a un movimiento tradicional de estudiantes secundarios, sino frente a estudiantes secundarios que unen sus fuerzas con un movimiento de bronca generalizada, una voluntad de causar desorden y de luchar contra la policía. Las llamadas que circulan por las redes sociales [“Se ha declarado la guerra”, “Traer gasolina”] tienen un tono que nunca antes se había visto”, dice este director de un establecimiento en Marseille. A las consignas contra la reforma de las escuelas secundarias y la plataforma de orientación Parcoursup (la cual implicaría una nueva forma de selección de egresados de escuelas secundarias para las universidades) levantadas la semana pasada, se agrega la “rabia por el desprecio y la represión de la que son víctimas los jóvenes de hoy”. Igual constatación de este docente de la misma ciudad: “Nuestros alumnos sienten y manifiestan una cercanía con los ‘chalecos amarillos’. Estos bloqueos también significan un deseo de afirmar y expresar su identidad”. Para este profesor, “la analogía es sorprendente: espontaneidad, determinación, alcance de la movilización y, nos guste o no, elaboración de reivindicaciones”.
Distintas muestrasde que lo que estamos viviendo no es un protesta social clásica, sino que la agitación social en curso tiene un aroma a revolución. Por no hablar de los elementos semi-insurreccionales que se vivieron durante dos sábados seguidos en París –graficados en la pérdida parcial del control de la situación por las fuerzas represivas, que estuvieron en peligro y fueron sobrepasadas varias veces, quedando por momentos sectores de París virtualmente “controlados” por los manifestantes, y en el marco de lo cual hubo una degradación enorme de símbolos de poder como el Arco del Triunfo– y el tercer sábado en algunas ciudades importantes de provincia como Bordeaux.
De este cambio de calidad en relación a las revueltas urbanas que sacudieron el mundo en la última década da cuenta Alain Bertho, profesor de Antropología de la Universidad de París 8 y estudioso de las revueltas urbanas en Francia y en el mundo, que afirma:
Se da una continuidad, pero esta es en una nueva fase. Lo que caracterizó los disturbios recientes, ya sea en Francia en 2005, Grecia en 2008, Londres en 2011 o Baltimore en 2014, y con la excepción de la Primavera Árabe, fue que los participantes no pensaban que podían obtener la satisfacción de sus demandas, o incluso estaban seguros de perder. Hace unos años, en Thiaroye, Senegal, vi a jóvenes que corrían riesgos extremos contra fuerzas especiales contra las que no tenían ninguna oportunidad. Eso no es lo que ocurre hoy en día. Los enfrentamientos que hemos visto son el resultado de una movilización que piensa que puede lograr sus demandas y que ve vacilar al poder. Se inscriben en una estrategia. Así que esto me parece completamente nuevo. Hubo un error de diagnóstico desde el principio. No se trata de un simple “movimiento social”, expresión que forma parte de una visión muy elaborada, heredada del siglo pasado, donde la convergencia de las reivindicaciones permite construir un ascenso general, luego un programa y eventualmente ganar elecciones. Aquí, a los manifestantes no les importa tener una plataforma electoral y consideran que las elecciones serían una forma dilatoria de respuesta. Por lo tanto, no es un movimiento social, sino un movimiento directamente político.
En fin, se trata de una tendencia de las masas a tomar las cosas en sus manos, de organizarse a sí mismas, que rechaza todo tipo de negociación de la forma traidora a la que nos tienen acostumbrados las burocracias sindicales, y que no dudan en ir al enfrentamiento mismo con las fuerzas del orden. Es todo esto lo que molesta a las clases dominantes cuando se quejan que el movimiento es proteiforme, que no hay interlocutores para negociar, que no hay líderes identificables para convenir las movilizaciones y su encuadramiento, etc., etc.
