martes, diciembre 18, 2018

Los últimos años del príncipe anarquista



Reseña de El otoño de Kropotkin. Entre guerras y revoluciones de Jordi Maíz Chacón

Tras numerosos artículos en diversas publicaciones, este es el primer libro de Jordi Maíz Chacón (1977), historiador, editor y poeta afincado en Mallorca y comprometido con la recuperación de la historia del movimiento ácrata en esas tierras. Con secciones introductorias de Carlos Taibo y Frank Mintz, la obra, recién editada por La Malatesta, nos ofrece un recorrido por la biografía de Piotr Kropotkin, concentrándose en sus últimos años, desde 1905 hasta su fallecimiento en 1921, una época difícil, marcada por su polémica postura de apoyo a los aliados en la Gran Guerra, que suscitó grandes críticas entre los libertarios, y por su regreso a su tierra natal en 1917 para concluir su vida presenciando lo fácil que es hacer descarrilar un proceso revolucionario exitoso en una amarga dictadura.
Nacido en Moscú en una familia aristocrática en 1842, el príncipe Piotr Alekséievich Kropotkin sirvió como oficial en el ejército imperial entre 1862 y 1867, realizando investigaciones geográficas en Manchuria y Siberia. Interesado por los movimientos que buscaban una mejora de la sociedad, en 1872 viaja a Europa occidental para tomar contacto con las estrategias de la internacional obrera y tras escuchar diversas opiniones, es en la región del Jura donde al fin se siente enormemente atraído por las tendencias antiautoritarias que allí se desarrollaban en torno a James Guillaume, y siguiendo las ideas de Mijaíl Bakunin. De regreso a su país se involucra en los círculos revolucionarios, lo que lo lleva a ser encarcelado en la fortaleza de Pedro y Pablo en 1874.
Tras una rocambolesca evasión en 1876 del hospital donde lo habían trasladado, Kropotkin parte pare el exilio y comienza una época errante por Inglaterra, Francia, Suiza y Bélgica, impulsando publicaciones como el periódico La Revolté, fundado en 1879, para difundir las ideas anarquistas. En 1878 contrae matrimonio con otra rusa exiliada, Sofía Anániev, que será su compañera toda la vida y le dará una hija, Alexandra (Sasha), nacida en 1887. Encarcelado entre 1882 y 1886 en Francia, se establece después en Inglaterra. En los años siguientes aparecerán sus tres libros más importantes: La conquista del pan en 1892, Campos, fábricas y talleres en 1899 y El apoyo mutuo en 1902. Aunque a veces considera justificada la violencia que nace de la desesperación de las masas, Kropotkin ve la conciencia de los oprimidos como elemento fundamental para una acción revolucionaria que debe ser espontánea, y desprecia los planes conspirativos así como la adhesión a líderes más o menos iluminados.
La derrota de Rusia en la guerra ruso-japonesa agrava la postración económica del país y estimula una autorganización obrera y popular que desencadena los hechos revolucionarios de 1905, año también de nacimiento de los primeros soviets, contemplados con esperanza por nuestro emigrado. Este publica en 1909 El terror en Rusia, donde denuncia la brutal represión que siguió a las falaces promesas liberalizadoras de Nicolás II. El estallido de la Gran Guerra en el verano de 1914 provoca una honda división en el campo libertario, pues mientras la mayoría se decantó por el inveterado pacifismo y antimilitarismo del movimiento, una minoría tomó partido abiertamente por los aliados. Esta incluía a Jean Grave, Charles Malato o el propio Kropotkin, para quien lo más doloroso fue el distanciamiento que esto supuso con viejos amigos como Errico Malatesta, Emma Goldman o Alexander Berkman.
Emocionado por los acontecimientos que se desarrollan en su país a partir de febrero de 1917, Kropotkin decide regresar a él y en julio lo tenemos ya en Petrogrado, capital por entonces, donde es recibido con más entusiasmo por socialistas como Kérenski, que le ofrece la cartera de Educación en el gobierno que está formando, que por muchos anarquistas críticos con su postura ante la guerra. En agosto se establece en las proximidades de Moscú, y desde allí contempla con preocupación la toma del poder por parte de los bolcheviques, en la que ve aproximarse una feroz dictadura. Cuando estos le ofrecen una ayuda económica por los derechos de sus obras, a pesar de las penurias que pasaba se niega a aceptarla, pues era su voluntad no recibir subvenciones de ningún gobierno.
