Los primeros cables noticiosos que en esta mañana de domingo dan cuenta de la muerte de José Pedraza comienzan relatando sumariamente la trayectoria del burócrata sindical que, durante casi 40 años, se apoderó de la Unión Ferroviaria. Pero esos mismos cables terminan relatando otra vida y otra muerte: la de Mariano Ferreyra, nuestro compañero del Partido Obrero, asesinado por los esbirros de Pedraza el 20 de octubre de 2010, cuando luchaba junto a los trabajadores tercerizados del ferrocarril.
En la necrológica de Pedraza, en definitiva, sólo vale destacar el recuerdo de la vida que tronchó. Murió el asesino de Mariano Ferreyra. Pero esta desaparición física no cancela, ni por asomo, la lucha por nuestro compañero. Que es, por un lado, la caracterización y el balance de las fuerzas sociales y políticas que organizaron su crimen. Y, por el otro, la necesidad de recorrer hasta el final el hilo de las responsabilidades políticas del mismo, que la Justicia de este Estado no quiso transitar.
La precarización de los trabajadores ferroviarios fue una pieza crucial en el entramado corrupto que unió al gobierno kirchnerista, a la burguesía nacional gerenciadora de los rieles privatizados y a la burocracia sindical ferroviaria. Mientras embolsaban subsidios millonarios de la caja del Estado, los concesionarios vaciaban el servicio ferroviario en dos aspectos fundamentales. Uno de ellos consistió, precisamente, en la contratación de trabajadores precarizados, que percibían un salario muy inferior al que le correspondía al obrero de convenio. Los intermediarios de esta tercerización no eran otros que los propios burócratas sindicales, a través de “cooperativas” bajo su control. Como se demostró en el juicio por el crimen de Mariano, Pedraza manejaba una de ellas. El otro vaciamiento se perpetró contra el mantenimiento ferroviario, y terminó, un año y dos meses después del crimen de Mariano, con la masacre de la estación de Once. La articulación de empresarios y burócratas estaba a cargo del propio Estado: los De Vido, Schiavi y Aníbal Fernández del gabinete kirchnerista.
Todo lo anterior ayuda a entender por qué el de Mariano fue un crimen político: buscó proteger a un régimen de explotación social y vaciamiento del patrimonio público organizado desde el poder político. Por eso, ese mismo poder buscó encubrirse a sí mismo desde las primeras horas posteriores al crimen: Cristina Kirchner asoció a los militantes agredidos con los “revoltosos de la FUBA”. Aníbal Fernández calificó de “impecable” al accionar policial que liberó la zona donde se perpetró el crimen de Mariano. Todo este andamiaje de impunidad fue atropellado por la enorme movilización que tuvo lugar a pocas horas del crimen, y que, durante semanas y meses, se prolongó en los sindicatos y organizaciones estudiantiles. El gobierno siguió conspirando para proteger a los asesinos. Como muestra de ello, está la célebre `conversación` del entonces ministro Tomada con Pedraza. Y la persecución y detención de nuestros compañeros ferroviarios meses después, organizada e instigada por los “garantistas” Horacio Verbitsky y la entonces ministra Nilda Garré.
La detención posterior de Pedraza y el juicio oral y público fueron el resultado de la gigantesca presión popular que se enfrentó a la acción del Estado. La Justicia, que aplicó diversas condenas a los ejecutores materiales y al propio Pedraza, se cuidó puntillosamente de evitar caracterizar a los hechos como parte de un plan criminal. Con ello, evitó ir contra el propio gobierno. Muchos de estos personeros cayeron, mucho después, como consecuencia del desastre de Once. El macrismo y sus voceros celebran que De Vido esté preso por ello: pero se han cuidado muy bien de asociar esa causa con la de Mariano Ferreyra. En definitiva, para los jefes de Patricia Bullrich, la muerte de un militante obrero y socialista es sólo un accidente de su propia política –la regimentación de la clase obrera y sus organizaciones, por la vía de la cooptación de los burócratas o, si ello no alcanza, por la represión.
Para los agentes del Estado –sean estos liberales o pretendidos “nacionales y populares” – la muerte de Pedraza querrá ser usada para cerrar el capítulo de Mariano Ferreyra y su lucha. Por el contrario, para el Partido Obrero, y para todos los luchadores del clasismo y la izquierda, el objetivo de ir hasta el final en las implicancias del crimen de Mariano se reaviva con toda su fuerza. Para colocar sobre la mesa el carácter antiobrero y parasitario del régimen social y político que pretendió “reconstruir a la burguesía nacional”, y que hoy pretende servirse del derrumbe del macrismo para volver de la mano de esos mismos capitalistas –e incluso, del capital internacional, al que ofrece “reestructurar” la deuda impagable del país. Y para redoblar la lucha por una salida obrera y socialista a esa quiebra nacional. Mariano Ferreyra dio la vida por esa perspectiva.
Que la necrológica de Pedraza refiera a un asesino de obreros es una gran victoria de la lucha por Mariano, que marcó a fuego el carácter criminal de la banda de agentes del capital que usurpa los sindicatos. Pero al mismo tiempo, puso de manifiesto su decadencia irreversible, que se expresa en la irrupción de nuevas generaciones de luchadores clasistas, sindicatos y comisiones internas recuperadas.
Hoy, cae el último baldón de tierra sobre el asesino. Y florece, con energía inmensa, la lucha de Mariano.
Marcelo Ramal
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