La sorpresa estratégica de los chalecos amarillos: la burguesía había descartado históricamente la posibilidad de la revolución
Que en un país central como Francia, una de las principales potencias imperialistas del planeta, el espectro de la revolución reaparezca, cambia enormemente las coordenadas políticas de la situación mundial hasta ahora dominada, después del salto que significó la crisis de 2008/9, por las tensiones geopolíticas y la vuelta de las rivalidades interimperialistas y en el terreno político, por el crecimiento fundamentalmente de populismos de derecha o bonapartismos reaccionarios y antiobreros. Introduce en la ecuación la posibilidad de la irrupción violenta de los de abajo, elemento que había sido descartado históricamente por la burguesía. Es que efectivamente, obnubilada en su triunfalismo después de la caída del Muro de Berlín, la penetración del capital en China, la generalización y consolidación de la ofensiva neoliberal y la mundialización del capital que la acompaña, la burguesía había desterrado el conflicto de clase y mismo la posibilidad de la revolución. Sus representantes más lúcidos, como el multibillonario Warren Buffett, llegaban a decir que seguía habiendo lucha de clases, aunque una de ellas la haya abandonado. En sus propias palabras: “la lucha de clases sigue existiendo, pero la mía va ganando”. La emergencia ruda, repentina y violenta del conflicto de clase que vivimos en estos días en las calles de París y en toda Francia, así como en la isla de la Reunión, es lo que desconcierta ampliamente a los distintos sectores de la burguesía frente a su (auto) ceguera histórica. Es esto lo que expresa uno de sus intelectuales orgánicos, Dominique Moïsi:
Caminando el 1° de diciembre por las calles de “mi barrio”, entre la Place de la Madeleine y la Place Saint-Augustin, pensaba en el libro de Victor Hugo Cosas vistas, y sobre todo, en aquellas páginas en las que describía los movimientos revolucionarios de la década de 1830. En ellas destacaba “el alcance increíblemente restringido del campo de la tragedia”. Una calle estaba bloqueada por barricadas humeantes, mientras que otra, a solo unas decenas de metros de distancia, estaba perfectamente en calma. Yo también tenía la impresión de que estaba siendo testigo de una historia confusa y en gran medida incomprensible. Una cosa era no haber entendido el alcance de la ira y la desesperación en los Estados Unidos. ¿Pero en mi propio país? ¿Cómo me había perdido yo este lento e irresistible aumento de la desesperación? Intentaba explicarle a mi amigo británico la profundidad de la confusión intelectual y emocional que tenía [2].
La falta de preparación inicial del Estado burgués frente a la situación prerrevolucionaria
Si hay un dominio donde la ventaja estratégica de los chalecos amarillos que venimos de señalar se hizo sentir, al menos hasta que el Estado burgués recobró parcialmente el control de la situación en el IV Acto del sábado 8, fue en el terreno del mantenimiento del orden. Años de neoliberalismo y de domesticación del conflicto social desguarnecieron a las fuerzas de represión durante los primeros actos de la sublevación en curso. La rutina represiva y el hábito no prepararon a las fuerzas del orden para una violencia de nuevo tipo, una violencia que, como dice la historiadora Sophie Wahnich, especialista de la Revolución francesa, proviene de una “fuerte contención previa”:
Domina la sensación de que la violencia producida en las movilizaciones es una violencia invertida, es decir, una reacción a la violencia por parte del Estado. Hay algo revolucionario en esto, en esta forma de revertir la violencia sufrida. Para que la violencia parezca aceptable, incluso legítima, ante los ojos de muchos, debe haber habido mucha contención antes. Lo que está ocurriendo es similar a la toma de las Tullerías, que no ocurre al comienzo de la Revolución francesa, sino que se produce después de los intentos pacíficos de reclamos a la justicia, después de que esos intentos no funcionaran. Esto crea una forma de violencia que la hace un poco salvaje, porque se siente que es inevitable. Hace veinte años que se viene diciendo que tarde o temprano va a “estallar”, así que cuando estalla, no podemos encontrarla completamente ilógica o ilegítima [3].