En 1918 pronto arrecia la persecución de anarquistas. En junio, Néstor Majnó, que está liderando la organización de las masas obreras y campesinas en Ucrania oriental, se entrevista en Moscú con Kropotkin, que lo estimula y aconseja en el difícil camino emprendido. En estos momentos, el veterano pensador trataba de influir en la evolución de los acontecimientos en el país con propuestas federalistas, que eran rechazadas desde el poder, al tiempo que observaba con preocupación la deriva autoritaria del régimen. En una entrevista con Lenin en mayo de 2019, le expresa abiertamente su malestar ante la represión de los movimientos cooperativos que surgen en el campo, y en una carta que le envía en marzo de 1920 se lamenta de que la sustitución del impulso creativo de las masas por una dictadura burocrática condena inevitablemente la revolución al fracaso: “Si la situación presente continúa, aun la palabra socialismo será convertida en una maldición.”
Establecido en Dmítrov, localidad próxima a Moscú, desde la primavera de 2018, el príncipe anarquista recibe allí a los que llegan en peregrinación a visitarle. Emma Goldman y Alexander Berkman, que lo hacen en marzo de 1920, describen su existencia precaria, privado de las publicaciones periódicas que estaba acostumbrado a leer, y de sus conversaciones deducen que se abstiene de alzar su voz contra los bolcheviques para no unirla al coro de los enemigos de la revolución que asuelan el país en una cruenta guerra civil. De todas formas, les manifiesta que Lenin ha mostrado claramente al mundo cómo no debe hacerse una revolución. Ángel Pestaña, que acude en el verano, recoge estas mismas impresiones, junto al deseo de marchar de Rusia, sólo reprimido por no someterse al imperio de la Cheká. En diciembre dirige a Lenin una última carta para tratar de interceder por condenados a muerte, haciéndole ver lo inhumano de este castigo.
Aquejado de neumonía, Piotr Kropotkin muere en febrero de 1921. El desarrollo de sus funerales fue una penosa pugna entre el afán de los bolcheviques de rentabilizar su enorme prestigio y el de sus seguidores de rendirle homenaje sin traicionar sus ideas. Algunos anarquistas encarcelados fueron liberados para asistir a los actos y luego regresaron al encierro del que ya no saldrían nunca. Al pasar frente a la Butyrka, las banderas negras del cortejo fúnebre se inclinaron para saludar a los anarquistas presos, mientras estos golpeaban los barrotes de sus celdas. En unas semanas, la sangrienta represión de la comuna de Kronstadt pondría fin a cualquier ensueño de influencia libertaria en la Revolución rusa.
Cuando fallece Piotr Kropotkin deja incompleta sobre su escritorio una magna obra que desentraña el tiempo oscuro que le tocó vivir. Publicada póstumamente, su Ética analiza las pulsiones que rigen la vida humana y establece claramente que más allá del provecho o el deleite personal, esta sólo encuentra sentido cuando aplica su esfuerzo a la libertad y felicidad de sus semejantes. Es el apoyo mutuo que encontramos por todos los caminos de la vida y sin el cual esta degenera en conflicto y barbarie. La mejora social sólo ha de ser posible estimulando esta colaboración fraternal, pero mientras elaboraba y sacaba a la luz estas ideas en sus últimos meses, era el principio de la más cruel autoridad el que veía imperar a su alrededor de forma lamentablemente implacable.
Nacido príncipe y destinado a la carrera militar, el joven Kropotkin descubre enseguida que su gran inquietud es explorar las causas de las cosas, y enfrentado a la miseria y explotación que contempla, decide renunciar a todo para entregarse en cuerpo y alma a tantear las vías del progreso social. Conocerá exilio y cárceles, pero también la pasión del conocimiento y el honor de contribuir a despertar la conciencia de sus semejantes. A partir de 1905, su vida se sumerge en el torbellino de guerras y revoluciones que va a caracterizar el siglo XX, y se ve forzado a tomar decisiones difíciles y extremas que traen aparejadas disputas dolorosas. Con rigurosa pasión, El otoño de Kropotkin, de Jordi Maíz Chacón, anotado e ilustrado con numerosas fotografías, nos deja una crónica puntual de estas últimas luchas de un pensador imprescindible.

Jesús Aller

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