En otro terreno, desde el asesinato de Malik Oussekine en 1986, traumático para el poder, la estrategia de disuasión de la protesta social en la ciudad no ha cambiado. Esta táctica se transformó en un límite en los primeros actos del movimiento con su punto culminante en las escenas de motines en París y en provincia del 1° de diciembre. Luego de fuertes discusiones, el 8 de diciembre la policía volvió a una “concepción de maniobra” que le permitió darle de nuevo moral a las fuerzas del orden humilladas especialmente la semana anterior [4]. Pero en los círculos especializados, muchos temen que la policía y la gendarmería no puedan enfrentar tales eventos cada semana, tomando en cuenta que el 96 % de las unidades móviles (CRS y gendarmes) tuvieron que ser desplegadas el sábado 8.
Además de los problemas de táctica, la focalización en las banlieues [suburbios] y posteriormente en el terrorismo, dejó de lado que sería desde lo social que podría potencialmente emerger el principal foco de peligro de seguridad del Estado burgués. Peor aún, el aparato represivo fue tratado de la misma forma inmediatista y contable que caracteriza a todos los dominios del capitalismo en su momento neoliberal: un gasto superfluo o excesivo que se podía recortar, no justificado por el nivel de conflicto social. Así, incluso el mismo Sarkozy disolvió varias compañías de CRS. Pero como dijo un especialista de seguridad en estos días, después de que las fuerzas del orden fueran superadas en el mantenimiento del orden el 1° de diciembre: las fuerzas de represión son como los matafuegos, no sirven para nada normalmente pero son esenciales cuando hay un incendio. Cuando París y las provincias ardían, las fuerzas del orden fueron superadas y mostraron vulnerabilidad. Fue esta terrible imagen para los defensores del orden constituido la que el monstruoso y masivo operativo de seguridad del 8 de diciembre trató de borrar de las memorias con éxitos tácticos relativos en el control del orden, pero con una importante pérdida de legitimidad represiva. Es que detrás de la imagen abusiva de fuerza, se notó en última instancia debilidad. Esto es lo que afirma correctamente el sociólogo Sebastian Roché, en relación a esa última jornada de manifestaciones:
Sí, se ha encontrado un arbitraje conveniente pero perfeccionable entre la protección de las instituciones y los derechos de los manifestantes. Sin embargo, lejos de mostrar su fuerza, este mecanismo extraordinario señala la debilidad del Estado. La repetición de enfrentamientos con la policía, algunas imágenes como la del centenar de estudiantes de Mantes-la-Jolie de rodillas o el uso innecesario de Flash-Ball, ilustran el hecho de que la obediencia es el resultado de la fuerza y no de la legitimidad. El orden policial en las calles no equivale a la legitimidad del poder. Si tiene que apoyarse únicamente en él, el gobierno se ve amenazado: el sistema policial está en su punto de quiebre. Sobre todo, su función no es reemplazar la legitimidad política [5].
Es que si la burguesía debe basarse cada vez más en una estrategia represiva para mantener el orden, sus riesgos políticos se acrecientan. Como dice Gérard Noiriel:
... vivimos en una sociedad mucho más pacificada que antes. Nuestro “umbral de tolerancia” a la violencia ha disminuido significativamente. Las imágenes transmitidas en repetidas ocasiones desde el sábado dan la sensación de un espectáculo muy violento. Pero en realidad, ¡ha habido cosas mucho peores en la historia de los movimientos sociales! Por ejemplo, en Fourmies, en el norte de Francia, la manifestación obrera del 1° de mayo de 1891 fue reprimida con sangrientamente. El resultado: nueve muertos. Más recientemente, las grandes huelgas de 1947-1948, presentadas como “insurreccionales”, mataron a decenas de trabajadores. Hoy en día, la pacificación de las relaciones sociales conduce a una racionalización del uso de la fuerza, la policía está obligada a mantener la moderación, lo que alienta a los infractores. Lo peor para el poder sería que hubiera una víctima entre los “chalecos amarillos” atribuible a las fuerzas del orden... En el pasado, estos movimientos siempre terminaban en sangre. Incluso Georges Clemenceau, referencia de Macron, fue odiado por el pueblo cuando reprimió violentamente la revuelta del vino en 1907. Esta forma de liquidar una lucha social ya no es posible” [6].
O en caso de abuso de la fuerza represiva se corre el riesgo más temprano que tarde de radicalizar más aún la resistencia en vez de apaciguarla. Pues como afirma el profesor en criminología Alain Bauer: “La respuesta de mayor seguridad no es más que un último recurso. Permite contener las revueltas y reabrir el diálogo. Pero nunca ha impedido una revolución”.

El alcance histórico de los chalecos amarillos: ¿hacia una nueva actualidad de la revolución?

La sublevación de los chalecos amarillos, más allá de como sean sus resultados inmediatos [7], tiene un alcance histórico: el espectro de la revolución, ausente en los países centrales desde la década de 1970, se hace de nuevo presente como en gran parte del siglo XX. Marca una fuerte contratendencia o mismo un abrupto fin al ciclo posterior a la caída del Muro de Berlín, que significó y amplificó la victoria ideológica de la burguesía donde la revolución no era ni posible ni deseable después de la catástrofe del “socialismo real” y los daños a la organización y conciencia de clase del totalitarismo stalinista, bien explotados a su vez por la burguesía para reafirmar que el capitalismo y el régimen democrático burgués eran insuperables como horizonte político y social.
Todas las “nuevas” hipótesis estratégicas que se formularon en ese interregno histórico negando o devaluando las características de la época imperialista, es decir, la época de la crisis, guerras y revoluciones, están ahora abiertamente cuestionadas, desde el neoreformismo [8] a los partidos amplios sin delimitación estratégica ni programática, así como la nueva estrategia a la moda, el populismo de izquierda que no tuvo nada que ver con los acontecimientos [9].
Esto no quita que esta última variante política, al igual que el soberanismo de derecha lepenista, intenten capitalizar políticamente, como subproducto de un desvío y agotamiento del proceso en curso. El rol abiertamente traidor de las direcciones sindicales en defensa del orden burgués es el principal obstáculo que impide la entrada de los batallones centrales del movimiento obrero de las grandes fábricas y de los servicios estratégicos, que permitirían una generalización de la huelga y la concretización de la huelga general, única vía que puede transformar las tendencias subversivas en curso en un arma poderosa que doblegue a Macron y al poder. Sin embargo, el precio que las burocracias sindicales, en especial la cúpula de la CGT, deban pagar por su actitud criminalmente divisionista y el aval a la represión a los chalecos amarillos puede ser muy alto, como muestran la acumulación de signos de rechazo a Philipe Martinez, secretario general de la central de Montreuil. El debilitamiento por izquierda de estas mediaciones reformistas es un activo que el actual levantamiento deja también como legado, además del ejemplo de sus métodos radicalizados, que serán un punto de partida más favorable al movimiento de masas en nuevos embates, que la existencia de un poder debilitado del macronismo augura en los meses y años por venir.
Después de los acontecimientos revolucionarios que sacuden a Francia metropolitana y a la isla de la Reunión, no hay más fundamento para el pesimismo histórico de la extrema izquierda. Por supuesto, el movimiento no está libre de contradicciones y las perspectivas de la actual oleada están más que abiertas. Su débil posición estratégica le impone una urgencia de acciones espectaculares y una ausencia de estrategia en el tiempo [10]. La necesidad de un salto en la organización es de más en más acuciante. Pero frente a las lecciones de algunos profesores rojos que se mantienen exteriores al movimiento pues no responde aun a las “formas clásicas de la lucha de clases”, afirmamos que su evolución en un sentido progresivo o una eventual victoria no será el fruto del análisis y/o elucubración especulativa, sino el producto de una tarea estratégica. Para ese desafío no es indistinto si el énfasis se coloca en los límites o en las potencialidades. En todo caso, como diría Antonio Gramsci: “En realidad, ‘científicamente’ solo se puede prever la lucha”.

Juan Chingo

Notas

[1] Étienne Girard, “‘C’est nous les patrons’: derrière les ‘gilets jaunes’, une demande pressante de souveraineté du peuple” [“‘Nosotros somos los patrones’: detrás de los ‘chalecos amarillos’, una demanda apremiante de soberanía del pueblo]), Marianne, 7/12/2018
[2] Dominique Moïsi, “Un Brexit à la française ou un Mai 68 à l’envers?”, Les Echos, 7/12/2018.
[3] “La structure des mobilisations actuelles correspond à celle des sans-culottes” [La estructura de las movilizaciones actuales corresponde a las de los sans-culottes], Mediapart, 4/12/2018.
[4] Como dice el especialista en defensa Jean-Dominique Merchet: “Las tácticas implementadas el sábado consistieron en favorecer la movilidad –los CRS habrían recorrido unos quince kilómetros en la capital– y en utilizar ‘unidades mixtas’, mezclando personal uniformado y de civil, pudiendo estos últimos surgidos de la BAC (Brigada Anti Comando) y de la BRI (Brigada de Investigación y de Intervención), intervenir como policía judicial con el acuerdo previo de la Fiscalía. Este plan no se inventó la semana pasada. De hecho, tiene más de treinta años. Se trataba de una ‘experiencia de retroalimentación’ (Retex, por su siglas en francés) del mantenimiento de las fuerzas del orden lo que llevó a la muerte de Malik Oussekine en 1986. Este trabajo había sido realizado por el comisario de policía Philippe Massoni y expertos en seguridad como Jean-Marc Berlioz y Alain Bauer”. “Forces de l’ordre contre Gilets jaunes: match nul” [Fuerzas del orden contra Chalecos amarillos: un empate], L’Opinion, 9/12/2018.
[5] Le Monde, 10/12/2018.
[6] Gérard Noiriel: “‘Pour Macron, les classes populaires n’existent pas’” [“Para Macron, las clases populares no existen], Libération, 2/12/2018.
[7] Como se da cuenta el editorialista del diario patronal Les Echos después del retroceso parcial de Macron: “No obstante, para todos los verdaderos demócratas, que consideran que una disputa se resuelve en las urnas y no en la calle, esta paz tiene un sabor amargo. La violencia ha dado resultado. Como nunca antes, un conflicto se ha conducido según las reglas. Entonces, ¿por qué no resultaría en el futuro? De este grave precedente, al que todos los partidos de la oposición han impulsado, no es seguro que la sociedad francesa salga ilesa”.
[8] Como dice correctamente Rafael Poch: “Tras la digna revuelta griega, dramáticamente traicionada por Syriza, y el agotamiento del 15M en España, es la primera vez que el factor social actúa en la UE, de una forma clara y rotunda –con un inequívoco componente de clase– desde la quiebra de 2008. El vaso se ha desbordado. Habrá que ver qué impulsos de ejemplo lanza hacia otros países, lo que en 2011 llamamos el efecto 1848”.
[9] Como bien describe un artículo de opinión publicado en The New York Times, lo que hace diferente a la revuelta francesa es que no ha seguido el habitual libreto de las movidas populistas: “No está ligada a un partido político y mucho menos a un partido de derecha. No se enfoca en la raza o la inmigración y esos problemas no aparecen en la lista de reclamos de los ‘chalecos amarillos’”.
[10] Hay aproximadamente ocho millones de empleados que están en empresas con más de cincuenta empleados (es decir, con un comité de empresa, sindicatos representados en el comité de empresa, etc.), y siete millones en PyMEs y microempresas, es decir, menos poderosas y menos protegidas institucionalmente. En consecuencia, no hay acciones de huelga entre los chalecos amarillos, lo que sugiere que los siete millones de empleados de las PyMEs y las microempresas están muy sobrerrepresentados en el movimiento.
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